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lunes, 7 de noviembre de 2011

Izquierda o derecha

Empezó la campaña electoral. Podría soltar aquí una chapa sobre que NO votar en las próximas elecciones es la postura más pro-sistema que se me ocurre en estos tiempos. Se me podría ocurrir también decir que en estas elecciones no elegimos presidente del gobierno a secas sino que se trata de un referéndum donde decidimos si Estado del Bienestar sí o Estado del Bienestar no. Pero todo eso se lo dejo a los contertulios políticos que para eso están.

A mí lo que me sorprende es que aún hoy, y en un país occidental, la homosexualidad forme parte de una campaña electoral. Me explico. Hace una semana hablábamos del apoyo al matrimonio igualitario por parte del primer ministro británico, el conservador David Cameron. Pues bien, él, que no está a la caza del voto, (de momento), ha declarado que retendrá la ayuda que su país ofrece a aquellos países de prohíben la homosexualidad, a menos que éstos reformen su legislación. De nuevo, no es una cuestión de derechas o izquierdas, ni de conservadores o progresistas: es una cuestión de derechos humanos. Algo que está por encima de cualquier ideología.


De ahí que me sorprenda, y en ocasiones me indigne, que el hecho de ser gay o transexual sea una cuestión de izquierdas o de derechas. Y me jode especialmente que sea nuestra clase política la encargada de permitir que eso aún siga siendo así. ¿Se imaginan un partido político que se presentase a las elecciones cuestionando los derechos de las mujeres maltratadas o un partido que llevase en su programa que va a apoyar que las personas zurdas tengan derecho al voto? Absurdo, ¿verdad? Entonces, ¿por qué en pleno siglo XXI, en un país supuestamente moderno y avanzado como el nuestro, los derechos de un grupo de ciudadanos tienen que formar parte de la campaña electoral?

Lo lógico sería que ser gay o lesbiana o transexual no fuera una cuestión ideológica porque los derechos de un grupo de ciudadanos no pueden depender del pie con el que se levante el político de turno. No se puede vivir en un tío vivo y de eso se están dando cuenta, poquito a poco, los países occidentales, como el Reino Unido.

Los derechos humanos no son moneda de cambio. Son logros irrenunciables de la sociedad. No se puede acabar con el apartheid para después dejarlo a disposición de la ideología de un futuro gobierno que decidirá si la segregación racial es constitucional o no. Un derecho (humano) es incuestionable. Y me da una rabia inmensa que, a estas alturas y en este país, aún deba tener una lectura ideológica.

Y no crean que me he caído de un guindo, no. Sé que hay homófobos también en la izquierda. La diferencia está cuando esa opinión personal, muy particular y, a mi parecer, indefendible, contra un derecho humano se convierte en recurso de campaña electoral. Un derecho humano no debe ser un argumento que separe a un electorado. Es, simplemente, un Derecho Humano inalienable. Cuestionarlo es alimentar a esos homófobos que, ante el terrible asesinato de Stuart Walker en Escocia, ensuciaron las redes sociales con comentarios del tipo “me parece genial lo que le ha pasado a Stuart Walker, mejor muerto que infectando a la gente de sida”. ¿Y quién quiere el voto de individuos que piensan así? ¿Algún partido político quiere el voto del monstruo de Amstetten? ¿No? Pues eso.

lunes, 22 de agosto de 2011

Sin batería



Tengo la sensación que si algo consigue la campaña electoral no es captar el voto. Parto de la idea de que más o menos todo el mundo tiene claro a qué opción política votar, incluso a pesar del candidato, y que los debates, mítines y demás performances solo sirven para afianzar un voto que estaba ganado de antemano.

Sin embargo, sí creo que la campaña puede llegar a descargarnos la batería de la paciencia de una manera sorprendente. Vamos, que la del Nokia 3310, a nuestro lado, es imperecedera. Si tenemos en cuenta que la campaña electoral es como la navidad, cada año empieza antes, incluso podemos decir que vivimos en un bucle de eterna campaña electoral, los ciudadanos ya hemos escuchado los mismos reproches tantas veces como la canción del verano. Por cierto, ¿cual es la canción de este verano? Da igual.

El ciudadano se hastía de tanto debate, análisis del debate y análisis del debate del debate y, total, como ya tiene el voto decidido, preferiría ahorrarse la chapa y poder ver en la tele una buena serie. “Pero hay mucho indeciso”, comenta Encarna. “Desconfía de todos aquellos que te digan que no le interesa la política, que todos los políticos son iguales, que ellos son apolíticos, porque esos, votarán a la derecha”, expliqué, sin saber muy bien porqué.


