viernes, 30 de septiembre de 2011

Nuevo Musaquontas


Estaba yo validando vuestros comentarios en el blog cuando, como los granitos que brotan de repente en el milímetro más visible de tu cara, se abre una ventanita en Blogger y me recomienda un cambio de diseño.
A mi edad, un cambio de diseño siempre suena bien.

La verdad es que hay aspectos de este diseño de blog que me enloquecen pero ahora, cuando lo veo...no sé...me provoca un poco de ansiedad.

¿A vosotros qué os parece?

Si os gusta, lo dejo. Será cuestión de acostumbrarse.

Si os parece un coñazo, muy confuso, volvemos a lo clásico, que nunca pasa de moda. Que se lo digan a George Michael.

Siempre a vuestra disposición,

el señor Paco Tomás




martes, 27 de septiembre de 2011

Las aventuras de Enrique y Ana. Cap. 20

Llega el capítulo del cambio. Fue en Madrid. Fue en 1987. Fue cuando comenzamos a decir eso de "En capítulos anteriores de 'Las aventuras de Enrique y Ana'". Fue cuando Enrique amenazó con volver a la canción. Fue cuando apareció Andy Warhol. Y todo lo que sucedió, ya forma parte de la leyenda.





ANA
Para poder desarrollar tu potencial, primero tendrías que tener un potencial. Y eso, hoy por hoy, no es así.

ENRIQUE
¿Crees que no tengo potencial? ¿Es eso lo que me estás diciendo Ana?

ANA
Bueno, potencial tienes. Para hacer el ridículo, para hacer el mal, para desquiciar los nervios,...

ENRIQUE
Y para distinguir el tamaño del pene de la gente mirándole la nariz.



lunes, 26 de septiembre de 2011

Playlist (26 de septiembre)



Girls, The Drums, The Rapture, Elena, Grises, Brigitte, Is Tropical, dEUS


Mentes como cubos de Rubik

Mentes como cubos de Rubik. Mentes como la pizarra de John Forbes Nash. Mentes como un cielo abierto. Y solo eso, un cielo abierto. Mentes como neveras llenas de conocimientos envasados al vacío y con una inmediata fecha de caducidad. Es la tipología cerebral propia de nuestros días, consecuencia de los bombardeos informativos, de los torrenciales cauces de la información que, la mayor parte de las veces, no tiene nada que ver con el conocimiento. Mentes a las que, viendo que cada vez resulta más complejo dominar, algunos han optado por empezar a confundir.

Esta semana, el Consejo de Administración de RTVE –nunca me he fiado de un Consejo de Administración; siempre me ha recordado a un aquelarre de traje y corbata- decidió supervisar la elaboración de los informativos de la radio y la televisión públicas. Después de cuatro días, aún me atrevo a asegurar que, como en una felicitación por tu cumpleaños, la intención es lo que cuenta. Que a los consejeros de RTVE, nombrados por los partidos políticos y los sindicatos, se les pase por la cabeza, aunque solo sea como idea, la posibilidad de controlar la información por encima de la profesionalidad del periodista, es escalofriante. Que la propuesta partiese de los cuatro consejeros propuestos por el PP y del consejo propuesto por CIU es un toque de atención que no deberíamos olvidar. Pero que el PSOE, ERC y CCOO se abstuvieran me resulta aún más indecente si cabe. Al menos los otros fueron de frente. Ante el escándalo provocado por tan brutal decisión, los consejeros, como el grupo de accionistas de El gran salto de los Coen, echaron marcha atrás definiendo el ‘incidente’ como ‘malentendido’. Ya está. Las manos ya han manipulado el cubo de Rubik. Un movimiento a la derecha, tres a la izquierda, uno hacia abajo, y ya tenemos el rompecabezas desbaratado. Confusión.

Apareció Rajoy en la tele. Como siempre. Aplaudió la decisión de los consejeros por anular el pacto por el control de los informativos y dijo que rectificar, era de sabios. A veces no. A veces es de estrategas que simplemente están tomando distancia para alcanzar los objetivos empleando otra táctica, a otra hora y con otra excusa.

Hay mentes spa. Mecanismos que, ante el estrés y la ansiedad, consiguen llegar a un punto de desconexión, como si no existiera ley de la gravedad, como si la presión exterior nos importase realmente un pimiento. En mi empeño por transformar mi mente, como un cuarto de maravilla del siglo XVI, en algo parecido a un masaje sensorial visité la exposición del Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes, Juan Gatti, en La Fresh Gallery. La exposición responde al nombre de ‘Ciencias Naturales’ y en ella el fotógrafo y diseñador gráfico muestra parte de un trabajo de ambientación realizado para la película ‘La piel que habito’, de Pedro Almodóvar. Cuadros que recuerdan a las portadas de álbumes y cromos de nuestra infancia, como aquellos de Vida y Color. Imágenes de cuerpos despojados de toda piel, al estilo del muñeco del juego de Anatomía Humana, rodeados de una flora luminosa y una fauna idílica. Alguno de esos cuadros aparecen en la película de Almodóvar, tras el escritorio del despacho que el protagonista, Robert Ledgard (Antonio Banderas), tiene en su casa. En la inauguración, además del gran Juan Gatti, me encontré con Alaska y Nacho Canut, que se marchaban rápidamente a un concierto de Fangoria, el modelo Iván Sánchez, la peletera Elena Benarroch, y una radiante, y vestida de Prada, Bibiana Fernández. Lo mejor para la galería es que prácticamente todo el mundo compró obra. Mucho punto rojo debajo de cada cuadro. Ni rastro de Pedro Almodóvar. Tenía jaqueca. Al parecer hizo un esfuerzo y más tarde se presentaría en la after party en el estudio del artista.

