lunes, 28 de noviembre de 2011

El culo de Corbacho

Mi primera intención fue contarlo todo desde una pretensión aséptica, como un reflectante quirófano minimalista de esos que salen en las películas de ciencia ficción posteriores a la odisea de Kubrick. Luego, cambié de opinión. Una vez leí que Eduard Punset decía que el ser humano sería más feliz cuando aprendiese a cambiar de opinión. Yo lo intento, aunque a veces no sé si esa felicidad tiene algo que ver con la confusión. O con la ignorancia. En cualquier caso, cambié de opinión. Decidí que, a pesar de estar todo el domingo pasado en una mesa electoral de un colegio de Palma, no tengo porqué cumplir mi promesa de rememorar ese día. Ya sé que lo prometí en mi anterior artículo pero, hablando de políticos y su materia prima (de riesgo), estoy seguro que ustedes ya tienen la razón blindada a promesas incumplidas y la mía, a fin de cuentas, les importa un pimiento. Además, ¿qué otra razón, que no sea el sadismo, podría obligarme a recordar esas horas interminables y narrárselas a ustedes, mis dos únicos lectores? ¿Esa sería forma de pagar su fidelidad? Ya les digo yo que no.

Al día siguiente a la victoria del PP, Palma amaneció nublada, con una lluvia que parecía caer con rabia. Asaltó mi memoria aquella canción protesta de Pablo Guerrero y pensé que el destino era bien cabrón. Una hora y media después, el propio destino me confirmaba, burlándose a un centímetro de mi nariz, que era todo un experto en jugar malas pasadas. Los de Air Nostrum se dejaron mi maleta en Palma. Según informó Iberia a mi llegada a Madrid, suelen hacerlo porque el avión es muy pequeño y cuando va lleno de pasajeros no pueden transportar todo el equipaje así que dejan algunas maletas en tierra. “Vaya, ya empiezo a notar el cambio”, pensé. Soy un tipo con suerte. En los dos últimos sorteos de mi vida (el de la mesa electoral y el que impidió que mi maleta saliese de Palma) han sacado mi número. Espero que no haya dos sin tres y que el próximo golpe de suerte tenga que ver con el Gordo de Navidad. Por cierto, la maleta tardó 21 horas en llegar de Palma a mis manos. Me relajó comprobar que hay cosas que no cambian.

Al día siguiente al abandono de la maleta, recibí una notificación de Facebook en la que me comunicaban que una fotografía que yo había colgado en mi muro quebraba las normas comunitarias de la red social y procedían a su eliminación. La polémica foto reproducía al actor José Corbacho emulando la foto que le robaron a Scarlett Johansson del móvil. El propio actor la colgó en la red siguiendo la broma que inició Berto Romero, otro hombre Terrat. De hecho, existe una página en Internet llamada #scarlettjohanssoning donde personas, animales y cosas de todo el mundo rinden homenaje a la actriz imitando su foto.

Lo que me llamó la atención fueron las razones de la gran red social para censurar un contenido. Según ellos, Facebook es una comunidad mundial de millones de personas, todas con sus propias opiniones, ideas o valores. Por respeto a esa diversidad, hay que tener cuidado con lo que cuelgas en tu muro porque esa foto, o ese texto, puede correr como la pólvora y llegar a los ojos de una inocente niña o de una persona a la que el culo de Corbacho le provoque tal estado de ansiedad que acabe denunciando ese contenido por ofensivo. A ver si lo he entendido bien: para respetar la diversidad, acabo con la diversidad. Para encontrar el equilibrio, me cargo la balanza.


Es verdad que el culo de Corbacho no es el de Jon Bon Jovi pero tampoco es para reaccionar así. Todos sabemos que los contenidos en Internet vuelan y ese es su gran potencial. Que una red social en Internet vaya contra la propia esencia de Internet es el mayor sinsentido desde las peras y las manzanas de Ana Botella. Yo no tengo la culpa de que la foto de un culo llegue hasta los ojos de una JMJ en un cursillo de informática. Pero lo que me parece abusivo es que su derecho a mantener sus ojos vírgenes sea superior a mi derecho a colgar una foto del culo de Corbacho en mi muro.

