sábado, 3 de abril de 2010

Capas de cebolla



Se titula Sonata de invierno y, aunque te pueda sonar a Bergman o Rohmer, es una telenovela coreana sobre amor adolescente. Este éxito de la televisión oriental cuenta la historia, y lo lleva haciendo desde 2002, de Jung Sang y Joo-Ying, un chico y una chica que se conocen en el colegio y caen perdídamente enamorados el uno del otro. Pero como el destino resulta especialmente cruel, sobre todo si lo guionizas, el muchacho fallece en un accidente de coche y, diez años más tarde, ella vuelve a encontrarse con un hombre muy parecido a aquel amor de juventud, pero ella, ya está casada. El argumento no es para irse escribiendo el discurso de agradecimiento por el Oscar al mejor guión original pero lo fascinante de la historia, como sucede con la gran mayoría de las telenovelas y culebrones, es su impacto social. Sonata de invierno ha provocado que en Japón se desarrolle un movimiento que han dado en llamar ‘boom del llanto’. Y cuando eso sucede en una cultura acostumbrada a ocultar los sentimientos y a no exhibirlos en público, llama la atención. En la tierra del sol naciente ahora no hay quién les consuele. La demanda de sentimientos extremos ha empujado a las empresas a organizar reuniones con sus empleados más estresados para que vean, en grupo, películas dramáticas y liberar tensiones llorando. Si bien en España somos de lágrima fácil y no necesitamos mucha provocación para sacar el pañuelito de papel -es lo que tiene la pasión latina-, la noticia me hizo pensar en un mundo en el que ya nadie pretendiera ser feliz y empezara a sacarle rendimiento económico al derecho a sentirse infeliz. Me han contado que en Londres están de moda clubes como el Feeling Gloomy (Sentirse Deprimido), a los que la gente acude por placer; por el placer que origina sentirse desgraciado. En el local se escucha Anthony and the johnsons, las paredes están forradas con las peores noticias aparecidas en la prensa e incluso hay personas pelando cebollas, por si hay que incentivar la lágrima de alguna manera. La tristeza es adictiva y quizá ya no podamos hacer nada para escapar de ella. Puede que hasta nos guste entregarnos a la canción más triste de nuestra discoteca por el mero hecho de sufrir un berrinche. Llorar hasta cuando la vida te sonríe. Brutal.




Artículo publicado el 10 DE NOVIEMBRE DE 2007

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