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miércoles, 5 de octubre de 2011

En la escuela

No puedo relajarme. Cada vez que leo que otro adolescente se quita la vida víctima del acoso homófobo siento un estremecimiento que recorre mi espina dorsal. Esa corriente eléctrica en la que se transforma mi rabia ante este tipo de noticias acaba en un calambre que empuja a mi cerebro hacia una espiral de preguntas de las que, a veces, creo que es mejor no conocer la respuesta.

La semana pasada, un adolescente de 14 años se suicidaba en Nueva York tras no poder soportar más el acoso al que le sometían sus compañeros de colegio. No solo en el centro sino también, y con especial intensidad, en las redes sociales. Y aunque los medios de comunicación (poquitos) hablen fundamentalmente de la oleada de suicidios adolescentes en Estados Unidos, los niños y niñas, gays y lesbianas, acosados en el colegio con crueldad y saña existen en todo el mundo. Es intolerable que haya que esperar al suicidio para intentar atajar este tipo de actitudes.


Y lo que más me indigna es que algunos piensen que “bueno, es que los niños son así” o que “eso ha sucedido toda la vida y no pasaba nada”. Efectivamente, ha sucedido toda la vida pero se equivoca usted si cree que no pasaba nada. Mi generación, cuando aún no existía el término bullying, es un claro ejemplo de ello.

Yo, por no mencionar a nadie más, de pequeño odiaba la música del programa Estudio Estadio. Era escucharla y ponerme enfermo. ¿Saben por qué? Porque era la señal inequívoca de que el domingo se había acabado y de que, al día siguiente, había que volver al colegio donde los acosadores volverían a burlarse de ti, a insultarte, a humillarte, sin que pareciese importarle a nadie. Es más, le quitaban importancia.

Podría pensar que esos adultos que hoy le quitan relevancia al bullying quizá fueron acosadores en su infancia. Porque si fueron víctimas, estoy seguro que no pensarían así. Hay que poner freno, inmediato, a la homofobia en las aulas. Sin miramientos. No se puede consentir un maltrato psicológico de este tipo en la escuela con el raquítico argumento de que “son niños”. Hablamos de una agresión entre iguales y el dolor que provoca esa agresión, el daño, existen por sí mismos, independientemente de la edad de la persona que lo ocasione.

Los niños acosados tienen que saber que los acosadores no tienen razón, que se les puede combatir y que él, como víctima, puede y debe pedir ayuda. Y los niños no acosados deben saber que seguir al capullo de clase, al maltratador, no es lo que mola y te hace especial. Quizá así empecemos a conseguir algo.

Lo que me asusta de todo esto es que cuando ves a un niño acosador, maltratador, fanfarrón, basta con que conozcas a sus padres para que se te caiga el alma a los pies.