lunes, 21 de junio de 2010

Cromosoma Y


No tengo ni idea sobre qué papel puede jugar el cromosoma Y en una ley de embriología pero de lo que cada vez estoy más seguro es de que el gen masculino provoca unos acabados de serie en el humano que los posee que le permiten, de un modo casi inconsciente, atribuirse toda la responsabilidad de un éxito e inculpar al ser humano portador del cromosoma X de su propio fracaso. Eso, como el fútbol, une a todos los cromosomas Y del mundo, ya sean españoles, ingleses, chinos o congoleños. Porque hay que tener pelotas, nunca mejor dicho, para responsabilizar a la periodista Sara Carbonero, novia de Iker Casillas, del primer fracaso de la selección española en el mundial y quedarse tan anchos. Así tituló el periódico británico The Times tras el primer partido de ‘la roja’: “¿Derrota de España? Culpa a la novia” y “La sexy Carbonero hunde a España”. Según ellos, y les aseguro que también muchos otros cromosomas Y españoles, un portero no puede estar al cien por cien si tiene detrás de la portería a su novia. Menos aún si esa novia está como un queso delante de miles de hinchas con la testosterona por las cejas. Puro argumento para un documental de La 2. Son once cromosomas Y en el terreno de juego y la culpa de que pierdan es de un solo cromosoma X que andaba por ahí. Magnífico regate. Qué pena que no acabase en gol. Lo que no llego a entender es qué hace un cromosoma Y como yo, que a la única “roja” que admira es a Pilar Bardem, hablando de fútbol. Voy a cambiar de trama.

La gira de La’s Mónica’s Randall’s Dj’s –esto sí que es una alteración cromosómica y no la de los X-MEN- empezó la semana pasada en Menorca y nos llevará a Palma, esta semana que entra, para celebrar allí el orgullo gay. En la isla de la calma tuvimos el cardado placer de poner música en la boda de la actriz María Adánez con David Murphy. Hacía mucho tiempo que no asistía a una boda tan bien organizada, en la que hubiese tanto amor, tanto cariño, tanto talento condensado en palabras escritas para ser leídas en voz alta y en la que el rostro de la novia irradiase una felicidad que podría haberse almacenado para abastecer de energía a la isla durante todo un año. Ante esa estampa, mi cromosoma Y sufrió una subida de admiración que le empujó a plantearse contraer matrimonio. No hay nada, afortunadamente, más contagioso que la felicidad. Aviso por si acaso alguno está buscando mi foto en la revista Hola de esta semana: no salgo en la foto. Allí pueden ver a amigos invitados como los actores Jorge Calvo y José Martret, las actrices Cristina Fenollar, Cayetana Guillén Cuervo, Elisa Matilla y Marina San José, el coreógrafo Víctor Ullate, el director teatral Luis Luque, el fotógrafo Omar Ayashi y la diseñadora del traje de novia, Alma Aguilar, pero yo…yo he perdido la que probablemente sea mi única oportunidad de salir retratado en el Hola. Lo sé, pero cuando parte de los invitados salieron a la puerta de la finca, para hacerse la foto que todos ustedes han visto, me asaltó la humildad y pensé: “Si a mí no me conoce nadie”. Acto seguido imaginé el pie de foto en el que se enumeraban a los invitados a la boda y a mí me ubicaban en un invisible ‘entre otros’. Los cromosomas Y tenemos estos subidones desproporcionados de autoestima. Así que me quedé en la finca, disfrutando del vino tinto y de un jamón ibérico que estaba para ponerle un piso a su nombre, en compañía del actor Rubén Mascato.

El próximo sábado, y sin fotógrafos del Hola –ellos se lo pierden-, La’s Mónica’s Randall’s Dj’s estaremos celebrando el orgullo gay en la plaza Remigia Caubet de Palma. Me gustaría pensar que los vecinos de la zona tendrán paciencia –yo en Madrid vivo en una zona de bares de copas y sé de lo que hablo- y sabrán disculpar y valorar el revuelo que pueda ocasionar una fiesta en la que se celebra los derechos de miles de ciudadanos que, hasta hace apenas diez años, eran considerados ciudadanos de segunda categoría y se reivindican metas que alcanzar en esta carrera que empezó un 28 de junio de 1969, cuando una redada policial irrumpió en el bar Stonewall, del Greenwich Village neoyorquino. Esa revuelta puso de manifiesto que, por primera vez en la historia del colectivo gay, los oprimidos empezaron a luchar para dejar de serlo. Señores vecinos de la plaza Remigia Caubet, cuando les moleste la música, piensen que en la calle hay un grupo de personas celebrando que viven en un país en el que su amor no se paga con la cárcel, como en otros 80 países del mundo, ni con la pena de muerte, como sucede en otros cinco. Su conciencia, y sus cromosomas, se lo agradecerán.

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