jueves, 29 de diciembre de 2011

La energía ni se crea ni se destruye, solo se traviste

Hace nada, casi ayer, el 23 de diciembre, que ya no será un 23 de diciembre más, recibí un mensaje en mi móvil. Nicolás Grijalba me anunciaba que La Toyota había fallecido. Casi en el mismo instante, otro amigo, Kike, me contaba que Carmelo se había ido de manera natural.

Carmelo y La Toyota eran la misma persona. O quizá dos matices de la misma persona. Pero ambas correspondían a un ser humano excepcional, con una sonrisa amable, con una imaginación portentosa y con una delgadez magnífica.

Hoy, que estoy unos minutos en casa, delante de mi ordenador, no puedo dejar pasar la obligación moral de despedir a un amigo desde este blog que cada vez es más mi alma.


Estoy convencido que La Toyota, allá donde esté, nos demostrará que la energía ni se crea ni se destruye, solo se traviste. Ella, convertida en una aurora boreal, llenará de brillo y luz la noche donde dicen que habitan aquellos que se van. Ella le echará una mano a Él, Él le prestará su cuerpo a Ella. Así fue siempre y algo me dice que así seguirá siendo. Porque la gente solo muere cuando abandona nuestra memoria, cuando el olvido nos impide rescatar aquella anécdota que protagonizó, aquella risa que provocó, aquella fiesta que compartió.


Aquí va este pequeño homenaje a ese hombre delgado como un Cristo y a esa mujer potente como una María Magdalena. Pongan algo de música de Algora mientras observan estas fotos correspondientes a la fiesta Noa Noa en la que La Toyota brilló con luz propia.


Un año en tweets (primera parte)

Han pasado muchas cosas. Es lógico. 365 días dan para mucho. Todos sabemos que el tiempo avanza con una parsimonia irritante cuando aguardas en la sala de espera del dentista mientras que cuando descansas, apaciblemente, en una tumbona cerca del mar, con un daiquiri en la mano, esos mismos diez minutos son la esencia de la fugacidad. Una de las características, si no la única, que ha marcado este 2011 es que ha sido una maldita consulta de dentista. Lo que iba a ser una limpieza de boca acabó con endodoncias, extrayendo las cuatro muelas del juicio y poniendo implantes a 500 euros cada uno. Sin anestesia.
Si tuviera que etiquetar 2011 en mi álbum de recuerdos, posiblemente apuntaría que fue el año en el que me abrí una cuenta en Twitter. No sé cuanto tiempo seguiré entreteniéndome con las redes sociales, lo mismo es un síntoma más del niño con canas que, pobre ingenuo, aún se niega a crecer pero no las demonizo. Al revés, me parecen estupendos foros de opinión y debate, rincones para la autopromoción, lugares en los que ironizar y ser comprendido, espacios para la frivolidad y hasta para el flirteo. O sea, una versión virtual de la vida misma.
Le doy importancia a ese dato menor porque he comprobado que me he pasado gran parte del año ‘tuiteando’ lo que me sucedía, lo que le sucedía a este país o lo que le sucedía al mundo, y no crean que por ello he dejado de vivirlo. Lo fantástico de todo esto es que lo cuentas mientras lo vives. Creo que Twitter es casi un medio de comunicación. De hecho, puedo resumir -algo que en estas fechas se lleva mucho- el año que acaba siguiendo mi timeline de 140 caracteres. Los seis primeros meses de 2011 los escribí más o menos así:

Enero

“Veo la peli La Isla. El mundo que retrata es el 2016. O sea, que Rajoy gana las elecciones y en cuatro años...mirad lo que pasa”

“Una nariz roja en solidaridad con Álex de la Iglesia”

“El nuevo disco de Rosario se llama Raska Triski. ¿Con qué cara te has quedado?”

Febrero

“Me he cruzado con un tipo por mi escalera que se parecía sospechosamente a Mubarak. Qué mal rollo…”

“Hay canción para Eurovisión. Escúchala y luego piensa que esa gente que la ha elegido también votará en las próximas elecciones”

“Estoy contra la violencia pero...una buena hostia a Justin Bieber sí que le daba”

Marzo

“Voy a ver La gata sobre el tejado de zinc caliente. Ha muerto Elizabeth Taylor”

“Que la serie Crematorio trate la corrupción urbanística y cuente con la colaboración de la Comunidad Valenciana me parece retroalimentación”

“La popularidad de Zapatero cae en picado. En Picado dicen que aún no la han visto pero que están escondiendo los ahorros en calcetines”

“Me gustaría saber si puedo imputar a obispos y demás jerarquía eclesiástica por delitos contra los sentimientos de gays y lesbianas”

“Gente que se queja de la radioactividad que puede llegarnos desde Fukushima mientras respira bajo la seta de contaminación de Madrid”

Abril

“Imagino la cara de la mujer de Sergio Ramos cuando él diga: “Déjame que coja un ratito al bebé”

“Me gustaría que los que aún creen que hay que ilegalizar Sortu (o Bildu) opinaran lo mismo respecto a Democracia Nacional o España 2000”

“¿Por qué cuando el Euribor se dispara nunca le da a un banquero?”

Mayo

“¡No! ¡Tirar a Bin Laden al mar, no!...¿pero es que los americanos no han visto Viernes 13?”

“EEUU cree que el mundo es un lugar más seguro tras la muerte de Bin Laden. Claro, como Sostres no publica en su país...”

“Cuidado. Algunos dicen que la acampada de Sol esconde ideología ácrata y que pide la abstención el domingo. Y eso no es verdad”

“Que en el cierre de campaña del PP todo el mundo corease “esto es democracia y no lo de Sol” me parece una provocación”

“¿Es que nadie va a hablar de los 10.381.043 ciudadanos que no han ido a votar?”

“Deberíamos juntar firmas para que Nacho Vidal haga una campaña publicitaria en Europa a favor del pepino español”

Junio

“Taboulé gana el III concurso de cortometrajes de RNE”

“Lectura interesante. ‘Sobre una democracia real: por qué ya no apoyo a Acampada Sol’”.

“Si IU era una alternativa, Pedro Escobar, diputado de IU por Extremadura, se la acaba de cargar”

“El PP sin Álvarez Cascos en sus filas, ¿se siente ligera de cascos?”

(Continuará…)

lunes, 19 de diciembre de 2011

Sonó en Wisteria Lane


No son todas las que sonaron pero sí sonaron las que aquí están.
Son algunos de los temas que este año se pincharon en Wisteria Lane.

Ya sabéis que hay que hacer 'click' en las muchachas de la izquierda, las que están poniendo vinilos en un güateque, para llegar a Spotify y poder escuchar las canciones.


1. Cheek to cheek. Alma Cogan
2. Bellísimo. Gonzalo
3. Happy birthday. The sunflowers
4. Torremolinos. Linda Guilala
5. Smalltown boy. Bronski Beat
6. There is a light that never goes out. The Smiths
7. New tabled stories. Giorgio Tuma
8. Todos son gays. Gray
9. Bist du klein bist du gross. The reines prochaines
10. Un roto, un descosido. Parade
11. Perfect day. Lou Reed
12. Oh la la. Graham Newey
13. Lazing on a sunday afternoon. Queen
14. Sway. Julie London
15. Sleeping by myself. Eddie Vedder
16. Midnight city. M83
17. A christmas duel. Cindy Lauper & The Hives


Cuñao

Me he pasado toda la semana ‘tuiteando’ lo entretenido que sería que las cadenas, incluidos los canales de TDT (acrónimo de Tanga, Derecha, Tarot), rechazasen emitir el típico mensaje de Su Majestad y, en su lugar, retransmitiesen en directo, desde la Zarzuela, su entrañable cena de Nochebuena. Tengo la sensación de que este año íbamos a disfrutar más que aquel año del especial de La Cubana. Mesa rectangular, que no imperial, con toda la Familia Real a un lado y un único cubierto enfrente: el del ‘cuñao’. Situaciones como esas son las que hacen más cercana a nuestra Familia Real. Por fin serán reales de verdad; por fin tendrán un cuñado que les amargue la cena.

