jueves, 10 de junio de 2010

La última rubia


Que la mayoría de las rubias habitan en otra dimensión, no sé si paralela o transversal, es algo que descubrí hace años, cuando aquella compañera platino de una amiga llegó escandalizada al colegio mayor en el que vivía después de haber visto 'La lista de Schindler'. Su estupor no estaba en el dramatismo del filme, ni siquiera en la emotividad de su banda sonora, sino en que estaba “basada en un hecho real”. Pero desde que trato más a Emma, la ex secretaria rubia de nuestro ex psicoanalista argentino, la constatación de ese hecho diferencial adquiere tintes (y lo de tintes no es coña) científicos. Sobre todo cuando la muchacha en cuestión no acaba de aceptar la repercusión social de su condición capilar e intenta transformarla a base de leer todo lo que cae en sus manos: desde el folleto del Carrefour hasta los diarios gratuitos. “Una vez leí que las rubias podríamos desaparecer en 200 años debido a que los genes asociados a nuestro cabello son recesivos”, contaba Emma, asustada. “¿Conoces el significado de la palabra ‘recesivo’?, preguntó Marta, morena con algunas gotitas de crueldad. La simple idea de que las rubias pudieran extinguirse, como los dinosaurios, como la Mirinda o como los políticos honestos, me incomodaba. Esa incertidumbre despertó en Emma un deseo por acumular información con la absurda creencia de que eso alteraría la coloración de su pelo y así aseguraría su supervivencia. “Es que los genes de las morenas y las castañas son más dominantes y acabarán con nosotras como especie”, argumentó Emma, valga la contradicción. Marta valoraba tanto el silencio de Emma que le pasó un periódico para que se entretuviera. Y en plena conversación sobre lo inmoral que nos parece un grupo como el G8, Emma interrumpió: “¿Le han dado el Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional al del gore? No lo entiendo. Su cine no aporta nada. Hay demasiada violencia y demasiada sangre. Creo que una cosa es el terror y otra el asco”. Marta tuvo que pedir una tila y tres ansiolíticos. Yo, confieso que pensé que si algún día se hacía realidad aquel bulo del gen recesivo, yo montaría una granja de crianza selectiva para salvar a las rubias.

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