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lunes, 21 de noviembre de 2011

Reflexiones del día antes

Me dejaba elevar en la escalera automática. Miraba a las personas que, a mi lado, descendían por la contraria. Sus gestos, como protegidos por un candado, me empujaban a ver a la gente como maletas perdidas en la cinta transportadora, equipaje sin un propietario que diera señales de vida. Supongo que ellas pensarían lo mismo si hubieran reparado a mí. Estaba tan entretenido en ese pensamiento, absurdo y paliativo, que no escuché los gritos hasta llegar a los torniquetes de salida del Metro.

En Madrid es habitual encontrar a gente que le grita enfadada a alguien. En ocasiones, puede que incluso no exista alguien. Y también es bastante usual ver como los demás apenas le prestan atención a la pelea. En un principio, buscan el origen del jaleo pero, en cuanto lo identifican, a no ser que entre en juego la sangre o el contacto físico, regresan a lo que estaban haciendo sin perder un segundo más de su tiempo. Vivir en sociedad significa mimetizarte con la masa, acabar haciendo aquello que ves. Aunque me disponía a cruzar la zona de taquillas y llegar hasta la escalinata que me conduce a la superficie, sin darle mayor importancia a la disputa, en ese breve camino vi al hombre que le gritaba, amenazador, al taquillero. “¡Dame la hoja de reclamaciones! ¡Funcionarios! ¡Teníais que estar todos en el paro!”, gritaba. Salí de allí pero no pude evitar pensar, durante el trayecto hasta casa, que se avecinan tiempos horribles.

Si los entrenadores de fútbol son capaces, con sus formas y su talante, de encender los ánimos de jugadores e hinchada antes de un partido, los líderes de un país –ya sean políticos, económicos o espirituales- son los responsables, con sus mensajes y actitudes, de la crispación de los ciudadanos. Creo que la crisis, y sus gestores, han elaborado un discurso que solo logra irritar, enfrentar, confundir, violentar, estremecer. Por eso tengo la sensación de vivir en un país de personas irritadas, provocadoras, confusas, violentas, alarmadas. Gente que hoy cree tener la razón a toda costa y se reafirma en el menosprecio a los demás, gente que ha perdido el interés por el diálogo, gente convencida de que es más sencillo lograr lo que uno quiere desde la convulsión que desde la cooperación, gente que puede faltarle al respeto a un funcionario porque los políticos les han dicho que esos señores son unos vagos que no quieren trabajar más por menos. Y ese tipo de ciudadanos solo pueden construir un país de desigualdades, de insolidaridad, de rencillas.


Lo peor es que aquellos que hemos decidido instalarnos en el término medio, en la objetividad más razonable, aunque les parezca pretencioso, acabamos convertidos en víctimas saqueadas por los que han hecho del poder y la política su fuente de ingresos y por los otros, por esos que, amparados en viejas consignas antisistema, le roban al ayuntamiento la electricidad, que pagamos todos, para alumbrar su casa okupa. Ambos parecen estar cómodos en el enfrentamiento, ambos tienen razones que lo justifican pero, mientras tanto, nosotros pagamos el derroche de unos y la luz de los otros. Aunque, si me pongo pejiguero, la luz de una casa okupa me costaría menos que los privilegios de la clase política.

No piensen que esto es un entreverado alegato a favor de la abstención. Más bien todo lo contrario. Tengo más respeto por aquellos que votan a un partido que está en mis antípodas ideológicas que aquellos que no van a votar. Eso me recuerda a aquella pareja de lesbianas con la que me crucé en Madrid, la noche del 22-M, portando orgullosas banderas de un partido que no defiende sus derechos.

Ya entonces pensé que esa pareja tendría sus argumentos, aunque a muchos nos parezcan extraños, pero había ejercido su derecho al voto y lo había hecho en conciencia. Sin embargo, no querer participar me parece un ejercicio de insolidaridad. No votar, porque no crees en el sistema, es como si vieras al maltratador agredir a su víctima y optases por mirar al otro lado porque “total, la justicia es una mierda y al final, entran por una puerta y salen por la otra”. Creo que no participar es la manera más cobarde de participar. Y se lo digo yo que, mientras usted está leyendo este artículo, aún no habré votado. Más que nada porque soy segundo vocal en una mesa electoral y no podré ejercer mi derecho hasta el cierre del colegio. La semana que viene prometo contarles la experiencia. Pero solo si van a votar.


NOTA DEL AUTOR: Este artículo salió publicado ayer en Diario de Mallorca mientras yo me pasaba el día sentado en un colegio electoral actuando como segundo vocal. Próximamente contaré mi experiencia en la "gran fiesta de la democracia", aunque muchos ya la conocerán porque me pasé tuiteando las doce horas. Posiblemente, también reflexionaré sobre los resultados electorales. Reflexionar a 'toro pasao' se nos da mejor a todos. No aporta nada, pero relaja.

Ahora, a punto de tomar un avión en el aeropuerto de Palma, destino Madrid, viendo como llueve a cántaros, me viene a la cabeza aquella canción protesta de Pablo Guerrero y creo que el destino es bien cabrón.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Jornada de reflexión

Lo dicho, que estarán ustedes reflexionando. Supongo que algunos reflexionarán vestidos, otras desnudas, otros en unos pequeños shorts deportivos,...

Disculpen ustedes está salida de tono, esta visión tópica y erótica de la reflexión pero, como le pasaba a la protagonista de Bailando en la oscuridad, o transformo con mi imaginación la realidad o esta realidad no hay quien la soporte.

