martes, 30 de noviembre de 2010

Asociación de víctimas del Frenadol


Si existiera un star system de los medicamentos, creo que el Frenadol sería el Tom Cruise de la farmacia. Todo el mundo lo conoce y mientras que unos no lo soportan, los otros recurren a él como si fuera mano de santo en cuanto notan los primeros síntomas del catarro. Aunque no me agrade su sabor, soy de los que lo consumen en cuanto barrunto resfriado. Sin embargo, estoy por organizar una Asociación de Víctimas del Frenadol. Especialmente en lo que respecta a sus efectos secundarios. Como ya te conté, estando en casa de mi madre pillé un catarro. Acudí a mi farmacia preferida y pedí los sobrecitos de turno. Al ver mi cara de pena, el farmacéutico dijo: “También los hay en cápsulas, que son más fáciles de tomar si no te gusta el sabor a naranja de los sobres”. ¿Sabor a naranja? Pero, ¿qué clase de néctar tomaban los señores del laboratorio cuando decidieron que el Frenadol tuviera sabor a naranja? ¡Si hasta añoras el zumo que te servían en Iberia cuando lo pruebas! Pero mi mayor conflicto nace cuando empiezo a quedarme dormido por los rincones. Ya lo dice el prospecto: ‘Este medicamento puede producir somnolencia’. ¿Puede? Voy por las calles con los ojos de carnero degollao porque me cuesta un triunfo mántener los párpados abiertos y una vecina que coincidió conmigo en el ascensor, agarró con fuerza su bolso mientras aseguraba que no llevaba nada de valor. Eso no es que pueda producir somnolencia; eso es que fijo que te duermes en el palo de un gallinero. Que no me pasaba eso desde el último disco de Marina Rossell. Fíjate que coincidí con unos amigos de mi familia en una comida y le han dado el teléfono de Proyecto Hombre a mi madre, no te digo más. O gripe o reputación, no hay otra salida. Nuestro amigo Joan dice que a él le echaron Frenadol en las palomitas cuando fue a ver una peli de Abbas Kiarostami. Otro día te lo cuento.

domingo, 28 de noviembre de 2010

El mando eres tú

Esta semana me he dado cuenta que no sabemos correr. Cuando ves a los atletas cruzar la línea de meta, moviéndose en una coreografía de velocidad tremendamente erótica, sospechas que correr es un arte. Pero cuando ves a la gente, a tus conciudadanos, acelerar el paso porque pierden el autobús, para entrar en el vagón del metro o simplemente porque llegan tarde, se dibuja en tu rostro una sonrisa mordaz que recibe su justo castigo cuando el que corre eres tú y la sonrisa está en la cara de los demás. Cuerpos descoordinados, gestos injustificados, pasitos cortos, zancadas gansas, labios a medio morder,…todo un carnaval epiléptico en el que no estamos nada cómodos. Incluso diría que nos avergüenza, como le sucedía a Rachel, la de Friends, cuando salía a practicar footing con su amiga Phoebe. Tras la carrera, y aunque hayamos logrado nuestro objetivo y estemos dentro del autobús, agachamos la mirada, disimulamos e intentamos recuperar el aliento, que casi dejamos abandonado bajo la marquesina, deseando que todo el mundo esté a lo suyo y nadie se haya percatado de nuestra entrada. Ya ni les cuento si después de todo eso, encima se cierran las puertas del vagón en tus narices. Lo único que deseas es que el tren abandone la estación lo antes posible y todos esos ojos que te observan desde el interior del vagón, dejen de mirarte con esa expresión entre burlona y compasiva.

De entrada, podríamos decir que todos tenemos la posibilidad de convertir nuestro paso en una carrera. Salimos de fábrica con ese equipamiento pero, como los coches con airbag, deseamos no tener que usarlo nunca. Y por esa razón, no ejercitamos la capacidad de correr, no ensayamos, la abandonamos entre todas nuestras aplicaciones hasta que nos sorprende la contrariedad y entonces, guiados por un impulso eléctrico, descoyuntamos el cuerpo, arruinamos la imagen y nos lanzamos a correr sin pensar en las consecuencias. Si hiciésemos eso mismo ante el detector de movimientos de la Xbox 360, seríamos imbatibles.

Todo Madrid está lleno de carteles publicitarios de esa consola bajo el eslogan “Tú eres el mando”. De alguna manera, Microsoft, padre de la criatura, ha debido pensar que, en los tiempos que corren –y corren mal-, donde cada día un grupo de poderosos deciden qué hacer con nosotros, con nuestro trabajo y con nuestro dinero, sería interesante que las personas aún creyesen que tienen el mando sobre algo, que pueden controlarlo, aunque sólo sean sus propios movimientos. Los mismos que se descontrolan cuando corremos porque nos cierran el banco. Yo preferiría que, por darle algo de alegría a la historia, alguna vez fueran los banqueros los que corriesen hacia nosotros porque estamos a punto de echar el cierre a nuestra paciencia.

