viernes, 30 de abril de 2010

Apadrinar palabras



Los amigos al completo acudimos a casa de Encarna, respondiendo a una llamada de auxilio que bien parecía una saeta. Ella, en su vía crucis personal, optó hace tiempo por esperar a que el destino le pusiera en el camino al hombre apuesto con el que enjendrar un hijo y, mientras tanto, con el objetivo de apaciguar sus ansias maternales, apadrinar un niño a través de una ong. Y cuando ella pensaba que su drama consistía en ver cómo el destino se olvidaba de ella, del apuesto galán y del supuesto hijo de ambos, va y descubre que la ong a la que confió su ‘instinto maternal’ es la misma que aparecía en el periódico por presunta estafa. “Qué irónica es la vida”, dijo Marta, masajeando la nuca de Encarna y con gesto de haberse fumado todo el opio de Shangai. “Los dineros de tu solidaridad se desvían y a cambio de tu ahijado, el dueño de la ong se compra un adosado”. Encarna levantó la cabeza y nos miró buscando respuestas. “Si es por ahijadas yo te presto a la mía que está insoportable”, explicaba Emma. “Ahora quiere hacerse un piercing en el pezón”, añadió. “Pues déjala”, comentó Josep, susceptible a cualquier concepto que pueda alimentar su imaginación calenturienta. “¡Sólo tiene diez años!”, gritó Emma. “¡Y borra esa sonrisa de pervertido ahora mismo!”, siguió gritando. Para intentar calmar el ambiente opté por comunicar mi último descubrimiento: apadrinar palabras en vías de extinción. “Es una propuesta de la Escuela de Escritores. Eliges esa palabra adscrita a tu memoria y que está condenada a desaparecer por desuso”, expliqué. “Ahora que ya no tienes ‘ahijado’, ¿qué te parece apadrinar una palabra? Piensa que la que decidas se quedará en una reserva de palabras en internet para que cualquiera pueda consultarla”, añadí, como si fuera un cuentacuentos intentando llamar la atención de unos niños enganchados a la Play. “A mí me gusta ‘croquis’”, dije, para animar. “¿Para qué diablos quiero una palabra que no uso?”, soltó Marta. “Me gusta la palabra ‘saltimbanqui’”, propuso Emma. Y mientras Josep pensaba la suya, Encarna habló: “¿Palabras que hace años que no oyes y sin embargo crees que te pertenecen?” “¡Exacto!”, dije con sonrisa de Jordi Hurtado. “¿Vale orgasmo?”, preguntó acto seguido. A los diez minutos estábamos todos, con cara de acelga, viendo La túnica sagrada en un canal de pago.


miércoles, 28 de abril de 2010

"El Club de Pizzicato", nominado a los Premios de la Academia de Televisión


Feliz. La nominación es en la categoría de Mejor Programa Infantil. O sea, que hay que competir con Los Lunnis y con Disney Channel...ahí es nada. Pero yo feliz. Como nunca he ganado un premio ni me han nominado a nada, esta noticia, aunque me pille de refilón, me gusta.

Bellas con vello


Así empezó el último programa de La Transversal:


Como llevo varias semanas muy intenso con la presentación he pensado que voy a seguir en ese tono y voy a tratar un asunto de extrema importancia: el vello corporal. He leído que las actrices Mo’Nique, Julia Roberts y Penélope Cruz (a este grupo podríamos añadir a Xisca Tangina Martorell y enseguida lo entenderán) están muy orgullosas de su vello y han abanderado en Estados Unidos una lucha contra la depilación. Digo yo que será una especie de Bellas con Vello o algo así. Aunque me cuesta imaginar a Penélope confundiendo su melena con el pelo tamaño Macario de sus piernas, debo decir que me sumo a esa reivindicación. Creo que el pelo es cultura, que donde hay pelo hay vida y que el vello corporal es confortable, tórrido y exfoliante, si se emplea en su fase incipiente. Eso no significa que esté a favor de que vayamos todos por la vida como los monstruos del cuento de Maurice Sendak, que yo soy muy de un término medio, pero cuando los roles sociales imponen un modelo estético, me incomodo. Eso que las americanas llaman “estilo europeo”, y que las europeas llaman “estilo portuguesa”, esconde detrás una lucha contra la dictadura más duradera del mundo: la de la estética. Esa que profundiza en nuestros miedos más atávicos, en nuestra necesidad por destacar, por sentirnos admirados, para reconducirnos hacia un canon estético que, incomprensiblemente, aceptamos sin rebelión. Así que, mujeres del mundo, uníos en el vello salvaje y la próxima vez que un tío os recomiende una depilación, que os enseñe primero el culo y si él también lo lleva depilado, entonces podéis negociar. De lo contrario, no. Y así, con un poco de suerte, acabaremos también con los metrosexuales, esos que convirtieron la tortura depilatoria en algo ‘chic’ para el hombre, y el mundo volverá a ser casi perfecto. Y si hay alguien dispuesto a repetir eso de que un cuerpo depilado es sinónimo de higiene, que se lo piense dos veces porque lo mismo le depilo con cinta de embalar.





lunes, 26 de abril de 2010

Generación Lowboy

foto by Óscar Monzón


En ocasiones pienso que pertenezco a una generación invisible. Los sociólogos estudian y analizan los roles, las conductas, las motivaciones de las personas nacidas en una determinada década: la generación X; su cohorte demográfica sucesora, la generación Y; posiblemente ya se estén escribiendo libros sobre la generación Z. Al margen de preguntarme qué sucederá con las generaciones posteriores ahora que se nos ha terminado el abecedario, tengo la imagen de que mi generación, prácticamente inapreciable y muy poco atractiva para los estudiosos, se queda sin perrito que le ladre. Todo el mundo asume que esa generación está, como corresponde a su edad, perfectamente engranada en el sistema, ocupando puestos de poder y alimentando las frustraciones y el pesimismo de las generaciones posteriores. Sin embargo, yo me veo como un amasijo confuso, tan heterogéneo como desordenado, donde convive, no sin cierto conflicto, la lectura de Douglas Coupland, la necesidad de caer rendido ante las nuevas tecnologías y acabar comprándome un iPhone, la razón de no llegar a entender el mundo sin un correo electrónico o un entorno wifi, la moda de ser visible en una red social y tener un perfil en Facebook, sentirme más marcado por la aparición del sida que por la caída del muro de Berlín o la devoción por artistas como Fabio McNamara, Las Costus, Nirvana o el trío Acuario. Vamos, una esquizofrenia generacional. Podríamos decir que pertenezco a la generación Lowboy. Para alimentar ese diagnóstico asistí a la presentación, en el Instituto Francés de Madrid, del ensayo Kate Moss Machine, del columnista de Le Monde, Christian Salmon (Storytelling). El escritor transformó a la famosa modelo en la imagen del capitalismo contemporáneo, en el personaje rebelde que logró transformar la transgresión en una norma social. Allí estaba Miguel Roig, el director creativo ejecutivo de Saatchi & Saatchi, y el diseñador –aunque él prefiere que le llamemos modista- Lorenzo Caprile. Entre el público estaba el especialista en moda Txema Mirón, más reconocido como FadFix, además de algún estilista, algún coolhunter y muchos consumidores de moda y belleza. Como apuntó Caprile –más duro en su análisis que el propio Salmon- la industria de la estética y la belleza juega, como sucede con la industria armamentística y la farmacéutica, con nuestros miedos más atávicos. En este caso, con nuestra necesidad de gustar, de destacar, de fingir siempre otra edad más competitiva, más atractiva, más triunfadora. No sé si mi esquizofrenia generacional me permite ser un estratega de mí mismo y hacer uso de mis capacidades con el objetivo de dar la mejor imagen que tengo, pero de lo que estoy seguro es de que me convierte en víctima de todos los miedos, sea cual sea la generación que los amamante. Ese miedo, esa sensación de ser efímero perpetuamente amenazado, es el responsable de que, en alguna ocasión, en lugar de quedarme paralizado haya saltado sobre mi deseo con la ansiedad de consumarlo. No responde a ninguna norma; más bien a un instinto esposado al capitalismo actual. De esa manera, y con un argumento mucho menos elaborado que éste, llegué a la galería de mis amigos Israel Cotes y Topacio Fresh y adquirí un cuadro firmado por uno de mis ídolos: Fabio McNamara, hoy Fabio de Miguel. El hombre que cantó aquello de Voy a ser mamá junto a un joven Pedro Almodóvar, que centrifugó mis neuronas con sus frases en Laberinto de Pasiones o me empujó a la pista de baile al ritmo de Gritando amor, ahora se ha entregado, en cuerpo y alma, a Dios y a la pintura. Se equivocan aquellos que piensan que su actual misticismo, su personalidad de misa y comunión diaria, ha sedado su ingenio. En absoluto. Fabio sigue reservando su ingenio, sus travesuras con el lenguaje, su reinvención de la greguería de Gómez de la Serna en una especie de ‘greguería pop’, para su círculo más íntimo. Creo que pagaría por tener la suerte de compartir un té con pastas con Fabio y amigos y sentarme a escuchar. En esa Cruz de Mayo de ídolos de carne y hueso, Fabio ocupa un lugar privilegiado. Por eso me hacía tanta ilusión su primera exposición en solitario, “Como Dios manda”, y desde el primer momento me nubló la mente la idea de adquirir una obra. Leo que él habla con Dios y Dios le pide que pinte porque ve el mundo del arte aburridísimo. Es de una espiritualidad daliniana. Llegué a la inauguración, en La Fresh Gallery, con el deseo de fotografiarme con Fabio. Contaban que llegaría customizado, bajando las escaleras de la galería mientras sonaba el himno de España…Nada de eso sucedió. Entró del brazo de Mario Vaquerizo, que parecía protegerle de cualquier mal, como un ángel de la guarda, y de la galerista Topacio Fresh. Venía de misa. He visto que fue recibido con aplausos. Allí estaba su amiga Alaska para darle la bienvenida y decenas de admiradores entregados: Alex de la Iglesia, Carlos Díez, Félix Sabroso, Pepa Charro, Jorge Calvo, José Martret, Javier Martínez Noriega (La Plástika), Paco Clavel y hasta el mismísimo Pedro Almodóvar. Cuando entró en la galería confieso que me puse nervioso, como la fan adolescente que se sitúa ante su admiración. Lo noté tan vulnerable que no me atreví a pedirle una fotografía. Luego he sabido que se fotografió con todo el mundo, que habló con todo el mundo, que ejerció de estrella invitada y lo hizo como sólo él sabe hacerlo. Cuando relajé a la adolescente descerebrada que llevo dentro y me autoconvencí de que podría acercarme a él, retratarnos, y no agobiarle con todo lo que desearía contarle, me dijeron que ya se había marchado. Siempre he tenido la sensación de llegar tarde a la Historia. A veces pienso que incluso a la mía propia. Hoy, observando el muro vacío de mi casa donde colgaré una de sus Fake Marilyns, me reafirmo en que Fabio marcó a una generación. Yo, en agradecimiento, le enmarcaré a él.