Según una encuesta, no recuerdo quién la pagaba, los cuñados y cuñadas son las nuevas suegras. Un 56% de las personas encuestadas aseguraban que el familiar político que menos soportaban era el cuñado/a. La suegra, que tradicionalmente había ocupado ese lugar, especialmente en los 70, ha quedado en un discreto segundo plano. Los psicólogos ya tienen explicaciones para eso. Al parecer, la figura paterna ha perdido protagonismo en la vida de los hijos que, a su vez, forman un clan más potente. El hecho de canalizar toda la rabia contra nuestros cuñados o cuñadas pondría en evidencia un problema no resuelto entre hermanos o, simplemente, el tipo de relación que han mantenido durante todos estos años. Circunstancias específicas entre hermanos que adquieren otra dimensión con la entrada del familiar político.

Ante ese dato me viene a la cabeza lo mucho que se ha escrito sobre la tensa relación entre las Infantas y Doña Letizia. Y me parece un giro argumental estupendo que mientras todo el mundo esperaba que estallase la bomba entre las cuñadas, el responsable de la mayor crisis de la institución monárquica en España, en plena democracia, haya sido el cuñado. Eso alimenta el enfrentamiento entre cuñadas y sirve en bandeja una segunda temporada de “Familia Real. La serie”.

Si ustedes recuerdan aquel estupendo programa de Nochebuena de La Cubana, la familia se dedicaba a criticar a la mujer del hermano de la anfitriona porque disfrutaba aparentando, porque sabían que aparecería en la cena con un abrigo de pieles que a saber cómo había logrado pagar, porque cualquier tema de conversación serviría para que ella contase lo bien que vive, el dinero que tiene, las cosas que se han comprado y lo caro que es el colegio al que llevan a los niños. Y lo mejor es que todas las familias de espectadores celebramos la situación o bien sintiéndonos reflejados en la parodia o bien reconociendo esa imagen en gente que conocemos.

Pues ahora, adapten esa escena a los miembros de la Familia Real y tendríamos un programón para la noche del 24 que eso sí que iba a romper los índices de audiencia. Tal y como está la popularidad de la monarquía, con aliados como Pilar Urbano cerca, yo que Don Juan Carlos me planteaba dar mi discurso desde la Caja de Luxe.

Hace unas semanas, en una cena, alguien que parecía bien informado me dijo que la filtración de la declaración de Doña Letizia a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo estaba perfectamente organizada. Que en ese enfrentamiento entre cuñadas, la Princesa de Asturias es una corredora de fondo y con esa declaración no hizo otra cosa que marcar la diferencia entre una manera de entender la monarquía –los negocios de Urdangarín, declaraciones de la Reina contra el matrimonio igualitario- y la suya. Para muchos, el caso Urdangarín marca el fin del ‘juancarlismo’ y el inicio del ‘felipismo’, inteligentemente supervisado por Doña Letizia.

Los psicólogos dicen que lo mejor para que no haya conflicto entre cuñados es mantener las apariencias. Fingir, como si nada hubiera pasado. Y aunque esa postura sea la más común en todos los asuntos relacionados con nuestra monarquía, algo me dice que se ha levantado la veda.


sábado, 17 de diciembre de 2011

Darse cuenta

Era la típica noche de lengua suelta, de memoria activa, de copas que van y vienen, de risas en estéreo y, sobre todo, de amigos. Aunque es verdad que esa combinación puede darse en cualquier local de copas de cualquier ciudad, debo estar haciéndome mayor porque las disfruto más cuando suceden en casa. Sí, es así; entre una reunión de amigos en una casa y una reunión en un bar, hoy por hoy, prefiero la de casa.

Después de elegir el cantante en concierto por el que seríamos capaces de pagar una entrada de 700 euros, después de valorar la operación de tetas de una amiga, que dice que es el dinero mejor invertido de su vida y que a partir de ahora todo es beneficios porque ya están amortizadas, después de darnos cuenta que ninguno de nosotros se había liado con otro miembro del grupo –no pongan esa cara, no siempre se da esa combinación-, salió una de esas preguntas de seis de la mañana: “Y tú, ¿cuándo te diste cuenta de que eras gay?”

Siempre he pensado que los demás lo saben antes que uno mismo, que uno es gay incluso antes de sentir un deseo sexual por una persona de su mismo sexo pero lo bueno de este tipo de preguntas es que siempre vienen acompañadas de alguna anécdota.

Yo no sabía nada de sexo, ni de hombres, ni de morbo, cuando fui al cine con todos mis primos. Nuestros padres nos pagaron la entrada para que les dejásemos un poco en paz y allá que nos fuimos todos. Un cine próximo a la Alameda de Osuna. Creo que formaba parte de un hotel que acaban de abrir por la zona. Programa doble. La elección de las dos películas era digna de estudio: “El autobús atómico” y “West Side Story”.

Comenzó la proyección.

La primera en proyectarse fue “El autobús atómico”. La película era supuestamente una comedia. Vamos, supuestamente no; era una comedia. Mis primos se desternillaban en sus butacas cada vez que aparecía un gag en pantalla. Tampoco es que yo, a aquella edad, tuviera un humor muy cultivado pero la verdad es que la película me parecía un aburrimiento. No me hacía gracia ese autobús nuclear, ni su conductor, ni sus pasajeros, ni nada. Y eso que salía Ruth Gordon y Stockard Channing y que la peli fue precursora de "Aterriza como puedas", y con esa me reí muchísimo pero…no sé, la edad, esa cosa tan confusa. Debería volver a revisitar “El autobús atómico”, a ver cómo me lo tomo ahora. El caso es que mis primos disfrutaron muchísimo, vamos, aquello fue el no va más del disfrute,…hasta que empezó la segunda película: “West Side Story”.



Qué quieren que les diga…empecé a llorar, a ponerme en la piel de la pobre de María y el pobre de Toni, comprendiendo porqué Anita mentía a los Jets pero revolviéndome en la butaca ante la razón por la que lo había hecho, acompañando a Toni por las canchas de baloncesto gritando “¡Chino, Chino, mátame Chino!” Esa película logró que sintiera que estaba solo en el cine. Bueno, solo no; con Toni, María, Anita, los Jets y los Sharks, y la eterna música de Leonard Bernstein, que yo en ese momento no sabía ni quién era Leonard Bernstein ni Stephen Sondheim y si me apuras, ni Natalie Wood. Yo lo único que hacía era llorar como un bendito frente a aquella historia de amor con canciones y bailes mientras mis primos se aburrían como monas y me preguntaban “¿estás bien? ¿te duele algo?” Podía haberles contestado, pelín sobreactuado: “¡Sí, me duele el alma! Pero ¿qué clase de personas sois? ¿Es que no tenéis sentimientos? ¿Es que no veis que Toni y María se aman y todo su entorno está en contra de ese amor? ¿Cómo podéis quedaros así, tan tranquilos?” Claro que entonces mis primos lo mismo me hubiesen mirado fatal y al llegar a casa se lo contarían a sus padres y sus padres a los míos y…para qué adelantar acontecimientos.

El caso es que yo, ese día, me di cuenta de algo. Me di cuenta de que era diferente. Al menos en lo que a sensibilidad cinematográfica se refiere. No sé. Quizá ese dato no tenga ninguna responsabilidad en la persona que soy hoy. O quizá sí. De lo que sí estoy seguro es de que luego me pasé semanas enteras cantando Tonight, tonight. Aún hoy, ver "West Side Story" me sigue poniendo la piel de gallina.