Y va el ex futbolista francés Eric Cantona y sugiere que, con la que está cayendo –o mejor dicho, con la que nos están tirando encima-, ya no sirve de nada manifestarse ni quemar contenedores. Que lo que hay que hacer es retirar todo el dinero de los bancos y colapsar el sistema. De hecho ya existe una fecha a partir de la cual, aquellos que lo deseen, deberían empezar a sacar todo su dinero del banco: el 7 de diciembre. Nunca pensé que pudiera llegar a admirar algo de un futbolista que no fuera sus piernas y aquí me veis, encantado con Cantona. Sólo con lo revolucionario y utópico de su idea porque, si la llevamos a la práctica, colapsaríamos el sistema pero, acto seguido, montarían un ‘corralito’ y acabaríamos más jodidos de lo que ya estamos. Y yo me pregunto: ¿cómo no vamos a tenerles manía a los banqueros? Voy a bajarme un rato al gimnasio, a ver si corro unos kilómetros en la cinta y me desahogo.




sábado, 27 de noviembre de 2010

Pegatinas en el coche


Imagina comprarte un traje de Tom Ford. Imagina que te sienta igual de bien que a Daniel Craig, el actor que últimamente encarna a James Bond y que ha estado vestido por el diseñador en una de las películas de la saga. Imagina que todas las miradas se concentran en ti, porque el traje es bonito hasta colgado de la percha en la que te lo despachan en la tienda. Y vas tú y al llegar a casa lo customizas y le plantas un parche de tela de Ferrari, porque te encantan los deportivos. Pues algo así he comprobado que sucede con los coches. No solo los turismos; en la gama alta también pasa. Aún no he llegado a comprender qué extraña alteración del sentido común hace que un tipo que se acaba de comprar un Audi R8, a las dos semanas ya le ha plantado una pegatina en la trasera en la que puede leerse, más allá de la distancia de seguridad, ‘I (corazón) Zarzalejos’. No basta con llevar el amor por la tierra en la piel y el alma; hay que lucirlo en el coche. Las pegatinas para el automóvil es otro de los inventos malignos de esta sociedad nuestra que despliega el catálogo de los caprichos para, tras uniformarnos a todos de arriba a abajo -tengo un amigo que opina que Zara, H&M e Ikea han unificado occidente-, hacernos creer que debemos potenciar la diferencia, las señas de autenticidad, y lograrlo con un pequeño detalle que convierta ese coche en un coché único, personal e intransferible. Eso resulta espeluznante, pero que el individuo en cuestión crea que la mejor manera de convertir su coche en una pieza única sea pegándole el toro de Osborne sobre la bandera de España, eso... eso debería quitarle puntos. ¡No a la pegatina en el coche! Ni siquiera la de la discoteca Penélope -¿todas las ciudades de España tenían una disco Penélope o es que todo el país fue al mismo lugar durante décadas?-, que me parece muy retro. O las manzanas de Apple, por muy in que nos parezca. “¿Esa Moleskine con una pegatina de Fangoria es tuya?”, preguntó entonces Marta. Creo que dije algo sobre el espíritu de la contradicción, la excepción que justificaba la regla y no sé cuantas chorradas más.

viernes, 26 de noviembre de 2010

He perdido mi identidad


He perdido mi identidad. Bueno, exactamente he perdido el carnet de identidad, que para mi reciente historial psicológico es lo mismo. Estaba con mis compañeros de la terapia para aprender a vivir la Navidad, intentando celebrar algo en un bar. Entre el tumulto, el carnet debió caerse del bolsillo del abrigo -uno de los méritos de Adolfo Domínguez como modisto es que no pone botones en los bolsillos interiores de los abrigos- y nunca más volví a saber de él. Y eso me provocó una gran ansiedad al saber que hay alguien por ahí que conoce mi verdadera edad. ¿Qué estará haciendo ahora con mi identidad? Prefiero no imaginármelo porque me pongo malo. Tuve que volver a hacerme fotos para la renovación. La funcionaria que me atendió me miró en plan “es usted un irresponsable”. “¿En serio le dijo eso?”, me preguntó mi psicólogo argentino. “No, pero seguro que lo estaba pensando. Me puso 15 euros de multa por irresponsable. Ahora soy un tipo inseguro, susceptible, agresivo e irresponsable. Soy un chollo para cualquier agencia de contactos”. Mi psicólogo me recomendó que lo mejor que podía hacer para superar la crisis era apuntarme al curso de Papá Noel que iba a impartir Paradise Yamamoto. Como no era 28 de diciembre seguí escuchando. “Paradise es un cantante profesional de mambo y además es el único japonés que posee un certificado de enseñanza de una asociación de Padres Noel acreditados con sede en Groenlandia. En el curso os enseñan a recitar las frases típicas de Papá Noel, además de ensayar sus gestos. Luego, si vos querés, podés participar en el concurso de comer galletitas mágicas a gran velocidad, pero eso ya es voluntario. Al final tendrá un certificado de asistencia. El seminario le ayudará a reconsiderar la forma de platicar con sus hijos”, dijo mi psicoanalista. “Pero...¡si yo no tengo hijos!”, apunté. “Siempre te quedás en los detalles. Eso no te hará bien”, añadió. Vaya por Dios.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Playlist (22 de noviembre)


Me encanta bailar la canción de Duck Sauce

El temazo de Badly Drawn Boy es perfecto para escuchar en el coche. Te entran unas ganas locas que protagonizar una road movie.