sábado, 24 de abril de 2010

La vida es sueño

Imagínate. Una tarde cualquiera, en el Bosch de siempre. Unos tallats, Marta, Josep, Emma y yo. Y, de repente, Marta me mira y dice: “A ti, ¿cuánto te mide?” Así, a bocajarro, sin preparación psicológica ni una maldita caricia en la nuca. Frente a nuestra cara de estupor, ella reaccionó. “A mí, 1,35 x 2,00”. Y aguardó mi respuesta con cara de encuestadora del INE. Josep y Emma también me miraron, aunque sus expresiones estaban más cerca de las del cliente de un peep show justo después de introducir el euro en la ranura. Confieso que existió como una milésima de segundo, tras el comentario de Marta, en que mi mente recreó una imagen que prefiero no describir aquí y menos hoy, Día del Señor, que uno nunca sabe si hay menores o mayores con reparos leyendo este mail. Ante la impaciencia de sus miradas, procuré organizar mi respuesta lo antes posible. Pero como eso lleva un tiempo, desde aquel año que me decoloré el pelo cinco veces porque quería ser como Andy Warhol y acabé como María Jiménez, Marta empezó a reflexionar en voz alta. “Yo vine al mundo para ser rica pero en algún intervalo del proceso, algo falló y aquí estoy. Pero mi esencia es de millonaria. Me doy cuenta cuando leo cosas como esta: ‘Dormir en camas separadas es cosa de ricos’”, comentó, periódico en mano. “No solo estoy a favor de la cama separada; también del dormitorio separado.” Y me devolvió la conexión. Salí del paso aclarando que, aunque había pasado por varias camas y todo tipo de tamaños, “ahora que duermo en una de 1,40 x 2,00, recuerdo que una vez que mi cama medía 2,00 x 2,00 fui feliz”. “¿Os dáis cuenta? Por una vez los singles ganamos a los emparejados que, en su mayoría, no pueden permitirse cama grande de uso individual y están condenados a toparse con el sobaco del otro a cada media vuelta, a cada noche. Eso por no hablar de los ronquidos y otros vientos”, añadió Marta. Luego me enteré que se había comprado un libro del profesor Chris Idzikowski, especialista en evaluación del sueño de la Universidad de Surrey, la misma localidad en la que vive Lara Croft, que, casualmente, le quita el sueño a Josep; especialmente en su versión cinematográfica. “Yo creo que el tamaño no importa”, apuntó Emma. Y para demostrar que se equivocaba, Marta propuso quedar esa tarde, medírnoslas y sacar conclusiones. Yo puse una excusa y me refugié debajo del edredón.

viernes, 23 de abril de 2010

El cielo y el infierno



La otra tarde, mientras caminaba por Palma, una pareja de mormones alteró mi monólogo interior. Tengo un amigo que los ha sumado a su extensa iconografía sexual y, por esa absurda asociación de ideas, acabé escuchándoles. Confieso: no les escuché; ni siquiera recuerdo la primera palabra con la que me abordaron. Sólo sé que uno se llamaba Élder y otro Jeffrey. Eran rubios, de piel nívea y ojos claros, y reaccionaban como si estuvieran recaudando fondos para su grupo de jóvenes exploradores vendiendo galletitas de avena y limonada. Y mientras sonreían, en mi mente resonaban las palabras de mi amigo: “Eso de que vayan en parejitas y te hablen con protocolos, como si fueran teleoperadores, me excita una barbaridad”. Y entonces, la voz de Élder zarandeó mi imaginación perdida. “¿Crees que hay cielo e infierno?”, preguntó. Yo sonreí, como el niño pequeño al que sorprenden cometiendo una travesura. Pensé que era un buen momento para interrumpir la evangelización con la excusa de la prisa pero me vino a la cabeza "Orgazmo", la peli de Trey Parker, en la que un mormón ejercía de actor porno, y me quedé. “Todo es relativo”, contesté, que es lo que responde alguien cuando no tienen ni puñetera idea de qué contestar. “Puede que exista el infierno pero también puede que no sea tan horrible como ustedes lo pintan”, añadí, ante la mirada recelosa de Élder y Jeffrey. “El infierno para un católico ortodoxo es el paraíso para un sadomasoquista, ¿no?”, apunté. Élder ladeó un poco la cabeza, como quien mira una pintura abstracta intentando comprender algo. “¿Sabéis cual es la diferencia entre el cielo y el infierno?”, dije, imparable en mi osadía. “Que en el cielo, el gobierno es suizo, el cocinero francés, los coches alemanes y el amante italiano. Y en el infierno, el gobierno es italiano, el cocinero alemán, el coche francés y el amante suizo”. Lancé una carcajada. Élder y Jeffrey, no. Estrecharon mi mano, con cierto aire de condescendencia, y me dejaron solo junto a la estatua de Jaume I. “No les habrá hecho gracia el chiste”, pensé. Y encaminé mis pasos a casa de mi amigo para explicarle que alguien que no tenga sentido del humor nunca podrá ser un buen amante. Ya sea en el cielo o en el infierno.

Artículo publicado el 1 DE ABRIL DE 2007





Por cierto, el muchacho de la foto es Chard Hardy, un mormón excomulgado por posar de semejante guisa en un calendario que el pobre había ideado con la intención de recaudar fondos para su organización religiosa. Eso sí, el calendario se vendió de maravilla.

jueves, 22 de abril de 2010

Salvar el entorno



“Hay que proteger el entorno”, le dije a Marta, que me observaba con ojos de madre satisfecha con su pequeño. “Estoy dispuesto a crear un plan de protección para salvaguardar lo más importante que tenemos y que durante tiempo no hemos valorado como se debía”, añadí. Y noté como su expresión se tornaba casi en éxtasis, como esas caras que ponen las madres en los programas de televisión cuando ven a su hijo sobre el escenario imitando a Bisbal. Y claro, cuando uno nota que tiene delante un público receptivo y emotivo, pues se crece. “Cada día somos más conscientes de la importancia que tiene proteger el entorno sin que esto suponga tener que dejar de disfrutar de él”, solté, en plan político de mítin que busca el aplauso que marca el guión. “No sabes la ilusión que me hace oírte decir eso”, añadió Marta. “Todos en la panda te tachan de frívolo pero yo sabía que no eras así, que tenías conciencia social, que te preocupaba el rumbo que está tomando el planeta y que asumes tu responsabilidad como parte de esta sociedad para mejorar el legado natural que vamos a dejar a las futuras generaciones”. Asentí con la cabeza sin saber muy bien porqué, como cuando tu primera cita en mucho tiempo te pregunta si has leído a Orhan Pamuk. “Fíjate lo concienciada que estoy en temas ecológicos que desde que Al Gore ha iniciado su Plan Marshall para salvar al planeta del cambio climático, le perdono que durante la época en la que fue vicepresidente de los Estados Unidos no hiciera nada para rebajar los niveles de emisión de gases de efecto invernadero”, explicó. Tomó mis manos y dijo, emocionada hasta el escalofrío: “Qué orgullosa estoy de que te preocupe salvar nuestro entorno natural”. “¿Entorno natural?”, contesté, con menos picardía que Rajoy hablando de los suevos; con ‘ese’, de soliloquio. “No. Yo me refería al entorno Wifi. Estoy harto de estar pagando una cuota cada mes para que todos mis vecinos se conecten a internet a mi costa. Que una cosa es compartir y otra ser tonto del culo. Así que voy a proteger mi entorno Wifi; voy a bloquear el router”, dije. Marta me miró fíjamente, sin mediar palabra, con ojos de Jack Nicholson. “Por cierto, que Al Gore ha ganado un Oscar. Estarás contenta, ¿no?” Aún espero la respuesta.

