viernes, 9 de septiembre de 2011

Las series de mi vida. Toma IV

45.- MAZINGER Z

Supongo que gran parte de estas series llegaron a mi vida cuando mi cerebro era una especie de ordenador de última generación recién salido de fábrica. Con el tiempo, el disco duro se va llenando y la fase REM se encarga de liberar aquellas vivencias que no tienen la importancia suficiente como para pasar a formar parte de los recuerdos. A finales de los 70, todo lo que veía pasaba directamente al cajón de la memoria. Mazinger Z es un ejemplo. Aún soy capaz de cantar la sintonía, sin haber vuelto a escucharla en décadas, y recuerdo hasta secuencias. No era consciente de estar consumiendo ‘manga’; de hecho, llego a ese concepto muchos años después. Simplemente disfrutaba como un loco con unos dibujos animados que me parecían grandiosos, espectaculares. Los he recuperado después, con el paso de los años, y he comprobado que esa grandiosidad estaba más en mi mirada que en la serie en sí. Pero que Mazinger Z marcó a la generación que, mucho después, impondría una formación estética, catalogada como cultura pop, es evidente. Todos tenemos nuestro personaje y nuestra frase favorita de Mazinger Z.


Quien más o quien menos coleccionó cromos de la serie o tenía un juguete. Los que han sabido conservarlo, tienen una joya vintage. Los que no, entre los que me incluyo, tenemos que recurrir a las imitaciones. Yo tenía un Mazinger al que le apretabas un botón en la espalda y lanzaba los puños. Tampoco recuerdo haber jugado mucho con él. Yo era más de Afrodita A. Por cierto, aquello de “pechos fuera” forma parte de nuestra efervescente imaginación. Sayaka, que era la chica que pilotaba a Afrodita, jamás gritó “pechos fuera”. Creo que decía “misiles fuera” cuando le plantaron esas dos perolas a lo Sabrina Sabrok. Pero para mí, el verdadero hallazgo de Mazinger Z fue aquel nuevo concepto de género que era el barón Ashler. Hace unos años, le rendí homenaje, junto a Óscar López, en la sección ‘Entrevistas Imposibles’ de La Plaza, en RNE.


44.- ORZOWEI

Como sucedía prácticamente con todo lo que veía en la televisión en aquellos años, nunca se me pasó por la cabeza que existiera un libro anterior. Consumía tebeos (españoles, no era nada de superhéroes, ni de la Marvel, ni nada de eso), y libros de Los Cinco o Los Hollister. Por eso no supe, hasta varios años después, que Orzowei estaba basada en una novela de Alberto Manzi. El argumento parecía, de entrada, un poco Tarzán pero, de repente, se convertía en una especie de Shakespeare africano. El protagonista: un niño blanco. Muy blanco. Demasiado para el sol africano. De hecho, hoy en día seguro que una asociación de dermatólogos hubiese cuestionado que el muchacho no se protegiese la piel con una crema factor 80.


Al chaval le abandonaban en medio de la selva africana y le criaban en una tribu, como si fuera un gran guerrero. Pero claro, al ser blanco era rechazado y tenía que volver a la selva. Entonces se unía a otra tribu más tolerante y más políticamente correcta, enemiga de la tribu que le educó. Conflicto muy Shakespeare.

La serie era italoalemana pero para mí, como si fuese de la HBO; me la tragué sin rechistar. Los dos conceptos más importantes que me injertó la serie fueron el de amor/odio al estampado étnico y descubrir a los enormes Guido y Maurizio de Angelis. La mayor parte de las canciones de las series de aquella época, como la de Orzowei, Sandokán, El bosque de Tallac, Banner y Flapy, Ruy el pequeño Cid, La vuelta al mundo de Willy Fog, eran obra suya. Eso sin contar las bandas sonoras de las películas de Terence Hill y Bud Spencer que durante años poblaron los programas dobles de los cines de media Europa.

Eran una especie de Juan y Junior italianos que, según tengo entendido, aún están en activo. Por cierto, del tema principal de Orzowei hizo una versión Enrique del Pozo


43.- VACACIONES EN EL MAR

Vacaciones en el mar ha llegado a nuestros días como una estampa, como una postal sepia, como una inspiración para crear flyers de fiestas, como un vago referente de escasa profundidad. Realmente no era una gran serie. Tenía ese concepto de reparto coral y capítulos autoconclusivos que no acaban por crear fidelidad. Pero al ser la primera que llega a nosotros con esa estructura (luego vendría Hotel) caímos en sus garras sin contemplación. La serie tenía verdaderos hallazgos a los que hoy homenajeamos sin rubor. Indiscutiblemente, en el top one está su tema principal.