Y aunque mi batería, a estas alturas de pre precampaña, ya está en rojo, sospecho que la culpa es mía, por no haberla agotado completamente al principio y luego cargarla durante dos horas seguidas, procurando después no llamar demasiado. Por eso mi paciencia, como la batería de mi móvil, cada día se descarga más rápido. Y es que hay teléfonos en el mercado que si no llamas ni recibes llamadas, la batería te dura cinco días. Curioso descubrimiento para un teléfono móvil. Quizá lo más saludable fuera solicitar el voto por correo, votar lo antes posible y luego, marchar de viaje a algún lugar paradisíaco y silencioso. Indispensable que no tenga cobertura. Ni wi-fi. Ni 3G. Que eso chupa batería que da gusto. Con perdón.

sábado, 9 de abril de 2011

No son dignos de mi voto

Llevo una semana muy combativo. Si tuviera unos bíceps como Rafa Nadal, hasta me hubiera puesto una camiseta verde militar sin mangas y me hubiese tiznado la cara. Sé que voy a generalizar, pero detrás de una generalización siempre se esconde un hecho: tenemos una clase política indigna. Y ahora vendrá alguien y dirá “¡no todos!” Claro, no todos. Pero cuando Balears, comunidad en la que debería votar en las próximas elecciones, tiene el más alto número de políticos imputados y condenados en casos de corrupción de toda España, podemos pensar que sí son mayoría. Y la mayoría es la que vence la balanza. Eso es democracia.

Estoy reflexionando una de las decisiones más importantes de los últimos años: votar o no votar en las próximas elecciones. Y a día de hoy, es muy posible que no lo haga. No creo que los políticos de mi Comunidad estén a la altura de mi voto. Ni a la altura del voto de mi familia, vecinos y amigos. Sinceramente, no creo que estén a la altura del voto de ningún ciudadano honesto del archipiélago. Por supuesto, en esta lista (abierta) de ciudadanos no figuran aquellos que se verán ‘obligados’ a cumplir con la disciplina de partido, o bien por que sueñan con puestos de salida en las mismas o bien por ser familiares del político/a en cuestión. Es que la sangre tira. Y en ocasiones, tira al monte.

En mi ingenuidad casi bohemia pienso que nadie, con un mínimo de dignidad, puede votar, en una comunidad como la mía, al Partido Popular o a UM (aunque ahora se llamen Convergència per les Illes Balears). Están estigmatizados pero con razón. No hace falta que vuelva a sacar aquí la lista de políticos imputados, ni los nombres de todos esos que, a pesar de tener que aclarar su participación en casos abiertos de corrupción, aún van en las listas de las próximas elecciones. No será necesario que recuerde el caso Palma Arena, el caso Picnic, caso Cloaca, operación Xoriguer,… Pero si hasta la Policía y la Guardia Civil están desbordadas con el trabajo que les están dando los ‘presuntos’ políticos corruptos. Y luego están aquellos que se limitan a mirar, a ver pasar el cadáver de su enemigo por delante de su puerta pero sin mover un dedo para hacer la vida de los ciudadanos (y votantes) más justa, más digna, más amable. No sé si nos merecemos la clase política que tenemos. Creo que no pero, por si acaso gana el PP y alguien me lo recuerda, diré que ninguno de los candidatos estaba a la altura de mi voto y no desperdicié la dignidad de mi voto en ellos.

Mi voto, el voto de los ciudadanos, ha costado mucho. No a mí, que al cumplir 18 ya me vino como caído del cielo. A generaciones predecesoras que se partieron el alma por hacer oír su voz, por reclamar su papel a la hora de elegir a sus gobernantes, por acabar con sistemas que pensaban solo en los poderosos y nunca en los ciudadanos. Pueden llamarlo demagogia, bien. Pero ahora busquen otra palabra para definir las estrategias políticas que prostituyen nuestro voto, que comercian con él, que lo venden, lo compran, lo manipulan, lo disfrazan, lo arrastran, lo golpean, lo zarandean, y, en el caso de los tránsfugas, hasta se orinan en él. Sospecho que esta vez no. Mi voto vale más que ellos.

Y no voy a volver a caer en la trampa del voto útil. Mi voto siempre es útil. Otro tema es que los políticos sepan usarlo.

Hace casi más de un mes, en una de las famosas fiestas ‘Qué Maravilla’ que se celebran en Madrid, una famosa actriz (no digo su nombre porque luego dirán que no trabaja por culpa de aquello que yo escribí una vez) arremetió contra la vedette mallorquina Vivian Caoba por unos videos que ella había colgado en el Facebook. En esos videos, Vivian criticaba decisiones de un gobierno de izquierdas que, en su afán por preservar los derechos de la comunidad, limitaba los individuales. Los videos, llenos de sentido del humor, albergaban, a mi entender, la amenazadora idea de un gobierno paternalista que, sospechando que tiene que gobernar a una panda de descerebrados, decide empezar a prohibir cosas en lugar de potenciar la faceta pedagógica de la política, abrir el debate, buscar las alternativas. La actriz no le vio la gracia a los videos y recriminó a Vivian su actitud dando a entender que cuando ganase el PP nos arrepentiríamos de eso, que nos daríamos cuenta de que podemos estar mucho peor y que prácticamente nos iban a correr a gorrazos.