Los de Facebook me informan que si hay algo que me ofenda en su red social, puedo y debo denunciarlo. Y a continuación me exponen toda la lista de contenidos que infringen sus normas. Uno es la intimidación y el acoso, cuando los trolls (personas que solo buscan provocar a los usuarios de una red social) han hecho de Facebook su hogar. Otro es el lenguaje que incita al odio. Cada día nace un grupo homófobo en esa red social. Es verdad que si lo denuncias masivamente, lo acaban cerrando pero, como la Hydra, al día siguiente renace con otro nombre. Otro contenido peligroso es la violencia gráfica. Menos mal que a veces los videos no llegan a manos de los censores porque, con la normativa de Facebook en la mano, las cargas policiales contra el 15M en la Plaça Catalunya o la barbarie del Toro de la Vega no podrían ser vistas y, por lo tanto, no se podría despertar la conciencia social que moviliza a toda una población contra algo y de la que luego ellos presumen a la hora de darle relevancia a su producto. Eso por no hablar de los anuncios de Tráfico.

Hay nueve razones para censurar un contenido en Facebook. Y todas son porosas. Supongo que la que han esgrimido para eliminar el scarlettjohanssoning de Corbacho ha sido la del epígrafe ‘sexo y desnudos’. Ya solo comparar los dos conceptos me parece enfermizo. Pero así es. No sé si de esto se hablaba en la película de David Fincher. Es que no la vi.

Al día siguiente del episodio Facebook, veo las fotos del hijo de Sara Montiel, Zeus Tous, desnudo en otra revista. Enlazo una de las fotos a mi muro. El culo de Zeus, así, como concepto. Nadie ha denunciado de momento. Estoy a la espera. Lo mismo nadie lo hace; el culo de Zeus es, objetivamente, mucho mejor culo que el de Corbacho. A lo mejor el problema de la censura sea un simple síndrome de Stendhal. En cualquier caso, recuerdo la mítica frase con la que finalizaba esa gran película El hombre con rayos X en los ojos: “Si tus ojos te escandalizan, arráncatelos”. Eso sí, luego no cuelgues la foto en Facebook.

lunes, 21 de noviembre de 2011

1002 followers

Yo cumplo mis promesas. No como la mayoría de los políticos.



Reflexiones del día antes

Me dejaba elevar en la escalera automática. Miraba a las personas que, a mi lado, descendían por la contraria. Sus gestos, como protegidos por un candado, me empujaban a ver a la gente como maletas perdidas en la cinta transportadora, equipaje sin un propietario que diera señales de vida. Supongo que ellas pensarían lo mismo si hubieran reparado a mí. Estaba tan entretenido en ese pensamiento, absurdo y paliativo, que no escuché los gritos hasta llegar a los torniquetes de salida del Metro.

En Madrid es habitual encontrar a gente que le grita enfadada a alguien. En ocasiones, puede que incluso no exista alguien. Y también es bastante usual ver como los demás apenas le prestan atención a la pelea. En un principio, buscan el origen del jaleo pero, en cuanto lo identifican, a no ser que entre en juego la sangre o el contacto físico, regresan a lo que estaban haciendo sin perder un segundo más de su tiempo. Vivir en sociedad significa mimetizarte con la masa, acabar haciendo aquello que ves. Aunque me disponía a cruzar la zona de taquillas y llegar hasta la escalinata que me conduce a la superficie, sin darle mayor importancia a la disputa, en ese breve camino vi al hombre que le gritaba, amenazador, al taquillero. “¡Dame la hoja de reclamaciones! ¡Funcionarios! ¡Teníais que estar todos en el paro!”, gritaba. Salí de allí pero no pude evitar pensar, durante el trayecto hasta casa, que se avecinan tiempos horribles.

Si los entrenadores de fútbol son capaces, con sus formas y su talante, de encender los ánimos de jugadores e hinchada antes de un partido, los líderes de un país –ya sean políticos, económicos o espirituales- son los responsables, con sus mensajes y actitudes, de la crispación de los ciudadanos. Creo que la crisis, y sus gestores, han elaborado un discurso que solo logra irritar, enfrentar, confundir, violentar, estremecer. Por eso tengo la sensación de vivir en un país de personas irritadas, provocadoras, confusas, violentas, alarmadas. Gente que hoy cree tener la razón a toda costa y se reafirma en el menosprecio a los demás, gente que ha perdido el interés por el diálogo, gente convencida de que es más sencillo lograr lo que uno quiere desde la convulsión que desde la cooperación, gente que puede faltarle al respeto a un funcionario porque los políticos les han dicho que esos señores son unos vagos que no quieren trabajar más por menos. Y ese tipo de ciudadanos solo pueden construir un país de desigualdades, de insolidaridad, de rencillas.


