viernes, 30 de abril de 2010

Apadrinar palabras



Los amigos al completo acudimos a casa de Encarna, respondiendo a una llamada de auxilio que bien parecía una saeta. Ella, en su vía crucis personal, optó hace tiempo por esperar a que el destino le pusiera en el camino al hombre apuesto con el que enjendrar un hijo y, mientras tanto, con el objetivo de apaciguar sus ansias maternales, apadrinar un niño a través de una ong. Y cuando ella pensaba que su drama consistía en ver cómo el destino se olvidaba de ella, del apuesto galán y del supuesto hijo de ambos, va y descubre que la ong a la que confió su ‘instinto maternal’ es la misma que aparecía en el periódico por presunta estafa. “Qué irónica es la vida”, dijo Marta, masajeando la nuca de Encarna y con gesto de haberse fumado todo el opio de Shangai. “Los dineros de tu solidaridad se desvían y a cambio de tu ahijado, el dueño de la ong se compra un adosado”. Encarna levantó la cabeza y nos miró buscando respuestas. “Si es por ahijadas yo te presto a la mía que está insoportable”, explicaba Emma. “Ahora quiere hacerse un piercing en el pezón”, añadió. “Pues déjala”, comentó Josep, susceptible a cualquier concepto que pueda alimentar su imaginación calenturienta. “¡Sólo tiene diez años!”, gritó Emma. “¡Y borra esa sonrisa de pervertido ahora mismo!”, siguió gritando. Para intentar calmar el ambiente opté por comunicar mi último descubrimiento: apadrinar palabras en vías de extinción. “Es una propuesta de la Escuela de Escritores. Eliges esa palabra adscrita a tu memoria y que está condenada a desaparecer por desuso”, expliqué. “Ahora que ya no tienes ‘ahijado’, ¿qué te parece apadrinar una palabra? Piensa que la que decidas se quedará en una reserva de palabras en internet para que cualquiera pueda consultarla”, añadí, como si fuera un cuentacuentos intentando llamar la atención de unos niños enganchados a la Play. “A mí me gusta ‘croquis’”, dije, para animar. “¿Para qué diablos quiero una palabra que no uso?”, soltó Marta. “Me gusta la palabra ‘saltimbanqui’”, propuso Emma. Y mientras Josep pensaba la suya, Encarna habló: “¿Palabras que hace años que no oyes y sin embargo crees que te pertenecen?” “¡Exacto!”, dije con sonrisa de Jordi Hurtado. “¿Vale orgasmo?”, preguntó acto seguido. A los diez minutos estábamos todos, con cara de acelga, viendo La túnica sagrada en un canal de pago.


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