Me encanta todo lo que tenga que ver con Parade

Me suelen gustar las canciones que tienen título de actor. Como la de Denver.

Me confunde la canción de Raphael

Es pinchar este tema de Dolly Parton y la vida se convierte en una sitcom

Adoro todo el disco de Margot and the Nuclear So & So's

Disfruto pinchando la versión de Imelda May

Escuchar a Asa me da muy buen rollo

Las tareas del hogar se me hacen más llevaderas cuando me pongo este tema de Jimmy Eat World

Me gusta el nombre de I Blame Coco

"M" de Maravillosa



Asa, Duck Sauce, I Blame Coco, Parade, Badly Drawn Boy, Los Piratas, Margot and the Nuclear So & So's, Denver, Imelda May, Jimmy Eat World, Dolly Parton y Raphael.

Básico


Es complejo pasarse media vida intentando ser diferente para acabar reconociendo, en público, que uno es más básico que un tinto de verano. Una mañana, los informativos abrieron con la caída de las bolsas y los periodistas de economía se crecían intentando explicar a la gente qué diablos es el IBEX 35 y para qué sirve. Mientras eso sucedía, yo bostezaba. Confieso que mi primera reacción fue algo mimética y empecé a sobreactuar manifestando la preocupación que sentía a mi alrededor, como si me enfrentase a esa cuestión de la bolsa o la vida. “¿Eso significa que va a volver a subir la bombona de butano?”, preguntó mi madre, pragmática ella. “Creo que no pero tampoco me hagas mucho caso”, expliqué, por decir algo. Y es que lo de las bolsas me importa poco tirando a muy poco. ”Todo el mundo habla del lunes negro”, alertó Encarna, muy mimetizada. “Para mí el lunes siempre es negro”, añadió Marta, muy tranquila. “Cuando es lunes y llego a trabajar, siempre pienso en lo larga que se me está haciendo la semana”, apunté. Y a Marta le hizo gracia. “No entiendo cómo os podéis burlar de las desgracias. Se han perdido 89.000 millones de euros en 17 días”, se quejó Encarna. “¿Eran tuyos?”, preguntó Marta. “¡No!”, contestó la otra. “En ese caso...”, y se volvió a recostar en la silla. “Llámame superficial...” “Superficial”, dijo Marta. “...pero las únicas bolsas que me preocupan son las que se forman cuando retenemos líquidos bajo el ojo”, afirmé. “Las otras bolsas, esas con la que abrían los telediarios y que desencajaban rostros en el ‘parquet’, me dan igual. Quizá si fuera un gran accionista de Iberdrola o Aguas de Barcelona estaría preocupado, pero no lo soy. Así que no me vendan que si algunos millonarios ven peligrar algunos de sus millones se va a acabar el mundo. Yo, desde que estudié la Revolución Francesa, no me compadezco de los ricos. Ni siquiera cuando Verónica Castro intentó ablandarme con aquel culebrón titulado Los ricos también lloran. Bueno, pues que lloren, que aún así, salen ganando. Ya lo dice mi madre, pragmática ella, que las penas con pan son menos penas”, solté. Y ahora que vengan ministros y banqueros a impartirnos lecciones de economía, que conozco un lugar al que enviarles a veranear.




La historia que cuento sucedió en enero de 2008. Han pasado tres años y tengo la impresión que sigo viendo el mismo Telediario. Estoy empezando a creer que hay alguien interesado en cagarnos de miedo, en que temamos por nuestros puestos de trabajo para así obligarnos a trabajar el doble por la mitad del sueldo. Sé que los culpables son los mismos de siempre, los poderosos, esos a los que le da lo mismo que gobierne la izquierda que la derecha porque siempre ganan; esos a los que les dan igual las guerras porque siempre tienen un lugar en el que refugiarse; esos a los que les da igual la cola del paro porque siempre tienen para celebrar por todo lo alto la cena de Nochebuena; esos a los que les da igual el currículum porque ya saben el cargo que va a tener su hijo en la empresa nada más nacer.
Pero lo que más de jode es que la izquierda les baile el agua, les sirva de felpudo para que se limpien sus zapatos, haga pagar a toda la sociedad (incluidos los pensionistas) el error de los poderosos...¿a cambio de qué? Porque el poderoso sólo espera dejar su suela impoluta para no ensuciar la alfombra de su despacho que, con seguridad, vale cinco veces más de lo que cobraban los cinco empleados que despidió, a principios de año, echándole la culpa a la crisis.

Hoy estoy caliente...y no en el mejor sentido de la palabra

Las aventuras de Enrique y Ana. Cap. 9

Madrid, año 1985

Primer salto espacio-temporal...Rompiendo moldes

Problemas con los derechos de autor y la risoterapia.

La risa es alquimia.

