domingo, 30 de octubre de 2011

Segundo vocal

Soy segundo vocal en la mesa electoral. No soy la letra E ni esto es una rima consonante de un poema de la genial Gloria Fuertes. Es mi futuro relativamente inmediato. Y sin gastarme un euro en esos sinvergüenzas que infectan la TDT en horario nocturno con sus cartas y sus posos del café. No entiendo por qué ellos no están perseguidos por la ley y los trileros sí, cuando se dedican a lo mismo. Tranquilos, no voy a volver a enumerar cosas que odio que da muy mala imagen. Creo que soy una persona de carácter curioso y, sin embargo, nada temerario. Por eso hay determinadas experiencias que veo más probable que llegue a consumar que otras. Tirarme en paracaídas lo veo poco (o nada) posible; estar en una mesa electoral y ver lo que se cuece en la concluyente jornada electoral, puede que hasta me estimule.

“Ha venido un policía a casa”, me dijo mi madre, que fue quien recibió la notificación certificada. Los responsables deberían buscarse otra manera de informar de este tipo de cosas. ¿Qué necesidad tenía mi santa madre de abrir la puerta de su casa y encontrarse de cara con un policía preguntando por mí? El susto que se habrá llevado la mujer. Espero que por lo menos el municipal estuviera bueno. Las malas noticias siempre las debe dar una persona guapa. Una mala noticia en voz y cara de un feo puede provocar una reacción en el oyente de espantosas consecuencias. Acuérdense de Juan Manuel de Prada cuando anunció en directo que se casaba. Creo que hubo espectadores de Intereconomía que, como aquellos niños japoneses que veían un capítulo de Pokémon, sufrieron ataques epilépticos. Y subrayo lo de ‘mala noticia’ porque creía que formar parte de una mesa electoral era una manera de participar en eso que llaman “gran fiesta de la democracia”. ¿Y quién rechaza una fiesta en la que no es que te inviten, es que te obligan a ir? Como le pasa a Arancha de Benito pero cobrando mucho menos. Ojo, y la invitación te la trae un poli. Nada de un cartero o un mensajero. Un poli.



Era de la opinión de que sentarte frente a una mesa con sus urnas y sus hojitas del censo electoral era un ejercicio de madurez democrática. Eso pensaba hasta que todo el mundo al que se lo he contado actúa como si me hubieran destinado a Fukushima. “Hostia, lo siento”, “vaya putada” o “joder, qué marrón” han sido las reacciones más habituales en lo que llevo de semana. Vamos, que he pasado de sentirme especial a sentirme un pringao elegido por sorteo.

“Segundo vocal, segundo vocal”, pensaba, no sin cierta inquina. “Ya que me molestan, por lo menos me podían haber hecho presidente”. Ser presidente antes de que llegase a serlo Rajoy, aunque solo fuera por unas horas de diferencia, me hubiera dado una seguridad en mí mismo que me hubiese ayudado a soportar los ocho años, mínimo, que me (nos) quedan por delante. ¿Y qué demonios hace un segundo vocal? ¿Los coros? Supongo que estoy en la fase de la ira. Una vez escuché a una monologuista -¿qué otra cosa se puede hacer con una monologuista?- que ante una mala noticia nuestro cerebro pasaba por cinco estados: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. O sea, que me quedan tres. Bueno, cuatro, porque negarme…¿puedo? “No”, contestó mi madre. “Ya se lo he preguntado yo al policía. Me ha dicho que llames a este número pero que lo ve muy difícil”. Parece que con todo el mundo se puede negociar excepto conmigo. Empezamos mal.

Entré en Internet. Hay personas que acuden a iglesias en busca de respuestas. Yo acudo a la red. Encontré un foro en el que un tipo, que aseguraba haber sido interventor en varios comicios, decía que si no me presentaba, no pasaba nada porque para eso estaban los suplentes. Pensé que no me gustaría ser compañero de trabajo de un tipo así. Seguí buscando. Acabé comprendiendo porqué formar parte de una mesa electoral era un marrón: si no me presentaba podía ser condenado a una pena de privación de libertad de 14 a 30 días y a una multa de tres a diez meses. Simplemente por no acudir, un domingo, a la mesa electoral. Proporcionalmente, mi actitud sería castigada con más contundencia que la de Matas o Munar. Curioso y deprimente sistema el nuestro. “Bueno, al menos te dan 62,61 euros de dieta”, añadió mi madre. Y pensé que si a los parados de este país les ofrecieran la oportunidad de estar en una mesa electoral a cambio de 62,61 euros, lo mismo decían que sí.

P.D: Como escuche las expresiones “con la que está cayendo” y “esto es lo que hay” durante la jornada electoral, no respondo de mis actos. Que soy segundo vocal pero con una mala leche de primera. Experto en segundas voces. Como los de Mocedades.

sábado, 29 de octubre de 2011

Una tarde en El Espacio

El pasado mes de septiembre me encontré con una oyente, Ángeles Gómez, en un local de Madrid llamado Lo Siguiente. Ángeles vive en Valencia, si mal no recuerdo, y aprovechaba unos días en la capital para grabar contenidos para un programa de radio que tiene en una emisora universitaria. Ella se puso en contacto conmigo para hacerme una entrevista relacionada con "La Transversal", "Wisteria Lane" e incluso me habló de La's Mónica's Randall's dj's y de Carmen Kenedy. Me sorprendió que supiera tanto de mi más reciente trayectoria profesional (y no tan profesional) y guiado por el instinto y la curiosidad, quedé con ella para someterme a un amplio cuestionario.