Con todos mis respetos, nunca he entendido mucho esta jornada de reflexión. Supongo que es un mecanismo que tiene su razón de ser en países, como el nuestro sin ir más lejos, que cambiaron de régimen político y, en su adolescencia democrática, se enfrentaron al voto decisivo después de haberle dado mil vueltas a la cabeza y a la papeleta. A día de hoy, no creo que esta jornada sirva para reflexionar. Yo la llamaría Jornada de Descanso. O Recreo. O Día del Spa. Cualquier cosa menos reflexión. Porque reflexionar, lo que se dice reflexionar,…se reflexiona poco. Sería interesante, por ejemplo, que en esta jornada de reflexión la Junta Electoral prohibiera a los políticos aparecer en medios de comunicación. Cero políticos. Ni en prensa, ni en radio y, por supuesto, nada de tele. Eso ayudaría a reflexionar o, en el mejor de los casos, a descansar de ellos.

Sinceramente, dudo que alguien reflexione. Todo el mundo tiene una opinión, todo el mundo tiene su voto pensado y bien pensado desde hace meses, incluso años. No creo que hubiera un ciudadano indeciso en un mítin de cualquiera de los partidos políticos que se presentan a estas elecciones. Sería como encontrarse un ateo en misa; que va de oyente, a ver si es verdad eso de ‘ver la luz’. Supongo que forma parte del protocolo y todos le damos mucha importancia al protocolo aunque sabemos que, en el fondo, es solo un paripé.

Les voy a confesar algo: a mí, que estas elecciones hayan servido al menos para que se prohíban los actos de homenaje a Franco ya me parece bien. Bueno, no voy a seguir hablando no sea que venga la Junta Electoral y me prohíba a mí también.

Lo dicho, que yo no lo llamaría Jornada de reflexión. Ahora, ¿que ellos quieren llamarlo Jornada de reflexión? Pues bien, ningún problema. No vamos ahora a ponernos a discutir por un nombre, ¿verdad?

lunes, 14 de noviembre de 2011

¿Quién escribe la Historia?

¿Quién escribe la Historia?, nos pregunta Helena de Troya en el magnífico monólogo “Juicio a una zorra” que se está representando en el Teatro de la Abadía de Madrid. Un texto de Miguel del Arco que ya nace con vocación de clásico y que está interpretado, durante una hora, por una Carmen Machi absolutamente grandiosa. Lo que hace esa mujer sobre un escenario es puro virtuosismo interpretativo. Sobrenatural. Tuve la oportunidad de asistir a ese espectáculo de emociones, y casi justicia mitológica, el pasado miércoles.

Llegaba de una semana de debates políticos que hicieron más pequeño y vulnerable a mi corazón. Llegaba de una semana de impotencia ante discursos que reclamaban un cambio pero no sabían decirme de qué. Tal vez es que de lo único que vamos a cambiar sea de gobierno. O de partido en el poder. Pero poco más. Llegaba de una semana contradictoria en la que, a mí, me sucedían cosas estupendas pero eso no me impedía sufrir la realidad. Llegaba de una semana en la que la realidad estaba empezando a tornarse sepia, como una foto vieja. Llegaba de una semana que anunciaba cielos nublados y precipitaciones.

Y, de repente, me veo frente a Carmen Machi interpretando a la mujer más hermosa del mundo, a la mujer que desencadenó la más famosa guerra de la Antigüedad. “Pero, ¿quién podía creerse que todo ese despliegue era realmente por mí?”, pregunta una deteriorada Helena de Troya, condenada, por adúltera, al eterno envejecimiento; a vivir afeándose hasta que nuestro olvido la absuelva.

¿Quién escribe la Historia? ¿Quién convirtió al capullo de Ulises en un héroe? ¿Quién ocultó que los hermanos de Helena tardaron un año en rescatarla de los brazos de Teseo, que abusó sexualmente de ella, niña, todo ese tiempo? ¿Quién decidió que ella representase la traición y no Paris? ¿Quién la convirtió en la gran meretriz de la Historia? “Yo solo tomé una decisión” –dice Helena de Troya sobre el escenario-. “Amar a un hombre por encima de todo”.


Tengo la impresión de que los libros de Historia han quedado relegados a manuales pedagógicos o a bibliografía para los propios historiadores. Para contar la Historia hace falta tiempo y eso es, precisamente, lo que dicen que no tenemos. Es la letra pequeña del contrato del ser mortal. No tenemos tiempo; por eso nos aterra la sensación de estar perdiéndolo. La impaciencia nos domina. Las ciudades se convierten en videojuegos donde sus habitantes, como avatares, le echan cada día un pulso de 24 horas al tiempo. Por eso, en esta época confusa, lo rápido es lo eficaz. La comida es rápida, el transporte es rápido, tu conexión adsl debería ser rápida, la información es rápida. Y la velocidad hace que lo que ahora mismo está frente a nuestros ojos, en un segundo esté a mil metros de distancia. Creo que los líderes de opinión, los tertulianos, los analistas políticos, han sido encumbrados como los nuevos historiadores. Ellos nos cuentan la Historia como a ellos les interesa pero, sobre todo, nos la cuentan rápidamente, inmediatamente, cuando ni siquiera ha tenido tiempo de concluir. Y esa es la Historia que consumimos: veloz, inmediata, de ‘trending topic’. No podemos reflexionar. No tenemos tiempo. Y del mismo modo que compramos comida precocinada para no tener que cocinar, adquirimos análisis y pensamientos de otros para no tener que forjar los nuestros propios. Porque eso lleva mucho trabajo. Y mucho tiempo.