La risoterapia es buena porque mientras yo me río, no te escupo.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Nuestra idiosincrasia

Esta semana, hablando con Guille Mostaza y Santi Capote, del dúo musical Ellos, intentamos buscarle una explicación al hecho de que la entrega de premios en Madrid de los MTV Music Awards no saliese todo lo bien que se esperaba. Guille contaba que él había seguido, a través de la MTV, muchas de esas ceremonias en diferentes capitales europeas y que el resultado era espectacular. Sin embargo, pensaba que la española volvió a quedar a la altura del betún, técnica y artísticamente. Fallos de realización, micros que no sonaban,…algo que no podemos achacar a nuestros profesionales, ya que todo el equipo técnico era extranjero. Entonces, ¿por qué no salió perfecto?
Y llegamos a la conclusión de que tiene que ver con nuestra idiosincrasia y las expectativas que ello genera en las personas que nos visitan. Los equipos humanos de la MTV, cuando están en Estocolmo, no tienen otra cosa que hacer desde que pisan tierra sueca que trabajar minuciosamente en la gala que van a retransmitir. En Madrid, además, pueden irse de copas hasta las diez de la mañana y luego empalmar con el vermut; desean entrar en el ritual del ‘tapeo’ y descuidan el hecho de que hay que controlar el volumen de alcohol que se consume por tapa, despejando siempre la incógnita del valor específico y calórico de la propia tapa. Todavía no existe un estudio matemático fiable que haya dado con la fórmula exacta para salir de tapas y no acabar como los de Jackass, en urgencias y con una brecha en la cabeza. Vamos, que el equipo técnico de los MTV European Music Awards estaba ‘algo perjudicado’ ante la gala. Esa fue nuestra conclusión. Hicimos hincapié en realizadores y técnicos de sonido porque a la parte artística ya se le daba por supuesto el estado de embriaguez. Son músicos. Busquen en Youtube a Ke$ha o la actuación de Katy Perry en el escenario situado en la Puerta de Alcalá y me darán la razón. Juro que pensé que un monumento que había sobrevivido a la Guerra Civil no iba a soportar los berridos sin postproducción de la ¿cantante? californiana. El único que parecía formal era Jon Bon Jovi. Imagino que es cuestión de edad.

Cumpliendo con nuestra idiosincrasia, estuve tomándome unos cócteles de violeta en la inauguración de la exposición Blood and Chocolate, de María Forqué, hija de la actriz Verónica Forqué y del director de cine Manuel Iborra. Y me encontré con una artista muy joven pero que ya tenía un estilo muy definido, en el que se combinaba la técnica de la pintura tradicional con el trazo y la frescura del dibujo y la ilustración.
Junto a pin ups futuristas vi unos retratos estupendos a diseñadores como David Delfín o Carlos Díez, a actores como Quique San Francisco –el cuadro se llama ‘El tito Quique’ y era un encargo del propio actor- o a su propia madre. Observando uno de esos retratos pensé: “Es Juanjo Puigcorbé”. A mi lado, alguien apuntó: “Es Jose Luís Perales”. Menos mal que antes de meter la pata nos avisaron que se trataba de Fernando Fernán Gómez y empezamos a enfocar. No me gustaría achacarle la responsabilidad de mi pobre aptitud fisonomista a los cócteles de violeta pero se me pasó por la cabeza comunicarle a María que, teniendo en cuenta que los principales compradores de esos retratos eran los propios retratados –o un fan demasiado fan-, quizá debería empezar a correr la voz de que el cuadro de Fernando era, realmente, de Juanjo o de José Luis. Digamos que intenté mirar por el negocio del arte. Ahora que recapacito sobre la situación me siento autorizado para señalar que el cóctel de violeta estaba muy fuerte.

Volví a coincidir con Verónica y María Forqué en el showroom de Amaya Arzuaga. La diseñadora organizó el jueves una fiesta-presentación de su última colección ‘SS11’ y por allí estaba el fotógrafo Jesús Ugalde, la actriz Neus Asensi y mucha otra gente guapísima, a excepción de dos mujeres, una rubia y otra morena, que no me extrañaría nada ver dentro de poco en el plató de Sálvame De Luxe diciendo que se han tirado a un famoso. Las dos, abrazadas en plan concurso de miss camiseta mojada, posaban ante las creaciones de Amaya mientras un amigo las retrataba con el móvil. Llegué a pensar que esa especie de precuela de Sonia y Selena había llegado allí por casualidad o directamente atraída por la noticia de que Lady Gaga hubiera adquirido tres modelos de Amaya en su showroom de París. Podría haberlas justificado con la teoría de la idiosincrasia y los gin-tonics que servían en la fiesta, pero no lo hice. Curiosa contradicción.

Sin embargo, me reafirmo en la hipótesis que iniciaba esta crónica cuando observo que, tras su visita a España, el espíritu cafre de los protagonistas de la serie Jackass (se emite en la MTV), ha encontrado seguidores en nuestro país. Basta con teclear en Youtube ‘Jackass made in Spain’ para ver a unos tipos tirarse por unas escaleras subidos en un carro de supermercado, soportar patadas en los testículos o graparse la lengua. Sospecho que eso tiene más que ver con la ‘idio(ta)singracia’ estadounidense y la recurrente globalización. Digo yo.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Playlist (13 de noviembre)

Insólita mezcla de canciones para una tarde de otoño


Depeche Mode, Pet Shop Boys, Ellos, Pulp, Morrissey, David Bowie, Azure Ray, Carlos Berlanga, k.d. Lang, Parade, Camera Obscura,
David Soul, Barbra Streisand y Starsailor