Lo peor es que aquellos que hemos decidido instalarnos en el término medio, en la objetividad más razonable, aunque les parezca pretencioso, acabamos convertidos en víctimas saqueadas por los que han hecho del poder y la política su fuente de ingresos y por los otros, por esos que, amparados en viejas consignas antisistema, le roban al ayuntamiento la electricidad, que pagamos todos, para alumbrar su casa okupa. Ambos parecen estar cómodos en el enfrentamiento, ambos tienen razones que lo justifican pero, mientras tanto, nosotros pagamos el derroche de unos y la luz de los otros. Aunque, si me pongo pejiguero, la luz de una casa okupa me costaría menos que los privilegios de la clase política.

No piensen que esto es un entreverado alegato a favor de la abstención. Más bien todo lo contrario. Tengo más respeto por aquellos que votan a un partido que está en mis antípodas ideológicas que aquellos que no van a votar. Eso me recuerda a aquella pareja de lesbianas con la que me crucé en Madrid, la noche del 22-M, portando orgullosas banderas de un partido que no defiende sus derechos.

Ya entonces pensé que esa pareja tendría sus argumentos, aunque a muchos nos parezcan extraños, pero había ejercido su derecho al voto y lo había hecho en conciencia. Sin embargo, no querer participar me parece un ejercicio de insolidaridad. No votar, porque no crees en el sistema, es como si vieras al maltratador agredir a su víctima y optases por mirar al otro lado porque “total, la justicia es una mierda y al final, entran por una puerta y salen por la otra”. Creo que no participar es la manera más cobarde de participar. Y se lo digo yo que, mientras usted está leyendo este artículo, aún no habré votado. Más que nada porque soy segundo vocal en una mesa electoral y no podré ejercer mi derecho hasta el cierre del colegio. La semana que viene prometo contarles la experiencia. Pero solo si van a votar.


NOTA DEL AUTOR: Este artículo salió publicado ayer en Diario de Mallorca mientras yo me pasaba el día sentado en un colegio electoral actuando como segundo vocal. Próximamente contaré mi experiencia en la "gran fiesta de la democracia", aunque muchos ya la conocerán porque me pasé tuiteando las doce horas. Posiblemente, también reflexionaré sobre los resultados electorales. Reflexionar a 'toro pasao' se nos da mejor a todos. No aporta nada, pero relaja.

Ahora, a punto de tomar un avión en el aeropuerto de Palma, destino Madrid, viendo como llueve a cántaros, me viene a la cabeza aquella canción protesta de Pablo Guerrero y creo que el destino es bien cabrón.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Jornada de reflexión

Lo dicho, que estarán ustedes reflexionando. Supongo que algunos reflexionarán vestidos, otras desnudas, otros en unos pequeños shorts deportivos,...

Disculpen ustedes está salida de tono, esta visión tópica y erótica de la reflexión pero, como le pasaba a la protagonista de Bailando en la oscuridad, o transformo con mi imaginación la realidad o esta realidad no hay quien la soporte.

Con todos mis respetos, nunca he entendido mucho esta jornada de reflexión. Supongo que es un mecanismo que tiene su razón de ser en países, como el nuestro sin ir más lejos, que cambiaron de régimen político y, en su adolescencia democrática, se enfrentaron al voto decisivo después de haberle dado mil vueltas a la cabeza y a la papeleta. A día de hoy, no creo que esta jornada sirva para reflexionar. Yo la llamaría Jornada de Descanso. O Recreo. O Día del Spa. Cualquier cosa menos reflexión. Porque reflexionar, lo que se dice reflexionar,…se reflexiona poco. Sería interesante, por ejemplo, que en esta jornada de reflexión la Junta Electoral prohibiera a los políticos aparecer en medios de comunicación. Cero políticos. Ni en prensa, ni en radio y, por supuesto, nada de tele. Eso ayudaría a reflexionar o, en el mejor de los casos, a descansar de ellos.