Artículo publicado el 3 DE MARZO DE 2007.

miércoles, 21 de abril de 2010

Por favor, no customices tu coche




Como te iba contando ayer, decidí cambiar de psicólogo. Fue algo complejo porque ya sabes que cualquier cosa que diga un argentino suena mejor. Tuve que dejar a un lado mi debilidad por ese acento y comenzar a buscar nuevo psicoanalista. Recurrí a la persona que más sabe de eso en mi entorno: Marta. “Lo que más se lleva ahora, aparte del refining, es la terapia gestaltica”, me dijo. “Vente conmigo y te presentaré a la gente”. Al día siguiente estábamos esperando en la calle, con un frío de mil demonios, a su novio Leonardo, que pasaría a buscarnos con el coche para ir los tres juntitos al gabinete gestaltico. Ya sabes que las parejas que se psicoanalizan unidas permanecen unidas. No sé si fue el frío o el bótox lo que paralizó mi cara aquella mañana cuando vi aparecer a Leonardo con el coche. Conozco tus argumentos sobre mis prejuicios pero te aseguro que no entiendo a aquellos que convierten el coche en un museo del horror. Pues el vehículo de Leonardo era el catálogo de ese museo. El volante estaba tapizado con una especie de pelambrera de cebra que parecía que le había arrancado media peluca a Cruella De Vil. Eso sin contar el pomo transparente con estrellas de mar y concha jacobea que apretaba cada vez que quería cambiar las marchas. La tapicería del coche, indescriptible; una mezcla entre Aventura en la Selva y Aída. ¿Y los dados que cuelgan del espejo retrovisor? Te entran unas ganas locas de que saquen tres veces seis y se tengan que volver a casa, como en el parchís. Un sudor frío comenzó a recorrer mi nuca. La angustia se apoderó de mi cuerpo. Notaba una presencia a mis espaldas que impedía tranquilizarme. Con la parsimonia propia de una actriz de cine de terror, me fui girando lentamente hasta que... ¡Allí estaba! ¡Dios mío! ¡El odioso perrito que menea la cabeza al más mínimo movimiento, como si fuera la familia de Will Smith en El príncipe de Bel Air! Aquel día no hubo terapia. Me conformé con una tila y con saber qué diablos era el refining.

martes, 20 de abril de 2010

Cartas de amor, cinco duros



Recuerdo que cuando era un adolescente -los mohínes con sorna en este instante puedo tomármelos fatal- e iba al cine en Madrid, en la puerta de los Roxy, en la céntrica calle de Fuencarral, una mujer enjuta, con sombrero de lana en la cabeza y pintada como una reencarnación de La Moños, vendía chistes, poemas y cartas de amor a cinco duros. “Cartas de amor, cinco duros”, repetía, en una atonía interminable. Todo eso me vino a la cabeza, los extraños resortes de la memoria son así, mientras mi amiga Encarna nos leía una historia sobre una carta de amor y pasión que le envió Napoleón a Josefina. “Se la escribió después de una pelea”, añadió Encarna. “Seguro que fue porque a él se le metió en la cabeza meterse en otra guerra napoleónica y así no había manera de concentrarse en el amor ni en nada”. Según el periódico, la discusión fue por el afán del señor Bonaparte por indagar en la fortuna familiar de Josefina. “Es que el dinero mata el amor”, soltó Emma, dejando que el sol rebotase en su melena rubia de 100 euros al mes. “El amor es energía, ni se crea ni se destruye; solo se transforma”, apuntó Encarna. “Ya, y siempre se transforma en una más joven, no te jode. Que ese cuento ya lo he leído”, respondió Marta. El frenesí epistolar de Napoleón, con tachones, como buena pasión, era de la magnitud erótica de un puerro. ‘Te envío tres besos: uno en tu corazón, uno en tu boca y uno en tus ojos’, eso escribió el apasionado estratega. “¿A eso le llaman pasión?”, se burló Marta. “Un día os voy a enseñar una carta que recibí yo de un recepcionista de un hotel en Líbano, que para colmo solo me vió cuando me entregó la llave, y vais a saber lo que es pasión. Lo malo es que no me acuerdo si era guapo o feo...” Pensé que hacía mucho tiempo que no recibía cartas de amor. A decir verdad, como el coronel, no tengo quien me escriba. Mi buzón está lleno de ofertas inmobiliarias, de publicidad de clínicas dentales, de menús de restaurantes chinos, japoneses, indios, pizzerías y de una tal La Caixa, que esa no hay mes que no me escriba. Echo de menos los piropos adolescentes de puño y letra. Me estaré haciendo mayor. Si al menos alguien me enviase un sms de amor a 15 céntimos de euro...

ARTÍCULO PUBLICADO EL 9 DE JUNIO DE 2007.

APROVECHO EL BLOG PARA HACERME UNA RETROSPECTIVA, JEJE

lunes, 19 de abril de 2010

Sonrisa de miedo




Estoy empezando a pensar que la fisiología también tiene un poco de arte. Esta ciencia, que estudia y analiza las interacciones de los elementos básicos de un ser vivo con su entorno, me ha permitido descubrir algo que, a tres días de la celebración de Todos los Santos -si te quieres divertir, llámalo Halloween-, resulta inquietante: hay sonrisas aterradoras. Sabía de la existencia de sonrisas profesionales, gestos ensayados para agradar, que sus propietarios tienen marcados en la expresión facial como si estuvieran esculpidas, tipo Concha Velasco. O sonrisas de Duchenne, que son las genuínas, las espontáneas, esas de las que todos hemos disfrutado alguna vez, sobre todo al enamorarnos. Y hasta he debatido sobre la enigmática sonrisa de la Gioconda, la misma que un grupo de investigadores, hace años, definió como una ‘ilusión óptica’, o sea, que la sonrisa desaparecía cuando la mirabas directamente y que reaparecía cuando la vista se fijaba en otras partes del cuadro. Pero nunca había visto de frente una sonrisa aterradora. Y no me refiero a Hannibal Lecter esbozando un gesto de buena digestión. Eso es cine, y el cine sabe cómo iluminar, maquillar y vestir nuestros miedos. Me refiero a la vida real, a la cotidiana, a esos contemporáneos que por alguna extraña parálisis en la flexión de los músculos cerca de los extremos de la boca, y alrededor de los ojos, no saben sonreír. En ellos, esa expresión común que vendría a reflejar placer o diversión, se convierte en una amenazadora exposición de dientes, en un gesto más próximo al gruñido de un animal. He visto una sonrisa así, espeluznante. Yo la he visto. Yo y todos los que hayan comprado el Elle de noviembre. Incluye un reportaje de Marina Castaño en Iria Flavia. Si puedes fijar la mirada en su sonrisa y no sentir un escalofrío, es que no eres de este mundo. No sé si nacemos destinados a sonreír o aprendemos a hacerlo, pero de lo que estoy seguro es de que hay gente que no sabe. Porque sonreír también es un arte.

Artículo publicado el 28 DE OCTUBRE DE 2007

Kurt y Courtney. Capítulo III. "Mayonesa"

En este capítulo, Kurt llega a casa y descubre a Courtney haciendo mayonesa, algo extraño en ella.



Presentación La Transversal (19-04-2010) versión extendida


Llevo toda la semana pensando que la justicia, así con mayúsculas, tiene una letra pequeña que no es que no se lea; se lee, pero no se entiende nada. Ajustándose a Derecho, la ley hace un quiebro, que ríete tú de la técnica de Messi, y de repente lo que era bueno es malísimo y lo que era malo, regularcillo. Y a nosotros se nos queda una cara de gilipollas. Algo parecido me sucede con el caso Garzón. Nadie en su sano juicio, nunca mejor dicho, podría estar en contra de una ley como la de la Memoria Histórica y, de repente, como por arte de Código Penal, aparece un magistrado y dice que investigar las desapariciones durante la Guerra Civil está muy feo, admite varias querellas por prevaricación y deja claro que todos somos iguales ante la ley, seas juez o mendigo. Claro, dicho así, hasta parece razonable pero esa es la trampa: nunca puede ser razonable que una Ley de Amnistía esté por encima de los Derechos Humanos. Si ya me pareció una broma de la Historia tener que aceptar que los crímenes de los que se alzaron contra el orden establecido sufrieran un borrón y cuenta nueva a cambio de vivir en libertad, ya ni les cuento la estupefacción que me provoca asistir al hecho de que dos organizaciones fascistas acaben sentando en el banquillo al juez que se atrevió a plantarle cara a la corrupción, al terrorismo y al narcotráfico. A los fascistas, los mismos que reniegan del sistema y miran con nostalgia al antiguo régimen, les sucede como a los terroristas: no les gusta vivir en democracia pero bien que se aprovechan de las virtudes del sistema para burlarse de nosotros que, con nuestra cara de gilipollas, les vemos hacer algo que su modelo de país nos prohibiría sin pensarlo dos veces. Eso si no nos llevan antes 'de paseíllo’, porque la única diferencia entre los fascistas y los terroristas es que los primeros te matan a la cara y los segundos, con un tiro en la nuca. En el resto, no hay tanta diferencia.