The Love Boat (así se titulaba la serie norteamericana) seguro que le sigue reportando derechos de autor a Charles Fox y Paul Williams. O a sus descendientes. Es un temazo, en la voz de Jack Jones, que aunque muchos crean que es el dueño de una tienda de ropa, no; es un cantante al que Frank Sinatra consideró su heredero natural. Frank no siempre acertaba. Esa cabecera, tan parodiable, en la que todos los personajes –el capitán, Julie, el barman, incluso esa niña repelente que apareció en no recuerdo qué temporada- gesticulaban, sonreían como si les estuvieran obligando a hacerlo con una mirilla láser apuntándoles en la frente, daba paso luego a un salvavidas en cuyo círculo interno aparecían los ‘guest star’. En aquel momento no era consciente de lo que estaba viendo. Cuando las recupero en la actualidad, casi grito. Por ese barco pasó desde Ursula Andress a Charo Baeza pasando por Zsa Zsa Gabor, Village People o Vincent Price. Pero, en el fondo, todos tenemos la sensación de que la serie era como un publireportaje de Costa Cruceros.


42.- UN HOMBRE EN CASA

Antes de nada, voy a confesar algo que nunca le he dicho a nadie: Richard O’Sullivan me ‘ponía’. Sí, el protagonista de Un hombre en casa me excitaba. El hecho de que Robin, el personaje, estuviera más salido que el pico de una plancha y tuviera que convivir con Chrissy y Joe, que le ponían cardíaco aunque nunca lograba tirárselas, pero se hiciera pasar por gay ante los Roper, los caseros, para que le dejasen vivir en el mismo apartamento…no sé, a los 11 años de entonces…aquella situación me ponía muy bruto, qué quieren que les diga.


La serie llegó a España en 1978, seis años después de su estreno en el Reino Unido, y contó con 6 temporadas, cortitas, de unos 6 episodios cada una. El éxito llevó a crear dos spin off: uno para Robin y otro para los caseros, Los Roper. Evidentemente, el tirón de George y Mildred fue mayor que el de Robin. Incluso para mí.



41.- LA BARRACA

Fijándome un poco en las series que me impactaron en los 70, noto que todas ellas (por supuesto, no me refiero a las de animación) despertaban en mí un ligero, o no tan ligero, deseo sexual. Es muy probable que la razón fuera biológica, o sea pubertad, y no mérito de actores y guionistas pero, en cualquier caso, el sexo, casi sin saber nada de él, ya estaba presente en mi mente y en mi bragueta. En este caso, el responsable era el actor Luís Suárez, que hacía de Pimentó, el malo, en la serie. “Así es la huerta: machos y fieles”.

Erecciones aparte, La Barraca fue la segunda serie basada en una obra de Vicente Blasco Ibáñez a la que me enganchaba vía televisión. Creo que nunca me he leído un libro suyo. Si lo he hecho, no me dejó la huella que me dejaron las series. La serie, protagonizada por Álvaro de Luna, Marisa de Leza, Victoria Abril y Juan Carlos Naya, narraba las penurias de una familia de campesinos en la Valencia rural del siglo XIX. Los protagonistas –que no aparecían hasta el segundo capítulo- llegaban a una tierra que el resto de campesinos de la zona habían decidido no cultivar como represalia al terrateniente. Los pobres, sin comerlo ni beberlo, se ven enfrentados a toda la comarca sufriendo desprecios y humillaciones. Y eso, con una banda sonora de lágrima fácil, pues funciona. Alguna que otra lágrima dejé escapar. En plan spoiler les contaré que la cosa acaba fatal. Muy Frankenstein. Eso sí, Juan Carlos Naya lucía el atuendo de faena como si fuera un Balenciaga.



Por cierto, la canción de los créditos estaba interpretada por Victoria Abril. Balada con toques de canción protesta. Un cuadro.


40.- CON 8 BASTA

Voy a intentar no hablar de erotismo, ni de excitación, ni de tocamientos.

Era un fan absoluto de Con ocho basta. Adoraba esa serie. Vista desde la actualidad, uno se da cuenta de que la serie era muy pro Opus Dei y que seguro que en casa del señor Ruíz Mateos la disfrutaban mucho. Pero eso yo no lo notaba en 1979.

La serie contaba la historia de una familia numerosa con un padre, Tom Bradford, interpretado por el actor Dick Van Patten, un señor con cara de estar rodando siempre una peli de Disney de los 70 y que a mí me parecía que acabaría haciendo una especie de Saber Vivir o Más vale prevenir en la tele americana. Realmente era un matrimonio pero la actriz que interpretaba a la madre moría en la emisión del cuarto capítulo de la primera temporada y el señor Badford tenía que tirar de los ocho hijos él solito.