Sinceramente, dudo que alguien reflexione. Todo el mundo tiene una opinión, todo el mundo tiene su voto pensado y bien pensado desde hace meses, incluso años. No creo que hubiera un ciudadano indeciso en un mítin de cualquiera de los partidos políticos que se presentan a estas elecciones. Sería como encontrarse un ateo en misa; que va de oyente, a ver si es verdad eso de ‘ver la luz’. Supongo que forma parte del protocolo y todos le damos mucha importancia al protocolo aunque sabemos que, en el fondo, es solo un paripé.

Les voy a confesar algo: a mí, que estas elecciones hayan servido al menos para que se prohíban los actos de homenaje a Franco ya me parece bien. Bueno, no voy a seguir hablando no sea que venga la Junta Electoral y me prohíba a mí también.

Lo dicho, que yo no lo llamaría Jornada de reflexión. Ahora, ¿que ellos quieren llamarlo Jornada de reflexión? Pues bien, ningún problema. No vamos ahora a ponernos a discutir por un nombre, ¿verdad?

lunes, 14 de noviembre de 2011

¿Quién escribe la Historia?

¿Quién escribe la Historia?, nos pregunta Helena de Troya en el magnífico monólogo “Juicio a una zorra” que se está representando en el Teatro de la Abadía de Madrid. Un texto de Miguel del Arco que ya nace con vocación de clásico y que está interpretado, durante una hora, por una Carmen Machi absolutamente grandiosa. Lo que hace esa mujer sobre un escenario es puro virtuosismo interpretativo. Sobrenatural. Tuve la oportunidad de asistir a ese espectáculo de emociones, y casi justicia mitológica, el pasado miércoles.

Llegaba de una semana de debates políticos que hicieron más pequeño y vulnerable a mi corazón. Llegaba de una semana de impotencia ante discursos que reclamaban un cambio pero no sabían decirme de qué. Tal vez es que de lo único que vamos a cambiar sea de gobierno. O de partido en el poder. Pero poco más. Llegaba de una semana contradictoria en la que, a mí, me sucedían cosas estupendas pero eso no me impedía sufrir la realidad. Llegaba de una semana en la que la realidad estaba empezando a tornarse sepia, como una foto vieja. Llegaba de una semana que anunciaba cielos nublados y precipitaciones.

Y, de repente, me veo frente a Carmen Machi interpretando a la mujer más hermosa del mundo, a la mujer que desencadenó la más famosa guerra de la Antigüedad. “Pero, ¿quién podía creerse que todo ese despliegue era realmente por mí?”, pregunta una deteriorada Helena de Troya, condenada, por adúltera, al eterno envejecimiento; a vivir afeándose hasta que nuestro olvido la absuelva.

¿Quién escribe la Historia? ¿Quién convirtió al capullo de Ulises en un héroe? ¿Quién ocultó que los hermanos de Helena tardaron un año en rescatarla de los brazos de Teseo, que abusó sexualmente de ella, niña, todo ese tiempo? ¿Quién decidió que ella representase la traición y no Paris? ¿Quién la convirtió en la gran meretriz de la Historia? “Yo solo tomé una decisión” –dice Helena de Troya sobre el escenario-. “Amar a un hombre por encima de todo”.


Tengo la impresión de que los libros de Historia han quedado relegados a manuales pedagógicos o a bibliografía para los propios historiadores. Para contar la Historia hace falta tiempo y eso es, precisamente, lo que dicen que no tenemos. Es la letra pequeña del contrato del ser mortal. No tenemos tiempo; por eso nos aterra la sensación de estar perdiéndolo. La impaciencia nos domina. Las ciudades se convierten en videojuegos donde sus habitantes, como avatares, le echan cada día un pulso de 24 horas al tiempo. Por eso, en esta época confusa, lo rápido es lo eficaz. La comida es rápida, el transporte es rápido, tu conexión adsl debería ser rápida, la información es rápida. Y la velocidad hace que lo que ahora mismo está frente a nuestros ojos, en un segundo esté a mil metros de distancia. Creo que los líderes de opinión, los tertulianos, los analistas políticos, han sido encumbrados como los nuevos historiadores. Ellos nos cuentan la Historia como a ellos les interesa pero, sobre todo, nos la cuentan rápidamente, inmediatamente, cuando ni siquiera ha tenido tiempo de concluir. Y esa es la Historia que consumimos: veloz, inmediata, de ‘trending topic’. No podemos reflexionar. No tenemos tiempo. Y del mismo modo que compramos comida precocinada para no tener que cocinar, adquirimos análisis y pensamientos de otros para no tener que forjar los nuestros propios. Porque eso lleva mucho trabajo. Y mucho tiempo.