Es un simple anécdota. Solo eso.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Bibiana o la pasión

Realmente, yo quería hablar de Bibiana Fernández. Eso pretendo desde hace al menos ocho meses, cuando se estrenó La gran depresión en un teatro madrileño y nadie sabía que iba a ser la obra de la temporada. De hecho, creo que quiero hablar de Bibiana desde mucho antes. Desde un tiempo, desubicado en las razonables nieblas de la memoria, en el que la escuchaba cantar Call me lady champagne en un disco de varios artistas que tenía un tío mío que trabajaba en Hispavox. Mi adolescencia no fue especialmente turbulenta, no viví cada día como si fuera el último, algo que vendría muy bien para dar a este escrito aire de leyenda. Pero eso sí, albergué la sensación de ser eterno. Empecé a elaborar un apasionado mosaico de referentes que, instintivamente, iban modelando al mortal que soy. La manga era ancha, era manga japonesa, y en su interior cabía desde el vestido que Karina lució en Eurovisión hasta Espacio 1999 pasando por Adam Ant y Paul Michael Glaser. Todos hicieron un hueco a Bibiana; en aquellos años, Bibí Andersen. Admito que durante un tiempo pensé que era la misma mujer que trabajaba con Ingmar Bergman. Supongo que la razón, aparte de la similitud de los nombres, era que nunca había visto una película de Ingmar Bergman.

Tuvo que pasar mucho tiempo, tanto que incomoda recordarlo, hasta que llegase la noche en la que conversé con ella, por primera vez, en la discoteca Tito’s de Palma. No recuerdo los precedentes; tengo una capacidad de recordar muy cinematográfica: hago de la elipsis un arte. Ella, acompañada de amigos como Manuel Bandera, miraba bailar a Asdrúbal en la pista. “Mírale. Si yo tendría que estar en el hotel, tranquila, y no aquí”, me dijo, haciendo de su palabra un gag de madrugada. Y me reí. Solo con el tiempo comprendí lo que era emparejarse con alguien más joven, la vitalidad de un cuerpo siempre dispuesto para el amor… y la fiesta. Ellos marcan el ritmo y lo sigues porque no puedes hacer otra cosa. Puede que desde un punto de vista más objetivo parezca que nos dejamos imponer un estilo de vida. Puede ser porque, cuando nos enamoramos, la vida son ellos.


Bibiana ensalza la propia sabiduría del cuerpo, esa que permite a los deportistas de élite sanarse pronto de una lesión. Es tan de verdad que, en estos tiempos de pose, impresiona tenerla delante. Algunos referentes se han quedado atrás, fueron flor de un día, pero Bibiana, espiral hipnótica de mujer, encuentra su sitio y se acomoda de tal manera que nunca permitirías que se moviese de ahí.

La volví a ver cuando le ofrecimos grabar un Carta Blanca para La 2 de TVE. Uno de los mejores programas de la televisión pública nunca tuvo segunda temporada y el programa de Bibiana nunca llegó a ser. Nos reunimos en una ocasión con ella. Quedamos en el Olsen, un restaurante sueco del centro de Madrid. A la reunión también acudió el director del programa, Santiago Tabernero, y su subdirectora, Lara López. Cuando Bibiana se marchó, los tres admiramos la vehemencia de emociones, palabras y experiencias de esa mujer. Me asombró cómo lograba hacer de la locura, lógica. Cómo conseguía que Víctor Mature, YSL y Miguel Poveda compartieran la misma frase y no pudieras hacer otra cosa mas que asentir ante semejante muestra de sensatez.

He tenido la suerte de coincidir con Bibiana Fernández en muchos sitios: fiestas, inauguraciones, estrenos, presentaciones,… Jamás se acuerda de mí pero siempre te hace sentir especial, valioso, aunque sea durante medio minuto, pero lo hará. Te mirará a los ojos, te contará una anécdota y tendrás la sensación de que esa historia es para ti, aunque la haya contado ya mil veces. Como si compartiera un poco de sí misma contigo. Y tú te lo llevas, feliz como una perdiz, creyéndote la particularidad de esa historia porque ella deseaba que así fuera. Eso es lo que diferencia a la gente que ha nacido para el mundo del espectáculo de la gente que solo trabaja en el mundo del espectáculo: los primeros, saben contar historias.

Ya está. Siempre había querido hablar de ella. A veces se ha filtrado en mis escritos porque soy poroso y ella es un rápido que hay que descender sabiendo que, por desconcertante que te parezca, al final será una experiencia única. Mi último ‘descenso’ fue en la presentación del catálogo de la exposición de Juan Gatti, que puede verse actualmente en Madrid. Ella y el fotógrafo se sentaron, frente a frente, en dos butacas del salón Medinaceli del hotel Palace y empezaron a hablar. La idea era que Bibiana entrevistase a Juan. Eso fue imposible. Ella habló sin parar. Era lo que Gatti, gran tímido, quería. Dijo que la pasión era el estado de ánimo que había marcado la trayectoria de los dos: “tú, desde la pasión, has creado tu obra; yo, desde la pasión, me he hecho a mí misma”. Posiblemente, sea el estado de ánimo por el que merezca la pena vivir. Y morir. De amor, se entiende. Aunque Bibiana apuntó que había cambiado los hombres por los vestidos. “Me salen más baratos”, añadió. Y eso que lo que llevaba puesto podía ser un Gucci.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Off the record

Cuando empecé a trabajar como periodista, no con contrato fijo y todo eso, no, con un contrato de prácticas, o sea, en los orígenes de la linotipia, me enseñaron muchas cosas. Una fue que el archivo de fotos era un lugar enigmático. De hecho, estoy seguro que ahora que todo es digital y no debe existir un diario con archivo fotográfico de los de toda la vida, muchos lo echarán de menos. Recuerdo que el guardián del archivo del periódico en el que yo inicié mis prácticas tenía las fotos de las mises en el apartado de ganadería. Y cuando lo descubrías y le mirabas buscando una respuesta, él clavaba sus ojos en ti y ya no querías hacer otra cosa que no fuera salir de allí.

En las prácticas también me enseñaron a no usar la primera persona, que es algo que, como ustedes pueden comprobar, no acabé por arraigar a mi estilo, y a decir esa frase tan tópica de “antes la muerte que la fuente”, aunque quien más y quien menos tampoco le tenía tanto cariño a la fuente como para jugarse la vida por ella.

Pero hubo algo que no me enseñaron y que aprendí yo solito. En mi primera rueda de prensa descubrí que lo interesante de verdad, el titular, el pelotazo informativo, siempre te lo van a decir “off the record”, o sea, que te cuentan algo para que lo sepas tú pero que no se haga público. Supongo que eso debe venir muy bien cuando eres analista político y vales más por los off the record que almacenas que por las noticias que das pero cuando eres un becario…¿para qué quería yo un off the record si no era para provocarme migraña? Cuando el personaje decía: “esto te lo comento off the record”, pensaba…¡vete a la mierda! Ahora soltará la bomba y…¿qué debo hacer yo? ¿me salto el off the record y a esperar la que se me viene encima? ¿O tal vez en el fondo está deseando que lo publique? Si es así, ¿no me lo podía decir directamente? En ese caos deontológico y ético fui aprendiendo la profesión. Y les cuento esto para ponerles en antecedentes y comprendan un poco por qué no me gustan los off the record.


Dicho esto, les confieso que hubiese preferido que la princesa Letizia hubiera dicho que está orgullosa de que en España exista matrimonio igualitario en la entrevista que concedió a Vanity Fair, por ejemplo, y no tener que rescatar las declaraciones de un off the record o, peor aún, ni siquiera eso; de una conversación privada en la inauguración de una fachada de un museo de Chile.

