domingo, 18 de abril de 2010

La revolución de las 50 amigas


Posiblemente no superaba la cincuentena el número de personas que, a principios de los 60, eran habituales del estudio que fundó Andy Warhol en la calle 47 de Manhattan. Tampoco serían muchas más las que asistieron, en la Escuela de Caminos de Madrid, al concierto homenaje a Canito, el 9 de febrero de 1980. Ni llenarían un estadio todos aquellos que vieron el nacimiento, en el A Noite, de una fiesta llamada En Plan Travesti, hace siete años. Sin embargo, una alimentó un hervidero artístico, otra fue el germen de la Movida Madrileña, y la tercera se convirtió en la fiesta más moderna y frecuentada de la ciudad. Y, en los tres casos, salvando abismales distancias, no resultó mal negocio. Ante estos ejemplos, uno se aventura a pensar que las revoluciones, sociales y culturales, también pueden nacer del ocio y de la capacidad de crear divirtiéndose. Una inquietud que bastaría para movilizar a unos individuos con el objetivo de entretener a su grupo de amigos. Que luego eso se convierta en un símbolo, en un referente, en parte de la Historia, es cuestión de tiempo. Tengo la sensación de que algo así está sucediendo en Madrid con la fiesta ‘¡Qué Maravilla!’ Ya he hablado aquí de ella pero es que, con cada edición, su efecto crece como el cardado de Ketty Kauffman. Su público, autonombrado como ‘señoras’ –no olvidemos que se trata de ‘una fiesta para señoras’-, se somete a una estimulación creativa salvaje que lo abandona a una especie de karma que, coreando el nombre de la fiesta, deriva en una energía inmensurable y reciclable. Eso, que también podría conseguirse probando un LSD, aquí se logra escuchando a Isaía’s (interpretado por el actor Jorge Calvo, alma mater de la fiesta) y a su amigo Omeoprazol (el mallorquín José Martret) cantar una versión, recomendada por la DGT, de la canción Colgado en tus manos. O asistiendo a la performance melódica que, una vez al mes, la vedette Vivian Caoba (artista fija del ‘¡Qué Maravilla!’) compone cantando en directo un tema de Ana Belén –el domingo pasado se atrevió con Desde mi libertad y acabó desnuda, como una Venus de Botticelli entrada en Rubens-. O cavilando quién será la estrella invitada que asaltará por sorpresa el escenario ante la mirada desorbitada de las ‘señoras’ de todos los sexos que al día siguiente estarán irremediablemente afónicas. Porque es imposible no llevar al límite las cuerdas vocales cuando Alaska arranca a cantar Señora, de Rocío Jurado, desde el público, o cuando Chevi Muraday, Premio Nacional de Danza, baila el Gracias por venir de Lina Morgan. Como en una reinvención de la cultura queerpunk, Jorge Calvo también emplea el ‘do it yourself’ pero no para situarse al margen de la cultura popular sino para sumergirse en ella, reivindicarla desde la devoción y convertirla en un medio de expresión a través de la música y del humor. Este entretenimiento puede desconcertar a sus creadores, que son los primeros en sorprenderse de la reacción del público que, a su vez, es el principal asombrado de lo que sucede frente a él. Creo que la clave reside en la amistad y la complicidad entre unos y otros. Y poco a poco, como en todas las revoluciones, los adeptos se irán sumando. Ahora, lo difícil es aguardar la llegada del próximo ‘¡Qué Maravilla!’

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