Entro en el Facebook de Francisca Pol, la ex candidata del PP balear al Senado, la mujer que colgó en el muro de su red social una foto denigrando a otra mujer. Me sorprende la manga japonesa con la que sus ‘amigos’ valoran su tremendo error. “Ánimo Fany. Recuerda el sabio dicho…se pica el que ajos come”, le dice un individuo. “No tenías que dimitir. La bromilla que has hecho tampoco es para tanto. (Chacón) Ha salido en fotografías escotada y bastante escotada”, dice otro. “Muy mal deben estar en el PSOE para sacar punta a este asunto”, le cuenta otra mujer. ¿Se imaginan lo que dirían estos mismos individuos si la foto la hubiera colgado Chacón y denigrase a Pol? Fingimos ser seres humanos racionales pero funcionamos como animales de tiro, siguiendo la senda que nos marcan las riendas, sin querer mirar hacia los lados, no sea que la reflexión nos confunda en el camino.

No sé si algún día tendremos la oportunidad, como esta Helena de Troya del teatro, de poder mirar a los ojos a los demás, con una copa de vino en la mano, y darles nuestras razones, las propias, las extraídas no de la verdad absoluta, que no existe, sino de la verdad plural, que es más objetiva, sin que sean menospreciadas ni eclipsadas por la Historia que, unos cuantos, decidieron que fuera la oficial.

Al día siguiente, mientras iba a por una barra de pan, un señor de traje le contaba a otro señor de traje que, si por esos antojos absurdos del destino, los socialistas ganasen las elecciones, en España tendríamos una nueva guerra civil. ¿Quién coño nos está contando la Historia? Mientras pellizcaba el cuscurro y me lo comía, pensaba que eso me pasaba por vivir cerca de la calle Génova.

martes, 8 de noviembre de 2011

Código de barra

Supongo que los seguidores de este blog ya lo saben pero por si hay alguno nuevo, que ya veo que no, lo explico.

Hace un tiempo que tuve una idea de una serie de televisión. Se la conté a José Martret y empezamos a trabajar en ella. Rodamos un piloto que, gracias a la red, tuvo un éxito que nos sorprendió mucho. Tanto que una famosa productora de televisión se puso en contacto con nosotros para intentar vender el producto. Y en eso está, que las cosas en el mundo de la tele tardan mucho en arrancar. Luego, en desaparecer, desaparecen de un plumazo pero lo que es arrancar...hasta que el directivo de turno da el ok...madre mía. Yo siempre me consuelo pensando en el tiempo que tardaron los creadores de Mujeres Desesperadas o The Wire en colocar sus series.

El caso es que ese trailer que colgamos en la red sobre el piloto de la serie llegó a Globally, la empresa que lleva la marca Larios. Ellos habían decidido poner punto final al calendario Larios de la moda y empezar un nuevo proyecto. Ese proyecto fue el Calendario Larios 12 de cortometrajes. 12 cortos, uno por mes, dirigidos por gente como Juanma Bajo Ulloa, Rossy de Palma o Laura Sánchez. Cortos que se pueden ver en su página web y en su Facebook. ¡Y nos llaman a nosotros para dirigir uno de ellos!

Jose y yo llegamos a la reunión con varias ideas cuando nos dimos cuenta que lo que ellos querían era precisamente la idea de la barra y las conversaciones, que ya habíamos empleado en el trailer y que era la idea original de la (esperemos) futura serie.

Así que nos pusimos manos a la obra, escribimos nuevos sketches y...a rodar. El resultado es este: "CÓDIGO DE BARRA". Una historia en la que pueden verse a diferentes personas, cada una de ellas en un código distinto, pero todas tras una barra de bar. Puede ser de día, de noche o de madrugada pero una barra de bar siempre será uno de los lugares más comunes para acabar contando cualquier historia, por muy extraña que parezca.