A ver, que estoy encantado de que haya hecho esa declaración; para el progreso de un país, más vale una declaración como esa que 50 libros de Pilar Urbano, pero echo de menos el estatus del titular, de la declaración sólida y entrecomillada, la de verdad. Sí, ya sé que ellos no pueden interferir en la vida política de la nación y claro, como ahora a quien amo y con quien quiero pasar el resto de mi vida parece ser que es política, pues por eso mejor que las declaraciones se filtren de esta manera. Bueno, yo hubiese preferido que esas palabras se hubiesen publicado en el interior de una entrevista o en las páginas de un libro y no así, de tapadillo, medio rescatada de una conversación privada. Que yo encantado, ojo, pero no sé...será que en esta sociedad de trazo grueso son los detalles los que nos dan razones para levantarnos cada mañana. Será eso. No me lo tengan en cuenta.

O sí. Hay quien dice que en medio de la tempestad Urdangarín, la filtración de la declaración de la princesa estaba más que premeditada. Hay quien dice que en el enfrentamiento entre cuñadas, Letizia es una corredora de fondo y está empezando a ver la meta. Yo, desde luego, no pienso perderme el mensaje de Nochebuena del Rey. Para mí que no lo va a hacer desde la Zarzuela. Lo va a hacer desde el interior de La Caja de Luxe.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Ríanse ustedes de Carrie Fisher

Si me diera por tomar lexatín con tequila, como contó Bibiana Fernández que hacía cuando se le juntaba mudanza, gira con La gran depresión y programa de Ana Rosa, posiblemente tendría la mente mucho más osada de como la tengo. Estaría menos expuesto a la corrección, a la arbitrariedad del otro, incluso superaría mi miedo a la incertidumbre con el carácter más relajado. Mucho más relajado. Sin embargo, cuando introduzco el ansiolítico en la boca y me acerco un chupito para ayudarme a digerirlo me viene a la cabeza la princesa Leia. O sea, Carrie Fisher, la actriz que acabó sumergida en un mar de drogas, antidepresivos y alcohol y que le ha sacado un rendimiento económico a ese cuadro de vida –vía biografía, vía monólogo teatral en el que ella llega a reírse de sí misma- que ya quisiera yo en mi cuenta corriente. Luego me acuerdo de aquel párrafo de sus memorias humorísticas, Wishful Drinking, en el que narró que cuando su madre se dio cuenta de su problema con las drogas y el alcohol, hizo aquello que toda madre comprometida, vigilante y preocupada haría: llamar a Elizabeth Taylor. ¿A quién llamaría mi madre? ¿A María Jiménez? Solo de imaginármelo, vuelco el alcohol en el fregadero. Pero me trago el ansiolítico. Con agua.


Desayunar ansiolíticos debe ser algo que hace la mayoría de los ciudadanos de este país. No hay muchas otras maneras de afrontar un Telediario sin notar la desagradable presión en el pecho que precede al ataque de ansiedad. Si a eso añado la cantidad de dudas que genera mi cerebro al minuto,…pueden hacerse ustedes cargo, ya que la Seguridad Social no creo que pueda. Imagino el mecanismo cerebral que genera las preguntas y lo veo como si fuera una pantalla de Tetris. Los interrogantes van apareciendo en la parte superior de uno de los lóbulos, quizá el frontal, y van descendiendo hacia algún recoveco donde la cognición se sienta a buen recaudo. La pregunta puede ser cuadrada, recta, en forma de T, en forma de L, y nosotros, en un proceso de racionalización, intentamos buscarle respuestas para que, cuando llegue a esa parte cerebral donde se almacena lo aprendido, encaje perfectamente y no acabe bloqueando, no encontrando respuesta y, por lo tanto, no encontrando su sitio. Como en el Tetris, cuando una pregunta no se responde, se crea con ella un muro de contención que servirá para ir acumulando dudas tras él hasta hacer saltar el cartel de game over. ¿Y toda esta paja mental para qué?, pensarán. Pues para que me ayuden a descifrar una ‘pregunta tapón’ que amenaza con estropearme el juego. ¿Alguno de ustedes sabe qué diablos hacen los jueces del Tribunal Constitucional? ¿Conocen cómo transcurre su jornada laboral? ¿Fichan? ¿Saben si ellos también tienen lista de espera, como la Seguridad Social, pero de recursos? Porque si me dan una respuesta a todas esas preguntas quizá pueda llegar yo solito a una conclusión y así no tener que plantear cómo es posible que lleven 6 años debatiendo si el recurso impuesto por el PP contra el matrimonio igualitario se ajusta o no a la Constitución.

Supongo que en todas las casas cuecen habas, que decía mi abuela, y que los jueces del Constitucional pensarán que bastante tienen ellos con intentar mantener su dignidad cuando los dos grandes partidos, PP y PSOE, juegan a la cuerda con la institución, paralizándola, porque no se ponen de acuerdo. Vamos, que alguien se ríe por lo bajinis de la independencia judicial. Solo recordarles a los señores y señoras jueces y juezas del TC que hay más de 25.000 familias en España pendientes de su decisión. Supongo que para la vida democrática de este país corría más prisa saber si Bildu podía acudir a las elecciones municipales de mayo que lo del matrimonio igualitario. Supongo que hay prioridades y por eso ustedes tuvieron una sentencia al respecto en el menor tiempo posible. Supongo que decidir si un ciudadano tiene derecho a contraer matrimonio con la persona que ama no debe ser tan relevante. Supongo que ustedes no saben lo que significan sus seis años de silencio, imagino que debatiendo, para esas 25.000 personas, gays y lesbianas, casadas y con hijos, que tienen su estabilidad familiar (y si me apura, emocional) pendiente de ustedes. No quiero suponer que todo esto sea una estrategia política para, gracias a la mayoría absoluta del PP en el Parlamento, cambiar a los magistrados y así sacar una sentencia más acorde a la ideología del partido que, en su momento, impuso el recurso de inconstitucionalidad.


Es que eso no quiero ni pensarlo. Porque si lo pienso, ríanse ustedes de Carrie Fisher.

lunes, 28 de noviembre de 2011

El culo de Corbacho

Mi primera intención fue contarlo todo desde una pretensión aséptica, como un reflectante quirófano minimalista de esos que salen en las películas de ciencia ficción posteriores a la odisea de Kubrick. Luego, cambié de opinión. Una vez leí que Eduard Punset decía que el ser humano sería más feliz cuando aprendiese a cambiar de opinión. Yo lo intento, aunque a veces no sé si esa felicidad tiene algo que ver con la confusión. O con la ignorancia. En cualquier caso, cambié de opinión. Decidí que, a pesar de estar todo el domingo pasado en una mesa electoral de un colegio de Palma, no tengo porqué cumplir mi promesa de rememorar ese día. Ya sé que lo prometí en mi anterior artículo pero, hablando de políticos y su materia prima (de riesgo), estoy seguro que ustedes ya tienen la razón blindada a promesas incumplidas y la mía, a fin de cuentas, les importa un pimiento. Además, ¿qué otra razón, que no sea el sadismo, podría obligarme a recordar esas horas interminables y narrárselas a ustedes, mis dos únicos lectores? ¿Esa sería forma de pagar su fidelidad? Ya les digo yo que no.

Al día siguiente a la victoria del PP, Palma amaneció nublada, con una lluvia que parecía caer con rabia. Asaltó mi memoria aquella canción protesta de Pablo Guerrero y pensé que el destino era bien cabrón. Una hora y media después, el propio destino me confirmaba, burlándose a un centímetro de mi nariz, que era todo un experto en jugar malas pasadas. Los de Air Nostrum se dejaron mi maleta en Palma. Según informó Iberia a mi llegada a Madrid, suelen hacerlo porque el avión es muy pequeño y cuando va lleno de pasajeros no pueden transportar todo el equipaje así que dejan algunas maletas en tierra. “Vaya, ya empiezo a notar el cambio”, pensé. Soy un tipo con suerte. En los dos últimos sorteos de mi vida (el de la mesa electoral y el que impidió que mi maleta saliese de Palma) han sacado mi número. Espero que no haya dos sin tres y que el próximo golpe de suerte tenga que ver con el Gordo de Navidad. Por cierto, la maleta tardó 21 horas en llegar de Palma a mis manos. Me relajó comprobar que hay cosas que no cambian.

