martes, 17 de agosto de 2010

El lamento del agua

Nada más regresar de mis mini vacaciones –cualquier descanso temporal que no me provoque nostalgia del ambiente laboral se me antoja minúsculo-, quedé para cenar con unos amigos. La convocatoria fue en un restaurante que una conocida tenía ganas de visitar. Cuando reparé en la carta me di cuenta que el que le tenía ganas era el restaurante a ella. Ejemplo: las botellas de agua costaban 30 euros. Entre plato y plato (por cierto, muy ricos) comenté: “No os lo vaís a creer pero llevo como dos meses conviviendo con una especie de fantasma”. Antes de que la conocida empezase a soltarme una chapa sobre lo poco romántica que es la convivencia, le saqué de dudas. “Todo el día se escucha un lamento que proviene de la cocina. Es como un quejido, como si tuviera un alma en pena en la secadora”, comenté, echándole un poco de teatro al asunto. That´s entertaiment. Nos interrumpió el camarero, que deshaciendose en disculpas por la tardanza y con una cortesía pelín empalagosa, nos invitó a una pequeña cata de aguas. “Les ofreceremos un vasito de Bling H2O, la que está considerada el agua más cara del mundo”, dijo. “Pero, ¿el agua más cara del mundo no era la de Barcelona?”, pregunté. El camarero sonrió con condescendencia y siguió: “Se trata de un agua de excepcional pureza, extraída a más de 800 metros de profundidad de un manantial en Smokey Mountains, en Tennesse, Estados Unidos”. Vivimos en un mundo esquizofrénico que lucha por dejarnos a todos a su imagen y semejanza. “Tan solo es agua, ¿verdad?”, dijo uno de los comensales, cabal como él solo, tras beber un trago del líquido milagroso y comprobar que en la carta su precio ascendía a 50 euros la botella. No sé qué se puede esperar de un líquido insípido, incoloro e inodoro para justificar semejante coste. “Teníais que probar el agua corriente de Palma”, añadí. “Esa sí que sabe…a rayos y centellas, pero al menos tiene sabor”. Está claro que el agua se está conviertiendo en un bien cada vez más preciado pero nunca imaginé que llegaríamos a convertirla en un objeto de lujo. “Esto es solo el principio”, dijo uno, en plan apocalíptico. Quizá tuviera razón. El planeta agua tiene muy poco más que ofrecer al consumo humano. El 97% del agua es de mar y está salada, el 2% está congelada y solo queda un 1%. Y esa hay que pagarla a 50 euros la botella. “Hay una edición especial de 370 euros”, apuntó el camarero. “En este caso debo reconocer que lo que realmente encarece el producto es la botella –y nos mostró un envase de cristal ahumado con la marca en incrustaciones de cristalitos Swaroski- y el tapón”. Luego me contaron que los ruidos extraños de mi cocina posiblemente se debieran a las tuberías y estuvieran provocados por la presión del agua. “El agua se manifiesta como un espíritu y lo hace en mi cocina”, pensé. En el aire acondicionado de mi hogar, me quedé un buen rato observando el envase de Bling H2O que el camarero me había regalado y que yo guardaría en la nevera, aunque previamente la llenaría de agua del grifo. Del grifo de Madrid, se entiende.

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