Somos el més de noviembre, o sea, que este video está calentito, recién salido al mundo.

El equipo técnico fue un lujo, con gente con la que ya habíamos trabajado como Jesús Ugalde (fotografía), Antonio Martín (música), Alberto Puraenvidia (dirección de arte), Richard García (operador de cámara) o Macu Gómez (maquillaje y peluquería).

Y en el artístico...qué os voy a contar; pues actores y amigos excepcionales a los que adoramos y admiramos. Miriam Benoit, Xabier Murua, Rubén Mascato, Reynaldo Triveño, Aurora Latorre, Elena Lombao, Cristina Gallego, Nico Grijalba, Julio P. Manzanares, Fernando Tejero, Maribel Luis, Natalia Hernández, Santi Marín, Bárbara Grandío, Carmen Aragunde, Ivana Vázquez y Natalia Sánchez. Gracias a todos.

Espero que os guste.



lunes, 7 de noviembre de 2011

"A tu lado, siempre"

Es un thriller. Como dice José Martret, su director, "posiblemente el thriller más corto de la historia del cine": 30 segundos.
Dirigido en analógico, o sea, en cine de verdad, nada digital.
Con la nueva cámara Lomokino, de Lomography.
Con una música original magnífica de Antonio Martín.
Y protagonizado por Cristina Fenollar y...yo.
Su título: "A tu lado, siempre"


Izquierda o derecha

Empezó la campaña electoral. Podría soltar aquí una chapa sobre que NO votar en las próximas elecciones es la postura más pro-sistema que se me ocurre en estos tiempos. Se me podría ocurrir también decir que en estas elecciones no elegimos presidente del gobierno a secas sino que se trata de un referéndum donde decidimos si Estado del Bienestar sí o Estado del Bienestar no. Pero todo eso se lo dejo a los contertulios políticos que para eso están.

A mí lo que me sorprende es que aún hoy, y en un país occidental, la homosexualidad forme parte de una campaña electoral. Me explico. Hace una semana hablábamos del apoyo al matrimonio igualitario por parte del primer ministro británico, el conservador David Cameron. Pues bien, él, que no está a la caza del voto, (de momento), ha declarado que retendrá la ayuda que su país ofrece a aquellos países de prohíben la homosexualidad, a menos que éstos reformen su legislación. De nuevo, no es una cuestión de derechas o izquierdas, ni de conservadores o progresistas: es una cuestión de derechos humanos. Algo que está por encima de cualquier ideología.


De ahí que me sorprenda, y en ocasiones me indigne, que el hecho de ser gay o transexual sea una cuestión de izquierdas o de derechas. Y me jode especialmente que sea nuestra clase política la encargada de permitir que eso aún siga siendo así. ¿Se imaginan un partido político que se presentase a las elecciones cuestionando los derechos de las mujeres maltratadas o un partido que llevase en su programa que va a apoyar que las personas zurdas tengan derecho al voto? Absurdo, ¿verdad? Entonces, ¿por qué en pleno siglo XXI, en un país supuestamente moderno y avanzado como el nuestro, los derechos de un grupo de ciudadanos tienen que formar parte de la campaña electoral?

Lo lógico sería que ser gay o lesbiana o transexual no fuera una cuestión ideológica porque los derechos de un grupo de ciudadanos no pueden depender del pie con el que se levante el político de turno. No se puede vivir en un tío vivo y de eso se están dando cuenta, poquito a poco, los países occidentales, como el Reino Unido.

Los derechos humanos no son moneda de cambio. Son logros irrenunciables de la sociedad. No se puede acabar con el apartheid para después dejarlo a disposición de la ideología de un futuro gobierno que decidirá si la segregación racial es constitucional o no. Un derecho (humano) es incuestionable. Y me da una rabia inmensa que, a estas alturas y en este país, aún deba tener una lectura ideológica.