Esta semana, Ángeles ha colgado en la red mi participación en su programa, "El Espacio". Si bien es cierto que al principio me invadió un pudor inmenso -¿un programa entero dedicado a mi persona y mi trabajo? ¿de verdad le interesa eso a alguien?- luego sentí un enorme agradecimiento.
Lo escucho y, como me sucede siempre, me caigo mal. Ese eterno 'eeeee' antes de cada argumento, esa especie de interferencia sonora para llenar de ruido el silencio del pensamiento me pone frenético. Vamos, que si no supiera que hice esa entrevista recién llegado de una jornada laboral pensaría que la concedí recién llegado de una tarde de vinos.
Pero superada la autocrítica, les dejo aquí esta muestra de admiración de un grupo de personas que aman la radio, que disfrutan de hacer radio y que se dejan contagiar con esa magia. Un grupo de personas que, en estos tiempos en los que una crítica y un desprestigio resulta más atractivo que un elogio, son un oasis. Esas personas son Ángeles Gómez, Roberto Pascual y Raúl Cornejo. Gracias.

Esto es lo que escribieron en el blog de su programa:

Sólo hay un sitio que contenga más cosas que El Espacio: la mente de Paco Tomás. Desde que comenzó a trabajar en el equipo de la primigenia Transversal de Radio Nacional, y que llegaría a dirigir hasta su desaparición el año pasado, Paco Tomás ha ido creando un firmamento que va mucho más allá de las ondas. Este universo, lleno de humor, cultura, seriales radiofónicos y colaboradores brillantes no se ha dejado de expandir desde que el director de Radio Nacional decidiera echar el cierre a La Transversal. En Wisteria Lane, el espacio de de la radio pública sobre temática LGTB, nuestro protagonista ha logrado traerse consigo los mundos transversales para enriquecer este entrañable barrio radiofónico de todos, pero al mismo tiempo, destila su personalidad y su humor en proyectos paralelos como La´s Mónica´s Randall´s Dj´s o la productora Carmen Kenedy, en los que cuenta, entre otros, con la colaboración del actor José Martret. Desde que actor y periodista se conocieran hace más de siete años en una entrevista que este último realizó para el Diario de Mallorca, comenzaron un camino en común que les ha llevado desde ser un dúo radiofónico imprescindible hasta pinchar por toda España con pelucas de cardado extremo (y de alisado extremo incluso).

El Espacio tuvo la suerte de poder charlar con Paco Tomás en Lo Siguiente, un restaurante situado enfrente del Palacio de Longoria en el que había el mismo ambientazo que en la Wiskería Lane. Un sitio inspirador enfrente de un palacio no menos inspirador (por su nombre y por ser la sede de la entidad que es, por supuesto). Sólo nos faltó en ese momento Xisca / José Martret. Pero no se preocupen, El Espacio ha secuestrado sus voces para que nos acompañen a Roberto Pascual, a Raúl Cornejo y a durante estos minutos.

Y este es el programa. Disfrutadlo:

viernes, 28 de octubre de 2011

El lío de ser conservador

La lógica a veces no sigue una estructura lógica. A veces el caos es uno mismo. Yo, por ejemplo, me he dado cuenta que soy conservador en algunos aspectos de mi vida. Hay tradiciones que me gustan, como salir de vinos con los amigos, cantar cumpleaños feliz en todos los aniversarios y desafinar cuando hay que subir en ese “te deseeeeamos todos” o ver como mi pareja pone el árbol de navidad.

Incluso muestro una cierta y razonable aversión a determinados cambios, por mucho que supongan progreso: por ejemplo, el libro electrónico. Me cuesta. Soy un sentimental, un romántico, pero leer en la pantalla de una tableta electrónica me parece un horror. Yo necesito el volumen, las cubiertas, el marca-páginas, porque para mí la lectura es casi un ritual y no puedo prescindir de los elementos que lo conforman.

Supongo que la principal diferencia entre ese conservadurismo y el político está en que yo no creo que mis valores sean universales. No me gusta el libro electrónico pero jamás prohibiría la venta de libros electrónicos. Me gusta cantar cumpleaños feliz pero jamás impondría el canto del cumpleaños feliz, con desafine incluido, en todas las celebraciones españolas. Sin embargo, el conservadurismo político convierte en prohibición, en pecado, en vicio, aquello que a ellos, a título personal, no les gusta. El conservadurismo niega, en su raíz más etimológica, la pluralidad, la diferencia, el matiz.

Y, de repente, aparece el primer ministro británico, David Cameron, y dice que apoya el matrimonio entre personas del mismo sexo NO a pesar de ser conservador sino porque ES conservador. No se trata de si se tiene que llamar matrimonio o no, ni de si es una unión entre un hombre y una mujer o dos mujeres. Se trata de compromiso. Y Cameron le dice al núcleo duro de su partido: “Los conservadores creemos en los vínculos que nos unen; en que la sociedad es más fuerte cuando nos apoyamos los unos en los otros. Por eso, porque soy conservador, apoyo el matrimonio entre personas del mismo sexo”. Y creo que es un ejercicio de lógica contundente. Lo que parecía progresista puede ser conservador. Y poco después hace exactamente lo mismo Benjamín Lancar, el presidente de las juventudes del partido conservador francés, que no solo defendió que las parejas homosexuales puedan acceder al matrimonio sino que incluso apoyó las adopciones.