Entro en el Facebook de Francisca Pol, la ex candidata del PP balear al Senado, la mujer que colgó en el muro de su red social una foto denigrando a otra mujer. Me sorprende la manga japonesa con la que sus ‘amigos’ valoran su tremendo error. “Ánimo Fany. Recuerda el sabio dicho…se pica el que ajos come”, le dice un individuo. “No tenías que dimitir. La bromilla que has hecho tampoco es para tanto. (Chacón) Ha salido en fotografías escotada y bastante escotada”, dice otro. “Muy mal deben estar en el PSOE para sacar punta a este asunto”, le cuenta otra mujer. ¿Se imaginan lo que dirían estos mismos individuos si la foto la hubiera colgado Chacón y denigrase a Pol? Fingimos ser seres humanos racionales pero funcionamos como animales de tiro, siguiendo la senda que nos marcan las riendas, sin querer mirar hacia los lados, no sea que la reflexión nos confunda en el camino.

No sé si algún día tendremos la oportunidad, como esta Helena de Troya del teatro, de poder mirar a los ojos a los demás, con una copa de vino en la mano, y darles nuestras razones, las propias, las extraídas no de la verdad absoluta, que no existe, sino de la verdad plural, que es más objetiva, sin que sean menospreciadas ni eclipsadas por la Historia que, unos cuantos, decidieron que fuera la oficial.

Al día siguiente, mientras iba a por una barra de pan, un señor de traje le contaba a otro señor de traje que, si por esos antojos absurdos del destino, los socialistas ganasen las elecciones, en España tendríamos una nueva guerra civil. ¿Quién coño nos está contando la Historia? Mientras pellizcaba el cuscurro y me lo comía, pensaba que eso me pasaba por vivir cerca de la calle Génova.

domingo, 30 de octubre de 2011

Segundo vocal

Soy segundo vocal en la mesa electoral. No soy la letra E ni esto es una rima consonante de un poema de la genial Gloria Fuertes. Es mi futuro relativamente inmediato. Y sin gastarme un euro en esos sinvergüenzas que infectan la TDT en horario nocturno con sus cartas y sus posos del café. No entiendo por qué ellos no están perseguidos por la ley y los trileros sí, cuando se dedican a lo mismo. Tranquilos, no voy a volver a enumerar cosas que odio que da muy mala imagen. Creo que soy una persona de carácter curioso y, sin embargo, nada temerario. Por eso hay determinadas experiencias que veo más probable que llegue a consumar que otras. Tirarme en paracaídas lo veo poco (o nada) posible; estar en una mesa electoral y ver lo que se cuece en la concluyente jornada electoral, puede que hasta me estimule.

“Ha venido un policía a casa”, me dijo mi madre, que fue quien recibió la notificación certificada. Los responsables deberían buscarse otra manera de informar de este tipo de cosas. ¿Qué necesidad tenía mi santa madre de abrir la puerta de su casa y encontrarse de cara con un policía preguntando por mí? El susto que se habrá llevado la mujer. Espero que por lo menos el municipal estuviera bueno. Las malas noticias siempre las debe dar una persona guapa. Una mala noticia en voz y cara de un feo puede provocar una reacción en el oyente de espantosas consecuencias. Acuérdense de Juan Manuel de Prada cuando anunció en directo que se casaba. Creo que hubo espectadores de Intereconomía que, como aquellos niños japoneses que veían un capítulo de Pokémon, sufrieron ataques epilépticos. Y subrayo lo de ‘mala noticia’ porque creía que formar parte de una mesa electoral era una manera de participar en eso que llaman “gran fiesta de la democracia”. ¿Y quién rechaza una fiesta en la que no es que te inviten, es que te obligan a ir? Como le pasa a Arancha de Benito pero cobrando mucho menos. Ojo, y la invitación te la trae un poli. Nada de un cartero o un mensajero. Un poli.



Era de la opinión de que sentarte frente a una mesa con sus urnas y sus hojitas del censo electoral era un ejercicio de madurez democrática. Eso pensaba hasta que todo el mundo al que se lo he contado actúa como si me hubieran destinado a Fukushima. “Hostia, lo siento”, “vaya putada” o “joder, qué marrón” han sido las reacciones más habituales en lo que llevo de semana. Vamos, que he pasado de sentirme especial a sentirme un pringao elegido por sorteo.

“Segundo vocal, segundo vocal”, pensaba, no sin cierta inquina. “Ya que me molestan, por lo menos me podían haber hecho presidente”. Ser presidente antes de que llegase a serlo Rajoy, aunque solo fuera por unas horas de diferencia, me hubiera dado una seguridad en mí mismo que me hubiese ayudado a soportar los ocho años, mínimo, que me (nos) quedan por delante. ¿Y qué demonios hace un segundo vocal? ¿Los coros? Supongo que estoy en la fase de la ira. Una vez escuché a una monologuista -¿qué otra cosa se puede hacer con una monologuista?- que ante una mala noticia nuestro cerebro pasaba por cinco estados: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. O sea, que me quedan tres. Bueno, cuatro, porque negarme…¿puedo? “No”, contestó mi madre. “Ya se lo he preguntado yo al policía. Me ha dicho que llames a este número pero que lo ve muy difícil”. Parece que con todo el mundo se puede negociar excepto conmigo. Empezamos mal.

