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domingo, 29 de mayo de 2011

El efecto 'Lost'

Vertiginosa semana. El lunes pasado se cumplió un año. Un año desde que todo acabó. Y, como suele suceder con la mayoría de las cosas que acaban, dejó más preguntas que respuestas. El 23 de mayo se cumplió un año del final de Lost (Perdidos). Una madrugada en la que asistimos al desenlace más esperado de la historia de la televisión en décadas. El capítulo se emitía, simultáneamente, en la ABC americana y en dos cadenas españolas (Cuatro y FOX). Nos mantuvimos despiertos para ver cómo acababa todo. Esta semana, un año después, también despertamos con preguntas, la mayoría sin respuesta, como entonces.

El mapa de España es como una canción de Christian Castro: azul. Como la isla de Perdidos, nos movemos. Nos movemos de un lado al otro, como en un bipartidismo de tenis en el que asumimos el papel de bola de set sin llegar a cuestionárnoslo demasiado. No somos una especie muy dada a la reflexión. Desde luego, jamás lo hacemos antes de tomar una decisión. Si acaso, después, cuando asistimos a las desastrosas –o afortunadas- consecuencias de la misma. Por eso ahora, un año después del final de Lost, uno puede meditar si mereció la pena, sin dejarse nublar por la ira o la decepción.

Perdidos fue un viaje de 6 años. Una experiencia agridulce porque empezó con fuerza, con dinamismo, con ilusión, con grandes expectativas (que aumentaban a cada paso), y acabó fatal. Ya la última temporada no fue muy buena. Si a estas alturas ya ha sido capaz de relacionar la serie con la debacle del PSOE en España, enhorabuena; es usted un cruce entre J J Abrams y Pepiño Blanco.

Todo empezó con un accidente aéreo y un grupo de supervivientes abandonados en una misteriosa isla del océano Pacífico. A partir de ahí, todo fueron preguntas. ¿Qué era el humo negro? ¿Por qué había osos polares en la isla? ¿Por qué Richard nunca envejecía? ¿Cuál era la importancia o el significado de los números? La intencionada complejidad del guion –detesto no poder acentuar esta palabra- hizo que los seguidores de la serie comenzásemos a trabajar nuestras propias teorías. Que si en realidad estaban todos muertos y la isla era el purgatorio, que si todo sucedía en la mente de uno de los personajes,…hasta llegar a elaboradas teorías físicas, filosóficas y teológicas dignas de ser publicadas. Un año después, tenemos que reconocer que Lost nos estimuló la mente. Nos hizo pensar.

Presiento que llevamos demasiados años fingiendo que estamos en la universidad cuando realmente no hemos dejado el instituto. No hemos aprendido a pensar pero nuestra clase política tampoco sabe estimular nuestra mente. Reaccionamos por impulsos, casi guiados por un instinto salvaje y animal. La jornada de reflexión es la segunda mayor pérdida de tiempo después del día de Año Nuevo. No tenemos nada que reflexionar. No sabemos reflexionar. Preferimos castigar. Y lo hacemos sin que nos tiemble el pulso. Pero, de la misma manera, hay ciudadanos que, desde un talibanismo ideológico –otra manera de no reflexionar- regalan su voto a la fuerza política con más causas de corrupción abiertas. El mismo delito, diferente reacción. ¿Votaríamos al maniquí de un sastre si llevara las siglas de nuestro partido escritas en la frente? Supongo que estamos ante otra pregunta sin respuesta. Posiblemente, como sucedió con Perdidos, algunos buscamos respuestas lógicas y, al final, solo nos dieron respuestas banales.

El episodio ‘La constante’, de la cuarta temporada, ha sido elegido como uno de los favoritos por los millones de fans de la serie. En él, uno de los personajes, Desmond, sufría viajes en el tiempo hasta averiguar que necesitaba una ‘constante’ que le uniera entre el mundo del pasado y el del presente. “Cuando viajas al futuro, nada te es familiar”, explicaba un personaje. Si querías poner fin a los ataques que te provocaban los saltos temporales, debías encontrar algo, algo que realmente quisieras y que también existiese en el futuro. Desmond encontraba en el amor por su novia Penny su propia constante.

Los españoles, como Desmond, viajamos en el tiempo el pasado domingo. Algunos pensarán que al año 2000. Creo que no, que este agujero de gusano nos ha llevado más lejos: estamos acercándonos a 1979.
Aquel año,
Margaret Thatcher llegó al poder con la promesa de invertir el declive económico del Reino Unido y reducir el papel del Estado en la economía. Thatcher se mostró muy crítica con los funcionarios públicos que, a su entender, eran responsables de la situación económica que vivía su país. Ese discurso es prácticamente el mismo que lleva repitiendo, algunos años, Esperanza Aguirre, mayoría absoluta en la Comunidad de Madrid. De hecho, creo que Aguirre cada vez se parece más, incluso físicamente, a la Thatcher. Posiblemente estemos a punto de iniciar un camino que a los británicos les duró doce años. Leo ¡Menudo reparto! de Jonathan Coe. Con ironía británica habla de los conservadores que veían en la sanidad pública el negocio más lucrativo de todos los tiempos, habla de aquellos que decían que eso de ‘el centro’ no existía y que el único consenso posible tenía que apoyarse en la economía de mercado. Para la Thatcher consenso era “el proceso en el que se abandona toda creencia, principio, valor o política” y “algo en lo que nadie cree, pero a lo que nadie le pone ninguna pega”. Creo que para no volverme loco, la novela de Jonathan Coe será mi constante.