Y no crean que me he caído de un guindo, no. Sé que hay homófobos también en la izquierda. La diferencia está cuando esa opinión personal, muy particular y, a mi parecer, indefendible, contra un derecho humano se convierte en recurso de campaña electoral. Un derecho humano no debe ser un argumento que separe a un electorado. Es, simplemente, un Derecho Humano inalienable. Cuestionarlo es alimentar a esos homófobos que, ante el terrible asesinato de Stuart Walker en Escocia, ensuciaron las redes sociales con comentarios del tipo “me parece genial lo que le ha pasado a Stuart Walker, mejor muerto que infectando a la gente de sida”. ¿Y quién quiere el voto de individuos que piensan así? ¿Algún partido político quiere el voto del monstruo de Amstetten? ¿No? Pues eso.

domingo, 6 de noviembre de 2011

El ciclo vital

Debía rondar el mes de marzo cuando se me ocurrió sacar entradas para un musical. Si bien es cierto que mi entorno siempre suele burlarse, con cierta gracia, de mi afán por adelantarme a los acontecimientos, de mi necesidad de no dejar nada, o muy poco, a la improvisación, en esta ocasión la guasa rozó índices históricos, como lleva haciendo el Ibex 35 desde hace meses. Debe ser complicado nacer índice y que, de un tiempo a esta parte, hagas historia cada día. Nada ni nadie puede soportar tanta presión. Pero no voy a hablar de economía. No me da la gana.

El caso es que saqué las entradas ante la mirada estupefacta de aquellos que presumen de vivir el presente, de disfrutar el día a día como si fueran una versión indie de los protagonistas de Easy Rider. El musical era El Rey León. Y desde su estreno, el 21 de octubre, ya no hay entradas, para las funciones de fin de semana, hasta abril de 2012. Quizá alguna butaca suelta. Y entre semana, tampoco se crean que muchas más. Bueno, sé que alguno pensará que para ir a ver El Rey León mejor se quedan en casa; que donde esté un concierto de The Rapture o de Wilco que se quite el tándem Elton John-Tim Rice. Vale. Yo es que soy capaz de disfrutar de Disney y de la banda de Luke Jenner por igual. Y creo que disfrutar es la característica más evidente de la libertad.

He visto El Rey León y tengo que decirles que es espectacular. Solo por ver el comienzo, la escena de El ciclo vital, ya merece la pena pagar los 86 euros de la butaca de platea. Ver amanecer sobre un escenario es una experiencia sensacional. No extraña que el diseño de iluminación, a cargo de Donald Holder, tenga un Tony (los Oscar del teatro norteamericano). Pero es que ver, acto seguido, como acuden más de 25 especies animales al nacimiento de Simba, es directamente grandioso. No hay función que el público no acompañe esa escena con una ovación espontánea.

Luego, si uno se pone quisquilloso, puede cuestionar que Timón (supongo que todos han visto la película al menos y saben de lo que estoy hablando; si no es así, tranquilos, el 21 de diciembre se reestrena en los cines en 3D) hable con acento andaluz. Me incomoda esa especie de denominación de origen de la gracia, ese supuesto patrimonio del humor que este país ha decidido testar en la comunidad andaluza. Como si ser sevillano o malagueña fuera sinónimo de gracioso, ocurrente o chistosa. Conozco andaluces sin ninguna chispa. Y conozco andaluces que explotan tanto esa vena jocosa que acaban saturándote. Me gustaría creer que la capacidad de hacer reír es un don del individuo y no una cuestión fonética, ni de acentos. Sobre todo porque, si yo fuera andaluz, no me haría ninguna gracia.

Sorprendido estoy ante mi capacidad de darle la vuelta a las cosas. Estaba hablando de color, ilusión, fantasía y he acabado soltando la chapa sobre el humor ‘autonómico’. En fin, que si pueden vayan a ver el musical de El Rey León. Según los productores, el espectáculo debería estar en escena un mínimo de dos años para que sea económicamente rentable. Diez sería un sueño así que se conforman con mantenerlo en cartel 4 ó 5 años. O sea que si no vienen a verlo, por tiempo no será. Yo les recomiendo que sean previsores. Que Madrid no está hecha para la improvisación.

