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martes, 8 de noviembre de 2011

Código de barra

Supongo que los seguidores de este blog ya lo saben pero por si hay alguno nuevo, que ya veo que no, lo explico.

Hace un tiempo que tuve una idea de una serie de televisión. Se la conté a José Martret y empezamos a trabajar en ella. Rodamos un piloto que, gracias a la red, tuvo un éxito que nos sorprendió mucho. Tanto que una famosa productora de televisión se puso en contacto con nosotros para intentar vender el producto. Y en eso está, que las cosas en el mundo de la tele tardan mucho en arrancar. Luego, en desaparecer, desaparecen de un plumazo pero lo que es arrancar...hasta que el directivo de turno da el ok...madre mía. Yo siempre me consuelo pensando en el tiempo que tardaron los creadores de Mujeres Desesperadas o The Wire en colocar sus series.

El caso es que ese trailer que colgamos en la red sobre el piloto de la serie llegó a Globally, la empresa que lleva la marca Larios. Ellos habían decidido poner punto final al calendario Larios de la moda y empezar un nuevo proyecto. Ese proyecto fue el Calendario Larios 12 de cortometrajes. 12 cortos, uno por mes, dirigidos por gente como Juanma Bajo Ulloa, Rossy de Palma o Laura Sánchez. Cortos que se pueden ver en su página web y en su Facebook. ¡Y nos llaman a nosotros para dirigir uno de ellos!

Jose y yo llegamos a la reunión con varias ideas cuando nos dimos cuenta que lo que ellos querían era precisamente la idea de la barra y las conversaciones, que ya habíamos empleado en el trailer y que era la idea original de la (esperemos) futura serie.

Así que nos pusimos manos a la obra, escribimos nuevos sketches y...a rodar. El resultado es este: "CÓDIGO DE BARRA". Una historia en la que pueden verse a diferentes personas, cada una de ellas en un código distinto, pero todas tras una barra de bar. Puede ser de día, de noche o de madrugada pero una barra de bar siempre será uno de los lugares más comunes para acabar contando cualquier historia, por muy extraña que parezca.

Somos el més de noviembre, o sea, que este video está calentito, recién salido al mundo.

El equipo técnico fue un lujo, con gente con la que ya habíamos trabajado como Jesús Ugalde (fotografía), Antonio Martín (música), Alberto Puraenvidia (dirección de arte), Richard García (operador de cámara) o Macu Gómez (maquillaje y peluquería).

Y en el artístico...qué os voy a contar; pues actores y amigos excepcionales a los que adoramos y admiramos. Miriam Benoit, Xabier Murua, Rubén Mascato, Reynaldo Triveño, Aurora Latorre, Elena Lombao, Cristina Gallego, Nico Grijalba, Julio P. Manzanares, Fernando Tejero, Maribel Luis, Natalia Hernández, Santi Marín, Bárbara Grandío, Carmen Aragunde, Ivana Vázquez y Natalia Sánchez. Gracias a todos.

Espero que os guste.



domingo, 9 de octubre de 2011

Oídos sordos

Una vez leí, no recuerdo donde, que los coches oficiales eran los culpables de la estupidez, la desidia y el despotismo de la clase política. El argumento venía a exponer que con el pretexto de la seguridad, la clase política, así como otros altos directivos y empresarios, dejaban de viajar en transporte público. Y la única manera de conocer y comprender a la sociedad que (mal) dirigen es conviviendo con ella. Y no hay convivencia más intensa, más extrema, más real, que la que provoca el transporte público. No hablaba de la clase business de los aviones, ni del billete preferente del AVE; si me apuran, ni siquiera hablaba del taxi, donde uno tiene la impresión de que hasta el mismísimo Goebbels se bajaría del vehículo pensando que es Gandhi al compararse con el conductor y con lo que él sería capaz de hacer para arreglar el país. Hablaba, fundamentalmente, del autobús y el Metro. Esos eran los medios de transporte de la sociedad. El transporte que ellos -políticos, banqueros, empresarios- consideraban un demérito y por eso, en cuanto tenían oportunidad de coche oficial u oficioso, plantaban su culo en el asiento de atrás de su gama alta y allí se las den todas. Hablaban de nosotros, fingían conocer lo que nos preocupa, pero el creador de este argumento apuntaba que no era verdad porque lo que sabían de nosotros es lo que les habían contado otros, lo que habían leído en el periódico, lo que su famélica imaginación era capaz de figurarse.