La sesión de las cuatro


¿Recuerdas cómo los indios fueron relegados a una reserva de la Historia en favor de los vaqueros, más numerosos y más prepotentes? ¿O cómo en Es Trenc, playa mayoritariamente nudista de Mallorca, los ‘textiles’ han ido ocupando terreno hasta obligar a los naturistas a caminar y caminar y caminar para encontrar esa zona de arena en la que poder desprenderse del bañador sin ser objetivo de miradas indiscretas? Pues eso mismo me está pasando a mí -y a cinco más- cada vez que queremos ir al cine. Si el hombre es un animal para el hombre, la fauna que puebla las salas de proyección está compuesta por auténticos depredadores. Amparándose en la libertad de acción que permite el ser parte de la mayoría, un ejército compuesto por individuos de todas las edades, razas, religiones, estatus social y preferencia sexual irrumpe en el patio de butacas con un cargamento de palomitas, patatas fritas, refrescos y gominolas que a uno le hace dudar si conocen la existencia de los bares y restaurantes, espacios creados para que uno coma y converse con sus amigos tranquilamente ANTES o DESPUÉS de entrar en el cine. Pero no, ellos son aficionados al DURANTE; comen durante la proyección, charlan durante la proyección y contestan al móvil durante la proyección. Como cada vez son más, actúan con una seguridad en sí mismos que ya quisiera yo en mis primeras citas. En mi finita paciencia, he llegado a aceptar que si compro una entrada para Imparable, entre grito y grito, con una banda sonora retumbante, apenas escucharé el sonido de la mano rebuscando la última palomita en el fondo del envase de cartón. Pero aún no he llegado a comprender qué extraño impulso empuja a adquirir todo tipo de objeto comestible -envuelto en celofán, que eso me pone...- para sentarse a ver Pan Negro,Copia certificada o Carancho. Por eso, como los indios en el oeste americano, como los nudistas en Es Trenc, me fui arrinconando, alejando de las salas adjuntas a lugares de ocio juvenil, y convirtiendo la sesión de las 4 en mi reserva particular. Éramos pocos pero sabíamos que para ver una película bastaba con nuestros sentidos y algo de silencio. Pero sospecho que la gran mayoría hambrienta nos ha localizado.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Un anticuario, ¿puede ser 'freaky'?


El viernes pasado estuve comiendo con Emma, la secretaria rubia de mi ex psicólogo argentino, y Josep. ¿Te acuerdas de ellos? A los postres, apareció una amiga de Emma, una tal Cristina, más rubia que ella si cabe, y se sentó con nosotros. Aquello, que olía a cita a ciegas amañada por Emma con el objetivo de emparejar a Josep, no pudo empezar con peor pie. Eso sin contar lo triste que resulta observar como hasta tus propios amigos ya han tirado la toalla contigo en lo que a emparejamientos se refiere. A lo que iba. En pleno conocimiento acelerado del medio, Josep destapó su fascinación por el cómic book clásico americano. Que si Gardner Fox es mejor que Chris Claremont, que si los personajes de Rob Liefeld tienen más músculo que cabeza -literalmente- y que si sería el hombre más feliz del mundo si pudiera adquirir la revista Action Comics, de junio de 1938, que es la primera vez que aparece Superman. Al cuarto de hora, aprovechando que Josep detuvo la conferencia para tomar aire y visitar los baños, Cristina le dijo a Emma: “Jo tía, no me habías avisado que era un freaky”. Y movío toda su melena rubia hacia un lado. “Me tomo el café por no quedar mal pero vamos, que paso de salir con él”, añadió. Y yo, que sabes que la mente se me dispersa con una facilidad digna de estudio, me puse a reflexionar sobre el concepto freaky. Un freaky puede ser una persona inusual, ya sea por su forma de comportarse, de hablar o de pensar, o bien un tipo muy interesado en un tema en particular. En ese caso, ¿por qué siempre calificamos como freaky a los invitados que llevaba Quintero a "Ratones Coloraos" y no a Fraga? ¿O por qué tiene que ser freaky el apasionado del cómic americano, del pop bizarro o de Star Trek y no un anticuario, que habla con la misma pasión que ellos de un bargueño italiano del siglo XVIII? Eso mismo le explicaba hoy a Josep cuando me contaba que Cristina no había dado señales de vida. Siempre nos quedará "The Big Bang Theory".