Pero lo que se escapa a mi capacidad de entender la situación española es: nuestro centro-derecha, por usar el eufemismo, ¿es conservador o no? Porque si fueran conservadores, como los conservadores del resto de Europa, lo que estarían deseando es que todos entrásemos en el redil. Sin embargo, estos conservadores nuestros lo que no quieren es compartir el redil. De ahí a pedir asientos separados en los autobuses va un paso.

¿Qué nombre tendrá entonces esta corriente política? ¿Neoconservadurismo? O sea, que tan tradicionales no son porque neo es un prefijo que indica novedad y lo nuevo pocas veces es conservador. Qué lío, ¿no? A veces la lógica, no sigue una estructura lógica ni aunque la maten.

lunes, 24 de octubre de 2011

Relato cortante (25 cosas que odio)

Los vecinos del piso de arriba se han mudado. Esa parece ser una buena razón para que el propietario del piso -mejor dicho, del edificio. Mejor dicho, de varios edificios-, decida rehabilitarlo de arriba a abajo, algo que no hizo mientras los inquilinos vivían allí. Supongo que ahora podrá cobrar un alquiler más alto. No me gusta la gente que acumula pisos (1). Me recuerdan a Shylock (2), el judío usurero de El mercader de Venecia. El caso es que todos los días, de lunes a sábado, a las 8 de la mañana, un equipo de albañiles polacos comienza a picar con el martillo y la maza (3). Comprenderán ustedes que lleve varias semanas despertándome con un humor de perros. No de cualquier perro; de un rottweiler (4), raza potencialmente peligrosa.

Mientras caminas hacia el cuarto de baño, aún con el corazón dormido, piensas que lo que te gustaría sería hacer con la cabeza del albañil lo mismo que él está haciendo con el martillo. No pasa nada por sentir eso. Es positivo. Actúa como un vasodilatador de la convivencia. Me lo ha dicho la psicóloga. El problema puede estar en lo que hagas con lo que sientes. Subir un piso, en calzoncillos y camiseta estampada con el rostro de Estrella emulando el Aladdin Sane de David Bowie, llamar a la puerta, arrancarle el martillo de las manos al albañil y acabar la secuencia como la finalizaría Quentin Tarantino, es delito. Pero imaginar –ojo, imaginar- que le revientas la cabeza al albañil que te despierta todas las mañanas con el puto martillo, eso es bueno. Ayuda. Lo que no ayuda nada es abrir la nevera, sacar la botella de leche y ver que apenas queda para media taza. Guardar en la nevera los envases con apenas contenido (5) es algo que me pone frenético. No poder tomarme un café con leche en casa, antes de salir a la calle, (6) me cambia el metabolismo y el carácter. Opto por el café solo. Café y martillo es una combinación casi anfetamínica.

Conecto la tele. Subo el volumen para que la sinfonía de instrumentos de percusión me permita escuchar que la agencia de calificación Moody’s (7) sigue la pauta de Standard & Poor’s (8) y Fitch (9) y rebaja otra vez la calificación de solvencia de España (10). De Aa2 a A1. A no ser que seas un Audi, esas letras no molan. No puedo entender que unas empresas privadas puedan poner en jaque a todo un país. Dicen que hay que recortar (11) más. Vuelvo a imaginar cosas que yo recortaría en todos ellos, incluidos banqueros (12), políticos (13) y consejos de administración (14). Imaginar no es malo. Aunque en tu imaginación lo dejes todo como en un capítulo de Dexter.

El trasiego de albañiles que suben y bajan por la escalera del edificio es continuo. Y su sorprendente capacidad para darle siempre una patada a mi felpudo y que choque contra mi puerta (15) me tiene asombrado. Esos albañiles son los malditos Mayumana (16). En esos casos lo mejor es dejar el trabajo para mañana y salir a la calle.


Paso por delante de una librería y veo en el escaparate el libro de Mariano Rajoy, junto al de Esteban González Pons (17). Me pregunto si todo el PP piensa sacar libro antes del 20-N. Antes que ponerme a caminar sin rumbo fijo decido que guiaré mis pasos hacia la Fnac, así podré hojear el libro de Pons. A veces me preocupa la irresistible atracción que siento por el abismo (18). Esto sí que es caminar por el lado salvaje de la vida y no lo que hacía Lou Reed.

Subo hasta la planta de libros y voy derecho, nunca mejor dicho, a por el libro. Hay una chica a mi lado consultando un ejemplar de Gente tóxica, de Bernardo Stamateas, y me mira confundida. Mira el libro de Pons. Me vuelve a mirar a mí. No sé qué pensará pero la gente no debería fiarse de las apariencias (19). No desde la irrupción de las tribus urbanas en nuestra sociedad. Abro y leo: “Las Fallas significan que aunque todo pasa y nada permanece, lo que tenga que venir forma parte de nosotros mismos tanto como lo que vayamos a perder. (…) El viento encendido se lleva lo que somos y lo que tenemos atesorado pero también despeja el solar para que empecemos a plantar nuestra siguiente falla. En el fondo, liberalismo, liberalismo, liberalismo”. Dejo el libro donde estaba y me planteo si adentrarme en los baños del establecimiento donde, parece ser, uno puede tener sexo furtivo sin compromiso de permanencia. No es que el libro me haya puesto cachondo. Es que el sexo, a veces, me resetea el disco duro.