Como argumento, hay que reconocer que da juego. De hecho, ha ocupado todo el primer párrafo de este artículo. Sin embargo, sospecho que a nadie le gusta viajar en el Metro. Ni a ellos ni a nosotros. Tal vez porque no nos gusta ver, sin filtros, la sociedad en la que vivimos. Últimamente, cada vez se ven más personas hablando solas en el Metro. Hombres y mujeres, bien vestidos, que vociferan malhumorados, que lo mismo hablan de Dios que de Belén Esteban, y llenan el vagón de insultos y ofensas. Pero eso sí, nunca se pasan de estación. Es tan común encontrarse con un ‘loco’ diferente cada día que los viajeros, tras identificar de donde vienen los gritos, regresan a su lectura, a sus auriculares e incluso a su cabezadita con una parsimonia escalofriante.

En estos tiempos de ‘recortes’, cuando parece que la cultura es algo de lo que se puede prescindir, se me ocurre pensar –el Metro da para eso y más- que todos nosotros creamos cultura. Lo hacemos incluso cuando modificamos, como colectivo, nuestra forma de pensar, de reaccionar o de sentir. Esas expresiones culturales abrigan lo que somos: un pueblo que cada vez se está acercando más al William Foster de Un día de furia. Hombres y mujeres que ven con naturalidad lo indescriptible. Hombres y mujeres en tensión. Hombres y mujeres que no gritan por civismo y no porque no estén llenos de ganas y razones. Hombres y mujeres que leen, en las páginas de un periódico gratuito, como se burla de ellos un señor al que confiaron sus ahorros o un señor al que votaron (o votarán) y que, en ese preciso instante, circula por encima de sus cabezas, hablando jocosamente por teléfono, desde el asiento de atrás de su coche oficial.

Tengo un amigo que suele ponerse los auriculares sin sonido, para poder escuchar las conversaciones de las personas que viajan a su lado en el transporte público y no intimidarlas con su oído descubierto. Eso mismo hacía Pedro Almodóvar cuando sus películas destilaban verdad: escuchar las conversaciones de los demás. Esta semana, si alguien hubiese experimentado conmigo, me habría escuchado, el lunes, hablar sin parar de la reentré de la fiesta ¡Qué Maravilla!, que tras aparecer en el reallity de Alaska y Mario, en la MTV, se ha convertido en una cita de mitómanos y melómanos de manga ancha que ya superan en número un aforo para 800 personas. El martes me hubiese escuchado carcajearme con Majareta, de John Waters. El miércoles tal vez me escuchasen contar que al día siguiente José Martret y yo viajaríamos a Sevilla, el jueves, a presentar el cortometraje Código de Barra que escribimos y dirigimos para el Calendario Larios 12. El jueves nos escucharían hablar de proyectos por la calle Sierpes y flipar con el calor que hacía en Sevilla para ser octubre. El viernes nos quejamos mucho de la calidad de imagen y sonido con la que se proyectó Código de Barra en el Abades Triana de Sevilla. Las vistas preciosas pero el sonido... Aunque claro, nadie debió darse cuenta porque no había nadie viendo los cortos. Menos mal que nosotros invitamos a nuestros amigos sevillanos que estuvieron allí aplaudiendo el corto porque el 80% de los invitados a la fiesta, fue empezar la proyección y largarse todos fuera a fumar. O sea, que los cortos les importaban una mierda. Al menos sacamos en claro que somos el mes de noviembre. Mes fresquito.

Tuve la tentación de escuchar a dos chicos modernillos que viajaban a mi lado en el vagón. Bajé disimuladamente el volumen del “How deep is your love?” de The Rapture y puse oído. Hablaban de que no se perdían El Tiempo de La Primera desde que lo presentaba Albert Barniol. Al parecer, el hombre del tiempo luce unos pantalones tan ceñidos que difícilmente puedes concentrarte en otra cosa que no sea su ‘anticiclón’. Eso me pasa por meterme donde no me llaman.