martes, 9 de noviembre de 2010

El taller de escritura


A raíz de los últimos conflictos generados por la ética y deontología profesional de nuestro psicoanalista argentino, Marta y yo estamos pensando seriamente en buscarnos una terapia alternativa con la que encontrarnos a nosotros mismos sin necesidad de estar rodeados de restos humanos, algunos arrancados de nuestro amor propio, como si fuésemos Scarlet O’Hara caminando entre heridos del combate en aquel mítico plano de "Lo que el viento se llevó". Juliana, la maquilladora de la tele, me ofreció una solución. “Apúntate a un taller de escritura. Tienen una vertiente de terapia oral que para vuestro desquicie os iría genial”, dijo mientras maquillaba a una ex amante del novio de una concursante de Gran Hermano. Según Juliana, existe la idea de la literatura como laboratorio para explorarnos a nosotros mismos y al mundo. Aprender a escribir implica aprender a mirarse dentro, a reconocerse, tanto a uno mismo como al mundo que nos rodea, aunque solo sea para poder reproducirlo bien. “Y eso no es un desbarre mío, que ya lo escribió Chuck Palahniuk en un artículo”, añadió. Y luego habló de Gran Hermano 12 sin que se le cayesen los anillos. Para mí que es la única intelectual de verdad que conozco. Como pude, le expliqué la teoría a Marta. “O sea, que, pongamos por caso, escribo una novela sobre una mujer que siente cierta fobia al compromiso pero que desea enamorarse perdidamente”, dijo. “Esa es mi historia. Mejor que cada uno escriba la suya, ¿no crees?”, apostillé. “No me interrumpas cuando reflexiono que se me va el hilo. Quizá con un poco de esfuerzo por mi parte podría vivir la historia que quiero escribir. O mejor aún, la historia que la gente quiere leer”, explicaba como si fuese una visionaria. “Lo veo”, añadió. “Me conoceré desde la lucidez aséptica del escritor frente al personaje y podré darle forma a mi futuro. Genial”. Y salió a buscar un taller de escritura en los tablones de anuncios de los bares de Malasaña. Yo me quedé pensando en mi novela. Quizá peco de pesimista pero a mí solo me viene a la cabeza Kafka. Tal vez dos o tres sesiones más de psicoanalista tampoco me harían ningún daño.

domingo, 7 de noviembre de 2010

La ficción real

Ya no es que tengamos consciencia de que la realidad supera la ficción. Ahora es que confundimos ficción con realidad, entrando en una espiral desequilibrada que nos conducirá, irrevocablemente, al hospital psiquiátrico más cercano o, en su defecto, a participar en ‘De buena ley’ en Telecinco. Mis ojos giraron sobre su propio iris, como si fueran las ciruelas de las máquinas tragaperras, cuando me dijeron que la Oficina de la Defensora del Espectador de RTVE recibía quejas porque en la serie Amar en tiempos revueltos se fumaba demasiado. Que todavía existan ciudadanos que confundan realidad y ficción y se atrevan a escribir su queja porque se fuma en una serie ambientada en unos años en los que ese hábito era una actividad social bien vista, me preocupa. De hecho, me preocupa tanto que bloqueo mi mente y niego que eso haya sucedido. De lo contrario, sería como aceptar que algunos de mis contemporáneos creen que Marlon Brando murió en ¡Viva Zapata! o que Sharon Stone va por ahí sin bragas. La ficción es libre, incluso libertina si así lo desea su autor; forma parte de otro universo que aunque beba de éste, no forma parte de él. Sería tan simple como hablar de creatividad. Imagino que algo de esto macera en el fondo de la polémica Sánchez Dragó.

Dios me libre de mostrar un mínimo de afinidad con ese individuo pero creo que su narración sobre haber mantenido sexo con dos niñas de 13 años en Japón, ha vuelto a poner sobre la mesa un tema que me apasiona y es el de los límites de la ficción. Dragó cuenta esa experiencia en su último libro Dios los cría…y ellos hablan de sexo, drogas, España, corrupción,… , texto con el que ya figura entre los candidatos al Guinness en el apartado ‘título más feo del mundo’, y, para algunos, ampararse bajo la ficción, no es aceptable como excusa. Creo realmente que la ficción, en todas sus formas de expresión, debe ser libre; esa libertad implica que puedan escribirse textos políticamente incorrectos y que cada uno de nosotros seamos libres para decidir si los leemos o no. Pero la idea de regresar a un ‘Fahrenheit 451’ me parece muy peligrosa. Incluso más que una novela que hable de pederastia, madres que apagan cigarrillos en la piel de sus bebés o tipos que salen a la calle a matar homosexuales. Aunque, a estas alturas, sepamos que la realidad siempre supera a la ficción.

Con los libros de memorias, donde uno cuenta ‘su verdad’, más o menos dramatizada, casi sucede lo mismo. Incluso apuntaría que los consumidores de este tipo de libros se sienten decepcionados cuando la obra no muestra la miseria humana del personaje. Los libros de memorias, o de entrevistas en profundidad, o de conversaciones que sitúan al escritor bajo el foco, tienen la obligación de narrar una realidad que, en muchos casos, desenmascara a un personaje tenebroso. En las memorias de Katharine Hepburn descubrimos que a Spencer Tracy se le ‘iba la mano’ alguna que otra vez. En las de Jaime Gil de Biedma se narran sus encuentros con menores en Manila. Creo que hay una biografía de Angelina Jolie en la que se cuenta que mantuvo relaciones, siendo menor de edad, con el novio de su madre. En las memorias de la presentadora de televisión Marisa Medina, ella habla de cómo su ex marido, el compositor Alfonso Santiestéban, la introdujo en el mundo de las drogas y las partidas clandestinas.

Incluso en el festival de Sitges se ha proyectado la película A serbian film, una ficción sobre la crueldad del ser humano en la que se practican actos sexuales con un bebé. Sin embargo, en San Sebastián un juez ha suspendido la proyección y, aún así, ha ganado el premio del público.