Al día siguiente al abandono de la maleta, recibí una notificación de Facebook en la que me comunicaban que una fotografía que yo había colgado en mi muro quebraba las normas comunitarias de la red social y procedían a su eliminación. La polémica foto reproducía al actor José Corbacho emulando la foto que le robaron a Scarlett Johansson del móvil. El propio actor la colgó en la red siguiendo la broma que inició Berto Romero, otro hombre Terrat. De hecho, existe una página en Internet llamada #scarlettjohanssoning donde personas, animales y cosas de todo el mundo rinden homenaje a la actriz imitando su foto.

Lo que me llamó la atención fueron las razones de la gran red social para censurar un contenido. Según ellos, Facebook es una comunidad mundial de millones de personas, todas con sus propias opiniones, ideas o valores. Por respeto a esa diversidad, hay que tener cuidado con lo que cuelgas en tu muro porque esa foto, o ese texto, puede correr como la pólvora y llegar a los ojos de una inocente niña o de una persona a la que el culo de Corbacho le provoque tal estado de ansiedad que acabe denunciando ese contenido por ofensivo. A ver si lo he entendido bien: para respetar la diversidad, acabo con la diversidad. Para encontrar el equilibrio, me cargo la balanza.


Es verdad que el culo de Corbacho no es el de Jon Bon Jovi pero tampoco es para reaccionar así. Todos sabemos que los contenidos en Internet vuelan y ese es su gran potencial. Que una red social en Internet vaya contra la propia esencia de Internet es el mayor sinsentido desde las peras y las manzanas de Ana Botella. Yo no tengo la culpa de que la foto de un culo llegue hasta los ojos de una JMJ en un cursillo de informática. Pero lo que me parece abusivo es que su derecho a mantener sus ojos vírgenes sea superior a mi derecho a colgar una foto del culo de Corbacho en mi muro.

Los de Facebook me informan que si hay algo que me ofenda en su red social, puedo y debo denunciarlo. Y a continuación me exponen toda la lista de contenidos que infringen sus normas. Uno es la intimidación y el acoso, cuando los trolls (personas que solo buscan provocar a los usuarios de una red social) han hecho de Facebook su hogar. Otro es el lenguaje que incita al odio. Cada día nace un grupo homófobo en esa red social. Es verdad que si lo denuncias masivamente, lo acaban cerrando pero, como la Hydra, al día siguiente renace con otro nombre. Otro contenido peligroso es la violencia gráfica. Menos mal que a veces los videos no llegan a manos de los censores porque, con la normativa de Facebook en la mano, las cargas policiales contra el 15M en la Plaça Catalunya o la barbarie del Toro de la Vega no podrían ser vistas y, por lo tanto, no se podría despertar la conciencia social que moviliza a toda una población contra algo y de la que luego ellos presumen a la hora de darle relevancia a su producto. Eso por no hablar de los anuncios de Tráfico.

Hay nueve razones para censurar un contenido en Facebook. Y todas son porosas. Supongo que la que han esgrimido para eliminar el scarlettjohanssoning de Corbacho ha sido la del epígrafe ‘sexo y desnudos’. Ya solo comparar los dos conceptos me parece enfermizo. Pero así es. No sé si de esto se hablaba en la película de David Fincher. Es que no la vi.

Al día siguiente del episodio Facebook, veo las fotos del hijo de Sara Montiel, Zeus Tous, desnudo en otra revista. Enlazo una de las fotos a mi muro. El culo de Zeus, así, como concepto. Nadie ha denunciado de momento. Estoy a la espera. Lo mismo nadie lo hace; el culo de Zeus es, objetivamente, mucho mejor culo que el de Corbacho. A lo mejor el problema de la censura sea un simple síndrome de Stendhal. En cualquier caso, recuerdo la mítica frase con la que finalizaba esa gran película El hombre con rayos X en los ojos: “Si tus ojos te escandalizan, arráncatelos”. Eso sí, luego no cuelgues la foto en Facebook.

lunes, 21 de noviembre de 2011

1002 followers

Yo cumplo mis promesas. No como la mayoría de los políticos.



Reflexiones del día antes

Me dejaba elevar en la escalera automática. Miraba a las personas que, a mi lado, descendían por la contraria. Sus gestos, como protegidos por un candado, me empujaban a ver a la gente como maletas perdidas en la cinta transportadora, equipaje sin un propietario que diera señales de vida. Supongo que ellas pensarían lo mismo si hubieran reparado a mí. Estaba tan entretenido en ese pensamiento, absurdo y paliativo, que no escuché los gritos hasta llegar a los torniquetes de salida del Metro.

En Madrid es habitual encontrar a gente que le grita enfadada a alguien. En ocasiones, puede que incluso no exista alguien. Y también es bastante usual ver como los demás apenas le prestan atención a la pelea. En un principio, buscan el origen del jaleo pero, en cuanto lo identifican, a no ser que entre en juego la sangre o el contacto físico, regresan a lo que estaban haciendo sin perder un segundo más de su tiempo. Vivir en sociedad significa mimetizarte con la masa, acabar haciendo aquello que ves. Aunque me disponía a cruzar la zona de taquillas y llegar hasta la escalinata que me conduce a la superficie, sin darle mayor importancia a la disputa, en ese breve camino vi al hombre que le gritaba, amenazador, al taquillero. “¡Dame la hoja de reclamaciones! ¡Funcionarios! ¡Teníais que estar todos en el paro!”, gritaba. Salí de allí pero no pude evitar pensar, durante el trayecto hasta casa, que se avecinan tiempos horribles.

Si los entrenadores de fútbol son capaces, con sus formas y su talante, de encender los ánimos de jugadores e hinchada antes de un partido, los líderes de un país –ya sean políticos, económicos o espirituales- son los responsables, con sus mensajes y actitudes, de la crispación de los ciudadanos. Creo que la crisis, y sus gestores, han elaborado un discurso que solo logra irritar, enfrentar, confundir, violentar, estremecer. Por eso tengo la sensación de vivir en un país de personas irritadas, provocadoras, confusas, violentas, alarmadas. Gente que hoy cree tener la razón a toda costa y se reafirma en el menosprecio a los demás, gente que ha perdido el interés por el diálogo, gente convencida de que es más sencillo lograr lo que uno quiere desde la convulsión que desde la cooperación, gente que puede faltarle al respeto a un funcionario porque los políticos les han dicho que esos señores son unos vagos que no quieren trabajar más por menos. Y ese tipo de ciudadanos solo pueden construir un país de desigualdades, de insolidaridad, de rencillas.


Lo peor es que aquellos que hemos decidido instalarnos en el término medio, en la objetividad más razonable, aunque les parezca pretencioso, acabamos convertidos en víctimas saqueadas por los que han hecho del poder y la política su fuente de ingresos y por los otros, por esos que, amparados en viejas consignas antisistema, le roban al ayuntamiento la electricidad, que pagamos todos, para alumbrar su casa okupa. Ambos parecen estar cómodos en el enfrentamiento, ambos tienen razones que lo justifican pero, mientras tanto, nosotros pagamos el derroche de unos y la luz de los otros. Aunque, si me pongo pejiguero, la luz de una casa okupa me costaría menos que los privilegios de la clase política.

No piensen que esto es un entreverado alegato a favor de la abstención. Más bien todo lo contrario. Tengo más respeto por aquellos que votan a un partido que está en mis antípodas ideológicas que aquellos que no van a votar. Eso me recuerda a aquella pareja de lesbianas con la que me crucé en Madrid, la noche del 22-M, portando orgullosas banderas de un partido que no defiende sus derechos.