Antes de acabar me gustaría confesarles algo. No iba a hablar de economía pero…¿no tienen ustedes la sensación de que esta maldita crisis también tiene una lectura sociológica y, me atrevería a decir, que antropológica? ¿No les pasa que ahora ven un hombre con traje y corbata por la calle y piensan que les va a robar? A mí me sucede. Eso que nuestras madres definían como ‘malas pintas’ ahora resulta ser ‘cuidado aspecto personal’, pero el objetivo es el mismo: robarte. Supongo que si antes reclamaba que no había que juzgar a las personas por las apariencias debería hacer lo mismo en la actualidad. No sé. De entrada, cuando alguien me preguntaba de qué pensaba disfrazarme en Halloween yo siempre contestaba que de Duran i Lleida. O de broker financiero. O de Emilio Botín. Y la gente se acojonaba viva. Mucho más que si hubiese elegido ir de Jason Voorhees.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Que nadie se entere

Berkana

La semana pasada iba caminando por la calle Hortaleza, en Madrid, y pasé por delante de la librería Berkana. Entré un momento, no estaba Mili Hernández, su propietaria. El local, aunque justo en ese momento tenía dentro a seis personas hojeando libros, estaba un poco desangelado. Había libros en cajas y al fondo, muchas otras cajas ya embaladas. La razón era que Berkana se muda. A partir del 1 de noviembre, se pasaba al número 62 de la misma calle. Justo el local de al lado. Un lugar mucho más pequeño. La única opción antes de tirar la toalla definitivamente.

Si en los tiempos que corren alguien lucha por mantener un pequeño negocio abierto, no solo hay que rendirle admiración sino que además hay que aplaudirle ese empecinamiento. Porque gracias a ese empecinamiento hoy, por ejemplo, existe el matrimonio igualitario, que me gustó esa definición heredada de Argentina.

Aparte de que a mí me dé más pena el cierre de una librería que el de una tienda de ropa, algo muy personal ojo, acepto que Berkana, como las NO tantas librerías especializadas lgtb que hay por el mundo, son empresas privadas, que nacen del compromiso, la entrega y la ilusión de sus propietarios. Y que como tales empresas, están sometidas a unas leyes de mercado a veces favorables, a veces despiadadas. Que nos asole una crisis, que los bancos y los dueños de locales comerciales jueguen desde la avaricia y la especulación, que los políticos apoyen a las grandes empresas y no a las pequeñas, son características del mercado, y de estos tiempos, que afectan a todos los empresarios por igual. Sin embargo, en el caso de esta librería hay un escalofrío que me incomoda.


Recuerdo cuando Luis Antonio de Villena, al frente de estos micros, decía que el colectivo lgtb era mayoritariamente inculto. Yo pensaba que era un exagerado y que esa incultura sería, en cualquier caso, proporcional a la que existe en el resto de la sociedad. Hoy, viendo el caso de esta librería, si creo que nosotros tenemos un compromiso con los empresarios de la cultura lgtb. Parece que al colectivo solo le interesa la fiesta y me niego a aceptar esa característica como un rasgo definitivo. Veo a nuevas generaciones que creen que ser gay, o lesbiana, o bisexual, ya es un rasgo que los hace especiales y no: lo que nos hará especiales no es con quien nos acostemos sino los libros que hayamos leído, las películas que visionemos una y otra vez, las canciones que escuchemos hasta aprendérnoslas de memoria,… Eso nos hará especiales.

Que una librería mítica en la lucha por los derechos lgtb en España, desde principios de los 90, como es Berkana se haya planteando cerrar por la crisis y la dictadura de los mercados es jodido pero no un caso único. Que tenga que cerrar porque, además, gays, lesbianas, bisexuales y transexuales tenemos cero interés por nuestra cultura, es triste pero también peligroso. Porque ninguna batalla social está definitivamente ganada y el día que haya que volver a defender y reivindicar derechos habrá que hacerlo desde la cultura, no desde la camiseta de H&M o el bono especial de la macrofiesta de turno.

Sí, esto suena a rapapolvos y lo es. No siempre les va a caer la charla a los señores de la Conferencia Episcopal o a los macarras de la moral. A veces, y esos son los momentos realmente decisivos en la vida, hay que hacer autocrítica, mirarse a uno mismo y preguntarse qué ha hecho él por el bien de su colectivo. Mili lo hizo abriendo la primera librería especializada en literatura lgtb de España, aportando un granito de arena fundamental para entender lo que fue y lo que es Chueca, luchando, desde primera línea, por la visibilidad y la cultura lgtb. Ahora basta preguntarse, ¿qué hemos hecho los demás?