EN LA FOTO: Con Ángel Pantoja, gran guionista, gran fotógrafo, gran ilustrador, gran señora y, sobre todo, gran persona. Y la foto es una de esas joyitas del magnífico Martín M. Aleñar. Gracias.


domingo, 15 de mayo de 2011

Indignaos

“Código de barra” ya está rodado. El cortometraje con el que Carmen Kenedy Producciones –la productora que he montado junto a José Martret, Jorge Laguardia y Maribel Luis- participa en el Calendario Larios 2011 entra en postproducción. Solo hay un aspecto de mi trabajo con el que disfruto más que escribiendo y es asistiendo a la reencarnación del personaje, ese asombroso ritual, algo paranoico también, en el que el diálogo escrito se verbaliza, adopta un rostro, un gesto, una intención, gracias al trabajo del actor. Ha sido un placer total dirigir a 18 magníficos actores como Miriam Benoit (Maitena, Estados Alterados) y Xabier Murúa (El Capitán Trueno y el santo grial) que interpretan a Silvia y Carlos, una pareja en la que él intenta romper la relación pero ella no le deja. O a Santi Marín (es Gunther en la versión teatral que ha montado Tomaz Pandur de La caída de los dioses) y Natalia Hernández (Días estupendos, de Alfredo Sanzol), dando vida a Christian, un modelo, y Marta, una amiga que intenta convencerle de que, a pesar de ser muy guapo y desfilar en Milán, no tiene nivel para entrar en el Instituto Pasteur, como él quiere, para dar un giro a su voluble existencia. Y, por supuesto, a Fernando Tejero, premio al mejor actor en el Festival de Málaga, que se metió en la piel –nunca mejor dicho- de Ricardo, un hombre que asiste a una cita que ha convocado a través de un chat. Durante los ensayos nos enseñó el trailer de “Cinco metros cuadrados” de Max Lemcke, la película con la que triunfó en Málaga, y que parece ser que no se estrenará hasta su pase en el Festival de San Sebastián, en septiembre. La cinta tiene una pinta estupenda, un toque Ken Loach nacional, afrontando el drama de una pareja a punto de casarse que ve cómo la casa en la que han invertido todos sus ahorros se desvanece en una maraña de corruptelas urbanísticas.

Aún desconozco qué mes nos corresponde en el calendario pero sospecho que será uno de los calurosos. Para alguien que nació en el Mediterráneo, eso ya es un buen presagio.

Aunque la pre producción siempre consume mucho tiempo y energía, he logrado arrancar unos minutos a la agenda para acudir a Correos y solicitar el voto. Admito que mi primera intención, y por primera vez en mi vida, fue no votar. Ya lo expliqué en este mismo lugar. La sensación de que no importa quién te gobierne porque siempre vas a formar parte de la epidermis social, de esa capa externa que es la primera en sufrir las inclemencias y que logra, con su herida, proteger a la capa más interna, siempre la más favorecida y, en este caso, además, culpable de la crisis, me indigna. Pero no me indignaba hacia la movilización; me indignaba hacia la decepción. Sin embargo, tras la publicación de la encuesta de intención de voto del CIS, y comprobar que en Balears (y Valencia, ojo) el PP recuperaba su mayoría absoluta, pensé: ¿en qué lugar deja eso a los ciudadanos de Balears? Después del año de bochornosa corrupción con el que nos ha obsequiado el PP y UM, ¿cómo podemos volver a elegirlos? ¿No nos damos cuenta de la vergüenza ajena que vamos a despertar? Eso fue un revulsivo. Yo sí tengo capacidad crítica, sí tengo el poder de castigar al partido que no ha sabido representarme. Pero me niego a que los talibanes occidentales, a que aquellos que comulgan con ruedas de molino porque carecen que capacidad crítica y consideran la decepción un patrimonio de la izquierda, se aprovechen de mi indignación para regresar al poder, donde han hecho las mil tropelías, han robado lo más grande y aún permanecen imputados a la espera de resolución judicial. Ellos confían en el voto de castigo del electorado de izquierdas pero…y su voto de castigo, ¿dónde va? ¿O es que ellos consideran que no tienen nada que castigar?

He escuchado al escritor y economista José Luis Sampedro y se lo recomiendo. Escúchenlo. Léanlo. Cualquier entrevista reciente y especialmente su prólogo en ¡Indignaos! de Stèphane Hessel. Y si después de leerlo siguen pensando que todo da igual, que ese discurso es utopía, que todos son iguales y que el día 22 se quedarán en casa viendo una peli en dvd, por favor, pida hora en el médico. El desencanto le ha hecho mucho más daño del que usted cree.