Ya entonces pensé que esa pareja tendría sus argumentos, aunque a muchos nos parezcan extraños, pero había ejercido su derecho al voto y lo había hecho en conciencia. Sin embargo, no querer participar me parece un ejercicio de insolidaridad. No votar, porque no crees en el sistema, es como si vieras al maltratador agredir a su víctima y optases por mirar al otro lado porque “total, la justicia es una mierda y al final, entran por una puerta y salen por la otra”. Creo que no participar es la manera más cobarde de participar. Y se lo digo yo que, mientras usted está leyendo este artículo, aún no habré votado. Más que nada porque soy segundo vocal en una mesa electoral y no podré ejercer mi derecho hasta el cierre del colegio. La semana que viene prometo contarles la experiencia. Pero solo si van a votar.


NOTA DEL AUTOR: Este artículo salió publicado ayer en Diario de Mallorca mientras yo me pasaba el día sentado en un colegio electoral actuando como segundo vocal. Próximamente contaré mi experiencia en la "gran fiesta de la democracia", aunque muchos ya la conocerán porque me pasé tuiteando las doce horas. Posiblemente, también reflexionaré sobre los resultados electorales. Reflexionar a 'toro pasao' se nos da mejor a todos. No aporta nada, pero relaja.

Ahora, a punto de tomar un avión en el aeropuerto de Palma, destino Madrid, viendo como llueve a cántaros, me viene a la cabeza aquella canción protesta de Pablo Guerrero y creo que el destino es bien cabrón.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Jornada de reflexión

Lo dicho, que estarán ustedes reflexionando. Supongo que algunos reflexionarán vestidos, otras desnudas, otros en unos pequeños shorts deportivos,...

Disculpen ustedes está salida de tono, esta visión tópica y erótica de la reflexión pero, como le pasaba a la protagonista de Bailando en la oscuridad, o transformo con mi imaginación la realidad o esta realidad no hay quien la soporte.

Con todos mis respetos, nunca he entendido mucho esta jornada de reflexión. Supongo que es un mecanismo que tiene su razón de ser en países, como el nuestro sin ir más lejos, que cambiaron de régimen político y, en su adolescencia democrática, se enfrentaron al voto decisivo después de haberle dado mil vueltas a la cabeza y a la papeleta. A día de hoy, no creo que esta jornada sirva para reflexionar. Yo la llamaría Jornada de Descanso. O Recreo. O Día del Spa. Cualquier cosa menos reflexión. Porque reflexionar, lo que se dice reflexionar,…se reflexiona poco. Sería interesante, por ejemplo, que en esta jornada de reflexión la Junta Electoral prohibiera a los políticos aparecer en medios de comunicación. Cero políticos. Ni en prensa, ni en radio y, por supuesto, nada de tele. Eso ayudaría a reflexionar o, en el mejor de los casos, a descansar de ellos.

Sinceramente, dudo que alguien reflexione. Todo el mundo tiene una opinión, todo el mundo tiene su voto pensado y bien pensado desde hace meses, incluso años. No creo que hubiera un ciudadano indeciso en un mítin de cualquiera de los partidos políticos que se presentan a estas elecciones. Sería como encontrarse un ateo en misa; que va de oyente, a ver si es verdad eso de ‘ver la luz’. Supongo que forma parte del protocolo y todos le damos mucha importancia al protocolo aunque sabemos que, en el fondo, es solo un paripé.

Les voy a confesar algo: a mí, que estas elecciones hayan servido al menos para que se prohíban los actos de homenaje a Franco ya me parece bien. Bueno, no voy a seguir hablando no sea que venga la Junta Electoral y me prohíba a mí también.

Lo dicho, que yo no lo llamaría Jornada de reflexión. Ahora, ¿que ellos quieren llamarlo Jornada de reflexión? Pues bien, ningún problema. No vamos ahora a ponernos a discutir por un nombre, ¿verdad?

lunes, 14 de noviembre de 2011

¿Quién escribe la Historia?

¿Quién escribe la Historia?, nos pregunta Helena de Troya en el magnífico monólogo “Juicio a una zorra” que se está representando en el Teatro de la Abadía de Madrid. Un texto de Miguel del Arco que ya nace con vocación de clásico y que está interpretado, durante una hora, por una Carmen Machi absolutamente grandiosa. Lo que hace esa mujer sobre un escenario es puro virtuosismo interpretativo. Sobrenatural. Tuve la oportunidad de asistir a ese espectáculo de emociones, y casi justicia mitológica, el pasado miércoles.

Llegaba de una semana de debates políticos que hicieron más pequeño y vulnerable a mi corazón. Llegaba de una semana de impotencia ante discursos que reclamaban un cambio pero no sabían decirme de qué. Tal vez es que de lo único que vamos a cambiar sea de gobierno. O de partido en el poder. Pero poco más. Llegaba de una semana contradictoria en la que, a mí, me sucedían cosas estupendas pero eso no me impedía sufrir la realidad. Llegaba de una semana en la que la realidad estaba empezando a tornarse sepia, como una foto vieja. Llegaba de una semana que anunciaba cielos nublados y precipitaciones.

Y, de repente, me veo frente a Carmen Machi interpretando a la mujer más hermosa del mundo, a la mujer que desencadenó la más famosa guerra de la Antigüedad. “Pero, ¿quién podía creerse que todo ese despliegue era realmente por mí?”, pregunta una deteriorada Helena de Troya, condenada, por adúltera, al eterno envejecimiento; a vivir afeándose hasta que nuestro olvido la absuelva.

¿Quién escribe la Historia? ¿Quién convirtió al capullo de Ulises en un héroe? ¿Quién ocultó que los hermanos de Helena tardaron un año en rescatarla de los brazos de Teseo, que abusó sexualmente de ella, niña, todo ese tiempo? ¿Quién decidió que ella representase la traición y no Paris? ¿Quién la convirtió en la gran meretriz de la Historia? “Yo solo tomé una decisión” –dice Helena de Troya sobre el escenario-. “Amar a un hombre por encima de todo”.


Tengo la impresión de que los libros de Historia han quedado relegados a manuales pedagógicos o a bibliografía para los propios historiadores. Para contar la Historia hace falta tiempo y eso es, precisamente, lo que dicen que no tenemos. Es la letra pequeña del contrato del ser mortal. No tenemos tiempo; por eso nos aterra la sensación de estar perdiéndolo. La impaciencia nos domina. Las ciudades se convierten en videojuegos donde sus habitantes, como avatares, le echan cada día un pulso de 24 horas al tiempo. Por eso, en esta época confusa, lo rápido es lo eficaz. La comida es rápida, el transporte es rápido, tu conexión adsl debería ser rápida, la información es rápida. Y la velocidad hace que lo que ahora mismo está frente a nuestros ojos, en un segundo esté a mil metros de distancia. Creo que los líderes de opinión, los tertulianos, los analistas políticos, han sido encumbrados como los nuevos historiadores. Ellos nos cuentan la Historia como a ellos les interesa pero, sobre todo, nos la cuentan rápidamente, inmediatamente, cuando ni siquiera ha tenido tiempo de concluir. Y esa es la Historia que consumimos: veloz, inmediata, de ‘trending topic’. No podemos reflexionar. No tenemos tiempo. Y del mismo modo que compramos comida precocinada para no tener que cocinar, adquirimos análisis y pensamientos de otros para no tener que forjar los nuestros propios. Porque eso lleva mucho trabajo. Y mucho tiempo.

Entro en el Facebook de Francisca Pol, la ex candidata del PP balear al Senado, la mujer que colgó en el muro de su red social una foto denigrando a otra mujer. Me sorprende la manga japonesa con la que sus ‘amigos’ valoran su tremendo error. “Ánimo Fany. Recuerda el sabio dicho…se pica el que ajos come”, le dice un individuo. “No tenías que dimitir. La bromilla que has hecho tampoco es para tanto. (Chacón) Ha salido en fotografías escotada y bastante escotada”, dice otro. “Muy mal deben estar en el PSOE para sacar punta a este asunto”, le cuenta otra mujer. ¿Se imaginan lo que dirían estos mismos individuos si la foto la hubiera colgado Chacón y denigrase a Pol? Fingimos ser seres humanos racionales pero funcionamos como animales de tiro, siguiendo la senda que nos marcan las riendas, sin querer mirar hacia los lados, no sea que la reflexión nos confunda en el camino.