Mientras, los ‘indignados’ de Sol cada vez se parecen más a Los Otros de Perdidos. Acampados, sí, pero cada vez alejándose más del grueso de la sociedad. Otra vez solitos. El otro día, cuando la calle Génova era una fiesta de banderas blancas y azules, un ‘gurú’ de Sol animaba a la gente a que se bañase en ‘la fuente de la libertad’. La gente que le rodeaba aplaudía encantada. Y vi que aquello corría el riesgo de volver a decepcionarnos. Como el final de Lost. Lo peor del movimiento ‘perroflautista’ empieza a hacerse visible y parece que ya nadie recuerda porqué estamos aquí.

Un año después pienso si realmente Perdidos revolucionó en algo el panorama mundial de la ficción, si propició el nacimiento de un nuevo tipo de espectador o si cambió la narrativa televisiva. Seguramente logró todo eso y algo más. Sin embargo, nadie piensa en eso ya. Todo el mundo recuerda Lost por su decepcionante final, por haber estafados a millones de seguidores que vieron como los guionistas no cumplían sus promesas y que, al no saber cerrar lo que ellos mismos habían construido, optaron por improvisar el peor, y más trivial, de los finales. Yo también pensé eso, pero al mes de haber visto el capítulo final. Ahora ha pasado un año. He tenido tiempo de reflexionar. Y creo que Lost me ha enseñado algo: disfruta del camino. A veces es mucho mejor que el paisaje que te espera al llegar al final.


lunes, 31 de mayo de 2010

Fuera de series

He cerrado una biblia y, casi empujado por el despecho, he abierto otra. No, ni me he apuntado a unos cursos de ‘teología para el desconcierto’ ni he sido poseído por George Borrow. Me refiero a la biblia del guionista, a ese documento en el que se encuentran todos los rasgos de una serie: desde la descripción de personajes, su pasado, sus trabajos, hasta su manera de relacionarse con los demás. Muchas veces, ese ‘libro sagrado’ puede llegar a tener más de cien páginas. Admito que me encantaría echarle un vistazo a la que sirvió a JJ Abrams de germen para crear Perdidos (Lost). Me gustaría conocer si realmente en esos folios se daba tanta importancia a los “perfiles psicológicos” de los personajes como quieren hacernos creer ahora los guionistas Damon Lindelof y Carlton Cuse. No me levanté a las 6.15 de la mañana para ver el capítulo final, en directo, en Cuatro. Estaba tan cansado que seguí durmiendo y en mis sueños le di las gracias, de modo figurado, a los padres de Adam Hinkley, el creador de las redes p2p, por haber traído al mundo a ese hombre, por mucho que le joda a Ángeles González Sinde. Me alegré de no haber sucumbido al despertador porque el acontecimiento histórico de la retransmisión simultánea del último capítulo le vino grande a Cuatro y no solo tuvo problemas con los subtítulos sino que incluso se zampó seis minutos del episodio que los madrugadores no vieron. “Pero hemos emitido los 85 restantes perfectamente”, dijo Elena Sánchez, la directora de contenidos de la cadena. Y se quedó tan ancha. Pasé todo el lunes escribiendo, tenía que entregar un guión para El Club de Pizzicato, y aislado del mundo: no conecté la televisión, no leí la prensa, ni siquiera entré en el Facebook,…todo para que nadie me lanzase un spoiler a la cara. Creo que el final de una serie es lo que la convierte en histórica, casi en mito. Ese broche único, coherente y sin embargo asombroso, con el que se despidieron series como Los Soprano, A dos metros bajo tierra y si me apuras hasta Friends, no se encuentra en Lost. No les voy a contar el final. Sólo apunto que una serie que ha sustentado sus pilares en el sobresalto continuo, que se ha basado en los asombrosos giros de guión, que ha creado un universo propio para atrapar en él al espectador, no puede luego afirmar que todo eso era “el contexto” desde el que contar una historia de personajes y cerrar la serie de la manera más previsible, más convencional y menos sorprendente de todas. Leo que la revista Entertainment Weekly ha publicado los 20 mejores finales de series de televisión y le otorga a Perdidos el séptimo lugar. Claro que la lista premia con el primer puesto el cierre de Newhart que, en su momento, puede que fuera totalmente revolucionario pero que hoy nos tiraría al suelo de la risa: todo era un sueño. Recibí la llamada del programa Hoy Empieza Todo, que dirige Ángel Carmona en Radio 3, para que hablase de qué va a pasar ahora que ha terminado Perdidos. Expliqué que el vínculo de un adicto a una serie de televisión es muy similar al que se tiene en una relación de pareja. De hecho, en ocasiones, entran en juego los mismos sentimientos. Con Perdidos podríamos decir que fueron cinco años de relación maravillosos, con sus pequeñas crisis, siempre salvables, pero que en el último año ya notamos que la cosa no iba bien y…bueno…lo dejamos. Lo importante es que, por mucho que nos marque una relación, comprendamos que siempre se vuelve a empezar de cero. Y puestos a recomendar series con las que superar este amargo final, aquí les dejo algunas propuestas, como indiqué en la radio: True Blood -si eres fan del género, en la era mojigata de Crepúsculo, da gusto ver a esos vampiros de un pequeño pueblo de Louisiana disfrutar de la ‘vida’-, Breaking Bad –un anodino profesor de química de instituto que, ante el alud de problemas a los que se enfrenta a los 50 años, decide sacarse un dinero extra cocinando el mejor ‘cristal’ de la ciudad. Impresionante su protagonista, Brian Cranston- y Treme –acaba de empezar pero promete. Detrás de esta historia sobre los habitantes de una Nueva Orleans devastada por el Katrina está David Simon, el guionista de The Wire y el padre de la frase “que se joda el espectador medio”-.