Tom Bradford era columnista de un periódico de Sacramento. El periodismo y la escritura daban para mantener una familia numerosa. En España eso era ciencia ficción pero lo achacábamos a eso que llamamos ‘otra cultura’. Décadas después, aparecería Carrie Bradshaw y pretendería hacernos creer que escribiendo artículos de opinión se puede una comprar Valentinos y Manolos. Eso ya me hizo sospechar que, tal vez, en Estados Unidos la profesión periodística esté mucho mejor pagada que en España.

Los hijos eran: David (el mayor; guapetón, deportista, pero sin mucha líbido), Mary (me fascinaba porque era bízca), Susan (parecía un poco la payasa de la familia), Joannie (que tenía pinta de ser lesbiana pero, en la vida real, se tiraba al actor que hacía de su hermano mayor), Dianne (la rubia boba), Elizabeth (la deportista), Tommy (el que nos ponía a cien) y Nicholas (el pequeño).

He dicho que iba a intentar no hablar de tocamientos. He cambiado de opinión. Willie Aames, el actor que interpretaba a Tommy, estaba objetivamente bueno. Y acabó haciendo una película espantosa llamada Paradise, con Phoebe Cates, en la que se intentó emular el éxito de El Lago Azul. La peli no pasó a la historia del cine pero ver a Willie Aames en pelotas es algo que muchos agradecemos a Stuart Gillard, el director. Por favor, no busquen en Google a Willie Aames en la actualidad. No es necesario. Quédense con su imagen en los primeros 80. Háganme caso.

Aquello era como una secta porque al final acabaron liados y casados todos con todos pero, a lo que vamos, sentaron las bases de lo que fue la fotografía popular de finales de los 70, principios de los 80: la pirámide Con Ocho Basta. Los miembros de la familia salían al jardín y se colocaban a cuatro patas, levantando una pirámide que, en el último momento, se desmoronaba. Pues bien, si hay alguien de esa generación que no se haya retratado como si fuera un miembro de esa familia, que levante la mano. Creo que todos hemos hecho la pirámide Con Ocho Basta. Aunque no tuviésemos una cámara de fotos delante. Lo peor era cuando queríamos emular el final y los de abajo decidían derribar la torre. En la televisión, la imagen se congelaba y nunca veíamos el verdadero final. En la vida real, alguno/a acabó llorando.


2 comentarios:

  1. Cada vez que leo una nueva entrega de "Las Series de mi Vida" comparto cada minuto del placer televisivo que rememora... incluso en esa excitación/erección viendo a algunos de sus protagonistas, aunque difiero en lo de que Willie Aames era el buenorro de los Bradford (yo me excitaba más con Grant Goodeve/David, que en el piloto fue nada más ni nada menos que un Mark Hamill pre-Star Wars). Tampoco coincidimos con Orzowei, al que odié con toda mi alma y me negué a ver su serie por haber sustituído a mi querido Mazinger Z (que se quedó sin final hasta que unos meses después, TVE decidió recuperar 6 episodios perdidos que hacían concluir la serie con el triunfo de los malos... ¡Sí, el Baron Ashler venció al creidillo de Koji Kabuto en España! Era el triunfo de los "raritos" ante los "chulillos" que se metían con aquellos en el cole o en la calle. ¿Como no sentirse identificado con aquellos villanos y especialmente Ashler (para mi siempre Ashler, lo de Ashura nunca me sonó igual). De Vacaciones en el Mar y Con 8 Basta tengo todo un trauma edípico, porque fueron series que aún siendo mis favoritas y que cuando veía, lo hacía con mi madre, mi padre me impidió ver en su integridad... primero porque la del barco del amor fue emitida a partir de las 10 de la noche unos meses y a esa hora debia estar en la cama por orden paterna, y la inocente serie de los Bradford, que emitian los viernes por la tarde, porque a esa hora (y por decisión paterna) tenía que ir a hacer deporte a una escuela deportiva del Opus Dei (no es broma, con la excusa de que ofrecían practicar deporte a sus hijos, después de la ducha te daban una clase "teorica" que con los años yo he denominado "lavado de cerebro"). ¡Total, que me perdí más de una excitación con David Bradford, para tener que jugar un partido de futbol (que odiaba y odio) y encima escuchar más de un sermón ejemplar! Y eso que mi padre era comunista y lo del deporte infantil era algo muy sovietico... pero ya podría haberse informado mejor de quienes estaban detrás de aquella escuela deportiva BRAFA!
    PD: No, no odio a mi padre, el DVD e internet me permitieron superar ese trauma infantil y tampoco me perdí tanto...

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  2. Maravilloso complemento a mi entrada Emilio Julián. Gracias. Un abrazo.

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