No sé si algún día tendremos la oportunidad, como esta Helena de Troya del teatro, de poder mirar a los ojos a los demás, con una copa de vino en la mano, y darles nuestras razones, las propias, las extraídas no de la verdad absoluta, que no existe, sino de la verdad plural, que es más objetiva, sin que sean menospreciadas ni eclipsadas por la Historia que, unos cuantos, decidieron que fuera la oficial.

Al día siguiente, mientras iba a por una barra de pan, un señor de traje le contaba a otro señor de traje que, si por esos antojos absurdos del destino, los socialistas ganasen las elecciones, en España tendríamos una nueva guerra civil. ¿Quién coño nos está contando la Historia? Mientras pellizcaba el cuscurro y me lo comía, pensaba que eso me pasaba por vivir cerca de la calle Génova.

martes, 8 de noviembre de 2011

Código de barra

Supongo que los seguidores de este blog ya lo saben pero por si hay alguno nuevo, que ya veo que no, lo explico.

Hace un tiempo que tuve una idea de una serie de televisión. Se la conté a José Martret y empezamos a trabajar en ella. Rodamos un piloto que, gracias a la red, tuvo un éxito que nos sorprendió mucho. Tanto que una famosa productora de televisión se puso en contacto con nosotros para intentar vender el producto. Y en eso está, que las cosas en el mundo de la tele tardan mucho en arrancar. Luego, en desaparecer, desaparecen de un plumazo pero lo que es arrancar...hasta que el directivo de turno da el ok...madre mía. Yo siempre me consuelo pensando en el tiempo que tardaron los creadores de Mujeres Desesperadas o The Wire en colocar sus series.

El caso es que ese trailer que colgamos en la red sobre el piloto de la serie llegó a Globally, la empresa que lleva la marca Larios. Ellos habían decidido poner punto final al calendario Larios de la moda y empezar un nuevo proyecto. Ese proyecto fue el Calendario Larios 12 de cortometrajes. 12 cortos, uno por mes, dirigidos por gente como Juanma Bajo Ulloa, Rossy de Palma o Laura Sánchez. Cortos que se pueden ver en su página web y en su Facebook. ¡Y nos llaman a nosotros para dirigir uno de ellos!

Jose y yo llegamos a la reunión con varias ideas cuando nos dimos cuenta que lo que ellos querían era precisamente la idea de la barra y las conversaciones, que ya habíamos empleado en el trailer y que era la idea original de la (esperemos) futura serie.

Así que nos pusimos manos a la obra, escribimos nuevos sketches y...a rodar. El resultado es este: "CÓDIGO DE BARRA". Una historia en la que pueden verse a diferentes personas, cada una de ellas en un código distinto, pero todas tras una barra de bar. Puede ser de día, de noche o de madrugada pero una barra de bar siempre será uno de los lugares más comunes para acabar contando cualquier historia, por muy extraña que parezca.

Somos el més de noviembre, o sea, que este video está calentito, recién salido al mundo.

El equipo técnico fue un lujo, con gente con la que ya habíamos trabajado como Jesús Ugalde (fotografía), Antonio Martín (música), Alberto Puraenvidia (dirección de arte), Richard García (operador de cámara) o Macu Gómez (maquillaje y peluquería).

Y en el artístico...qué os voy a contar; pues actores y amigos excepcionales a los que adoramos y admiramos. Miriam Benoit, Xabier Murua, Rubén Mascato, Reynaldo Triveño, Aurora Latorre, Elena Lombao, Cristina Gallego, Nico Grijalba, Julio P. Manzanares, Fernando Tejero, Maribel Luis, Natalia Hernández, Santi Marín, Bárbara Grandío, Carmen Aragunde, Ivana Vázquez y Natalia Sánchez. Gracias a todos.

Espero que os guste.



lunes, 7 de noviembre de 2011

"A tu lado, siempre"

Es un thriller. Como dice José Martret, su director, "posiblemente el thriller más corto de la historia del cine": 30 segundos.
Dirigido en analógico, o sea, en cine de verdad, nada digital.
Con la nueva cámara Lomokino, de Lomography.
Con una música original magnífica de Antonio Martín.
Y protagonizado por Cristina Fenollar y...yo.
Su título: "A tu lado, siempre"


Izquierda o derecha

Empezó la campaña electoral. Podría soltar aquí una chapa sobre que NO votar en las próximas elecciones es la postura más pro-sistema que se me ocurre en estos tiempos. Se me podría ocurrir también decir que en estas elecciones no elegimos presidente del gobierno a secas sino que se trata de un referéndum donde decidimos si Estado del Bienestar sí o Estado del Bienestar no. Pero todo eso se lo dejo a los contertulios políticos que para eso están.

A mí lo que me sorprende es que aún hoy, y en un país occidental, la homosexualidad forme parte de una campaña electoral. Me explico. Hace una semana hablábamos del apoyo al matrimonio igualitario por parte del primer ministro británico, el conservador David Cameron. Pues bien, él, que no está a la caza del voto, (de momento), ha declarado que retendrá la ayuda que su país ofrece a aquellos países de prohíben la homosexualidad, a menos que éstos reformen su legislación. De nuevo, no es una cuestión de derechas o izquierdas, ni de conservadores o progresistas: es una cuestión de derechos humanos. Algo que está por encima de cualquier ideología.


De ahí que me sorprenda, y en ocasiones me indigne, que el hecho de ser gay o transexual sea una cuestión de izquierdas o de derechas. Y me jode especialmente que sea nuestra clase política la encargada de permitir que eso aún siga siendo así. ¿Se imaginan un partido político que se presentase a las elecciones cuestionando los derechos de las mujeres maltratadas o un partido que llevase en su programa que va a apoyar que las personas zurdas tengan derecho al voto? Absurdo, ¿verdad? Entonces, ¿por qué en pleno siglo XXI, en un país supuestamente moderno y avanzado como el nuestro, los derechos de un grupo de ciudadanos tienen que formar parte de la campaña electoral?

Lo lógico sería que ser gay o lesbiana o transexual no fuera una cuestión ideológica porque los derechos de un grupo de ciudadanos no pueden depender del pie con el que se levante el político de turno. No se puede vivir en un tío vivo y de eso se están dando cuenta, poquito a poco, los países occidentales, como el Reino Unido.

Los derechos humanos no son moneda de cambio. Son logros irrenunciables de la sociedad. No se puede acabar con el apartheid para después dejarlo a disposición de la ideología de un futuro gobierno que decidirá si la segregación racial es constitucional o no. Un derecho (humano) es incuestionable. Y me da una rabia inmensa que, a estas alturas y en este país, aún deba tener una lectura ideológica.

Y no crean que me he caído de un guindo, no. Sé que hay homófobos también en la izquierda. La diferencia está cuando esa opinión personal, muy particular y, a mi parecer, indefendible, contra un derecho humano se convierte en recurso de campaña electoral. Un derecho humano no debe ser un argumento que separe a un electorado. Es, simplemente, un Derecho Humano inalienable. Cuestionarlo es alimentar a esos homófobos que, ante el terrible asesinato de Stuart Walker en Escocia, ensuciaron las redes sociales con comentarios del tipo “me parece genial lo que le ha pasado a Stuart Walker, mejor muerto que infectando a la gente de sida”. ¿Y quién quiere el voto de individuos que piensan así? ¿Algún partido político quiere el voto del monstruo de Amstetten? ¿No? Pues eso.

domingo, 6 de noviembre de 2011

El ciclo vital

Debía rondar el mes de marzo cuando se me ocurrió sacar entradas para un musical. Si bien es cierto que mi entorno siempre suele burlarse, con cierta gracia, de mi afán por adelantarme a los acontecimientos, de mi necesidad de no dejar nada, o muy poco, a la improvisación, en esta ocasión la guasa rozó índices históricos, como lleva haciendo el Ibex 35 desde hace meses. Debe ser complicado nacer índice y que, de un tiempo a esta parte, hagas historia cada día. Nada ni nadie puede soportar tanta presión. Pero no voy a hablar de economía. No me da la gana.