“Todo es bello pero, al mismo tiempo, esa belleza es una perversa trampa que nos sitúa en un mundo que nosotros hemos dominado, explotado y destruido, pero al que irremediablemente nos vemos abocados”. Así define el comisario de arte Rafael Doctor la muestra de Gatti. La belleza como una perversa trampa. Como la mente spa. Tarde o temprano, los efectos del relajante muscular desaparecen y tienes que volver a enfrentarte a los señores que se apuestan tu bienestar al blackjack, a los especuladores de ruleta americana y a los consejos de administración.


domingo, 18 de septiembre de 2011

Tiempo de silencio

Como en la novela de Martín-Santos, España está regresando a los años 40. Veo demasiados aspectos comunes entre esa historia ambientada en un país sumergido en una desoladora situación económica y social y cualquier informativo de las tres de la tarde. Los tiempos se solapan, como en una versión inapropiada de Retorno al pasado, sometiendo el silencio al miedo; y el miedo, a la incierta oscuridad. Todas las buenas novelas albergan oscuridad: en su entorno, en sus personajes o en su época. Hasta podríamos estar viviendo un capítulo de El señor de los anillos. La diferencia es que la oscuridad, en la obra de Tolkien, arrasaba la Tierra Media y aquí, ahora, es la clase media la que la sufre. Por lo demás, todo se parece mucho. Hasta empiezo a sospechar que no todos somos humanos; que algunos son razas antropomorfas.

Como en un relato de ciencia ficción de Huxley, vemos el fútbol –el mejor opio para el pueblo que ha existido desde el nacimiento del Real Madrid- como si fuera el soma que consumían los habitantes de Un mundo feliz. Pero para no dejar a ningún ciudadano sin su alucinógeno se creó Telecinco (o Cuatro), un nuevo concepto de opio, algo adulterado pero con la misma capacidad adictiva. En la novela de Aldous Huxley se decía que un gramo de soma curaba diez sentimientos melancólicos, con todas las ventajas del cristianismo y el alcohol sin ninguno de sus efectos secundarios. Supongo que ya todo el mundo sabe que el director de cine y actor Santiago Segura se ha llevado los 12.000 euros que pagan a los famosos por ir a Más allá de la vida y ridiculizar a la médium espiritual Anne Germain. Cuentan que la cadena está pensando si emitir o no el programa en el que Segura le dice a la médium que no ha acertado ni una, poniendo en evidencia algo que muchos sospechábamos. En la profesión del actor ya se habla de aquellos que han osado burlarse del imperio Vasile y de lo difícil que lo tienen para trabajar en esa casa. Y siempre se pone el ejemplo de Sancho Gracia, actor que en La Noria se atrevió a cantarle las 40 a Belén Esteban y desde entonces está vetado en la cadena. Los hay que piensan que con Santiago Segura no valdrá el veto ya que el poder del director –gracias a la repercusión social de su saga Torrente- enfrentaría a dos poderosos. Pero como no hay dos sin tres, otros opinan que detrás de todo esto hay una inteligente estrategia de Segura: por un lado, acceder a la invitación del programa y llevarse los 12.000 euros calentitos y, por otra parte, evitar las críticas de muchos de sus seguidores al verle sentado frente a la supuesta vidente, burlándose de ella en la grabación y, así, evitar su emisión.

Lo de Anne Germain me parece de juzgado de guardia. No ya por los famosos que asisten al programa, se llevan su dinerito y hacen lo que se espera de ellos, sino por la indefensión con la que personas anónimas, cargando con la herida abierta del familiar perdido y la necesidad de un consuelo, una explicación, un poco de paz, acuden a Más allá de la vida para que la cadena haga caja con su dolor. No me creo a esa señora y, lo peor de todo, es que me hace pensar que estamos dotados de un provincianismo mental rebozado en prejuicios que, si esa misma mujer se llamase Hortensia Montoya y fuera sevillana, no haría sospechar y no nos creeríamos ni una sola palabra que saliese de su boca.