Tengo la impresión de que detrás del auto del juez Varela contra Garzón hay un problema personal, una envidia cochina, un rencor profesional, un 'vaya usted a saber'. A lo peor es que en algunos jueces también hay un punto 'vedette' y, si Garzón se ha convertido en eso que se llama un 'juez estrella' por remangarse y atreverse con tramas como la corrupción, los crímenes de estado, el narcotráfico o el terrorismo, ellos quieren un poco de ese protagonismo y claro, como la cobardía o la mediocridad no te permiten brillar con luz propia, pues lo haces tirando por tierra el trabajo de los demás. Vamos, como la stralette que aparece en DEC contando que una noche se tiró al actor de moda y que realmente no es lo que parece, que detrás de ese rostro amable y seductor se esconde un maltratador, asesino de animales y estreñido.

Ya sé que al pueblo sólo se le escucha, y se le respeta, una vez cada cuatro años, cuando hay que votar. Luego, ya podemos desgañitarnos que ellos nos tratarán con una condescendencia irritante. Pues bueno, si únicamente nos queda el derecho al pataleo, ejerzámoslo. Y no me digan que hay que respetar la decisión de la Justicia y que la Justicia es intocable porque si ya hemos demostrado que la sentencia de la minifalda, que apuntaba que el largo de una falda podía incentivar una violación, o las decisiones del juez Calamita eran intolerables, no comprendo porqué en este caso se nos recomienda que nos abstengamos de opinar.

Pero así es el Estado de Derecho y no lo cambio por nada porque tampoco conozco nada mejor. Con la ley en la mano, lo acepto aunque del mismo modo les digo que a veces no lo entiendo. La culpa es mía: ya debería haberme acostumbrado a que los buenos solo ganan en las películas.

Y no me acusen de revanchista. Mi padre murió sin saber dónde estaba el cadáver de mi abuelo, responsable de la Casa del Pueblo de Palma de Mallorca durante la República. Vinieron una noche a por él y nunca más se supo. Poder enterrarlo junto a su mujer y sus hijos no es remover la historia ni abrir heridas. Es ordenar la historia y cerrar heridas, de una vez por todas.


domingo, 18 de abril de 2010

La revolución de las 50 amigas


Posiblemente no superaba la cincuentena el número de personas que, a principios de los 60, eran habituales del estudio que fundó Andy Warhol en la calle 47 de Manhattan. Tampoco serían muchas más las que asistieron, en la Escuela de Caminos de Madrid, al concierto homenaje a Canito, el 9 de febrero de 1980. Ni llenarían un estadio todos aquellos que vieron el nacimiento, en el A Noite, de una fiesta llamada En Plan Travesti, hace siete años. Sin embargo, una alimentó un hervidero artístico, otra fue el germen de la Movida Madrileña, y la tercera se convirtió en la fiesta más moderna y frecuentada de la ciudad. Y, en los tres casos, salvando abismales distancias, no resultó mal negocio. Ante estos ejemplos, uno se aventura a pensar que las revoluciones, sociales y culturales, también pueden nacer del ocio y de la capacidad de crear divirtiéndose. Una inquietud que bastaría para movilizar a unos individuos con el objetivo de entretener a su grupo de amigos. Que luego eso se convierta en un símbolo, en un referente, en parte de la Historia, es cuestión de tiempo. Tengo la sensación de que algo así está sucediendo en Madrid con la fiesta ‘¡Qué Maravilla!’ Ya he hablado aquí de ella pero es que, con cada edición, su efecto crece como el cardado de Ketty Kauffman. Su público, autonombrado como ‘señoras’ –no olvidemos que se trata de ‘una fiesta para señoras’-, se somete a una estimulación creativa salvaje que lo abandona a una especie de karma que, coreando el nombre de la fiesta, deriva en una energía inmensurable y reciclable. Eso, que también podría conseguirse probando un LSD, aquí se logra escuchando a Isaía’s (interpretado por el actor Jorge Calvo, alma mater de la fiesta) y a su amigo Omeoprazol (el mallorquín José Martret) cantar una versión, recomendada por la DGT, de la canción Colgado en tus manos. O asistiendo a la performance melódica que, una vez al mes, la vedette Vivian Caoba (artista fija del ‘¡Qué Maravilla!’) compone cantando en directo un tema de Ana Belén –el domingo pasado se atrevió con Desde mi libertad y acabó desnuda, como una Venus de Botticelli entrada en Rubens-. O cavilando quién será la estrella invitada que asaltará por sorpresa el escenario ante la mirada desorbitada de las ‘señoras’ de todos los sexos que al día siguiente estarán irremediablemente afónicas. Porque es imposible no llevar al límite las cuerdas vocales cuando Alaska arranca a cantar Señora, de Rocío Jurado, desde el público, o cuando Chevi Muraday, Premio Nacional de Danza, baila el Gracias por venir de Lina Morgan. Como en una reinvención de la cultura queerpunk, Jorge Calvo también emplea el ‘do it yourself’ pero no para situarse al margen de la cultura popular sino para sumergirse en ella, reivindicarla desde la devoción y convertirla en un medio de expresión a través de la música y del humor. Este entretenimiento puede desconcertar a sus creadores, que son los primeros en sorprenderse de la reacción del público que, a su vez, es el principal asombrado de lo que sucede frente a él. Creo que la clave reside en la amistad y la complicidad entre unos y otros. Y poco a poco, como en todas las revoluciones, los adeptos se irán sumando. Ahora, lo difícil es aguardar la llegada del próximo ‘¡Qué Maravilla!’

sábado, 17 de abril de 2010

El arco de la humillación


Los romanos, que siempre han sido muy dados a la conmemoración, levantaron decenas de monumentos con el fin de evocar una victoria militar. Dedicado a un general triunfador, el arco se alzaba irrebatible, majestuoso, indiscutible, en un lugar privilegiado de la ciudad. Hoy, esos arcos del triunfo han ¿evolucionado? hacia una nueva construcción policial creada para sobreponerse a una derrota. Todos los aeropuertos, estaciones y puertos cuentan con uno, infranqueable si pretendes cruzarlo con un potito de bebé, una crema hidratante o unas pastillas para combatir el colon irritable. “Cada vez que me veo en esta situación juro que nunca más volveré a viajar”, se quejaba Marta, con su vida colocada en una bandeja, haciendo cola para ser inspeccionada como una sospechosa más. Me fijé en sus ojos y noté ese brillo que los ilumina cuando Marta está dispuesta a saltar sobre su presa. Desde que esta semana diferentes medios de comunicación desvelasen el anexo del reglamento de la UE que pone en evidencia la arbitrareidad, y ¿por qué no decirlo? chulería, con la que las fuerzas de seguridad afrontan su responsabilidad en los controles aeroportuarios, Marta está deseando cruzar bajo el 'arco de la humillación'. Y, por una vez, creo firmemente que mi amiga tiene más razón que un santo. Todos estamos dispuestos a sacrificar una parcela de nuestra libertad a cambio de seguridad. Pero los controles de los aeropuertos se han convertido en pequeños reinos de taifas en los que sus responsables se han tomado la justicia por su mano, han humillado a los pasajeros hasta extremos indignates y, por si eso fuera poco, se han llevado a casa interesantes cargamentos de colonias de marca, gomina, cremas y hasta vinos -los tránsitos son la principal trampa en estos casos- requisados a los pasajeros. Lo más pernicioso de todo esto es que el ocultismo comunitario sólo ha servido para dejar más indefenso al usuario ya que ni siquiera sabía que podía reclamar. ¿Cómo acogerse a una norma si resulta que es secreta? “Señorita, ¿puede quitarse las botas, colocarlas en una bandeja y pasarlas por el scanner?”, le indicó el de seguridad a Marta. “Tranquila, tranquila, cuenta hasta diez...”, le susurré al oído. Pero ya era demasiado tarde. “Nada indica en la norma comunitaria que usted pueda obligarme a desprenderme de mis zapatos. Mi obligación es poner a su disposición abrigos y chaquetas. Hacerme cruzar el arco descalza es un abuso de autoridad por su parte y una vejación. ¿Sabe por dónde me paso yo su chulería? ¡Por el arco del triunfo!”, contestó Marta. Ya es la tercera vez que perdemos un avión por esa causa. Pero mejor perder un avión de pie que viajar arrodillados.