El caso es que saqué las entradas ante la mirada estupefacta de aquellos que presumen de vivir el presente, de disfrutar el día a día como si fueran una versión indie de los protagonistas de Easy Rider. El musical era El Rey León. Y desde su estreno, el 21 de octubre, ya no hay entradas, para las funciones de fin de semana, hasta abril de 2012. Quizá alguna butaca suelta. Y entre semana, tampoco se crean que muchas más. Bueno, sé que alguno pensará que para ir a ver El Rey León mejor se quedan en casa; que donde esté un concierto de The Rapture o de Wilco que se quite el tándem Elton John-Tim Rice. Vale. Yo es que soy capaz de disfrutar de Disney y de la banda de Luke Jenner por igual. Y creo que disfrutar es la característica más evidente de la libertad.

He visto El Rey León y tengo que decirles que es espectacular. Solo por ver el comienzo, la escena de El ciclo vital, ya merece la pena pagar los 86 euros de la butaca de platea. Ver amanecer sobre un escenario es una experiencia sensacional. No extraña que el diseño de iluminación, a cargo de Donald Holder, tenga un Tony (los Oscar del teatro norteamericano). Pero es que ver, acto seguido, como acuden más de 25 especies animales al nacimiento de Simba, es directamente grandioso. No hay función que el público no acompañe esa escena con una ovación espontánea.

Luego, si uno se pone quisquilloso, puede cuestionar que Timón (supongo que todos han visto la película al menos y saben de lo que estoy hablando; si no es así, tranquilos, el 21 de diciembre se reestrena en los cines en 3D) hable con acento andaluz. Me incomoda esa especie de denominación de origen de la gracia, ese supuesto patrimonio del humor que este país ha decidido testar en la comunidad andaluza. Como si ser sevillano o malagueña fuera sinónimo de gracioso, ocurrente o chistosa. Conozco andaluces sin ninguna chispa. Y conozco andaluces que explotan tanto esa vena jocosa que acaban saturándote. Me gustaría creer que la capacidad de hacer reír es un don del individuo y no una cuestión fonética, ni de acentos. Sobre todo porque, si yo fuera andaluz, no me haría ninguna gracia.

Sorprendido estoy ante mi capacidad de darle la vuelta a las cosas. Estaba hablando de color, ilusión, fantasía y he acabado soltando la chapa sobre el humor ‘autonómico’. En fin, que si pueden vayan a ver el musical de El Rey León. Según los productores, el espectáculo debería estar en escena un mínimo de dos años para que sea económicamente rentable. Diez sería un sueño así que se conforman con mantenerlo en cartel 4 ó 5 años. O sea que si no vienen a verlo, por tiempo no será. Yo les recomiendo que sean previsores. Que Madrid no está hecha para la improvisación.

Antes de acabar me gustaría confesarles algo. No iba a hablar de economía pero…¿no tienen ustedes la sensación de que esta maldita crisis también tiene una lectura sociológica y, me atrevería a decir, que antropológica? ¿No les pasa que ahora ven un hombre con traje y corbata por la calle y piensan que les va a robar? A mí me sucede. Eso que nuestras madres definían como ‘malas pintas’ ahora resulta ser ‘cuidado aspecto personal’, pero el objetivo es el mismo: robarte. Supongo que si antes reclamaba que no había que juzgar a las personas por las apariencias debería hacer lo mismo en la actualidad. No sé. De entrada, cuando alguien me preguntaba de qué pensaba disfrazarme en Halloween yo siempre contestaba que de Duran i Lleida. O de broker financiero. O de Emilio Botín. Y la gente se acojonaba viva. Mucho más que si hubiese elegido ir de Jason Voorhees.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Que nadie se entere

Berkana

La semana pasada iba caminando por la calle Hortaleza, en Madrid, y pasé por delante de la librería Berkana. Entré un momento, no estaba Mili Hernández, su propietaria. El local, aunque justo en ese momento tenía dentro a seis personas hojeando libros, estaba un poco desangelado. Había libros en cajas y al fondo, muchas otras cajas ya embaladas. La razón era que Berkana se muda. A partir del 1 de noviembre, se pasaba al número 62 de la misma calle. Justo el local de al lado. Un lugar mucho más pequeño. La única opción antes de tirar la toalla definitivamente.

Si en los tiempos que corren alguien lucha por mantener un pequeño negocio abierto, no solo hay que rendirle admiración sino que además hay que aplaudirle ese empecinamiento. Porque gracias a ese empecinamiento hoy, por ejemplo, existe el matrimonio igualitario, que me gustó esa definición heredada de Argentina.

Aparte de que a mí me dé más pena el cierre de una librería que el de una tienda de ropa, algo muy personal ojo, acepto que Berkana, como las NO tantas librerías especializadas lgtb que hay por el mundo, son empresas privadas, que nacen del compromiso, la entrega y la ilusión de sus propietarios. Y que como tales empresas, están sometidas a unas leyes de mercado a veces favorables, a veces despiadadas. Que nos asole una crisis, que los bancos y los dueños de locales comerciales jueguen desde la avaricia y la especulación, que los políticos apoyen a las grandes empresas y no a las pequeñas, son características del mercado, y de estos tiempos, que afectan a todos los empresarios por igual. Sin embargo, en el caso de esta librería hay un escalofrío que me incomoda.


Recuerdo cuando Luis Antonio de Villena, al frente de estos micros, decía que el colectivo lgtb era mayoritariamente inculto. Yo pensaba que era un exagerado y que esa incultura sería, en cualquier caso, proporcional a la que existe en el resto de la sociedad. Hoy, viendo el caso de esta librería, si creo que nosotros tenemos un compromiso con los empresarios de la cultura lgtb. Parece que al colectivo solo le interesa la fiesta y me niego a aceptar esa característica como un rasgo definitivo. Veo a nuevas generaciones que creen que ser gay, o lesbiana, o bisexual, ya es un rasgo que los hace especiales y no: lo que nos hará especiales no es con quien nos acostemos sino los libros que hayamos leído, las películas que visionemos una y otra vez, las canciones que escuchemos hasta aprendérnoslas de memoria,… Eso nos hará especiales.

Que una librería mítica en la lucha por los derechos lgtb en España, desde principios de los 90, como es Berkana se haya planteando cerrar por la crisis y la dictadura de los mercados es jodido pero no un caso único. Que tenga que cerrar porque, además, gays, lesbianas, bisexuales y transexuales tenemos cero interés por nuestra cultura, es triste pero también peligroso. Porque ninguna batalla social está definitivamente ganada y el día que haya que volver a defender y reivindicar derechos habrá que hacerlo desde la cultura, no desde la camiseta de H&M o el bono especial de la macrofiesta de turno.

Sí, esto suena a rapapolvos y lo es. No siempre les va a caer la charla a los señores de la Conferencia Episcopal o a los macarras de la moral. A veces, y esos son los momentos realmente decisivos en la vida, hay que hacer autocrítica, mirarse a uno mismo y preguntarse qué ha hecho él por el bien de su colectivo. Mili lo hizo abriendo la primera librería especializada en literatura lgtb de España, aportando un granito de arena fundamental para entender lo que fue y lo que es Chueca, luchando, desde primera línea, por la visibilidad y la cultura lgtb. Ahora basta preguntarse, ¿qué hemos hecho los demás?