Ficción y realidad se convierten en un rompecabezas de difícil solución. Pero, en cualquier caso, en un mundo de adultos, censurar la libertad creativa es peligroso. Nosotros, como lectores o espectadores, deberíamos estar capacitados para decidir si nos interesa esa historia que nos cuentan o no, independientemente de la catadura moral o ética de los hechos que narre. Pero el linchamiento público del autor –que repito, me cae como el culo- me recuerda el final de Frankenstein y sospecho que está incentivado por otras cuestiones, más cercanas a la ideología y a esa cadena siniestra, llamada Telemadrid, donde Dragó tiene su programa. Como muy bien me comentaba un amigo esta semana, Roman Polanski también abusó de una menor, en 1977, y cuando fue detenido por ese delito, el año pasado en Suiza, muchos intelectuales firmaron un manifiesto de apoyo al cineasta.

En medio de este debate, leo que los estudios cinematográficos de la Metro Goldwyn Mayer, la del león, entran en suspensión de pagos. A veces, odio que la ficción se parezca tanto a la realidad.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Las aventuras de Enrique y Ana. Cap. 8

Y a ti, ¿qué te gustaba más? ¿Anillos de Oro o Segunda Enseñanza?


Plegarias atendidas


“Se derraman más lágrimas por plegarias atendidas que por las no atendidas”.
Santa Teresa de Jesús


No. No pretendo emular, pobre de mí, a Truman Capote, aunque en ocasiones me invada la sensación de que soy incapaz de escribir un artículo mejor que el anterior. O que el anterior del anterior. O simplemente, escribirlo. Te explico. Hubo un sueño bastante habitual en mi infancia. Imaginaba que era invisible. Observaba la vida desde la primera fila pero nadie sabía que yo estaba allí. Escondía estuches a mis enemigos y me paseaba sin prejuicios por los lugares que albergaban los objetos de mi deseo. Y lo que más me gustaba soñar era cuando me volvía invisible en El Corte Inglés y cerraban las puertas, dejándome dentro. Pasaba la noche entera en la planta de juguetes montando en bicicleta, abriendo juegos de mesa y hasta casando a Geyperman con Barbie. Yo solo, rodeado de juguetes y silencio. Sospecho que de niño, esa debía ser mi forma de entender la felicidad: convertirme en alguien invisible. Ese es el drama porque ahora, cuando salgo los fines de semana o me invitan a algunas fiestas, tengo la impresión de haberlo logrado, que por fín soy invisible. “Ya está con lo mismo”, dice Marta como si yo no estuviera delante. “A ti lo que te pasa es que sales para ligar y ese es el error. Hay que salir para estar con los amigos y pasarlo en grande. Si luego ligas, estupendo; pero si no, jamás regresarás a casa con ese gesto de frustración que te está acentuando las arrugas de expresión. Te voy a dar la tarjeta de un cirujano que conocí la otra noche que tiene mano de santo con el botox”. Al menos Marta conoció a un cirujano que mostró cierto interés por ella y le dio su tarjeta. Mi caso es distinto. Paso tan desapercibido que resulta ofensivo. Y no es cuestión de ligar; es cuestión de deseo. Una de las piezas del mecanismo interno de nuestra sociedad es el deseo. Todos necesitamos sentirnos deseados y desear. Objetos, personas, situaciones. Participar en un juego en el que el hecho de sentirse deseado es casi más importante que la conclusión. Y la ‘invisibilidad’ es enemiga del deseo. Sobre todo cuando ya no te conformas con montar en bicicleta por la planta cuarta. Ahora, tu deseo es compartir, pero si nadie te ve, nadie te desea. Me frustré tanto que acabé llamando al cirujano de Marta y le pedí hora para la semana que viene.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

De amor ya no se muere

Amigo, el Centro de Orientación Matrimonial está más desorientado con nosotros que Malena Gracia en la Feria del Libro. Si en mi anterior mail te comentaba la cita ‘compatible’ de David, en este caso te adelanto que los esfuerzos del gabinete de profesionales por encontrar pareja estable a Marta ya adquieren una dimensión épica, como la de los hechos que marcan el curso de la Historia y nunca vuelven a repetirse: la conquista de Granada, la llegada del hombre a la Luna o la oposición balear haciendo oposición. Un mito. Marta está tan resentida aún con su ex que no la veo yo receptiva. Ni yo, ni nadie. El chico con el que quedó el lunes le dijo: “¿Puedo invitarte a una copa?” Y ella contestó: “Preferiría que me dieras el dinero”. El muchacho del miércoles optó por lanzarse sin paracaídas. “Estoy seguro de que podría hacerte muy feliz”, aseguró. “¿Por? ¿Ya te vas?”, machacó ella. Eso sí, feliz. Y el tipo del viernes, tras esquivar varios derechazos, buscó una respuesta en las estrellas. “¿De qué signo eres?”, preguntó. “De negación”, dijo Marta. Luego se levantó y se fue. “Creo que estás tirando el dinero”, le comentó Encarna, a la que no le han encontrado compatibilidades. “Dios da pañuelos a quien no tiene mocos”, añadió, con sabiduría popular. “Yo tengo ganas de encontrar el amor”, declaró Emma, que es rubia. “El amor es sólo una palabra con cuatro letras, dos vocales, dos consonantes y dos idiotas”, sentenció Marta. Se quedó un segundo pensativa y apuntó: “Lo encontrarás, Emma, lo encontrarás”. Insistimos tanto en que debería estar más abierta al amor -lo que comentó Emma no lo escribo por si lee esto algún menor- que se molestó. “¿Es que no tengo derecho a renunciar? ¿Por qué lo correcto es decir ‘sí’?”, dijo. Y me vino a la cabeza Francia y Holanda votando la Constitución Europea. “Los hombres me aburren. Son como mi correo electrónico: de cada diez cosas que recibo, ocho son tonterías”. Espero que tú no pienses lo mismo. Un beso.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Playlist (2 de noviembre)