viernes, 16 de abril de 2010

El cerebro gay



Una mañana vulnerable le conté a mi amiga Marta que me tranquilizaba despertar y saber que había gente que velaba por nosotros. Personas que trabajaban para hacernos la vida más segura, más fácil y más completa. “Comprendo”, apuntó Marta. “Quieres decir que te relaja saber que mientras duermes, hay unos científicos estudiando si la homosexualidad tiene algún sustrato biológico para poder reabrir la puerta de la curación”. La conozco desde hace años; estos requiebros suyos debería tenerlos interiorizados y asumidos, pero no es así. “¿Se puede saber de qué coño estás hablando?”, escupí. Marta me contó que un equipo de investigadores suecos había comprobado, otra vez, diferencias entre el ‘cerebro homosexual’ y el ‘hetero’. Para ser más exactos, el de los gays está feminizado, o sea, se asemeja al de las mujeres heterosexuales, y el de las lesbianas, masculinizado. “¿Ese estudio ayudará a mejorar mi calidad de vida en el caso de sufrir un derrame cerebral?”, pregunté. “No”, contestó Marta. “Entonces, ¿por qué no estudiar también el de los líderes eclesiásticos, o el de los fachas, o el de los batasunos? A mí me parece que puede aportar datos infinitamente más interesantes para la convivencia”, apunté, claramente empujado al abismo de la polémica por mi amiga. No comprendo que a estas alturas de los tiempos y los logros sociales, todavía haya investigadores en el primer mundo preocupados por si el homosexual nace o se hace. Dudo de la responsabilidad estrictamente fisiológica de este tipo de estudios y nunca sé si esconden inquietudes más dañinas; si el doctor Frankenstein está agazapado esperando su regreso a escena, con varios electrodos en las manos. Puede que exagere, no lo niego, pero estoy seguro de lo tortuoso y complejo del camino para detenerme un solo instante en cualquier teoría que vuelva a abrir brechas superadas por el tiempo, las relaciones humanas y el sentido común. “¿Sabías que el estudio también ha comprobado que gays y lesbianas procesan los olores de manera distinta?”, dijo Marta. Y me acordé de aquella señora del PP que dijo en una ocasión: “Yo respeto mucho a los gays. Tengo muchos amigos que lo son. Me encantan. Además, huelen tan bien”. Cada día se me ocurren cerebros más interesantes que estudiar...

La película de catástrofes


“Supuestamente, debería comprender a mis contemporáneos. Y te juro por Dior que lo intento. De verdad que lo intento pero...no hay manera”, me decía Marta mientras paseábamos el carrito vacío por los pasillos de un supermercado prácticamente desabastecido. “Tranquila”, apunté. “Si no hay berenjenas y tampoco hay calabacines, pues no hacemos tumbet. Yo me conformo con unos filetitos de pollo”, añadí, mientras pasábamos frente a la desoladora imagen de un estante lleno de cajas pero sin rastro de fruta. “Han acabado con la carne. Tampoco hay pescado. Si quieres compro siete latas de espárragos blancos. No sé si te quitarán el apetito pero mear...vas a mear como el Manneken Pis”, añadió Marta. Y a la tercera vuelta por el supermercado, con un envase de caldo de pollo en el carro, noté cómo la cabeza de Marta iniciaba una rotación digna de exorcismo. “¡La culpa es del cine americano!”, gritó, asustando a un ancianita que pasaba por su lado. “La gente ha visto mucha película de catástrofes y, ante la contrariedad, tiene una reacción inconsciente que les empuja a atrincherarse con la nevera llena, que digo yo, ¿para qué quieres cuarenta kilos de arroz si te han invadido los extraterrestres?” “No chilles”, pronuncié entre dientes. “¡No estoy gritando! ¡Es el eco, que como todo el supermercado está vacío, devuelve el sonido y parece que estoy histérica pero no lo estoy! ¡Puedo morir de hambre porque los habitantes de esta ciudad se han vuelto locos pero ese no es motivo para ponerse a gritar como una loca, ¿verdad?!”, gritó. Sonreí, como para fingir que se trataba de una cámara oculta pero no coló; la gente se alejó de nosotros como si tuviésemos la peste. “¡En lugar de acumular alimentos y cortar carreteras, más valdría que se fueran a manifestar frente a las sedes de las grandes petroleras, que encima están haciendo su agosto!”, continuó. Al final, opté por sentarla dentro del carrito y sacarla del súper ante la mirada incrédula de la clientela. Eso sí, mientras salíamos de allí, no dejó de gritar en ningún momento.

jueves, 15 de abril de 2010

"Invisible Light"

Scissor-Stones



Aún hay que esperar un poco para disfrutar, íntegramente, del nuevo disco de las Scissor Sisters, Night Work. De momento, lo único que podemos escuchar es este Invisible Light y lo que será la cubierta del disco. Ya tenemos una contra perfecta para el Sticky Fingers de los Rolling. El 'paquete' era del indescriptible Joe Dallesandro. Aún no sé si el culo de la portada de los Scissor es de Jake Shears.

El 'coach' del amor



Marta y yo estábamos esperando a Encarna en el café Mon. Habíamos sacado entradas para ver Las chicas de la lencería y nos tomábamos un ‘algo’ junto al ventanal que enmarca la puerta del cine. Entonces fue cuando sucedió todo. Vimos cómo Encarna se despedía de un joven moreno, de pelo rizado y notable atractivo, que besaba su mejilla con una seductora sensibilidad. Ante nuestro asombro, Encarna caminó hasta el café, nos localizó entre la clientela, avanzó hasta nosotros, se sentó y sonrió. “Parece que empieza a hacer bueno, ¿verdad”, dijo. Fuera, la lluvia no dejaba de caer. Pidió un té muy caliente y se puso a hablar de una crítica que había leído de la película que a nosotros hacía como veinte minutos que había dejado de interesarnos. Lo único que queríamos saber es quién era ese chico. Así que mientras Encarna decía no se qué de Suiza y el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, Marta interrumpió: “¿Nos vas a decir quién era ese tío o vamos a tener que inventárnoslo?”. Encarna nos contó que se trataba de su ‘coach’ emocional, un entrenador de la vida amorosa. “Es lo último en Estados Unidos. Con dos citas ya evalúa tus necesidades y tus carencias, te hace una tabla, y ¡venga, a practicar habilidades sociales!” “¿Te lo tiras?”, preguntó Marta, con tono fiscal. “No seas ordinaria”, recriminó Encarna. “Es mi entrenador personal, como el que tienes en el gimnasio. ¿Acaso te tiras tú al tuyo?”. “Porque no se deja”, asintió Marta. “Es mucho mejor que una agencia matrimonial porque me ayuda a encontrar el amor pero me obliga a hacer todo el trabajo. No sé si me explico”, apuntó Encarna. Marta y yo negamos con la cabeza. “Es como si yo levantase las pesas pero él me guiase para que no me lastimase”, añadió. “Cariño, date por jodida”, atacó Marta. “Y no precisamente en el mejor sentido de la palabra”, sumó. “Te has enamorado de tu entrenador y eso es lo peor que te puede pasar. Bueno, eso y depilarte las axilas en un salón de belleza regentado por chinos”. “No lo entiendes. Él se dedica a ayudar a los torpes, tímidos y estresados a encontrar el amor”, levantó la voz Encarna. “¿Para qué quieres a un tipo que cobra a torpes, tímidos y estresados por emparejarse con otros torpes, tímidos y estresados?”, contraatacó Marta. Esa tarde no fuimos al cine. Acabamos en urgencias, con la mano de Marta quemada por culpa de un té caliente que Encarna dejó caer por casualidad.

miércoles, 14 de abril de 2010

Fragmentos






"Como todos los escritores mediocres, las novelas de los demás no me satisfacen nunca. Siempre existe en ellas un elemento que me irrita soberanamente. Toda obra novelesca es insoportable, sobre todo su final. Desde mi época de instituto, aborrezco lo que se me antoja la cobardía fundamental de los autores. Crean un personaje que se posesiona de ellos, los inspira, los fascina, los tortura, y cuanto más se acercan al final, más necesidad sienten de deshacerse de él como de una amante demasiado perspicaz o un amigo demasiado exigente, creyendo recobrar así su miserable libertad"

("Enigma", Antoni Casas Ros)

¿Hemos dejado de ser románticos?




Esa fue la pregunta. Y encima, en la misma semana que celebrábamos
San Valentín. Fue como esas preguntas trascendentes, que llegan encaramadas por un asterisco, como avisándonos de esa nota explicativa a pie de página que tiene que aportar algo a la propia incógnita para así diferenciarla del resto y hacer más compleja su respuesta. Era una pregunta de vida o muerte; porque pensar que uno ha perdido su capacidad de romanticismo es una manera de marchitarse. Y todo por culpa de Joe Wright y su película, Expiación. Mejor película en los Globos de Oro 2008 y en los premios BAFTA; siete nominaciones al Oscar, incluida mejor filme y mejor guión (Christopher Hamptom, un referente para cualquier guionista desde Las amistades peligrosas), y un número uno en taquilla. Un palmarés dorado para esta cinta basada en la novela del mismo título de Ian McEwan (para muchos superior a Sábado) y que narra una historia de amor eterno marcada por una mentira y un error infantil. Una aventura romántica que...a mí me importó un pimiento. Los premios, las recomendaciones de los amigos y conocidos, y las críticas me empujaron al cine. Y a la salida, caminando como un tipo extraño que había comprobado que su capacidad de emoción estaba bajo mínimos, descargada como una batería vieja, solo pude preguntarme: “¿Y si he dejado de ser romántico?” Confieso que la película empieza estupendamente pero a partir del primer acto, aquello se convierte en otra historia que me interesa tanto como la carrera musical de Sonia Monroy. Y los espectadores ensalzaban la obra, se reconocían conmovidos, y yo, nada. No sé si el romántico nace o se hace pero, en mi caso, se deshace. Porque lloré como un bendito viendo West Side Story, y Love Story y todas las ‘storys’ de amor truncado. “Eso no significa que hayas dejado de ser romántico”, me consoló Marta. “Significa que has dejado de ser cursi”. Ahora me siento mucho mejor, pensé. Desde ese día, llamo a la película de Wright, Exfoliación, porque me ayudó a eliminar las células muertas de mi emoción a base de una acción química o física. Es como el Frenadol, que no te gusta, pero ayuda.