Vivimos en un pequeño, o gran, agujero. Una especie de madriguera, una tubería, un lugar oscuro en el que nos refugiamos del terror que nos contagian, protegiéndonos la cabeza con los brazos para que cualquier cascote que caiga de arriba no nos escalabre. Pero eso puede cambiar. El agujero, en inglés, el idioma en el que se comunican los muertos de Utrera con Anne Germain, es the hole. Y The Hole es el nuevo espectáculo que se estrenó el jueves en el teatro Häagen-Dazs de Madrid. Una mezcla sensacional entre el Crazy Horse de París, el Cirque du Soleil, un poquito de Kit Kat Club, La Cliqué de Londres o el The Box de Nueva York y un humor provocador y canalla, más nuestro, como de un renovado Molino barcelonés. Todo eso podría ser The Hole, un agujero desde el que poder salir a la superficie con energías renovadas. La idea, que parte de la productora LetsGo, Yllana y Paco León, puso a todo el público en pie. Especialmente cuando Paco sobrevoló por encima de nuestras cabezas. Allí estaban, absolutamente entregados al canalleo y el espectáculo, el director de cine Álex de la Iglesia, el actor Hugo Silva, el reparto completo de Aída, Carmen Lomana, Eugenia Martínez de Irujo, Pepón Nieto, Pastora Vega y Juan Ribó, Massiel, y más. Entre ellos, los futuros maestros de ceremonias de este show: Eduardo Casanova, Alex O’Dogherty, Silvia Abril, Fernando Gil y la gran Pepa Charro.

The Hole tiene la apariencia de una civilización sumergida, de un universo mágico en el que a uno le apetecería instalarse, un oasis subterráneo en el que disfrutar de nosotros mismos, y de los demás, mientras en la superficie solo se habla de agujeros económicos, de déficit, de austeridad,… Y si en algo no hay que ser austero es en nuestra capacidad de proporcionarnos –y proporcionar- placer. Vamos, que aunque los tiempos quieran teñirse de gris, que aunque nos aconsejen que el silencio es la mejor manera de sobrevivir, que aunque las sombras habiten la Tierra (Clase) Media y sospechemos que lo peor aún está por llegar, siempre nos quedará un agujero, iluminado con luces de fiesta, en el que sentirnos como en casa. Porque a veces, hay muy buenos agujeros en los que entrar y cargarnos de fuerza para cuando llegue la hora de salir.


sábado, 17 de septiembre de 2011

¿Quiere salir conmigo esta noche?

No me gustaría ser un insecto, por ejemplo. Especialmente en primavera, que hay que pasarse las 24 horas polinizando y uno ya no está para esos trotes y aquellos galopes. Aunque si lo piensas bien, lo bueno de polinizar es que no hay que trabajarse mucho el tema con cenas, cines, cafés,…no. En el mundo de los insectos lo que funciona es el aquí te pillo aquí te polinizo. Y siempre en la primera cita. También es verdad que disfrutar, lo que se dice disfrutar…se disfruta poco. Más bien se actúa a modo de empresa de mensajería llevando el semen, para que me entiendan, del estambre al estigma. Hablando de estigmas, me han hablado de una encuesta en la que enviaron a la calle a un chulazo y una chulaza para preguntar (él a ellas y ella a ellos) tres cosas. La primera pregunta era:

¿Quiere salir conmigo esta noche?

Empate. 50% de hombres y 50% de mujeres contestaron que sí. La segunda pregunta fue:

¿Quieres venir a mi apartamento?

Aquí se produce la primera disparidad: un 6% de las mujeres contestó que sí y un 65% de los hombres, también. Y cuando llegó la tercera y definitiva pregunta

¿Quieres acostarte conmigo esta noche?

ninguna mujer respondió afirmativamente y un 75% de los hombres sí lo hizo. Explico que el 25% restante no dijo que no; sólo añadió que tenía novia o estaba casado. Que las cosas claritas al principio no vaya a ser… A mí lo que me sorprendió fue el 6% de mujeres que dijo que sí iría al apartamento del chulazo pero no se acostaría con él. Entonces, ¿a qué iban al apartamento? ¿A comprobar si tenía moqueta? Por favor, si alguna mujer tiene una respuesta a esta duda, mi yo antropológico se lo agradecerá.


miércoles, 14 de septiembre de 2011

Calor


Me van a disculpar ustedes que no esté muy locuaz pero es que a mí el calor me aplatana, me amodorra, me provoca indolencia y apatía. Ahí es nada. Creo que el calor no es bueno, a no ser que seas una magdalena o cualquier cosa con levadura. De lo contrario, no es bueno.

Basta echarle un vistazo a las películas para darse cuenta. Siempre que tienen que ambientar una trama en un lugar agobiante, claustrofóbico, inquietante, lo hacen en un asfixiante verano. Así pasaba en La gata sobre el tejado de zinc, donde el clima no era lo único que estaba caliente; o en El corazón del Ángel o en Fuego en el cuerpo, donde recordaban que en verano aumentaba el número de crímenes; hasta en Día de furia, donde vimos a Michael Douglas, hijo de Kirk Douglas, convertido en un psychokiller por obra y gracia del calor.

Se lo digo yo: el calor es un inhibidor de la paciencia y nos alteramos con mayor facilidad que en invierno. Por eso yo intento refrescar mi ira con algún ventilador pero lo único que consigo es la modorra de quedarme viendo un programa nada interesante de televisión con tal de no levantarme a buscar el mando a distancia.

domingo, 11 de septiembre de 2011

11-S

No es pesimismo creer que el dolor nos describe, nos ubica, nos marca a fuego. No solo el que sufrimos en nosotros mismos, que sería lógico, sino también el horror al que asistimos como espectadores. Cuando el cerebro ya no puede controlar el estímulo que recibe, ya no racionaliza, el miedo se apodera de nuestra mirada. Nos abandonamos a la necesidad de sobrevivir y, a veces, la única manera de empezar a hacerlo es comprendiendo. Y eso es imposible frente al horror irracional que provoca el fanatismo.