Entré en Internet. Hay personas que acuden a iglesias en busca de respuestas. Yo acudo a la red. Encontré un foro en el que un tipo, que aseguraba haber sido interventor en varios comicios, decía que si no me presentaba, no pasaba nada porque para eso estaban los suplentes. Pensé que no me gustaría ser compañero de trabajo de un tipo así. Seguí buscando. Acabé comprendiendo porqué formar parte de una mesa electoral era un marrón: si no me presentaba podía ser condenado a una pena de privación de libertad de 14 a 30 días y a una multa de tres a diez meses. Simplemente por no acudir, un domingo, a la mesa electoral. Proporcionalmente, mi actitud sería castigada con más contundencia que la de Matas o Munar. Curioso y deprimente sistema el nuestro. “Bueno, al menos te dan 62,61 euros de dieta”, añadió mi madre. Y pensé que si a los parados de este país les ofrecieran la oportunidad de estar en una mesa electoral a cambio de 62,61 euros, lo mismo decían que sí.

P.D: Como escuche las expresiones “con la que está cayendo” y “esto es lo que hay” durante la jornada electoral, no respondo de mis actos. Que soy segundo vocal pero con una mala leche de primera. Experto en segundas voces. Como los de Mocedades.

lunes, 22 de agosto de 2011

Sin batería



Tengo la sensación que si algo consigue la campaña electoral no es captar el voto. Parto de la idea de que más o menos todo el mundo tiene claro a qué opción política votar, incluso a pesar del candidato, y que los debates, mítines y demás performances solo sirven para afianzar un voto que estaba ganado de antemano.

Sin embargo, sí creo que la campaña puede llegar a descargarnos la batería de la paciencia de una manera sorprendente. Vamos, que la del Nokia 3310, a nuestro lado, es imperecedera. Si tenemos en cuenta que la campaña electoral es como la navidad, cada año empieza antes, incluso podemos decir que vivimos en un bucle de eterna campaña electoral, los ciudadanos ya hemos escuchado los mismos reproches tantas veces como la canción del verano. Por cierto, ¿cual es la canción de este verano? Da igual.

El ciudadano se hastía de tanto debate, análisis del debate y análisis del debate del debate y, total, como ya tiene el voto decidido, preferiría ahorrarse la chapa y poder ver en la tele una buena serie. “Pero hay mucho indeciso”, comenta Encarna. “Desconfía de todos aquellos que te digan que no le interesa la política, que todos los políticos son iguales, que ellos son apolíticos, porque esos, votarán a la derecha”, expliqué, sin saber muy bien porqué.


Y aunque mi batería, a estas alturas de pre precampaña, ya está en rojo, sospecho que la culpa es mía, por no haberla agotado completamente al principio y luego cargarla durante dos horas seguidas, procurando después no llamar demasiado. Por eso mi paciencia, como la batería de mi móvil, cada día se descarga más rápido. Y es que hay teléfonos en el mercado que si no llamas ni recibes llamadas, la batería te dura cinco días. Curioso descubrimiento para un teléfono móvil. Quizá lo más saludable fuera solicitar el voto por correo, votar lo antes posible y luego, marchar de viaje a algún lugar paradisíaco y silencioso. Indispensable que no tenga cobertura. Ni wi-fi. Ni 3G. Que eso chupa batería que da gusto. Con perdón.

domingo, 29 de mayo de 2011

El efecto 'Lost'

Vertiginosa semana. El lunes pasado se cumplió un año. Un año desde que todo acabó. Y, como suele suceder con la mayoría de las cosas que acaban, dejó más preguntas que respuestas. El 23 de mayo se cumplió un año del final de Lost (Perdidos). Una madrugada en la que asistimos al desenlace más esperado de la historia de la televisión en décadas. El capítulo se emitía, simultáneamente, en la ABC americana y en dos cadenas españolas (Cuatro y FOX). Nos mantuvimos despiertos para ver cómo acababa todo. Esta semana, un año después, también despertamos con preguntas, la mayoría sin respuesta, como entonces.

El mapa de España es como una canción de Christian Castro: azul. Como la isla de Perdidos, nos movemos. Nos movemos de un lado al otro, como en un bipartidismo de tenis en el que asumimos el papel de bola de set sin llegar a cuestionárnoslo demasiado. No somos una especie muy dada a la reflexión. Desde luego, jamás lo hacemos antes de tomar una decisión. Si acaso, después, cuando asistimos a las desastrosas –o afortunadas- consecuencias de la misma. Por eso ahora, un año después del final de Lost, uno puede meditar si mereció la pena, sin dejarse nublar por la ira o la decepción.

Perdidos fue un viaje de 6 años. Una experiencia agridulce porque empezó con fuerza, con dinamismo, con ilusión, con grandes expectativas (que aumentaban a cada paso), y acabó fatal. Ya la última temporada no fue muy buena. Si a estas alturas ya ha sido capaz de relacionar la serie con la debacle del PSOE en España, enhorabuena; es usted un cruce entre J J Abrams y Pepiño Blanco.

