martes, 24 de agosto de 2010

El arrepentimiento bíblico


Todos tenemos en nuestro entorno alguien que aún sigue yendo a misa. En mi caso se trata de la tía Eulalia. Es de comunión diaria desde que tenía 16 años. Vamos, que la palabra de Dios es casi tan suya como de Él. Para mí que no se hizo monja de milagro, nunca mejor dicho. El caso es que me encontré con ella una tarde, mientras salía de la parroquia. “Leo lo que escribes en el Diario de Mallorca”, dijo. “Me alegro”, le contesté risueño. “No lo entiendo”, añadió ella. Cambié la sonrisa por un gesto más acorde con el dolor de estómago. “De todos modos, lo poco que llego a comprender no me gusta. Deberías arrepentirte de algunas cosas que escribes que haces. El arrepentimiento es el remedio para la muerte. Deberías leer la Carta de San Pablo a los Gálatas donde aparece un listado de las cosas de las que uno debe arrepentirse porque aquellos que las hacen no heredarán el reino de los cielos”. “¡Joder!”, pensé. “Si lo llego a saber no la saludo”. Angustiado, corrí a documentarme. San Pablo había escrito que los actos que nos llevan derechitos a las puertas del infierno son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías “y cosas semejantes a estas”. Lo primero que me vino a la cabeza al leer la lista del equipaje necesario para viajar al lago de fuego y azufre fue reservar una buena habitación con vistas, porque el infierno debe estar más colapsado que Torrevieja cuando al 'Un, dos, tres' le dio por regalar apartamentos allí. En nombre de la tía Eulalia hice un intento de arrepentimiento bíblico, pero no pude. No puedo arrepentirme de nada, como Edith Piaf. Si acaso, como el poeta romántico, de los pecados que no llegué a cometer. “Piensa más en ello”, me dijo mi amigo Josep. “Seguro que hay algo de lo que afligirse. Yo, por ejemplo, me arrepiento de relajar mi esfinter en el ascensor cuando estoy solo”. Le colgué el teléfono. Pero tenía razón, todos tenemos algo de lo que mostrarnos pesarosos. Y yo también. Siempre me arrepiento de comer ali oli, de salir de día de una discoteca, de ir de viaje con alguien que apenas conoces, de dar explicaciones, de abrir la puerta a los Testigos de Jehová y de querer ser plural y escuchar la COPE.

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