Nadie recuerda dónde estaba, qué estaba haciendo exactamente, cuando cayó el muro de Berlín. Pero todos recordamos, con una claridad sorprendente, dónde estábamos y qué estábamos haciendo el 11 de septiembre de 2001.

En mi caso, estaba trabajando en el Diario de Mallorca y habíamos salido a comer a un restaurante de menú cercano al periódico. Estábamos esperando la comida cuando vimos las imágenes en el Telediario. Cuando impactó el segundo avión, dejamos la comida en la mesa y salimos corriendo hacia la redacción. Sabíamos que esa noche iba a ser larga.

Sin embargo, había algo en mi vida, un pequeño detalle, que convertiría ese día en algo más complejo emocionalmente. El 8 de septiembre, tres días antes del atentado, se casó en Sóller mi amiga Ana. Lo hizo con Ricardo y a su boda estábamos invitados un buen número de amigos. Entre ellos, Vijaya Shanker, un joven malayo que conoció en un college neoyorquino y que compartió mesa con nosotros. Con esos vínculos magníficos que promueve la felicidad, Vijaya se convirtió en un afín más. Prometimos visitarle en Nueva York, donde vivía y trabajaba, como agente de seguros, en las Torres Gemelas. El lunes 10, a primera hora, partió de regreso a Estados Unidos. Como les dijo a sus padres, “mañana iré a la oficina a primera hora porque tengo mucho trabajo que hacer”. Según me contó Ana después, esa fue la última vez que habló con ellos. Vijaya trabajaba en AON, la aseguradora ubicada en la planta 103 de la torre sur, la segunda en ser golpeada.

Los seis grados de separación se fusionaron en uno. El destino es incómodo. Apenas tuvimos tiempo de alimentar esa amistad. Quizá nunca hubiera llegado a serlo. Quizá después de aquella boda, viviendo en países distintos y lejanos, el tiempo se encargaría de situarnos en otros lugares. Quizá Vijaya podía haber sido un recuerdo vago y remoto en algún rincón de la memoria. Ahora sé que eso es imposible. Vijaya ha quedado grabado en nuestro recuerdo como quizá nunca hubiésemos pensado mientras disfrutábamos del baile en la boda de Ana.


Pesadilla sorda

Los hipocondríacos somos carne de cañón. Nuestro pánico a los síntomas y a todo aquello que nuestra imaginación puede sospechar nos convierte en el paciente rentable para un seguro médico. Y, posiblemente, para un nuevo modelo de Seguridad Social basada en el co-pago. No es cuestión de creer estar en mejores manos cuando te atiende un médico de la sanidad privada que cuando lo hace uno de la Seguridad Social. De hecho, algunas veces son los mismos. Tiene más que ver con el hecho de esperar, con las listas de espera, con las citas que se alargan en el tiempo dejando al hipocondríaco al amparo de su miedo y, lo que es peor, con el síntoma a cuestas.

No soy un hipocondríaco de libro. O mejor dicho, de película de Woody Allen. No escucho datos sobre una enfermedad y, acto seguido, los padezco. Soy de los que siente un dolor, una molestia real, y tiende a pensar que en vez de una simple gastroenteritis es un tumor en el estómago. Me angustia tanto el dolor, el sufrimiento y la enfermedad que necesito, con urgencia, el diagnóstico de un médico. Ponerme enteramente en sus manos, creer en él con una fe ciega, para poder relajarme, saber qué es exactamente lo que siento y curarlo. Soy un creyente absoluto en la medicina. Pero ese miedo a la incertidumbre, a padecer un síntoma sin saber qué lo provoca, me empujó a hacerme un seguro médico.

Desde hace más o menos un mes y medio, un ligero pitido habita en mi oído. Es tan sutil que durante el día, con el ruido ambiental, apenas lo percibo. Sin embargo, por la noche, en el silencio, apoyando el oído contra la almohada, el sonido se hace más evidente. No es insoportable pero tampoco lógico. Así que, decidí acudir al otorrino. Solicité cita en mi seguro médico. Me la dieron para la misma semana. El doctor me miró los dos oídos y me encargó una audiometría y una radiografía dorsal lumbar. Todo eso me lo hice en menos de una semana. De hecho, el martes pasado, tuve la segunda consulta con el doctor. Todo rápido. Como me gusta. Eso sí, cobrando a cada paso, a 3 euros el paso.

Al llegar a la consulta y entrar en la sala de espera, vi a siete personas aguardando su turno. Dije buenos días. Nadie contestó. Antes de pensar que eran todos unos maleducados llegué a la conclusión de que si estaba en la consulta de un otorrinolaringólogo, posiblemente, estaban todos sordos.

En la consulta, el médico colocó las radiografías en la pantalla luminosa. Vió un pequeño pinzamiento en las vértebras pero nada importante. La audiometría, bien. Aseguró que era el desgaste lógico de un oído de 44 años. “¿Y el pitido?”, pregunté.

-Los ruidos, por definición, no se quitan. Excepto los que se quitan – me soltó. Lógica aplastante pero poco reconfortante.

-Ya pero…el pitido sigue ahí – insistí.