Otra vez en la calle. Pienso si regresar al concierto de percusión de mi hogar o comer fuera. Entro en un local de buffet libre. Lo primero que me encuentro es ese estúpido dispensador de gel para limpiarse las manos en seco (20). ¿Qué pasó con el agua y el jabón? ¿También les afectaron los recortes? Ese gel me parece cosa de guarros (21) y guarras (22). Creo que lo de la Gripe A se lo inventó un empresario con stock de gel que no sabía qué hacer con él y mira, ahora está forrado. Salgo del restaurante. Camino sin dejar de dudar (23) sobre qué es lo que debo hacer. Me cruzo con un chico peinado como si fuera un tucán (24) que va escuchando música en su móvil sin auriculares. No soporto tener que escuchar reggaeton (25) si yo no quiero escuchar reggaeton. Imagino qué haría con ese móvil. Imaginar no es malo. Liberalismo, liberalismo, liberalismo. Mientras camino hacia ninguna parte me doy cuenta de que si hay algo que odio es no tener el talento suficiente como para escribir un artículo sin tener que ‘rendir homenaje’ al Relato Cortante de John Waters.

viernes, 21 de octubre de 2011

A 20 centímetros del suelo

Nací con ella en mi vida. Ella estaba aquí antes que yo. Oí hablar de ella cuando era muy pequeño. Algo espantoso había sucedido. Habían matado a un hombre. Su coche voló por los aires. Tanto que cayó en la azotea de un edificio cercano. No tenía ni idea de quién era ese hombre pero, en cualquier caso, parecía que aquello que acababa de suceder era malo porque, sin saber cómo, nos iba a traer problemas. Eso decían los mayores.

Con el tiempo vi que aquel atentado fue lamentado por unos y valorado positivamente por otros. Con el tiempo comprendí que yo era un niño en una dictadura. Entendí lo que eso significaba cuando el dictador murió.

Pero el lado oscuro de la violencia se refugia, precisamente, en la ausencia absoluta de justificación. La agresión, el imperio del terror, de la coacción, del miedo, del crimen,…desgraciadamente no es patrimonio de una ideología. Ni siquiera forma parte de la ideología. Pero es sencillo amoldarse a la violencia porque, en el fondo, es una demostración de poder. No importa la manera en la que sometemos a los demás; lo importante (y cruel) es someterlos. Y esa es la forma más eficaz y repugnante de hacerlo.

Me sorprende, echando la vista atrás, haber crecido en un país amenazado por la violencia. Supongo que intentábamos no pensar en ello, para no avergonzarnos más, para no entrar en su juego y arrastrarnos hasta el lado oscuro del ‘ojo por ojo’, pero ellos regresaban, cada cierto tiempo, a sembrar el terror para mantener así su parcela de poder.

El horror acabó convertido en su filosofía de vida y el miedo a su horror, en la nuestra. Ellos no le veían sentido a su existencia si no era desde el tiro en la nuca, desde la extorsión, desde el secuestro. Y los que les apoyaban repetían los roles de los fascistas en los pueblos, pavoneándose en tabernas y plazas, amedrentando con el infecto poder que otorga esa violencia.

43 años de terror son muchos años. El escritor Bernardo Atxaga soñaba, en el documental La pelota vasca, en un día en el que el pueblo vasco caminase a 20 centímetros del suelo, levitando discretamente, porque se hubiesen quitado un gran peso de encima. Hoy, todos los españoles caminamos a 20 centímetros del suelo. Hoy no hay fuerza de la gravedad que nos impida tener ilusión.

Hoy tengo la sensación de haberme levantado en un país en paz. Son muchos los que intentan amargarme, negarme mi derecho a creer, recordándome que no debería fiarme de ellos, apuntando que si hemos pagado un precio muy alto, señalando una letra pequeña en el acuerdo de la que pronto sabremos más y nos arrepentiremos. Creo que no hay precio para pagar la sensación de un hombre, o una mujer, que puede salir a la calle con la sensación de que no le van a matar. A veces se nos olvida que en el País Vasco eran muchas las personas amenazadas de muerte. Hoy, esas personas han llorado de emoción. Si ellos lo han vivido así, ¿por qué algunos, no amenazados, se empeñan en cuestionarlo todo? ¿Cómo demonios se puede cuestionar el fin de la violencia?

Es verdad que hay matices, que todo es susceptible de análisis y que, lógicamente, existirá una letra pequeña. Seguramente hay diferentes puntos de vista. Y lo maravilloso es que todos podremos exponerlos y defenderlos en paz. Sin que nadie se crea en posesión de la verdad porque lleva una pistola en la mano.

Tengo un sobrino, ‘político’ como decían antes las madres, que se llama Bruno. Bruno aún no tiene un año pero me emociona pensar que no conocerá la existencia de ETA como yo lo hice, como lo hicieron sus padres: desde el miedo posible. Para Bruno será parte de la historia de su país, un contenido de los libros y miles de titulares de hemeroteca pero, lo más importante, es que no será una amenaza real. Eso no significa renunciar a la memoria. Pocas citas son tan eficaces como aquella que apunta que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Pero tendrá un obstáculo menos en el camino para crecer en libertad y en paz.

No dejéis que los aguafiestas os amarguen este día. Que nadie os robe vuestro derecho a la ilusión.

martes, 18 de octubre de 2011

Hoy quiero confesar

Les voy a contar algo, que para eso son ustedes seguidores de este blog. Algún privilegio debían tener, aparte de ser los primeros en ver el desnudo integral prometido en el caso de que llegue a los 1.000 seguidores en Twitter. Ya sé que pensarán que mis promesas valen menos que un cheque de Ruíz Mateos pero en mi defensa, debo confesar, que la foto del desnudo que prometí si pasaba los 100 en este blog me pareció una promesa exagerada. Si solo con 100 ya me despeloto, ¿qué haré con mil? ¿Sacarme un riñón? La proporción, ahí está la clave. De todos modos, aún me planteo lo del Formspring. Si no lo he hecho ya es porque atender otra red social puede acabar desquiciándome mucho más de lo que ya estoy.