Por supuesto que todos sabemos cual es nuestra opinión, y nuestro voto, cuando nos hablan de leyes sociales justas y necesarias para una comunidad; sabemos la diferencia entre aprobar una ley que ‘permite’, al ciudadano que lo necesite, disfrutar de un derecho y las normas que, amparadas en una fe o creencia personal, vetan un poder al conjunto de la sociedad. Pero eso no significa que seamos marionetas de dudosa movilidad, que nuestra libertad de pensamiento esté sedada, que nuestra capacidad crítica esté cegada por la ideología, que la idea de que siempre se puede estar peor se convierta en un consuelo.

La clase política, excepto aquellos que se pueden contar con los dedos de una mano, votó esta semana reducir las becas Erasmus pero que los eurodiputados sigan viajando a Bruselas en primera. A más de 500 euros el billete, multiplicado por dos o tres viajes a la semana y por 700 eurodiputados...no sé a qué le llaman ellos ajustarse el cinturón y dar ejemplo. Y a esa indignación, Rosa Díez la ha definido como un “ataque de histeria colectiva progre”. Eso es lo que hacen con nuestros votos. Reírse de ellos. Y entre esos eurodiputados, también estaban los de PSOE. Si no voy a poder criticar, con furia incluso, esa postura porque eso podría restarle votos, apaga y vámonos.

Tal vez, si cambiasen la ley electoral, si se dejasen de ‘listas cremallera’ y se preocuparan de las listas abiertas, quizá así podría recuperar la fe en el sistema. Darle la dignidad de mi voto no a la sigla, no a la supuesta ideología, sino al ciudadano político que demuestre, con sus acciones, que lo merece. Esa sería la verdadera fiesta de la democracia.


jueves, 10 de febrero de 2011

Tienda de campaña

Me interesa mucho, desde un punto de vista sociológico, escuchar cómo mi amiga Marta siempre habla de Fidel Castro como si ya hubiera muerto. El caso es que el otro día, que no sé a santo de qué volvió a aparecer el 'difunto' Fidel en la conversación, Marta y yo charlábamos sobre cosas pueriles. Lo sé, no deberíamos jactarnos de ello pero, qué quieres que te diga, nos entretiene. “¿Qué te vas a poner para la próxima campaña electoral a las municipales?”, pregunté. “Pues no sé, aún estoy algo confusa pero he pensado en una buena gafa de sol, algo que me proteja de los rayos ‘ultraviolentos’ de los candidatos”, contestó mientras succionaba una horchata a través de una pajita de plástico. “Está campaña promete ser animada”, apunté. “Desde luego. ¿Hay algún candidato nuevo, al que no hayamos votado antes? Uf, es que no puedo aguantarme las ganas que tengo de vivir esta campaña. Va a ser tan...tan...¿pedímos otra horchata?” “Vale. ¿Cambio de tema?” “Por favor”, suplicó Marta.

“¿Te acuerdas del atracador aquel que se hacía llamar Robin Hood y que se pasó 42 años entrando y saliendo de prisión?" "Sí", contestó Marta. "Pues sabe gestionar su tiempo. Algo que tú y yo aún no hemos logrado. Entre que entraba y no entraba en la cárcel, o sea, entre que lo pillaban y no lo pillaban, le dio tiempo a teorizar sobre el arte de delinquir”, conté. “Curioso. Algunos a eso mismo lo llaman programa electoral”, soltó Marta. “El tipo guardaba unos apuntes en los que enunciaba sus claves para ser un profesional del atraco”, expliqué. Entre sus perlas: ‘lo difícil no es saber dar el golpe sino saber conservar el botín’ o ‘en España hay mucho dinero; lo que no hay son profesionales para llevárselo’.

“Ese Robin Hood no conocía a Correa ni tenía conocimiento de la desbordante caridad de nuestro ex president Jaume Matas. De haberlo sabido, no hubiera escrito eso”, comentó Marta, muy relajada. “Pero, ¿no querías cambiar de tema?”, cuestioné. “Imagínate. Todos los candidatos encerrados en una tienda de campaña, conviviendo, tipo Gran Hermano, las 24 horas. Sería una campaña distinta. De hecho sería una tienda de campaña. ¿Crees que algún productor de televisión habrá registrado esta idea?”, preguntó. “Fijo”, contesté. Pero no vi yo que se quedase muy convencida.