domingo, 29 de agosto de 2010

Paco Rabal (8 de marzo de 1926-29 de agosto de 2001)

Llegaba de Montreal con un homenaje debajo del brazo. Seguro que lloró al recibirlo. Era un hombre corpulento, de voz de dragón, corazón blandito y sangre roja. La misma que corría por sus venas y su conciencia cuando vendía pipas y caramelos, cuando aprendía a hacer chocolate y cuando actuaba de electricista para poner algo de luz encima de la mesa. Llenó su juventud de versos, de mujeres y de compromisos hasta que decidió compaginar las tres cosas con una actriz y esposa como Asunción Balaguer, una mujer sin la que sería muy difícil entender al actor que empezó a sumar joyas a su filmografía como Hay un camino a la derecha, El beso de Judas e Historias de la radio.

Al lado de Paco Rabal, "Pacorrabá" como le gritaban a su paso en su tierra murciana, se aprendían historias; la historia que contaba desde fuera el talento de Luis Buñuel y que le vistió de santo en Nazarín, de seductor en Viridiana y de Rabal en Belle de Jour. A su colección de interpretaciones sumaba momentos que en ese macro país que cree haberlo inventado todo le hubieran asegurado tantos premios que la casa de cultura de Aguilas tendría que haber ocupado el terreno de un gran almacén. Epílogo, Truhanes, La hora bruja, La colmena, Luces de bohemia, Pajarico, Átame, Goya en Burdeos, ... Sólo son algunos de los juegos que el maestro quiso compartir con los espectadores participando de una carrera quizá irregular pero en la que sólo las películas podrían hacerse pequeñas y nunca la interpretación de Paco Rabal.

Eso es algo que las diferentes generaciones iban descubriendo sumándose al carro de la admiración por el actor. Allí estaba la abuela que creció a la par que ese guapetón tan rojo que acabó haciéndole llorar con su talento; estaban los padres, que creyeron perder la epidermis detrás del Azarías de Los santos inocentes (no haber visto esta película debería estar tipificado en el Código Penal); estaba el hermano mayor, que disfrutó con las correrías de Juncal y su Búfalo; y la pequeña, tan moderna, que se dejó enganchar por aquel director inválido enamorado platónicamente de Victoria Abril en Átame.

Y si todo eso se mezcla en el continente de un hombre íntegro, honesto, bueno -los que le conocieron dicen que era el único actor que se sabía el nombre de todos los miembros del equipo de un rodaje, del director al eléctrico pasando por la maquilladora o el chaval de la furgoneta- y sabio, uno va humedeciendo sus ojos porque detesta perder genios vestidos con piel de cordero. Me han dicho que te has ido cerca del cielo. Por si acaso le ves, saluda a Alberti de mi parte. Adiós "milana bonita". Hasta mañana, Paco Rabal.

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