Volviendo a los orígenes, les voy a contar algo. Los fans de "Las aventuras de Enrique y Ana" van a tener que demostrar su fidelidad con paciencia. Resulta que yo tenía en un disco duro todos los capítulos guardados. Resulta que están guardados en el formato de audio que se empleaba en RNE hace dos años. Resulta que ese programa para trabajar audios ya no existe y ahora trabajamos con otro. Resulta que los ordenadores ya no leen el antiguo formato. Resulta que en mi casa tampoco reconocen ese formato. Resulta que, a día de hoy, no encuentro los capítulos de "Las Aventuras de Enrique y Ana" y sí todas las preguntas del "Cuestionario Cinematográfico Automatizado ACME" (por cierto, la voz que pronunciaba esa cabecera era la de Félix Romeo, grande) que en su momento cedí a Javier Gallego para su Carne Cruda. Pero como diría el marido de la futura alcaldesa de Madrid, "estamos trabajando en ello".

Les confieso también que he solicitado ayuda, vía Twitter, para rediseñar este blog. Sé que a muchos de ustedes no les ha gustado el cambio. A mí no me desagrada pero tampoco me siento plenamente satisfecho. Él caso es que la mayoría de plantillas que encuentro por la red no acaban de encandilarme. Busco algo moderno, funcional, práctico, chulo y personal. O sea, un imposible. O no. El caso es que ya se han puesto en contacto conmigo dos personas que van a intentar convertir mi blog en algo más mío, más auténtico. Y eso me gusta.

Y también les voy a confesar que me asalta un poco la ansiedad respecto al 20-N. Sé que Wisteria Lane (antes Las aceras de enfrente, antes Entiendas o no entiendas) nació con la legislatura de Zapatero y no puedo borrar de mi cabeza que quizá acabe con ella. Como a todo el mundo en este país, me asusta el futuro. Me inquieta contabilizar las posibilidades que existen de mantener un programa como este con un gobierno de mayoría absolutista del PP. Sería bastante ilógico, conociendo lo que han hecho en la televisión balear y en la de Castilla-La Mancha tras su última victoria, que mantuvieran un programa que les da caña. Ojo, no porque sea un programa sectario ni prisionero de una ideología sino porque es un programa que habla de cultura y vida lgtb, entre otras muchas cosas, y los únicos que tienen un recurso en el Tribunal Constitucional contra el matrimonio entre personas del mismo sexo es el PP. El único partido nacional que se plantea eliminar ese derecho es el PP. El único partido que aplaude las salidas de tiesto de la Conferencia Episcopal es el PP. El único partido que todo lo hace bien, según la homófoba Intereconomía, es el PP. ¿De verdad creen que ellos van a tener la manga tan ancha y dejar el programa ahí donde está? No lo sé pero cuando pienso más de cinco minutos en ello, llego a una triste y desoladora conclusión.

Son tiempos difíciles. Pienso mucho en ello. Y cuanto más pienso más me doy cuenta de que, al menos desde mi punto de vista, no son exactamente lo mismo PP y PSOE. Puede que parezcan prácticamente lo mismo. Puede que en política económica, dictada desde tribunas más altas que las suyas, sean puntualmente iguales. Puede que a la hora de proteger su feudo y su nicho de poder sean sospechosamente iguales. Pero exactamente iguales...pienso mucho en ello y creo que no.


viernes, 14 de octubre de 2011

True Blue

Un oyente de "La Transversal" y de "Wisteria Lane", Emilio Julián, nos ha regalado una animación del primer capítulo de TRUE BLUE. Aquí os la dejo, para que la disfrutéis.




De memoria

¿Se acuerdan cuando se compraban un disco y se pasaban las horas, los días, las semanas escuchado esas canciones, que te las sabías de memoria, puentes musicales y segundas voces incluidas, hasta que un día tu madre irrumpía en tu habitación y te gritaba: “No aguanto más esa música ratonera”? ¿Se acuerdan? Espero que sí porque, de lo contrario, me voy a sentir muy mayor y muy desubicado. Pues fíjense que echo un poco de menos esa época.

Quizá mi famélico poder adquisitivo por aquel entonces, o mi fundamentalismo musical, me llevaron a exprimir los discos con un ansia voraz. Ahora no me pasa. Antes acudía al concierto de un artista o grupo que me gustaba y me sabía todas y cada una de las canciones que podían interpretar en directo. Ahora, difícilmente superaría ese examen. Creo que los programas de descarga masiva de música, son un tanto responsables de esa situación. Sospecho, y descubrirlo confieso que me entristece, que las personas dejamos de valorar aquello que nos resulta gratis o que apenas tenemos que esforzarnos por conseguirlo. Ahora podemos descargarnos todos los discos y discografías que queramos, incluso de esos artistas que nunca pensamos que lo haríamos.

Acumulamos música en los ordenadores y discos duros que apenas tenemos tiempo real para escuchar. Consumimos pero no disfrutamos. Ya ni les digo aprendernos las letras de memoria, como hacíamos antes.