Y qué mejor manera de clausurar esta semana que rodando el capítulo piloto de mi propia serie. En una España devastada por el déficit, el actor José Martret y yo hemos decidido escribir y dirigir una comedia nada blanca y muy poco familiar sobre los personajes que visitan la barra de un bar. Tenemos un reparto estupendo –no escribo nombres porque me pasaría de texto, seguro- que ha colaborado con nosotros porque les divierte el proyecto. Es la clave de los malos tiempos: generar tu propio trabajo, unir esfuerzos y talentos, sentirse vivo aunque todos te digan que “la cosa está muy mal” y confiar en que, al final, alguien apueste por ese resultado y poder seguir trabajando de lo que nos apasiona. Por cierto, la serie se titula On the rocks. Para ir haciendo promoción…




¡¡Qué ganas de que empiece!!!

miércoles, 26 de mayo de 2010

La mejor serie de todos los tiempos


Ojos de carnero degollado, melancolía y cierta irritabilidad ante las explosiones de afecto. Claramente estamos incubando una depresión navideña en pleno mes de mayo. La otra tarde, mientras mareábamos con la cucharilla una nube de leche, empezamos a hablar de temas intrascendentes, que son los que realmente nos definen. De hecho, estoy convencido de que si en las tertulias radiofónicas o en programas como 59 segundos, en lugar de discutir sobre política, crisis y nacionalismos, hablasen sobre sus actores favoritos, si te gusta o no te gusta el chicle y de qué sabor lo prefieres o cómo viviste la pubertad, descubriríamos aspectos humanos mucho más sorprendentes que los que ya sabemos. Porque esos detalles, aparentemente sin importancia, son los que dan esencia a la personalidad y no la militancia en una determinada ideología. En nuestro caso, como viene siendo habitual desde que la programación televisiva se convirtió en un despropósito para mayorías, hablamos de series. Las series es lo único bueno que puede verse en televisión actualmente; y te diría más: gracias a las redes P2P, ni siquiera necesitas televisión para poder disfrutarlas. “¿Cuál es la mejor serie de todos los tiempos?”, preguntó mi amigo Santi. Y el grupo, que hasta ese momento había estado flotando en una apatía desoladora, empezó a reaccionar. “Retorno a Brideshead”, dijo David. “Sí, Ministro”, añadió Santi. “Los Serrano”, dijo Encarna y todos hicimos que no habíamos escuchado nada. “Twin Peaks”, apuntó Marta. Y estuvimos de acuerdo en que la serie ideada por David Lynch podría ocupar ese honor si no fuera por lo mal cerrada que está. Eso nos llevó a ajustar más el veredicto y acabamos ante dos finalistas: Perdidos y El Ala Oeste de la Casa Blanca. Y como no nos poníamos de acuerdo, Santi dictaminó: “Perdidos es a las series de televisión lo que los Beatles a la música pop. Y El Ala Oeste de la Casa Blanca sería el Mozart de la música clásica. No se pueden comparar”. Y estuvimos de acuerdo. Hasta que la serie de JJ Abrams pegó carpetazo y lo hizo de la manera menos sorprendente. Los finales son tan importantes, o más, que los principios. Por ejemplo, Los Soprano o A dos metros bajo tierra están, cada una a su estilo, mucho mejor cerradas que Perdidos. En el clímax del debate aparecieron nuevos títulos, algunos en cuarentena todavía (True Blood, Damages, Arrested Development, Treme) y otros casi confirmados pero a la espera de superar el implacable paso del tiempo (The Wire, Breaking Bad, Mad Men). Consensuamos la teoría de los finales. Todos menos Encarna, que no había visto ninguna de las series de las que hablábamos y aprovechó para incluir la proposición, no de ley y fuera de plazo, de Anillos de Oro.