-Es que ese tipo de síntomas que no son comprobables a primera vista son difíciles de valorar. Usted dice que el pitido está ahí pero yo no lo oigo. Yo puedo pensar que se lo inventa.


No puede ser verdad. Esto no me está pasando a mí. Me he quedado dormido en la sala de espera y estoy viviendo una pesadilla sorda.

-No podemos hacer nada. Hay cosas que la medicina no sabe.

Y pensaba, ¿es que no me va a preguntar en qué trabajo, si estoy en contacto con ruidos, con volúmenes muy altos,… algo que pueda encauzar el diagnóstico? Pues no. Lo que me dijo fue que me marchase a casa y si el pitido permanecía durante meses, que volviese.

-Mire, es que por el día, camuflado con el sonido ambiental, no lo percibo casi pero por la noche, en el silencio…

-¡Normal! ¿Qué quiere usted? ¿Tener un trombón en el oído? Si usted escucha la radio por la noche, la tendrá que poner bajita y aún así la escuchará. Pues el pitido igual, aunque sea de intensidad baja, con el silencio, pues lógico que lo escuche.

Paciencia, paciencia, paciencia.

-Entonces, ¿la causa de esta molestia? –reiteré, deseando creer.

-No lo sabemos. A lo mejor la razón está en otra parte. Ya veremos si se manifiesta en algún momento.

-Es que el pitido…

- ¿El pitido es suave? Suave. ¿Grave? Grave. ¿Esdrújulo? Pues esdrújulo. Mire, como no le molesta para su vida cotidiana, siga usted así. Que le molesta más, pues vuelva. Que le desaparece, pues venga y me invita a un café para celebrarlo.

Si no fuera porque me estaba tocando los cojones hubiese pensado que tenía delante a la reencarnación de Groucho Marx. Le dije que al menos necesitaba saber si hacía algo mal, para poder evitar esa conducta.

- Puede ser por estar sometido a mucho ruido, puede ser una lesión cervical, puede ser consecuencia de una pasada otitis, pueden ser muchas cosas. Pero tampoco es para que piense ‘qué horror de vida me espera’. Siga usted su vida y cuando el pitido se haga insoportable, venga. Adiós. Buenos días.

Me planteo si debo pedir una segunda opinión. ¡Claro! ¡Así se sustenta la sanidad privada! Con monstruos que te hacen pasar la tarjeta tres veces, no te solucionan nada y te abocan a la segunda opinión, que te obligará a pagar otras tres veces. Supongo que es el riesgo de la sanidad como negocio. Ahora comprendo la actitud de aquellos pacientes en la sala de espera. Total, para lo que hay que oír.


viernes, 9 de septiembre de 2011

Las series de mi vida. Toma IV

45.- MAZINGER Z

Supongo que gran parte de estas series llegaron a mi vida cuando mi cerebro era una especie de ordenador de última generación recién salido de fábrica. Con el tiempo, el disco duro se va llenando y la fase REM se encarga de liberar aquellas vivencias que no tienen la importancia suficiente como para pasar a formar parte de los recuerdos. A finales de los 70, todo lo que veía pasaba directamente al cajón de la memoria. Mazinger Z es un ejemplo. Aún soy capaz de cantar la sintonía, sin haber vuelto a escucharla en décadas, y recuerdo hasta secuencias. No era consciente de estar consumiendo ‘manga’; de hecho, llego a ese concepto muchos años después. Simplemente disfrutaba como un loco con unos dibujos animados que me parecían grandiosos, espectaculares. Los he recuperado después, con el paso de los años, y he comprobado que esa grandiosidad estaba más en mi mirada que en la serie en sí. Pero que Mazinger Z marcó a la generación que, mucho después, impondría una formación estética, catalogada como cultura pop, es evidente. Todos tenemos nuestro personaje y nuestra frase favorita de Mazinger Z.


Quien más o quien menos coleccionó cromos de la serie o tenía un juguete. Los que han sabido conservarlo, tienen una joya vintage. Los que no, entre los que me incluyo, tenemos que recurrir a las imitaciones. Yo tenía un Mazinger al que le apretabas un botón en la espalda y lanzaba los puños. Tampoco recuerdo haber jugado mucho con él. Yo era más de Afrodita A. Por cierto, aquello de “pechos fuera” forma parte de nuestra efervescente imaginación. Sayaka, que era la chica que pilotaba a Afrodita, jamás gritó “pechos fuera”. Creo que decía “misiles fuera” cuando le plantaron esas dos perolas a lo Sabrina Sabrok. Pero para mí, el verdadero hallazgo de Mazinger Z fue aquel nuevo concepto de género que era el barón Ashler. Hace unos años, le rendí homenaje, junto a Óscar López, en la sección ‘Entrevistas Imposibles’ de La Plaza, en RNE.


44.- ORZOWEI

Como sucedía prácticamente con todo lo que veía en la televisión en aquellos años, nunca se me pasó por la cabeza que existiera un libro anterior. Consumía tebeos (españoles, no era nada de superhéroes, ni de la Marvel, ni nada de eso), y libros de Los Cinco o Los Hollister. Por eso no supe, hasta varios años después, que Orzowei estaba basada en una novela de Alberto Manzi. El argumento parecía, de entrada, un poco Tarzán pero, de repente, se convertía en una especie de Shakespeare africano. El protagonista: un niño blanco. Muy blanco. Demasiado para el sol africano. De hecho, hoy en día seguro que una asociación de dermatólogos hubiese cuestionado que el muchacho no se protegiese la piel con una crema factor 80.


