viernes, 16 de abril de 2010

La película de catástrofes


“Supuestamente, debería comprender a mis contemporáneos. Y te juro por Dior que lo intento. De verdad que lo intento pero...no hay manera”, me decía Marta mientras paseábamos el carrito vacío por los pasillos de un supermercado prácticamente desabastecido. “Tranquila”, apunté. “Si no hay berenjenas y tampoco hay calabacines, pues no hacemos tumbet. Yo me conformo con unos filetitos de pollo”, añadí, mientras pasábamos frente a la desoladora imagen de un estante lleno de cajas pero sin rastro de fruta. “Han acabado con la carne. Tampoco hay pescado. Si quieres compro siete latas de espárragos blancos. No sé si te quitarán el apetito pero mear...vas a mear como el Manneken Pis”, añadió Marta. Y a la tercera vuelta por el supermercado, con un envase de caldo de pollo en el carro, noté cómo la cabeza de Marta iniciaba una rotación digna de exorcismo. “¡La culpa es del cine americano!”, gritó, asustando a un ancianita que pasaba por su lado. “La gente ha visto mucha película de catástrofes y, ante la contrariedad, tiene una reacción inconsciente que les empuja a atrincherarse con la nevera llena, que digo yo, ¿para qué quieres cuarenta kilos de arroz si te han invadido los extraterrestres?” “No chilles”, pronuncié entre dientes. “¡No estoy gritando! ¡Es el eco, que como todo el supermercado está vacío, devuelve el sonido y parece que estoy histérica pero no lo estoy! ¡Puedo morir de hambre porque los habitantes de esta ciudad se han vuelto locos pero ese no es motivo para ponerse a gritar como una loca, ¿verdad?!”, gritó. Sonreí, como para fingir que se trataba de una cámara oculta pero no coló; la gente se alejó de nosotros como si tuviésemos la peste. “¡En lugar de acumular alimentos y cortar carreteras, más valdría que se fueran a manifestar frente a las sedes de las grandes petroleras, que encima están haciendo su agosto!”, continuó. Al final, opté por sentarla dentro del carrito y sacarla del súper ante la mirada incrédula de la clientela. Eso sí, mientras salíamos de allí, no dejó de gritar en ningún momento.

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