Este artículo se publicó el 16 DE FEBRERO DE 2008

martes, 13 de abril de 2010

No soporto a Carrie



“Estas cosas son así”, diagnosticó Marta. “Todo parece normal hasta que un día algo en tu cabeza hace ‘click’ y cambia”. No sé si Marta estaba describiendo un indicio de locura o realmente escuchaba mi dilema. Le había contado que tras años de afición a “Sexo en Nueva York”, tras adquirir las seis temporadas en DVD, tras hacer sesiones en casa de las amigas para disfrutarla y después de recomendarla a todo el mundo –excepto a varones heterosexuales-, ha llegado el día en el que necesito decir esto: no soporto a Carrie Bradshaw. Fue así, de repente, como siempre suceden estas cosas. Había oído que un fan era lo más infiel del mundo pero nunca creí que me sucedería a mí. El caso es que la misma protagonista que había inventado una nueva manera de contar historias de mujeres en la pantalla se me antojaba ahora un personaje inaguantable, remilgado, cursi, insustancial y, lo peor de todo, tremendamente convencional. “¿No crees que a mi edad ya debería tener las cosas más claras y no cambiar de opinión de un modo tan radical en un plazo de cinco años?”, pregunté confuso. “Cariño, bienvenido a la madurez, la única edad de la persona en la que los principios se convierten en incertidumbres”, contestó ella. “No sé si la culpa la tiene la película, que me pareció una ñoñez sin un ápice de ironía, o la propia Sarah Jessica Parker, que se ha creído tanto el personaje que parece estar interpretándolo sin descanso. Como Bela Lugosi pero, en vez de ataúd, con Manolos. Y justo ahora que no la soporto, la HBO y la Warner deciden rodar la secuela del filme y, para más colmo, una precuela adolescente contando cómo se conocieron las cuatro amigas. “Las amigas me veréis como un ex fumador, que es más intolerante con el humo que el tipo que no ha fumado nunca”, expliqué. “Estamos acostumbradas. No es la primera vez que te pasa eso”, me recordó Marta. “¿Recuerdas que te compraste el primer disco de La Oreja de Van Gogh?”. Me puse colorado sólo de oírlo mencionar. “Te costó un segundo disco darte cuenta que escucharlo provocaba ataque de diabetes”. Es difícil asumir que tus amigos te conocen mejor que tú mismo. Creo que voy a regalarme un viaje a Delfos, a ver si se me pega algo.

lunes, 12 de abril de 2010

El complejo zurdo


“Increíble”, expresó Marta con toda la solemnidad que era capaz de manifestar en ese momento. Y colgó el móvil. “¿Te acuerdas de mi primo Fernando, el hijo de mi tía Carmen?”, preguntó. “¿El que tiene el record de carreras universitarias comenzadas y no acabadas?”, añadí. “El mismo. Pues ahora ha decidido empezar Filología Portuguesa, unos cursos más que añadir a los que ya inició de Investigación y Técnicas de Mercado, Turismo, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Psicología, Humanidades, Filología Eslava y Documentación”, dijo Marta. “Para mí que tu primo está algo perdido”, apunté. “Pues va a cumplir 37 años, que digo yo que ya ha tenido tiempo de encontrarse. La culpa de todo la tienen mis tíos y su política de la subvención”, sentenció ella. Marta cree que uno de los principales problemas de este país se llama subvención. “Mi primo ya ha adoptado el rol de artista subvencionado y como sabe que el dinero no sale de su bolsillo, que va a fondo perdido, se ha establecido en la comodidad. Mis tíos están actuando como un Estado que se cree mecenas. Y no estoy en contra de eso. Estoy en contra del procedimiento”, dijo. “Cariño, pareces Boadella”, comenté. Y, tras ignorarme, aseguró que hay algo peor que el vasallaje que podría generar una política de subvenciones. “Alimenta una red de especuladores que levantan su chiringuito a base de dinero público y cuando, por suerte, se les corta el grifo, alzan la voz contra un Estado que no apoya a sus creadores. ¡Estoy harta de que con mis impuestos se paguen desfiles de moda a diseñadores millonarios!”, soltó. “¿Y eso que tiene que ver con tu primo Fernando?”, pregunté. Pero Marta ya estaba ‘cegá’. “Subvencionar al que empieza es importante. Subvencionar el que lleva toda la vida fingiendo que empieza, no”, dijo. “Por ejemplo, ¿tú crees que Almodóvar necesita subvención? Ya te contesto yo: no. Hay que cambiar el procedimiento o esto acabará siendo el desmadre que ya es”. Y cuando se detuvo para tomar aire, aproveché para insinuarle que su razonamiento tenía una gran parte de verdad y un contradictorio tufillo facha. “Esa es la cuestión: nuestro complejo zurdo, que a veces, para que no nos confundan con la derecha, nos hace comulgar con unas ruedas de molino…”

domingo, 11 de abril de 2010

Los cómplices

La ilusión es el concepto más efímero que existe. Se sacia rápidamente y vuelve a dejar un extraño vacío en la mirada del esperanzado. Les confieso que inicié la semana recibiendo una buena noticia que revolucionó mi ánimo y, como si todo yo fuera un vaporizador que hay que agitar antes de usar, empecé a experimentar con la alegría, con la satisfacción, con el orgullo y con la emoción como si fueran protones en un acelerador de partículas. “Para que la semana sea perfecta” –pensé- “sólo necesito ver a Jaume Matas entrando en la cárcel”. No hace falta que les expliqué de qué color era mi mirada el miércoles pasado. En lo que restó de semana, pensé mucho –tengo la cabeza como un Dragon Khan- en Acusados, la película de Jonathan Kaplan que le valió su primer Oscar a Jodie Foster. La cinta no es gran cosa pero planteaba dos cuestiones: cuáles son los límites de la justicia y hasta dónde llega la responsabilidad de la sociedad, o parte de ella, frente al delito. En la ficción, si mal no recuerdo basada en un hecho real, una abogada lograba que se condenase a los responsables de un delito pero también a los que asistieron, con su pasividad, al abuso y no impidieron que se ejecutase. Con esa idea en la cabeza me pregunté si las personas o entidades que prestasen el dinero a Matas para que eludiera la cárcel podrían ser consideradas “moralmente” cómplices. Hoy, que ya sabemos que el dinero llegó del Banco de Valencia, pienso, firmemente, que sí. Sé que los bancos no preguntan de dónde viene el dinero que ingresan, ni si está manchado de rojo, verde o azul. Normal, en eso se basa su negocio. Los millones pueden llegar del narcotráfico o de los derechos de autor que ellos…discreción absoluta y Visa Platino para el cliente. Pero en el caso del Banco de Valencia, filial de Bancaja, además de intentar en un principio cargarle también el mochuelo a la Caja de Arquitectos, me gustaría saber si concede créditos a todos los imputados de 12 delitos o sólo a éste. De hecho, me interesaría conocer a cuantas familias de clase media les ha denegado, ese mismo banco, un crédito en lo que va de año. Creo que esa entidad bancaria, que ha prestado el dinero de sus clientes para evitarle la cárcel a un amigo del director, es, de alguna manera, cómplice. Y más, después de conocer algunos párrafos del auto del juez Castro. Yo, si tuviera cuenta en ese banco, la cancelaría sin remordimientos. Ojalá sus clientes lo hicieran mañana mismo, como en aquella entrañable secuencia de Mary Poppins que utilizo en este incómodo artículo para desengrasar un poco porque si no... Es difícil mantener la ilusión cuando uno comprueba que el rico y el poderoso sigue privándose de la cárcel y que nada de esa justicia real ha cambiado desde los tiempos de Abraham Lincoln. Que hay delitos de clase A y de clase B, lo intuía; pero que uno se pueda librar de la cárcel avalando la fianza con “garantías reales y personales” obtenidas de un modo poco transparente, les juro que me supera. ¡¡Y encima pretende que le tengamos lástima!! Que nos compadezcamos de él porque se ha quedado en paro. Debe ser el único parado que se gasta 375 euros en una escobilla de váter, modelo Lulú, que encima es mala porque ni siquiera sirve para limpiar la mierda. Hay que ser hortera. Al menos eso le equipara con la clase política marbellí. Quizá ahora, que tendrá que convertirse en un ‘profesional liberal’, como Two Yupa, sea un buen momento para hacerse un Sálvame de Luxe, mano a mano, con Julián Muñoz. Menos mal que la ilusión, como la batería del móvil, es recargable. Sigo pensando en la buena noticia que iluminó el principio de la semana y recobro la energía. Me cuentan que si el fiscal hubiera pedido cárcel sin fianza, el juez la hubiera aceptado. ¡Uff, tengo que quitarme esta idea de la cabeza!


