martes, 15 de junio de 2010

Gregory Peck (1916-2003)

El pasado 12 de junio se cumplieron siete años de la muerte del actor Gregory Peck.

Finales de junio de 2002. La televisión emitía un vídeo en el que se apreciaba cómo un grupo de agentes “del orden” apaleaba a un joven negro en una gasolinera. No era la primera vez que la impotencia y la indignación se apoderaban de mi sala de estar. Ya sucedió, aunque la sala era otra, el año en que Rodney King fue brutalmente golpeado por un grupo de policías blancos de Los Angeles. Aquello provocó uno de los mayores disturbios raciales que se recuerdan. En mí siempre ocasiona la necesidad de buscar en mi videoteca Matar a un ruiseñor, una película casi tanto de Robert Mulligan como de Gregory Peck.

Hace unos años, el instituto fílmico de los Estados Unidos eligió al héroe más destacado del cine. No fue Rambo, ni Terminator, ni los policías de Arma Letal o los minimalistas defensores de Matrix. Fue Atticus Finch, el abogado de Matar a un ruiseñor. El ciudadano que decidió, en el Alabama de los años 30, defender a un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca.

Ya sé que los actores, y más de la talla de Gregory Peck, son más que una película. Pido perdón. Para mí siempre será Atticus Finch. Aunque me emocione pensar que todos gastamos la misma broma que él gastaba a Audrey Hepburn frente a la Bocca della Verità en Vacaciones en Roma; aunque crea que no se puede concentrar más romanticismo que en el final de Duelo al Sol; aunque no me lo crea en Moby Dick o le comprenda en La profecía. Sé que el Gringo viejo sabrá disculparme. En una ocasión le comentó a un periodista que las películas favoritas de su filmografía eran La barrera invisible, El hidalgo de los mares, Vacaciones en Roma, Los cañones de Navarone y Matar a un ruiseñor, su único Oscar tras haber estado nominado en cinco ocasiones. Sé que lo entenderá. No vivimos buenos tiempos para la justicia social, para la verdad, para la humanidad, para la igualdad, para el respeto, para los derechos humanos. No vivimos buenos tiempos para quedarnos huérfanos de Atticus Finch.

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