Todo empezó con un accidente aéreo y un grupo de supervivientes abandonados en una misteriosa isla del océano Pacífico. A partir de ahí, todo fueron preguntas. ¿Qué era el humo negro? ¿Por qué había osos polares en la isla? ¿Por qué Richard nunca envejecía? ¿Cuál era la importancia o el significado de los números? La intencionada complejidad del guion –detesto no poder acentuar esta palabra- hizo que los seguidores de la serie comenzásemos a trabajar nuestras propias teorías. Que si en realidad estaban todos muertos y la isla era el purgatorio, que si todo sucedía en la mente de uno de los personajes,…hasta llegar a elaboradas teorías físicas, filosóficas y teológicas dignas de ser publicadas. Un año después, tenemos que reconocer que Lost nos estimuló la mente. Nos hizo pensar.

Presiento que llevamos demasiados años fingiendo que estamos en la universidad cuando realmente no hemos dejado el instituto. No hemos aprendido a pensar pero nuestra clase política tampoco sabe estimular nuestra mente. Reaccionamos por impulsos, casi guiados por un instinto salvaje y animal. La jornada de reflexión es la segunda mayor pérdida de tiempo después del día de Año Nuevo. No tenemos nada que reflexionar. No sabemos reflexionar. Preferimos castigar. Y lo hacemos sin que nos tiemble el pulso. Pero, de la misma manera, hay ciudadanos que, desde un talibanismo ideológico –otra manera de no reflexionar- regalan su voto a la fuerza política con más causas de corrupción abiertas. El mismo delito, diferente reacción. ¿Votaríamos al maniquí de un sastre si llevara las siglas de nuestro partido escritas en la frente? Supongo que estamos ante otra pregunta sin respuesta. Posiblemente, como sucedió con Perdidos, algunos buscamos respuestas lógicas y, al final, solo nos dieron respuestas banales.

El episodio ‘La constante’, de la cuarta temporada, ha sido elegido como uno de los favoritos por los millones de fans de la serie. En él, uno de los personajes, Desmond, sufría viajes en el tiempo hasta averiguar que necesitaba una ‘constante’ que le uniera entre el mundo del pasado y el del presente. “Cuando viajas al futuro, nada te es familiar”, explicaba un personaje. Si querías poner fin a los ataques que te provocaban los saltos temporales, debías encontrar algo, algo que realmente quisieras y que también existiese en el futuro. Desmond encontraba en el amor por su novia Penny su propia constante.

Los españoles, como Desmond, viajamos en el tiempo el pasado domingo. Algunos pensarán que al año 2000. Creo que no, que este agujero de gusano nos ha llevado más lejos: estamos acercándonos a 1979.
Aquel año,
Margaret Thatcher llegó al poder con la promesa de invertir el declive económico del Reino Unido y reducir el papel del Estado en la economía. Thatcher se mostró muy crítica con los funcionarios públicos que, a su entender, eran responsables de la situación económica que vivía su país. Ese discurso es prácticamente el mismo que lleva repitiendo, algunos años, Esperanza Aguirre, mayoría absoluta en la Comunidad de Madrid. De hecho, creo que Aguirre cada vez se parece más, incluso físicamente, a la Thatcher. Posiblemente estemos a punto de iniciar un camino que a los británicos les duró doce años. Leo ¡Menudo reparto! de Jonathan Coe. Con ironía británica habla de los conservadores que veían en la sanidad pública el negocio más lucrativo de todos los tiempos, habla de aquellos que decían que eso de ‘el centro’ no existía y que el único consenso posible tenía que apoyarse en la economía de mercado. Para la Thatcher consenso era “el proceso en el que se abandona toda creencia, principio, valor o política” y “algo en lo que nadie cree, pero a lo que nadie le pone ninguna pega”. Creo que para no volverme loco, la novela de Jonathan Coe será mi constante.

Mientras, los ‘indignados’ de Sol cada vez se parecen más a Los Otros de Perdidos. Acampados, sí, pero cada vez alejándose más del grueso de la sociedad. Otra vez solitos. El otro día, cuando la calle Génova era una fiesta de banderas blancas y azules, un ‘gurú’ de Sol animaba a la gente a que se bañase en ‘la fuente de la libertad’. La gente que le rodeaba aplaudía encantada. Y vi que aquello corría el riesgo de volver a decepcionarnos. Como el final de Lost. Lo peor del movimiento ‘perroflautista’ empieza a hacerse visible y parece que ya nadie recuerda porqué estamos aquí.

Un año después pienso si realmente Perdidos revolucionó en algo el panorama mundial de la ficción, si propició el nacimiento de un nuevo tipo de espectador o si cambió la narrativa televisiva. Seguramente logró todo eso y algo más. Sin embargo, nadie piensa en eso ya. Todo el mundo recuerda Lost por su decepcionante final, por haber estafados a millones de seguidores que vieron como los guionistas no cumplían sus promesas y que, al no saber cerrar lo que ellos mismos habían construido, optaron por improvisar el peor, y más trivial, de los finales. Yo también pensé eso, pero al mes de haber visto el capítulo final. Ahora ha pasado un año. He tenido tiempo de reflexionar. Y creo que Lost me ha enseñado algo: disfruta del camino. A veces es mucho mejor que el paisaje que te espera al llegar al final.


viernes, 27 de mayo de 2011

No me gusta no participar

Es curioso que el ser humano sea más dado a reflexionar después de la debacle que antes. A toro pasado, se nos ocurren argumentos, ideas, soluciones, que no somos capaces de emplear desde un punto de vista preventivo. En cualquier caso, la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, la FELGTB, pidió el voto, desde la campaña ‘Elige en positivo’, para aquellas fuerzas políticas que apostasen por la igualdad LGTB.