Publicado hoy en Diario de Mallorca

Las aventuras de Enrique y Ana

Esta era la trama, por decir algo, del capítulo 29 del serial radiofónico más transversal de la historia. Ya vamos por el capítulo 92. Habrá que hacer un especial cuando lleguemos al 100, ¿no?


sábado, 10 de abril de 2010

Cara de promiscuo


Quiero que sepáis que le he dicho a mi amiga Marta que deje de leer todo lo que cae en sus manos porque tanta información nos está haciendo la vida imposible. En una ocasión llegamos a la conclusión de que la ignorancia nos hacía felices. Sin embargo nos dimos cuenta de lo lejos que estaba esa ansiada felicidad cuando descubrimos nuestra incapacidad para desdeñar un periódico sin tan siquiera abrirlo. Pues todo este rollo, a modo de introducción, nos conduce hacia aquella tarde, no hace mucho, en la que Encarna, Marta y yo quedamos para tomar una cerveza. En el bar, un chico majete, de aspecto deportivo, físico saludable y sonrisa embaucadora, se acercó a Encarna y conversó con ella durante unos minutos, mientras Marta y yo ocupábamos un discreto, y voluntario, segundo plano. El muchacho se disculpó para ir al aseo y Encarna, visiblemente emocionada, se acercó a nosotros. “Por favor, ¡es guapísimo!”, dijo con la expresión de una adolescente que acaba de ver a su ídolo en persona. “Y parece inteligente, me ha hablado de libros. No conocía ni uno pero me da buena vibración”, añadió. “Pues yo que tú volvía a la vieja vibración que guardas en la mesilla. Y si no es así deberías hacerlo. Luego te recomiendo marcas y una sex shop muy buena. Si dices que vas de mi parte te harán descuento”, soltó Marta. “No me mires como si estuviera loca. Lo hago por tu bien. Ese tío es promiscuo”, apuntó. Encarna y yo la miramos buscando respuestas y razones. “Tiene la mandíbula cuadrada, la nariz grande y los ojos pequeños; o sea, promiscuo. Lo he leído en la prensa. Se trata de un estudio de las universidades británicas de Durham, Aberdeen y St. Andrews que determinan que la promiscuidad se lee en el rostro y los hombres con facciones muy masculinas son más proclives a buscar relaciones sexuales a corto plazo. Y ese que hablaba contigo es más guarrete que un bocadillo de pelos, con eso te lo digo todo”. Cuando el chico regresó del baño se encontró a Encarna llorando desconsolada, a Marta con un ojo medio morado y aplacada por un grupo de hombres que impedían el contraataque, y a mí buscando, en el reflejo de los cristales de la puerta del bar, si mis facciones eran anchas o más bien de las de ‘para toda la vida’. Ni qué decir tiene que esa noche Encarna volvió a dormir sola.

viernes, 9 de abril de 2010

Simpatía por las ratas

No puedo con ellos. La simple idea de imaginármelos correteando a un metro de distancia me parece nauseabundo. Me refiero a las ratas y ratones, a los millones de roedores que antaño habitaban en el subsuelo y que, dado lo prolífico de su especie (se reproducen entre una y trece veces al año), están empezando a pasearse por nuestro hábitat con una tranquilidad aterradora. Precisamente acabo de terminar un libro protagonizado por uno de esos bichos: Firmin. La novela, escrita por Sam Savage, cuenta la historia de una rata conmovedora y hasta divertida que se alimenta de libros y que, a medida que avanza la historia, va descubriendo cómo su emoción y sus miedos se vuelven humanos. Una lectura en la que he tenido que hacer grandes esfuerzos por no imaginarme al mamífero protagonista en el salón de mi casa, delante de un libro, devorando sus páginas. El universo de la ficción y los roedores son los responsables de una de las primeras decepciones del ser humano. Mickey Mouse, Speedy González, Pixie y Dixie, Stuart Little,...son roedores encantadores que iluminan nuestra infancia. De pequeños, todos hemos adoptado un hamster porque era lo más parecido al ratoncito del cuento mientras nuestra madre gritaba: “Qué asco. ¡Quítame ese bicho de delante!” Y pensabas que tu obligación era estar al lado de esa criatura marginal hasta que un día descubrías que ese ser amable de las películas y los tebeos realmente era una amenaza para la salud. Después te enterabas de lo de los Reyes Magos y ya no había terapia que te salvase. Reconozco el mérito del autor. Convertir en figuras simpáticas y entretenidas a esa categoría de bichos es un desafío. Leer este tipo de novelas o enfrentarme a ese modelo de protagonistas resulta toda una terapia para mi fobia aunque confieso que no he notado evolución alguna en mi tolerancia hacia el mundo rata. Como cuando me senté a ver Ratatouile y llegó la secuencia de la cocina llena de ratas. Pensé que si el filme de Disney se hubiera rodado con personajes reales estaríamos ante una película de terror apocalíptico. Me acordé del restaurante ‘Serendipity 3’ de Manhattan, el mismo que se jactaba de tener en la carta el postre más caro del mundo (25.000 dólares), y que fue clausurado al detectarse la presencia de ratas en el local. Creo que voy a demandar a Disney por engaño y manipulación a la infancia. Por cierto, Firmin es muy recomendable. Contradicciones humanas.

jueves, 8 de abril de 2010

La etiqueta

Marta llegó a casa con una bolsa de razones contra la ropa de firma. Según ella, las marcas tienen unas etiquetas que parecen libros de instrucciones. “Que si un triángulo tachado, que si un círculo tachado, que si la cuadratura del círculo tachada,...”, decía moviendo los ojos como si fuera Marujita Díaz cantando aquello de la tarántula dañina. Para mi amiga, una buena ropa necesita unos cuidados de limpieza que son incompatibles con la vida moderna. “Mira esta camiseta”, dijo, mostrándome la prenda como si estuviera intentando venderla en un mercadillo. “Te leo la etiqueta que, por supuesto, está llena de símbolos tachados...’Lavar a mano’. Primera incomodidad. ‘Después de lavar, estirar la prenda en horizontal’. Segunda puñeta. ¿Dónde coño estiro yo una prenda encharcada? ¿Me lo explicas tú?”, preguntó, como si yo fuera Hugo Boss. “¿Y la limpieza en seco?”, apunté, ingenuo de mí. Marta soltó una carcajada de loca y contraatacó. “Eso de que la limpieza en seco era cosa de pijas debió ser en los noventa. Ahora, nada exclusivo se puede limpiar en seco. ¡¡Y la secadora!! De eso mejor no hablamos. ¡Eso es la peste!”, añadió. Tomó aire y continuó, sin dejar de sacar prendas de la bolsa. “¿Hay que lavar la camisa a mano? Yo lo hago pero, ¿cómo se centrifuga a mano? ¿Engancho la camisa por una manga y me pongo a agitarla como si fuera un concurso de doma y lazo? Y de paso dejo las paredes de mi casa superhidratadas, como si fuera las cuevas de Artá. Al final no te queda más remedio que escurrir y escurrir en el lavabo del baño, que no te quiero contar la que te espera a la hora de la plancha como la camisa en cuestión sea de arruga difícil. Pero por mucho que escurras, siempre queda una humedad que gotea. ¿Y dónde acabas colgando la blusa? Exacto, en la ducha. Lo más antiglamouroso del mundo. Y a eso nos empujan las firmas, que no saben hacer diseño con acrílicos”. Creo que se calló porque se estaba ahogando. Esa misma tarde acabé en Zara y H&M, donde Marta se compró siete camisetas de esas que aunque la secadora se las coma, por lo menos no sentirá que se le va la vida con ellas.


martes, 6 de abril de 2010

¡Vete a vivir al campo!




ERA AGOSTO CUANDO ESCRIBÍ ESTO...

La semana pasada el barrio de La Latina, en Madrid, celebró las populares Fiestas de la Virgen de la Paloma. Concursos de chotis, barras en la calle, tapas, y conciertos de Rosendo, Tam Tam Go, Taxi y Los Limones, entre otras muchas cosas. Pues bien, las fiestas habían empezado el miércoles, duraban hasta el domingo, y el viernes, los vecinos de la zona, empezaron a quejarse del ruido. Por una parte me tranquilizó que el concepto de ‘ciudadano intransigente’ no fuera patrimonio de Palma de Mallorca pero, acto seguido, me invadió la rabia. Creo que es disparatado que la gente que vivimos en el centro de la ciudad reclamemos exactamente la misma calidad de vida, y de silencio, que tendríamos en pleno campo. Muchos amigos me cuentan que este año, para una vez que el colectivo gay de las Islas organizó un acto del Orgullo divertido y concurrido, en una espaciosa plaza de la zona de Gomila, los vecinos no tardaron en quejarse por el ruido. Pero, ¿qué no está pasando? ¿De verdad alguien cree que el ayuntamiento de Pamplona haría caso a una decena de vecinos que se quejaran del ruido y la suciedad de sus calles durante San Fermín? ¿Creen que se plantearían llevárselo al extrarradio? ¿Y con las Fallas? Pienso que los habitantes de las ciudades se han olvidado que hay que pagar un precio real, y otro simbólico, por vivir en Las Vistillas en Madrid, en Gomila en Palma o en la calle Estafeta en Pamplona. Y si no puede dormir una vez al año porque en la plaza Gomila se celebra el Orgullo Gay, ¡pues se aguanta señor!, como me aguanto yo cuando pasa la procesión del Jueves Santo por mi calle o se celebra la Nochevieja en la Puerta del Sol. De lo contrario, se va usted a vivir en medio del campo, verá como allí no le molesta nada ni nadie. Otra cosa es la suciedad que siempre resulta de una concentración humana pero eso es responsabilidad del servicio de limpieza del ayuntamiento que tiene que actuar inmediatamente después de finalizada la fiesta. Vamos, que desde aquí reivindico la creación de un comando cultural que devuelva la ciudad a la gente que quiere vivirla y disfrutarla. Estamos construyendo ciudades clónicas, de catálogo, cascos urbanos que parecen Marina D’Or, lugares muertos en vida en los que va a resultar imposible celebrar nada, como se ha hecho toda la vida, porque algunos vecinos reivindican la tranquilidad que tendrían en un barrio periférico o, como ya he dicho, en pleno campo. Y eso que no me parece mal que la gente se queje. Me gusta una sociedad crítica y reivindicativa, pero con sentido común y sin acorralar el ocio. Ojalá toda esa energía por la reclamación se pudiera canalizar contra la burocracia administrativa, contra el abuso de las empresas de telefonía móvil e Internet o contra los avales bancarios que exigen los propietarios que buscan inquilinos para su piso. Contra eso hay que luchar y no contra un grupo de personas que, una vez al año, celebran sus fiestas. Creo que me ha subido la tensión. Me voy a dar una vuelta por el barrio, a ver si se me pasa.