Al chaval le abandonaban en medio de la selva africana y le criaban en una tribu, como si fuera un gran guerrero. Pero claro, al ser blanco era rechazado y tenía que volver a la selva. Entonces se unía a otra tribu más tolerante y más políticamente correcta, enemiga de la tribu que le educó. Conflicto muy Shakespeare.

La serie era italoalemana pero para mí, como si fuese de la HBO; me la tragué sin rechistar. Los dos conceptos más importantes que me injertó la serie fueron el de amor/odio al estampado étnico y descubrir a los enormes Guido y Maurizio de Angelis. La mayor parte de las canciones de las series de aquella época, como la de Orzowei, Sandokán, El bosque de Tallac, Banner y Flapy, Ruy el pequeño Cid, La vuelta al mundo de Willy Fog, eran obra suya. Eso sin contar las bandas sonoras de las películas de Terence Hill y Bud Spencer que durante años poblaron los programas dobles de los cines de media Europa.

Eran una especie de Juan y Junior italianos que, según tengo entendido, aún están en activo. Por cierto, del tema principal de Orzowei hizo una versión Enrique del Pozo


43.- VACACIONES EN EL MAR

Vacaciones en el mar ha llegado a nuestros días como una estampa, como una postal sepia, como una inspiración para crear flyers de fiestas, como un vago referente de escasa profundidad. Realmente no era una gran serie. Tenía ese concepto de reparto coral y capítulos autoconclusivos que no acaban por crear fidelidad. Pero al ser la primera que llega a nosotros con esa estructura (luego vendría Hotel) caímos en sus garras sin contemplación. La serie tenía verdaderos hallazgos a los que hoy homenajeamos sin rubor. Indiscutiblemente, en el top one está su tema principal.

The Love Boat (así se titulaba la serie norteamericana) seguro que le sigue reportando derechos de autor a Charles Fox y Paul Williams. O a sus descendientes. Es un temazo, en la voz de Jack Jones, que aunque muchos crean que es el dueño de una tienda de ropa, no; es un cantante al que Frank Sinatra consideró su heredero natural. Frank no siempre acertaba. Esa cabecera, tan parodiable, en la que todos los personajes –el capitán, Julie, el barman, incluso esa niña repelente que apareció en no recuerdo qué temporada- gesticulaban, sonreían como si les estuvieran obligando a hacerlo con una mirilla láser apuntándoles en la frente, daba paso luego a un salvavidas en cuyo círculo interno aparecían los ‘guest star’. En aquel momento no era consciente de lo que estaba viendo. Cuando las recupero en la actualidad, casi grito. Por ese barco pasó desde Ursula Andress a Charo Baeza pasando por Zsa Zsa Gabor, Village People o Vincent Price. Pero, en el fondo, todos tenemos la sensación de que la serie era como un publireportaje de Costa Cruceros.


42.- UN HOMBRE EN CASA

Antes de nada, voy a confesar algo que nunca le he dicho a nadie: Richard O’Sullivan me ‘ponía’. Sí, el protagonista de Un hombre en casa me excitaba. El hecho de que Robin, el personaje, estuviera más salido que el pico de una plancha y tuviera que convivir con Chrissy y Joe, que le ponían cardíaco aunque nunca lograba tirárselas, pero se hiciera pasar por gay ante los Roper, los caseros, para que le dejasen vivir en el mismo apartamento…no sé, a los 11 años de entonces…aquella situación me ponía muy bruto, qué quieren que les diga.


La serie llegó a España en 1978, seis años después de su estreno en el Reino Unido, y contó con 6 temporadas, cortitas, de unos 6 episodios cada una. El éxito llevó a crear dos spin off: uno para Robin y otro para los caseros, Los Roper. Evidentemente, el tirón de George y Mildred fue mayor que el de Robin. Incluso para mí.



41.- LA BARRACA

Fijándome un poco en las series que me impactaron en los 70, noto que todas ellas (por supuesto, no me refiero a las de animación) despertaban en mí un ligero, o no tan ligero, deseo sexual. Es muy probable que la razón fuera biológica, o sea pubertad, y no mérito de actores y guionistas pero, en cualquier caso, el sexo, casi sin saber nada de él, ya estaba presente en mi mente y en mi bragueta. En este caso, el responsable era el actor Luís Suárez, que hacía de Pimentó, el malo, en la serie. “Así es la huerta: machos y fieles”.

Erecciones aparte, La Barraca fue la segunda serie basada en una obra de Vicente Blasco Ibáñez a la que me enganchaba vía televisión. Creo que nunca me he leído un libro suyo. Si lo he hecho, no me dejó la huella que me dejaron las series. La serie, protagonizada por Álvaro de Luna, Marisa de Leza, Victoria Abril y Juan Carlos Naya, narraba las penurias de una familia de campesinos en la Valencia rural del siglo XIX. Los protagonistas –que no aparecían hasta el segundo capítulo- llegaban a una tierra que el resto de campesinos de la zona habían decidido no cultivar como represalia al terrateniente. Los pobres, sin comerlo ni beberlo, se ven enfrentados a toda la comarca sufriendo desprecios y humillaciones. Y eso, con una banda sonora de lágrima fácil, pues funciona. Alguna que otra lágrima dejé escapar. En plan spoiler les contaré que la cosa acaba fatal. Muy Frankenstein. Eso sí, Juan Carlos Naya lucía el atuendo de faena como si fuera un Balenciaga.