Desde la Federación se presentaron 102 propuestas, relacionadas con educación, sanidad, juventud,… a las diferentes fuerzas políticas que competían para ser nuestras representantes en los ámbitos municipales y autonómicos.
El PP no contestó y desde la FELGTB nos recuerdan que aún siguen manteniendo el recurso contra el matrimonio entre personas del mismo sexo. Sí se reunieron con IU, PSOE y UPyD. El partido de Rosa Díez mostró su compromiso con la ley del matrimonio pero no incluyó en su programa electoral ninguna de las propuestas de la Federación. Sin embargo, IU y PSOE, atendieron esas propuestas y las recogieron en sus programas.

Visto el resultado electoral uno se pregunta: ¿al colectivo LGTB le importa un pimiento el partido político que le apoya y el que no? ¿O realmente están hartos de que los políticos jueguen con sus vidas, con sus familias y con sus sentimientos como si fueran una moneda de cambio? ¿O existe un importante sector del colectivo que vota a la derecha? No tengo respuesta para ninguna de esas preguntas. Bueno, para la última sí. Cuando regresaba a casa el domingo, tras dar un paseo nocturno, me crucé con una pareja de lesbianas, abrazadas, que llevaba en la mano una de las banderitas del PP que ondeaban frente a la sede de la calle Génova. Yo las vi bastante orgullosas, lo que me hizo pensar que estaban encantadas con la victoria del Partido Popular. Que cada uno saque sus conclusiones.

En cualquier caso, aunque esto es un análisis de trazo grueso pero a las pruebas me remito, o el colectivo LGTB puede votar al PP y quedarse tan ancho o el colectivo LGTB se abstiene porque ya no cree en nada ni en nadie y piensa que todos son iguales y pasa de la política y de sus políticos.

Las dos son opciones perfectamente libres y contempladas en nuestro sistema electoral. Sin embargo, creo que respeto menos la segunda que la primera.

Porque el gay o la lesbiana que ha votado al PP tendrá sus argumentos, aunque a muchos nos parezcan extraños, pero ha ejercido su derecho al voto y lo ha hecho en conciencia. Sin embargo, la abstención es la opción electoral que menos respeto. No querer participar me parece un ejercicio de insolidaridad. Parece que tenemos que aceptar que el desencanto, la decepción, nos exime de nuestra responsabilidad. El hecho de que estés desencantado no te libera de otras obligaciones como pagar impuestos. Como los políticos son unos sinvergüenzas, ¿puedas declararme insumiso fiscal? Estaría bien, pero todos sabemos que no. Entonces, ¿por qué te sientes orgulloso de no haber cumplido con tu obligación como ciudadano y no haber ido a votar?

Cerca de 12 millones de personas no fueron a votar. Por una cuestión estadística, muchos de ellos serían gays, o lesbianas o bisexuales. Quizá no se han dado cuenta que no votando, en el fondo, están aportando su grano de arena a ese sistema que no les gusta solo que de la manera, con todos mis respetos, más absurda, que es aquella en la que los demás deciden por ti. No ir a votar, al partido que te de la gana, incluso a Ciudadanos en Blanco, no me merece ningún respeto. Es como si vieras al maltratador agrediendo a su víctima y optases por mirar al otro lado porque “total, la justicia es una mierda y al final, entran por una puerta y salen por la otra”. No sé. Reflexionemos sobre ello, a toro pasao. Porque creo que no participar es la manera más cobarde de participar.


PRIMICIA: CON ESTE TEXTO EMPEZARÉ EL WISTERIA LANE (RADIO 5) DE MAÑANA.



Curiosamente, hace varias semanas, escribí un artículo en el que contaba lo decepcionado que estaba con la clase política y que, por primera vez en mi vida, estaba pensando en no ir a votar. Al final, venció el sentido común y mi necesidad de participar. Porque no soporto que decidan por mí. Y menos, cuando tengo la oportunidad de expresarme.



lunes, 23 de mayo de 2011

Reflexión del día antes

Recuerdo lo que sentí después de ver Sostiene Pereira, la película basada en la novela de Antonio Tabucchi. Ambientada en la Lisboa de Salazar, un periodista tranquilo y sin conciencia ideológica, llamado Pereira, dirige la sección cultural de un diario. A raíz de unos artículos que publica un joven redactor, Pereira empieza a ser consciente del sistema bajo el que vive: de la intimidación, de la censura, de la necesidad del sistema de acorralar cualquier pensamiento o idea que ponga en peligro su estabilidad, corrupta desde el embrión. Invadido por el miedo de la incertidumbre, Pereira conoce a un doctor que le explica su teoría sobre la confederación de las almas. Cada uno de nosotros tiene muchas almas, una de las cuales toma las riendas de nuestra personalidad, convirtiéndose en una especie de yo hegemónico. Pero, en ocasiones, alguna de las otras almas, de las que parecían dormidas, se despierta, adquiere preponderancia, se torna en dominante, iniciando una verdadera metamorfosis.

Salí del cine emocionado. El plano final de Pereira –magistral Marcello Mastroianni-, avanzando por las calles de Lisboa, con una media sonrisa victoriosa en el rostro, con la chaqueta al hombro, tras lograr publicar un demoledor artículo contra el poder en primera página del periódico, inyectó en mis venas una maravillosa sensación de euforia, como si una de mis almas estuviera a punto de indicarme el camino para descubrir que el mejor secreto está encerrado en nosotros mismos. Era el año 1996. A los cuarenta minutos, por poner una cifra, de abandonar la sala de cine, una especie de inhibidor del entusiasmo me devolvió al olimpo de la utopía, esa magnífica palabra que todo el mundo admira cuando aparece escrita en un poemario pero que, en la sociedad actual, nadie toma en serio. Y de ahí a la tranquilidad resignada hay un paso.