Sé que pueden acusarme de nostálgico, como los anuncios de detergentes al jabón de Marsella, y eso me daría mucha rabia pero, más rabia me da tener entradas para un concierto de Depeche Mode y darme cuenta que el último disco lo he escuchado solo 3 veces. Y en casa escucho música, y en el coche, y en el iPod,… Eso sí que da rabia porque…¿qué demonios voy a corear en el concierto?

domingo, 9 de octubre de 2011

Oídos sordos

Una vez leí, no recuerdo donde, que los coches oficiales eran los culpables de la estupidez, la desidia y el despotismo de la clase política. El argumento venía a exponer que con el pretexto de la seguridad, la clase política, así como otros altos directivos y empresarios, dejaban de viajar en transporte público. Y la única manera de conocer y comprender a la sociedad que (mal) dirigen es conviviendo con ella. Y no hay convivencia más intensa, más extrema, más real, que la que provoca el transporte público. No hablaba de la clase business de los aviones, ni del billete preferente del AVE; si me apuran, ni siquiera hablaba del taxi, donde uno tiene la impresión de que hasta el mismísimo Goebbels se bajaría del vehículo pensando que es Gandhi al compararse con el conductor y con lo que él sería capaz de hacer para arreglar el país. Hablaba, fundamentalmente, del autobús y el Metro. Esos eran los medios de transporte de la sociedad. El transporte que ellos -políticos, banqueros, empresarios- consideraban un demérito y por eso, en cuanto tenían oportunidad de coche oficial u oficioso, plantaban su culo en el asiento de atrás de su gama alta y allí se las den todas. Hablaban de nosotros, fingían conocer lo que nos preocupa, pero el creador de este argumento apuntaba que no era verdad porque lo que sabían de nosotros es lo que les habían contado otros, lo que habían leído en el periódico, lo que su famélica imaginación era capaz de figurarse.

Como argumento, hay que reconocer que da juego. De hecho, ha ocupado todo el primer párrafo de este artículo. Sin embargo, sospecho que a nadie le gusta viajar en el Metro. Ni a ellos ni a nosotros. Tal vez porque no nos gusta ver, sin filtros, la sociedad en la que vivimos. Últimamente, cada vez se ven más personas hablando solas en el Metro. Hombres y mujeres, bien vestidos, que vociferan malhumorados, que lo mismo hablan de Dios que de Belén Esteban, y llenan el vagón de insultos y ofensas. Pero eso sí, nunca se pasan de estación. Es tan común encontrarse con un ‘loco’ diferente cada día que los viajeros, tras identificar de donde vienen los gritos, regresan a su lectura, a sus auriculares e incluso a su cabezadita con una parsimonia escalofriante.

En estos tiempos de ‘recortes’, cuando parece que la cultura es algo de lo que se puede prescindir, se me ocurre pensar –el Metro da para eso y más- que todos nosotros creamos cultura. Lo hacemos incluso cuando modificamos, como colectivo, nuestra forma de pensar, de reaccionar o de sentir. Esas expresiones culturales abrigan lo que somos: un pueblo que cada vez se está acercando más al William Foster de Un día de furia. Hombres y mujeres que ven con naturalidad lo indescriptible. Hombres y mujeres en tensión. Hombres y mujeres que no gritan por civismo y no porque no estén llenos de ganas y razones. Hombres y mujeres que leen, en las páginas de un periódico gratuito, como se burla de ellos un señor al que confiaron sus ahorros o un señor al que votaron (o votarán) y que, en ese preciso instante, circula por encima de sus cabezas, hablando jocosamente por teléfono, desde el asiento de atrás de su coche oficial.

Tengo un amigo que suele ponerse los auriculares sin sonido, para poder escuchar las conversaciones de las personas que viajan a su lado en el transporte público y no intimidarlas con su oído descubierto. Eso mismo hacía Pedro Almodóvar cuando sus películas destilaban verdad: escuchar las conversaciones de los demás. Esta semana, si alguien hubiese experimentado conmigo, me habría escuchado, el lunes, hablar sin parar de la reentré de la fiesta ¡Qué Maravilla!, que tras aparecer en el reallity de Alaska y Mario, en la MTV, se ha convertido en una cita de mitómanos y melómanos de manga ancha que ya superan en número un aforo para 800 personas. El martes me hubiese escuchado carcajearme con Majareta, de John Waters. El miércoles tal vez me escuchasen contar que al día siguiente José Martret y yo viajaríamos a Sevilla, el jueves, a presentar el cortometraje Código de Barra que escribimos y dirigimos para el Calendario Larios 12. El jueves nos escucharían hablar de proyectos por la calle Sierpes y flipar con el calor que hacía en Sevilla para ser octubre. El viernes nos quejamos mucho de la calidad de imagen y sonido con la que se proyectó Código de Barra en el Abades Triana de Sevilla. Las vistas preciosas pero el sonido... Aunque claro, nadie debió darse cuenta porque no había nadie viendo los cortos. Menos mal que nosotros invitamos a nuestros amigos sevillanos que estuvieron allí aplaudiendo el corto porque el 80% de los invitados a la fiesta, fue empezar la proyección y largarse todos fuera a fumar. O sea, que los cortos les importaban una mierda. Al menos sacamos en claro que somos el mes de noviembre. Mes fresquito.

Tuve la tentación de escuchar a dos chicos modernillos que viajaban a mi lado en el vagón. Bajé disimuladamente el volumen del “How deep is your love?” de The Rapture y puse oído. Hablaban de que no se perdían El Tiempo de La Primera desde que lo presentaba Albert Barniol. Al parecer, el hombre del tiempo luce unos pantalones tan ceñidos que difícilmente puedes concentrarte en otra cosa que no sea su ‘anticiclón’. Eso me pasa por meterme donde no me llaman.