Por cierto, la canción de los créditos estaba interpretada por Victoria Abril. Balada con toques de canción protesta. Un cuadro.


40.- CON 8 BASTA

Voy a intentar no hablar de erotismo, ni de excitación, ni de tocamientos.

Era un fan absoluto de Con ocho basta. Adoraba esa serie. Vista desde la actualidad, uno se da cuenta de que la serie era muy pro Opus Dei y que seguro que en casa del señor Ruíz Mateos la disfrutaban mucho. Pero eso yo no lo notaba en 1979.

La serie contaba la historia de una familia numerosa con un padre, Tom Bradford, interpretado por el actor Dick Van Patten, un señor con cara de estar rodando siempre una peli de Disney de los 70 y que a mí me parecía que acabaría haciendo una especie de Saber Vivir o Más vale prevenir en la tele americana. Realmente era un matrimonio pero la actriz que interpretaba a la madre moría en la emisión del cuarto capítulo de la primera temporada y el señor Badford tenía que tirar de los ocho hijos él solito.

Tom Bradford era columnista de un periódico de Sacramento. El periodismo y la escritura daban para mantener una familia numerosa. En España eso era ciencia ficción pero lo achacábamos a eso que llamamos ‘otra cultura’. Décadas después, aparecería Carrie Bradshaw y pretendería hacernos creer que escribiendo artículos de opinión se puede una comprar Valentinos y Manolos. Eso ya me hizo sospechar que, tal vez, en Estados Unidos la profesión periodística esté mucho mejor pagada que en España.

Los hijos eran: David (el mayor; guapetón, deportista, pero sin mucha líbido), Mary (me fascinaba porque era bízca), Susan (parecía un poco la payasa de la familia), Joannie (que tenía pinta de ser lesbiana pero, en la vida real, se tiraba al actor que hacía de su hermano mayor), Dianne (la rubia boba), Elizabeth (la deportista), Tommy (el que nos ponía a cien) y Nicholas (el pequeño).

He dicho que iba a intentar no hablar de tocamientos. He cambiado de opinión. Willie Aames, el actor que interpretaba a Tommy, estaba objetivamente bueno. Y acabó haciendo una película espantosa llamada Paradise, con Phoebe Cates, en la que se intentó emular el éxito de El Lago Azul. La peli no pasó a la historia del cine pero ver a Willie Aames en pelotas es algo que muchos agradecemos a Stuart Gillard, el director. Por favor, no busquen en Google a Willie Aames en la actualidad. No es necesario. Quédense con su imagen en los primeros 80. Háganme caso.

Aquello era como una secta porque al final acabaron liados y casados todos con todos pero, a lo que vamos, sentaron las bases de lo que fue la fotografía popular de finales de los 70, principios de los 80: la pirámide Con Ocho Basta. Los miembros de la familia salían al jardín y se colocaban a cuatro patas, levantando una pirámide que, en el último momento, se desmoronaba. Pues bien, si hay alguien de esa generación que no se haya retratado como si fuera un miembro de esa familia, que levante la mano. Creo que todos hemos hecho la pirámide Con Ocho Basta. Aunque no tuviésemos una cámara de fotos delante. Lo peor era cuando queríamos emular el final y los de abajo decidían derribar la torre. En la televisión, la imagen se congelaba y nunca veíamos el verdadero final. En la vida real, alguno/a acabó llorando.


lunes, 5 de septiembre de 2011

Bienvenidos al nuevo día 1

Septiembre es mi enero. Desde hace varios años, las vacaciones de verano preceden a las nuevas temporadas, las renovaciones, los cambios y los proyectos recientes. De hecho, marca más mi año laboral todo lo que sucede entre la última quincena de agosto y septiembre que cualquier valor romántico que quiera darle al año nuevo exacto. Con uvas o sin uvas. Tal es mi predisposición a este inicio de año, como un curso escolar, que acumulo propósitos inalcanzables –el tiempo me ha confirmado que lo son- como aprender un idioma, apuntarme a un gimnasio o dejar de fumar. Este, por suerte, ya lo traía de fábrica pero siempre lo enumero en las listas para poder hacer una marca junto al objetivo, una uve de victoria, y así no sentirme un incapaz. La diferencia entre mi año nuevo y el de la inmensa mayoría reside fundamentalmente en los sonidos que entran por mi balcón madrileño que, por cierto, en estas fechas aún puede permanecer abierto de par en par. No escucho villancicos, ni gente felicitándose el año, ni la algarabía propia de una celebración. Solo escucho el puto helicóptero que, desde hace cinco meses, sobrevuela la ciudad como si esto fuera un plano interminable de Black Hawk Derribado. Primero para controlar a los del 15M, después para controlar que los del 15M no perturbaran la paz espiritual de las juventudes católicas de Benedicto equis-uve-palito, luego para controlar cualquier movimiento social contra la reforma de la Constitución y, finalmente, para volver a controlar a los del 15M. Vamos, que si yo fuera un habitante de Urano y asistiese, vía satélite, a este despliegue policial pensaría que esos del 15M son una especie de infectados, unos monstruos de a saber qué planeta, cuyo objetivo es dominar el mundo contagiando de tal manera a la sociedad que la única forma de escapar será trasladándose a vivir al subsuelo. Como en Doce monos.