No había vuelto a sentir esa euforia, esa sensación de que un alma nueva estaba a punto de tomar la hegemonía, hasta que la Puerta del Sol de Madrid empezó a acoger a ciudadanos indignados dispuestos a asumir el poder que les pertenece en democracia. Cuando parecía que ya habíamos asumido que nuestro papel consistía en votarles cada cuatro años y el resto del tiempo limitarnos a aceptar sus desmanes, sus fanfarronadas, sus despilfarros, sus mentiras, sus corrupciones, sus chanchullos, sus pactos, su irresponsabilidad, porque nos habían dicho que ‘eso’ era ‘hacer política’ y porque los habíamos elegido libremente como nuestros representantes y eso parece oponerse a la capacidad crítica, llega Democracia Real Ya y nos recuerda que un país, como sus ciudadanos, tiene muchas almas. Y que quizá la erosión ha hecho que un yo hegemónico dé paso a otro yo.

Era poner el pie sobre el pavimento de la Puerta del Sol y una extraña sensación invadía tu organismo. Los ‘antisistema’ que ‘boicoteaban la democracia’, según los medios de comunicación de la parodia, eran universitarios, jubilados, amas de casa, autónomos, madres con niños, ciudadanos dispuestos a admitir la responsabilidad que la democracia dice que tienen. La democracia no consiste en votar y callar. Pocas cosas me parecen más democráticas que exigir dignidad a la clase política. Exigir un cambio de la ley electoral y poder comprobar que aquellos que no están de acuerdo con ese cambio son precisamente los que ven la política no como un servicio a la sociedad sino como un empleo poderoso, como un estatus, como un cortijo que pasar de padres a hijos y donde enriquecerse a costa de nuestro desencanto. Exigir listas abiertas, para que el aparato del partido no obligue a votar al candidato imputado sino a aquella persona en la que el electorado crea en ese momento, es hacer democracia. Hay propuestas que no solo hay que escuchar; hay que intentar realizar. El mensaje de una pancarta es claro: “No somos antisistema, es el sistema el que es antinosotros”.

En Sol, los organizadores de la acampada debaten y recogen la basura. Una lección democrática que nuestros políticos aún no han aprendido.

Y mientras me pregunto qué espera la Junta Electoral Central de un ciudadano cuando habla de jornada de reflexión -¿significa eso que debemos quedarnos en casa, sujetándonos la cabeza, como si fuésemos una representación del retrato de Jovellanos que pintó Goya?-, pienso en las palabras del maestro Iñaki Gabilondo cuando dijo que si los partidos políticos solo han sido capaces de analizar cómo podrían afectar las concentraciones de ciudadanos a las elecciones de hoy, es que no han entendido nada.

Reflexión del día después

Veo el mapa azul de España. Me digo a mí mismo que es un ejercicio de madurez democrática aceptar los resultados, aunque estén en las antípodas de mi ideología. De hecho, ni siquiera me sorprende. El desencanto era el único patrimonio de gran parte de la sociedad y el electorado de izquierdas estaba dispuesto a 'castigar' la mala gestión de la crisis que había llevado a cabo el gobierno socialista (ayudar a los banqueros en lugar de a los autónomos y a las pymes, dar dinero para el Plan E en vez de dar dinero para que los ayuntamientos dejen de ser morosos y pagasen lo que deben,...). Antes de la campaña, incluso al amparo esperanzador del movimiento Democracia Real Ya, todo el mundo sabía que el PSOE iba a ser castigado. Pues bien, así ha sido. Un buen castigo. Otro asunto es si han comprendido la razón del castigo. Después de ver la comparecencia de Zapatero, no lo tengo muy claro.

Pero no puedo evitar pensar si este país tiene madurez democrática para afrontar la responsabilidad que supone ejercer el derecho al voto. Votar no es sacarse una entrada para ir al cine y si no te gusta la película, o te decepciona, bueno, pues has perdido el dinero y ya está. Hay que votar con responsabilidad, sin talibanismos ideológicos.

Puedo llegar a comprender la pérdida de Castilla La Mancha por parte del PSOE, tras 28 años de poder (creo que la alternancia es buena y la concentración de poder perjudica a la democracia y favorece la corrupción). Pero no puedo comprender que la corrupción no pase factura en Valencia o en Balears, que el 'personaje' de Fabra sea jaleado en las listas y en los votos, que un señor de escaso talante y dudosas formas como León de la Riva, alcalde de Valladolid, sea respaldado por la mayoría del pueblo de Valladolid. Eso me recuerda que la izquierda parece tener el patrimonio del desencanto, que emplea el voto de castigo mientras la derecha los deja actuar porque sabe que de ese río de ilusiones revueltas, los ganadores son ellos. Pero...castigar al PP de Matas con los mejores datos del PP de Balears en su historia es algo que no voy a lograr comprender en mucho tiempo. Por supuesto que también hay corrupción socialista en Andalucía, pero no les queda ni una capital de provincia. Eso es castigar. En Valencia, han renovado la mayoría absoluta. ¿Cómo llamamos a eso? Sospecho que, como dijo un tertuliano ayer en el canal 24 horas, "a veces, los ciudadanos se equivocan". Valencia es nuestra Italia y Camps nuestro Berlusconi. Punto en boca.