EN LA FOTO: Con Ángel Pantoja, gran guionista, gran fotógrafo, gran ilustrador, gran señora y, sobre todo, gran persona. Y la foto es una de esas joyitas del magnífico Martín M. Aleñar. Gracias.


viernes, 7 de octubre de 2011

A Félix Romeo

Era una mesa redonda. Nunca ha surgido una mala idea en torno a una mesa redonda. No puedo decir lo mismo de las mesas rectangulares, ni ovaladas y, desde luego, no de las mesas con forma de U. Alrededor de esa mesa, en un restaurante chino, estaba Félix Romeo. Posiblemente, una de las personas más generosas que he tenido la suerte de conocer. Me jode haber tenido la desgracia de perderlo de vista tan pronto. Siempre es pronto.

Félix Romeo fue uno de los padres de La Transversal, “el programa de los lunes que solo se escucha los domingos”. Su voz, pronunciando esa magnífica cabecera, fruto de su derrochadora creatividad, me (nos) acompañó durante tres temporadas. Él comenzó dirigiendo el programa hasta que decidió que era yo quien debía hacerlo. Félix creía en la gente. En estos tiempos en los que parece que lo único que importa son los números, Félix creía en las personas. Me jode que su luz se apague cuando más falta hace iluminar el camino.

Sus carcajadas eran saludables. Sus abrazos te hacían sentir querido. Su afecto te hacía sentir importante. Su literatura te hacía sentir.

Félix era un ser humano con una tremenda capacidad para amar. Lo demostró durante 43 años. Me jode que haya sido precisamente el corazón el que le haya impedido seguir haciéndolo durante 43 años más. Juro que me jode.

miércoles, 5 de octubre de 2011

En la escuela

No puedo relajarme. Cada vez que leo que otro adolescente se quita la vida víctima del acoso homófobo siento un estremecimiento que recorre mi espina dorsal. Esa corriente eléctrica en la que se transforma mi rabia ante este tipo de noticias acaba en un calambre que empuja a mi cerebro hacia una espiral de preguntas de las que, a veces, creo que es mejor no conocer la respuesta.

La semana pasada, un adolescente de 14 años se suicidaba en Nueva York tras no poder soportar más el acoso al que le sometían sus compañeros de colegio. No solo en el centro sino también, y con especial intensidad, en las redes sociales. Y aunque los medios de comunicación (poquitos) hablen fundamentalmente de la oleada de suicidios adolescentes en Estados Unidos, los niños y niñas, gays y lesbianas, acosados en el colegio con crueldad y saña existen en todo el mundo. Es intolerable que haya que esperar al suicidio para intentar atajar este tipo de actitudes.


Y lo que más me indigna es que algunos piensen que “bueno, es que los niños son así” o que “eso ha sucedido toda la vida y no pasaba nada”. Efectivamente, ha sucedido toda la vida pero se equivoca usted si cree que no pasaba nada. Mi generación, cuando aún no existía el término bullying, es un claro ejemplo de ello.

Yo, por no mencionar a nadie más, de pequeño odiaba la música del programa Estudio Estadio. Era escucharla y ponerme enfermo. ¿Saben por qué? Porque era la señal inequívoca de que el domingo se había acabado y de que, al día siguiente, había que volver al colegio donde los acosadores volverían a burlarse de ti, a insultarte, a humillarte, sin que pareciese importarle a nadie. Es más, le quitaban importancia.

Podría pensar que esos adultos que hoy le quitan relevancia al bullying quizá fueron acosadores en su infancia. Porque si fueron víctimas, estoy seguro que no pensarían así. Hay que poner freno, inmediato, a la homofobia en las aulas. Sin miramientos. No se puede consentir un maltrato psicológico de este tipo en la escuela con el raquítico argumento de que “son niños”. Hablamos de una agresión entre iguales y el dolor que provoca esa agresión, el daño, existen por sí mismos, independientemente de la edad de la persona que lo ocasione.

Los niños acosados tienen que saber que los acosadores no tienen razón, que se les puede combatir y que él, como víctima, puede y debe pedir ayuda. Y los niños no acosados deben saber que seguir al capullo de clase, al maltratador, no es lo que mola y te hace especial. Quizá así empecemos a conseguir algo.

Lo que me asusta de todo esto es que cuando ves a un niño acosador, maltratador, fanfarrón, basta con que conozcas a sus padres para que se te caiga el alma a los pies.


lunes, 3 de octubre de 2011

La tonta historia del nuevo Musaquontas


Queridos todos y todas:

El nuevo Musaquontas más que una evolución natural ha sido un despropósito puntual. Me explico.

Realmente me impactó el nuevo diseño. Me hipnotizó prácticamente. Tod@s las que pensáis que Musaquontas es un blog para leer y lo visual no es tan relevante, tenéis razón; pero yo me sentí como el jovencito inocente, bellísima persona y ciudadano ejemplar, que una noche se toma dos copas de más y se ve abocado a una noche de vicio, lujuria y desenfreno sin que nada ni nadie pueda evitar el tremendo final.