HACE UNA SEMANA ESTÁBAMOS CELEBRANDO UN CUMPLEAÑOS EN CASA Y A LAS 23.30 DE LA NOCHE, EL VECINO DE ARRIBA BAJÓ, APORREANDO LA PUERTA, INDIGNADÍSIMO PORQUE "ESTO ES UNA COMUNIDAD, NO UN CLUB". DESDE QUE HABITO EN ESTA VIVIENDA ERA LA PRIMERA VEZ QUE CELEBRABA UN CUMPLEAÑOS. NI SIQUIERA HICIMOS INAUGURACIÓN DE PISO. PASAMOS CASI TODO EL DÍA FUERA DE CASA Y, EN MUCHOS CASOS, INCLUSO TODO EL FIN DE SEMANA. NO COMPRENDO PORQUÉ 'VIVIR EN COMUNIDAD' SIEMPRE TIENE QUE SIGNIFICAR REPRESIÓN Y PROHIBICIÓN Y NUNCA TOLERANCIA...ESE CLÁSICO 'HOY POR TI, MAÑANA POR MÍ'. NO LO ENTIENDO. SI POR LO MENOS HUBIERA SIDO FLANDERS...



lunes, 5 de abril de 2010

Carta Blanca

Cuando me decían aquello de que poner en marcha un proyecto (ya fuera de teatro, radio o televisión) era como un parto intelectual e imaginativo, yo siempre relacionaba la comparación con el esfuerzo y, en ocasiones, sufrimiento que conlleva poner en marcha una idea, encontrar una buena comadrona que te entienda, educar unas ilusiones difuminadas por la nebulosa de la ficción y convertirlas en programas de provecho, hechos y derechos. Ahora, con la serenidad que da el paso del tiempo, me doy cuenta que el parecido entre dar a luz un ser humano o un proyecto también tiene que ver con lo orgulloso que estés de él, con la sensación de haber cumplido con un proceso creativo que si bien no lo ha transformado en lo que soñabas, sí ha logrado que se parezca, en gran parte, a lo que imaginaste. Santiago Tabernero fue la madre y el padre de Carta Blanca, posiblemente uno de los mejores programas de televisión de los últimos años. Y junto a él, un equipo creativo que asistió quirúrgicamente al proyecto hasta convertirlo en el referente de televisión de calidad que es hoy. Lara López, Borja Echeverría, Luis Campoy, María Carrión, Iñigo Rotaeche y Nacho Piedra contribuyeron a que el parto se vea, en la actualidad, con satisfacción y dignidad. Tuve la suerte de formar parte de ese equipo durante 2006 -el programa, por inexplicables razonamientos de la televisión pública de aquel entonces, y de siempre, sólo se mantuvo en antena una temporada, con índices de audiencia que únicamente podría justificar una televisión pública- y en ese espacio de tiempo le dimos Carta Blanca a diferentes creadores, de distintos campos, para que diseñasen su propio programa de televisión. Por un agradecido y espectacular decorado -que luego la propia cadena ha copiado hasta la saciedad (Balas de Plata, En Noches como Esta)- pasaron nombres como los de Alaska, Elvira Lindo, Alejandro Jodorowski, Juan Tamariz, Rafael Amargo, Ray Loriga, Sergi Arola, Isabel Coixet, David Trueba, Antonio Escohotado, Lucía Etxebarría, Amparanoia y La Terremoto de Alcorcón. Eso sin contar los invitados que cada uno de ellos, con nuestra colaboración, atrajo hasta allí: desde Guillermo del Toro a John Carlin, pasando por Beatriz Preciado, Amaya Arzuaga, Benedetta Tagliabue, John Berger, Bebe, Ana María Matute, Enrique Vila-Matas, Carles Congost, Sabrina Sabrok, Alberto García Alix, Manuel Toledano, Laura García Lorca o Miguel Poveda, entre otros. Recuerdo que algunos nombres con los que contactamos para ofrecerles una Carta Blanca, o invitarles al programa de alguno de los seleccionados, rechazaron la invitación. Todos con una buena razón que siempre era el exceso de trabajo. Pero los que finalmente dijeron que sí, esos aportaron su granito de arena a este programa que, no lo digo yo, lo dijeron los críticos de televisión, era uno de los mejores formatos de la década pasada.
Y ahora les dejo con los autorretratos que encabezaban el programa. Los guionistas, tras mucho hablar con los presentadores, escribíamos un texto que describía a los personajes en base a sus filias y fobias que luego ellos locutaban. Era casi un homenaje al "Me gusta/No me gusta" de Roland Barthes y al cortometraje Foutaises (Insignificancias) de Jean Pierre Jeunet. Y Nacho Piedra le añadía las imágenes transformándolo en esta pequeña joya que podéis ver a continuación:

Soñar con el día en que el Coyote atrape al Correcaminos


Los bancos son como el Correcaminos. ¿Se acuerdan? No importa lo que hiciera el Coyote para intentar atraparlo, él siempre salía victorioso. Los banqueros, después de amortizar la crisis con una ayuda gubernamental de 50.000 millones de euros (no lo olviden nunca, que la memoria es muy traicionera) y de continuar negando el crédito, han logrado que, amparados por la polémica de las prestaciones, vuelva a hablarse de los fondos de pensiones marca ACME. Aunque nos lo vendan como una balsa de troncos en la inmensidad revuelta del mar, todos sabemos que, en el fondo, significa que vuelve a ganar el Correcaminos y que al Coyote le aplasta una roca, otra vez. Hubo un estudio, hace bastantes años, llamadoRentabilidad de los Fondos de Pensiones en España 1991-2007 –eso es un título seductor y no los de Ruíz Zafón-, que dejaba en evidencia la rentabilidad de este tipo de productos frente a la inflación, los bonos del Estado y la bolsa española. O sea, escasos beneficios pero, eso sí, elevadas comisiones. El puto Correcaminos. Aquí lo que importa es tener propiedades, no fondos de pensiones. Miren el caso de Sara Montiel. Arruinada y sin pensión. Pero ella está tan tranquila, con las razonables crisis de angustia que provocan que tu administrador, tras 19 años de buena relación, se fuge con tu dinero, porque le quedan propiedades. Pienso que esto confirma dos cosas: uno/ que nunca hay que fiarse de alguien que ha estudiado con números; y dos/ que al mal tiempo, maquíllate la cara. Como si fuera la gran Maruja Mallo, Sara Montiel celebró su 82 cumpleaños en la sala Alegoría, que ya tiene coña el nombre. No es lista Sara ni ná. Cuentan que Pepe Tous le advirtió de eso antes de morir. O sea, que el administrador debía llevar escrita la palabra ‘estafador’ en la cara y eso, a un mallorquín, no se le pasa por alto. Aunque luego les den cargos públicos y les voten en las elecciones. Una cosa a favor del administrador; diecinueve años preparando el golpe le aportan a este individuo un perfil estupendo para acabar siendo Correcaminos. Casi prefiero que el Gobierno ayude antes a Sara Montiel que a Emilio Botín o Isidro Fainé. Por lo menos Sara nos aporta grandes momentos para la historia como ese “pero ¿qué invento es esto?” o el videoclip de Absolutamente con Fangoria. Me hace más gracia ella, con todo lo trilera que pueda llegar a ser, que Isabel Pantoja. La folclórica no debe ver con buenos ojos el guión de tv movie –o movie of the week, que dicen los americanos- que está preparando Telecinco sobre su persona. Y menos con el título provisional que tiene el proyecto: “Donde la ambición me lleve”. Eso sí, abstenerse morbosos. Al parecer, en el primer guión ni aparece María del Monte. ¿María del Monte será Coyote o Correcaminos? Ni lo sé ni creo que me importe. Lo único que tengo claro es que los que nacemos Coyote empezamos a estar agotados de que los productos ACME funcionen tan mal y de que la garantía no sirva para nada. Tal vez tendría que presentar este artículo en una ventanilla de Consumo.