Ayer me fui a Sol. El mapa dejaba de ser azul y se tornaba multicolor. Entiendo, y eso quiero que quede claro, que Democracia Real Ya es un movimiento social que no pretendía un vuelco electoral. Pretendía mostrar la indignación del ciudadano ante el egocentrismo vanidoso de la clase política y los partidos mayoritarios, más preocupados por acumular el poder que por solucionar los verdaderos problemas de la población. Y lo hizo. La suma del número de abstenciones, el voto nulo y el voto en blanco es casi mayoritaria. Pero...¿y ahora qué?

No quiero caer en la trampa de aquellos que pretenden responsabilizar al movimiento Democracia Real Ya de la debacle electoral de los socialistas. Pero creo que en la confusión inicial, cuando apareció el famoso #nolesvotes, se propagó la idea de la abstención. Acepto la abstención dentro del juego democrático pero es la opción que menos respeto. Para mí es como mirar a otro lado cuando un maltratador está golpeando a su víctima porque, total, "para qué me voy a meter si luego entran por una puerta y salen por la otra". Aceptar no participar me parece que es un ejemplo de insolidaridad.

Luego Democracia Real Ya se desvinculó de #nolesvotes y hablaba de un voto responsable pero, sospecho, que la mecha ya se había encendido.

Viendo el mapa azul con la Puerta del Sol de fondo, me asalta la necesidad de que todos los ciudadanos participemos de la importancia de hacer una democracia mejor, más madura y más participativa. Luego veo cómo ha usado su derecho al voto valencia y los mallorquines y no creo que seamos capaces de algo así. Eso por no hablar de los que han votado al constructor Sandokán en Córdoba, uno que no espera corromperse en el poder porque ya viene corrupto de casa.

Pero me recupero y digo que es posible. Existe un blog (http://clearrevolution.blogspot.com/) donde puedes votar las propuestas que se les van a enviar a los políticos para que conozcan lo que realmente quiere y necesita el pueblo. Esa es la parte de Democracia Real Ya, de la acampada en Sol, que me ilusiona. Pero...

...ayer noche, en Sol, me encontré con un tipo que nos animaba a que nos metiésemos en una fuente de la plaza para realizar 'el bautismo de la libertad'. Y la gente lo jaleaba, como si estuviésemos en 1969. Y no estamos en 1969, lo juro. Mientras, un grupo de borrachos que ni siquiera debía saber que ayer se votaba, llegaba a Sol como moscas atraídas por la miel. Y mientras, en la calle Génova, los militantes del PP gritaban "esto es democracia y no lo de Sol". Y en ese momento, se me encogió la ilusión y volví a tener una crisis de valores.

viernes, 20 de mayo de 2011

Opciones en el ejercicio del voto

EL VOTO A UN PARTIDO

Es el voto que se realiza a uno de los partidos candidatos y considerado como válido.

Es aconsejable que la persona que decide utilizar su voto de esta manera conozca el programa del partido que elija.

La asignación de escaños viene determinada por la Ley d'Hont, sistema por el cual se favorece la acumulación de escaños en aquellos partidos que concentran un mayor número de votos.



LA ABSTENCIÓN

Es simplemente no votar.

Es una opción totalmente válida y legal, prevista y regulada en nuestro sistema electoral.

Una parte de la población utiliza la abstención como forma de protesta contra el actual sistema político y/o electoral. El problema es que no se puede distinguir a los que la ejercen como forma de protesta de los demás abstencionistas. Un 50% de abstención no significa un 50% de ciudadanos que protestan.

A la hora de hacer el recuento de votos, la abstención no se tiene en cuenta.



EL VOTO NULO

Es un voto defectuoso, un voto que no cumple con las condiciones mínimas exigidas para ser aceptado como válido.

Entre otros, tienen la consideración de voto nulo los votos en los que una papeleta electoral aparece con tachaduras, comentarios o los casos en los que aparezcan varias papeletas en un mismo sobre. El voto nulo puede ser considerado fruto de un error o de una acción voluntaria de protesta.

El voto nulo SE CONTABILIZA como voto emitido pero no se adjudica, ni beneficia ni perjudica a ningún partido.



EL VOTO EN BLANCO

Según la Ley Electoral, "se considera voto en blanco, pero válido, el sobre que no contenga papeleta y, además, en la elecciones para el Senado, las papeletas que no contengan indicación a favor de ninguno de los candidatos.

Los votos en blanco SON VOTOS VÁLIDOS y SE CONTABILIZAN como tales a la hora de calcular el total de votos válidos emitidos.

El voto en blanco se considera como una forma activa de protesta por parte del votante al no sentirse representado por ninguno de los partidos políticos.

Ahora bien, TIENE UN EFECTO DIRECTO y MATEMÁTICO a favor de los GRANDES PARTIDOS y en detrimento de los pequeños. En nuestro sistema electoral, solo obtienen representatividad los partidos con al menos el 5% de los sufragios, en el caso de los comicios locales y de algunos comicios regionales. Si hay más votos válidos, cuesta más a los pequeños llegar a alcanzar ese 5% de los sufragios.



(Extraído de uno de los papeles informativos que se pueden conseguir en #acampadasol en Madrid)

jueves, 19 de mayo de 2011

#acampadaensol





Si los partidos políticos solo ven, en las concentraciones resultantes del 15M, cómo pueden repercutir en las elecciones del domingo, es que no han entendido nada