Tras someter a votación popular el nuevo diseño, tomé una decisión.
Es verdad que me jodía perder unos gadgets como el marcador de visitas, los seguidores, la ventanilla del Twitter, el enlace directo con el Spotify, el link a mis blogs favoritos...pero, con la resaca que me había dejado el movimiento de las imágenes en la pantalla del ordenador, cosa del nuevo diseño, llegué a aceptar la pérdida con estoicismo.
Las entradas además ahora incorporaban ya el enlace al Twitter y al Facebook, así no tenía que estar copiando y pegando. Todo me parecía más cómodo. Más visual. Más guay.

Sin embargo, la mayoría de vosotros y vosotras reconocíais que el anterior diseño, aunque menos espectacular y efectista, era mucho más lógico, más directo y más funcional.

Así que, controlando mi pulsión, como el ex fumador ante un paquete de tabaco, opté por hacer caso a mis lectores y volver a la plantilla antigua. Y ahí es donde empieza el circo. La anterior plantilla desapareció. No hubo manera lógica de regresar al anterior diseño. Me llevó a unas plantillas que no me gustaban nada, me empezó a cambiar cosas, a mover gadgets, y yo me ponía tenso, y...antes de sufrir un ataque de ansiedad, lo dejé así.

No es definitivo. Pero un día, con tiempo y tranquimacines, empezaré a buscar la antigua plantilla (u otra que me guste más) y reinventaré el Musaquontas. Volveré a buscar los gadgets, los colocaré en su sitio,...volveré a crear un hogar. Espero que todos tengan paciencia con esta casa que por intentar ser la más moderna del barrio, acabó en una especie de casa encantada que no sé si tendrá espíritu y fantasma propio pero psychokiller...a estado a un paso.

Se os quiere

Sr. Paco Tomás



sábado, 1 de octubre de 2011

Los coleccionistas del recortable moderno

Antiguamente, los recortables mostraban el dibujo de un hombre, o una mujer, rodeado de ropas, complementos e incluso peinados. Todos formaban parte de la misma lámina, del mismo plano. La figura humana estaba en calzoncillos o bragas –nada sensual, no vayan ustedes a recordar mal- y las faldas, los pantalones, las blusas o los disfraces disponían de unas pequeñas lengüetas con las que asirlas al cuerpo recortado. Supongo que por los condicionantes sociales de la época, los recortables solían presentar mujeres y niñas ya que estaban dirigidos al público infantil femenino. Durante doscientos años fueron un juguete barato. Luego, mareados por el progreso y las nuevas tecnologías, los niños se fueron olvidando de ellos y cayeron en el desuso. Hoy son capricho de coleccionista.

Como
Madonna y el Windows, los recortables también se reinventan. Que se lo pregunten al señor Bauzá. Ahora el hombre y la mujer de la lámina siguen en calzoncillos o bragas. Son prendas más modernas pero, aunque con el tiempo hayamos ganado en exhibicionismo, la situación no tiene ningún erotismo. Las personas están rodeadas de todo tipo de prendas, complementos, bisutería buena, e incluso los hay que representan lavadoras, ordenadores portátiles, iPhones y hasta Vespas vintage. Son recortables por todo lo alto. Esos objetos estaban ahí, formando parte de la misma dimensión, como las ilustraciones de un papel de regalo. Nadie dijo que ese dibujo humano no pudiera acceder a todo eso. Al revés, le animaron a que lo tuviera. Pero la lámina tiene una línea de puntos. ‘Recortar por la línea de puntos’, se puede leer, en letra casi imperceptible, en un lateral de la hoja. Lo extraño de los nuevos recortables es que la línea de puntos lo único que hace es separar al hombre en calzoncillos y a la mujer en bragas del resto de los dibujos de la lámina. Las lengüetas del pantalón vaquero no sirven para nada porque no tienen que sujetarse a nada. El juego consiste en dejar al hombre en calzoncillos y a la mujer en bragas. Arrancarlos de la lámina. De su dimensión. Con más o menos destreza, pero es eso. El juego ha perdido su valor pedagógico.

Hace muchos años, los recortables se emplearon para enseñar historia y geografía. Hoy, los nuevos recortables solo sirven para enseñar economía. Y no precisamente de la buena. Ellos no son profesores ni educadoras para tener la obligación de saber tanto.

Llama la atención que los coleccionistas de este tipo de recortables modernos, como el señor
José Ramón Manostijeras, o el señor Artur Mas Tijeras, o la inmensa mayoría de nuestros gobernantes, parezcan sufrir cuando recortan. Se les erosiona el entrecejo, como si se les derritiese la piel, y las cejas arqueadas actúan de cornisa desde la que descolgar una gran pancarta en la que se ve su rostro apesadumbrado, como el del cirujano que, a pesar de haber hecho lo imposible por salvar la vida del paciente, tiene que enfrentarse a los familiares para darles la mala noticia. La diferencia es que a los coleccionistas de recortables no les gusta perder el tiempo en intentar salvar la vida de ningún paciente. Ellos no son médicos ni enfermeras. No están aquí para salvar vidas. Están aquí para gestionar. Gestionar vidas. Juegan con láminas de papel. ¿Qué sentido tiene proteger el estado de un trozo de papel impreso?


Recortar es necesario. Eso dicen los que fabrican tijeras. Hay quien piensa que hay otras maneras de hacer las cosas, otras herramientas, otras formas menos traumáticas. Pero eso es demasiado trabajo. “Tú dedícate a lo tuyo y déjame las tijeras a mí”, dicen, piensan. Debe ser difícil recortar, digo, pienso. “Es difícil recortar bien”, me contestan. “Lo otro es fácil. Basta seguir la línea de puntos”.