Voy a pinchar alguno de estos temas el jueves.



KT Tunstall, The New Pornographers, Sidonie, Belle & Sebastian, Donavon Frankenreiter, Panic! At the Disco, Asier Etxeandía y Fangoria, I blame Coco, Rubi, Bla y Frida

El espectáculo rococó



El exceso me gusta. Aunque haya asistido, con serenidad, a explicaciones minimalistas y a doctrinas que intentaban demostrarme que ‘menos es más’, me he dado cuenta que hay algo en mí que disfruta cuando la vida se satura de ornamentación. No tanto para mi vida personal, que precisamente es más austera de lo que muchos creen y busca descansar la mirada en espacios en blanco, sino para la vida a la que asisto como espectador. Me gusta situarme ante lo excesivo porque lo desmesurado me parece fabuloso. Incluso como forma de expresar un rechazo al propio exceso. Como sucedió cuando lo Barroco dio paso a lo Rococó. El exceso dejó de ser patrimonio del poder absolutista y, a través de la burguesía, se convirtió en una explosión de formas, colores y luces al servicio del lujo y la fiesta. Incluso el artista trabajaba con mucha más libertad, dando rienda suelta a su imaginación, en ocasiones completamente incontrolada, aportando su primera piedra a la construcción de un ‘mercado del arte’.

Creo que por eso disfruté viendo Balada triste de trompeta, la última película de Álex de la Iglesia. No es una obra maestra, ni siquiera creo que su guión fuera el mejor de los que participaron en el último festival de Venecia, pero es un espectáculo del rococó más sangriento, una locura tan desproporcionada, que yo sólo pude entregarme a su juego como un muñeco de trapo en las fauces de un rottweiler. Asistí a un pase privado para un reducido grupo de personas, entre las que estaba El Gran Wyoming, y sin que me diera casi cuenta, la película empezó a zarandearme sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Tiene un comienzo brutal –tremenda participación de Fofito- y, a partir de ese momento, circula de un modo irregular, como sucede muchas veces en las películas de Álex de la Iglesia, con algunas secuencias y planos creados para pasar a formar parte de la Historia del Cine. Pero su exceso es tal, su desmesura es tan salvaje, que yo sólo puedo someterme. Capitular ante las interpretaciones de Antonio de la Torre y Carlos Areces (su trabajo ya huele a Goya a mejor actor revelación), frente a la intención del director de reaccionar ante el exceso de un país, que pasa de una guerra civil a los años 70 acumulando odio, y hacerlo con más exageración si cabe. Como cuando los artistas franceses señalaban los excesos del régimen de Luis XIV creando el rococó. El espectáculo rococó de Álex de la Iglesia no es frívolo. Es, simplemente, bestial. La esencia de las dos españas convertida en un tebeo pulp que no dejará indiferente.

Desde ese mismo argumento puedo mostrar mi rendición a la reapertura del nuevo Molino, en Barcelona, con la gran Terremoto de Alcorcón convertida en vedette cómica, siguiendo los pasos de grandes actrices como Yolanda Ramos, Amparo Moreno o Lita Claver, o al concepto que hay detrás del nuevo disco de Fangoria.
Por si los más modernos siguen indignados –la modernidad también puede ser más papista que el Papa-, sólo recordaría que el título del disco ya da suficientes pistas: El paso trascendental. Del vodevil a la astracanada. En la astracanada lo único que importa es reír, la parodia, el disparate. Cuando uno se levanta por la mañana y es capaz de reírse de sí mismo, ya no hay dardo que le alcance. Y creo que en ese terreno, Alaska y Nacho Canut se mueven como unos Blahnik en la joyería Suárez. Que Alaska vuelva a cantar en los directos Mi novio es un zombie, Bailando, Ni tú ni nadie o La tribu de las Chochoni es pagar una deuda histórica con una generación. Y que lo haga desde el exceso del espectáculo de variedades, desde la revista, cargando una ‘mochila’ de plumas, cubierta de transparencias y bajando una escalera, como si fuera una vedette en el Folies Bergère, es puro espectáculo rococó cañí. Y así lo hicieron el pasado martes presentando el disco en el teatro de La Latina de Madrid, donde Lina Morgan vivió sus grandes éxitos. Por cierto, Alaska ha perdido doce kilos y luce como una auténtica vedette. Como en la Francia rococó, lo que importa es tener una alta actividad social. Aunque acabemos con el cuerpo muy mal.