Esta ciudad se está convirtiendo en el paradigma del desatino. Como sucede con las grandes estrellas del rock, Madrid sobrevive a un mal productor sin que eso parezca afectar demasiado a su trayectoria. Madrid perdura, a pesar de sus gobernantes. Ellos desaparecen (forrados, eso sí) y ella se reinventa, a las duras y a las maduras, para seguir siendo quien fue. En este símil entre la ciudad y la música, tengo la impresión de estar viviendo un pésimo disco de Madonna, o de Red Hot Chilli Peppers, a la vez que creo que, en el fondo, nada va a cambiar. Ganar unas elecciones debe provocar un desequilibrio químico cerebral en los vencedores que, inmediatamente, pasan de ser humildes servidores del pueblo a convertirse en neo emperadores romanos, en dementes capaces de incendiar una ciudad si eso les reportase beneficios. Mientras Esperanza Aguirre pide ‘un esfuerzo suplementario’ a los profesores de la Comunidad, plantea crear una policía autonómica con la que acabar de una vez por todas con las manifestaciones espontáneas de los ciudadanos indignados. O sea, que dinero para crear un cuerpo de guardaespaldas que me proteja de los que no piensan como yo, para eso sí hay dinero.


El ambiente de desasosiego es tan evidente que hasta Pedro Almodóvar ha renunciado a la tradicional fiesta oficial que acompaña a sus estrenos. El jueves se estrenó La piel que habito sin premiere, sin alfombra roja y sin gran fiestón. Simplemente una copita en Chicote para unos pocos. El director cree que sería una ostentación vergonzosa celebrar un estreno de cine de esa manera cuando el país está viviendo una de las peores crisis de su historia. Los hay que creen, porque con lo que tiene que ver con Almodóvar siempre hay muchas opiniones, que el cineasta está siendo prudente, que teme al recibimiento de la película por parte del público y aseguran que salir a los cines con 250 copias, cuando una película suya suele salir entre 400 y 600 copias, ya es un dato. Pero también me cuentan que este estreno silencioso lo entiende como una manera de apoyar a las personas que hay detrás del 15M, a los seres humanos anónimos e infectados de indignación ante una endiosada clase política; ante los que encuentran razones para reformar una Constitución y tranquilizar así a los especuladores, también llamados ‘mercados’, y no ven suficientes argumentos en el grito unánime de los ciudadanos que piden cambiar una ley electoral para conseguir una democracia más real y participativa. Mercados 1- Ciudadanos 0. Bienvenidos al día 1 de la nueva era del despotismo benevolente. A este paso, la piel es lo único que vamos a poder habitar.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Calendarios


No va en mi talante ir por ahí amenazando, pero ayer lo hice. “Para las próximas navidades sacamos un calendario”, comenté a los de mi trabajo. Esa fue mi amenaza. Cuando llega el mes de diciembre, la caja de los tópicos se rompe y comienza a esparcir tradiciones en formato serpentina. Turrones en las cabeceras de los supermercados, girnaldas luminosas en las calles, sonido de campanillas, cenas de empresa, lotes de navidad,...y, de unos años a esta parte, el dichoso calendario. Una moda que, como todas, acaba saturando. Poco nos queda ya de aquella ilusión con la que empezamos a recibir esas primeras muestras, siempre benéficas, de cuerpos de bomberos, subrayando lo de cuerpos, posando con poca, o ninguna, ropa.

Ahora ya nada nos sorprende. La oferta de carnaza es tal que podemos elegir si queremos que marzo sea un policía local de Pinto, una fallera, una granjera alemana o un grupo de estudiantes de Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona. El boom de los calendarios, que deben ser solidarios porque lo que está feo es despelotarse sin que lo exija el guión, ha llegado a tal extremo que hemos visto, con asombro, que la veda se abría y que ya no era necesario tener un cuerpazo de bombero, policía o regatista para posar en pelotas y con una cierta patina aceitosa sobre los bíceps. Hemos visto desnudarse hasta los doctores del Instituto Pascale de Nápoles, dejando constancia fotográfica de que si uno decide en su vida ser investigador del cáncer no le queda tiempo para hacer mancuernas y barras, cosa que, por otra parte, me alegra, que cachitas tenemos muchos pero investigadores... Las madres de Serradilla del Arroyo también lo hicieron. Y ellas, pensando en sus hijos. Aunque no sé si a un hijo lo que más le apetece es ver a su señora madre convertida en el mes de abril.

Lo dicho. Yo, el año que viene saco uno que deje volar la imaginación, como el de los curas. Y todo lo recaudado irá a compensar a todas aquellas personas que alguna vez tuvieran que trabajar a las órdenes de José Luis Moreno.