viernes, 30 de abril de 2010
Apadrinar palabras
Los amigos al completo acudimos a casa de Encarna, respondiendo a una llamada de auxilio que bien parecía una saeta. Ella, en su vía crucis personal, optó hace tiempo por esperar a que el destino le pusiera en el camino al hombre apuesto con el que enjendrar un hijo y, mientras tanto, con el objetivo de apaciguar sus ansias maternales, apadrinar un niño a través de una ong. Y cuando ella pensaba que su drama consistía en ver cómo el destino se olvidaba de ella, del apuesto galán y del supuesto hijo de ambos, va y descubre que la ong a la que confió su ‘instinto maternal’ es la misma que aparecía en el periódico por presunta estafa. “Qué irónica es la vida”, dijo Marta, masajeando la nuca de Encarna y con gesto de haberse fumado todo el opio de Shangai. “Los dineros de tu solidaridad se desvían y a cambio de tu ahijado, el dueño de la ong se compra un adosado”. Encarna levantó la cabeza y nos miró buscando respuestas. “Si es por ahijadas yo te presto a la mía que está insoportable”, explicaba Emma. “Ahora quiere hacerse un piercing en el pezón”, añadió. “Pues déjala”, comentó Josep, susceptible a cualquier concepto que pueda alimentar su imaginación calenturienta. “¡Sólo tiene diez años!”, gritó Emma. “¡Y borra esa sonrisa de pervertido ahora mismo!”, siguió gritando. Para intentar calmar el ambiente opté por comunicar mi último descubrimiento: apadrinar palabras en vías de extinción. “Es una propuesta de la Escuela de Escritores. Eliges esa palabra adscrita a tu memoria y que está condenada a desaparecer por desuso”, expliqué. “Ahora que ya no tienes ‘ahijado’, ¿qué te parece apadrinar una palabra? Piensa que la que decidas se quedará en una reserva de palabras en internet para que cualquiera pueda consultarla”, añadí, como si fuera un cuentacuentos intentando llamar la atención de unos niños enganchados a la Play. “A mí me gusta ‘croquis’”, dije, para animar. “¿Para qué diablos quiero una palabra que no uso?”, soltó Marta. “Me gusta la palabra ‘saltimbanqui’”, propuso Emma. Y mientras Josep pensaba la suya, Encarna habló: “¿Palabras que hace años que no oyes y sin embargo crees que te pertenecen?” “¡Exacto!”, dije con sonrisa de Jordi Hurtado. “¿Vale orgasmo?”, preguntó acto seguido. A los diez minutos estábamos todos, con cara de acelga, viendo La túnica sagrada en un canal de pago.
miércoles, 28 de abril de 2010
"El Club de Pizzicato", nominado a los Premios de la Academia de Televisión
Bellas con vello

Así empezó el último programa de La Transversal:
Como llevo varias semanas muy intenso con la presentación he pensado que voy a seguir en ese tono y voy a tratar un asunto de extrema importancia: el vello corporal. He leído que las actrices Mo’Nique, Julia Roberts y Penélope Cruz (a este grupo podríamos añadir a Xisca Tangina Martorell y enseguida lo entenderán) están muy orgullosas de su vello y han abanderado en Estados Unidos una lucha contra la depilación. Digo yo que será una especie de Bellas con Vello o algo así. Aunque me cuesta imaginar a Penélope confundiendo su melena con el pelo tamaño Macario de sus piernas, debo decir que me sumo a esa reivindicación. Creo que el pelo es cultura, que donde hay pelo hay vida y que el vello corporal es confortable, tórrido y exfoliante, si se emplea en su fase incipiente. Eso no significa que esté a favor de que vayamos todos por la vida como los monstruos del cuento de Maurice Sendak, que yo soy muy de un término medio, pero cuando los roles sociales imponen un modelo estético, me incomodo. Eso que las americanas llaman “estilo europeo”, y que las europeas llaman “estilo portuguesa”, esconde detrás una lucha contra la dictadura más duradera del mundo: la de la estética. Esa que profundiza en nuestros miedos más atávicos, en nuestra necesidad por destacar, por sentirnos admirados, para reconducirnos hacia un canon estético que, incomprensiblemente, aceptamos sin rebelión. Así que, mujeres del mundo, uníos en el vello salvaje y la próxima vez que un tío os recomiende una depilación, que os enseñe primero el culo y si él también lo lleva depilado, entonces podéis negociar. De lo contrario, no. Y así, con un poco de suerte, acabaremos también con los metrosexuales, esos que convirtieron la tortura depilatoria en algo ‘chic’ para el hombre, y el mundo volverá a ser casi perfecto. Y si hay alguien dispuesto a repetir eso de que un cuerpo depilado es sinónimo de higiene, que se lo piense dos veces porque lo mismo le depilo con cinta de embalar.
lunes, 26 de abril de 2010
Generación Lowboy

En ocasiones pienso que pertenezco a una generación invisible. Los sociólogos estudian y analizan los roles, las conductas, las motivaciones de las personas nacidas en una determinada década: la generación X; su cohorte demográfica sucesora, la generación Y; posiblemente ya se estén escribiendo libros sobre la generación Z. Al margen de preguntarme qué sucederá con las generaciones posteriores ahora que se nos ha terminado el abecedario, tengo la imagen de que mi generación, prácticamente inapreciable y muy poco atractiva para los estudiosos, se queda sin perrito que le ladre. Todo el mundo asume que esa generación está, como corresponde a su edad, perfectamente engranada en el sistema, ocupando puestos de poder y alimentando las frustraciones y el pesimismo de las generaciones posteriores. Sin embargo, yo me veo como un amasijo confuso, tan heterogéneo como desordenado, donde convive, no sin cierto conflicto, la lectura de Douglas Coupland, la necesidad de caer rendido ante las nuevas tecnologías y acabar comprándome un iPhone, la razón de no llegar a entender el mundo sin un correo electrónico o un entorno wifi, la moda de ser visible en una red social y tener un perfil en Facebook, sentirme más marcado por la aparición del sida que por la caída del muro de Berlín o la devoción por artistas como Fabio McNamara, Las Costus, Nirvana o el trío Acuario. Vamos, una esquizofrenia generacional. Podríamos decir que pertenezco a la generación Lowboy. Para alimentar ese diagnóstico asistí a la presentación, en el Instituto Francés de Madrid, del ensayo Kate Moss Machine, del columnista de Le Monde, Christian Salmon (Storytelling). El escritor transformó a la famosa modelo en la imagen del capitalismo contemporáneo, en el personaje rebelde que logró transformar la transgresión en una norma social. Allí estaba Miguel Roig, el director creativo ejecutivo de Saatchi & Saatchi, y el diseñador –aunque él prefiere que le llamemos modista- Lorenzo Caprile. Entre el público estaba el especialista en moda Txema Mirón, más reconocido como FadFix, además de algún estilista, algún coolhunter y muchos consumidores de moda y belleza. Como apuntó Caprile –más duro en su análisis que el propio Salmon- la industria de la estética y la belleza juega, como sucede con la industria armamentística y la farmacéutica, con nuestros miedos más atávicos. En este caso, con nuestra necesidad de gustar, de destacar, de fingir siempre otra edad más competitiva, más atractiva, más triunfadora. No sé si mi esquizofrenia generacional me permite ser un estratega de mí mismo y hacer uso de mis capacidades con el objetivo de dar la mejor imagen que tengo, pero de lo que estoy seguro es de que me convierte en víctima de todos los miedos, sea cual sea la generación que los amamante. Ese miedo, esa sensación de ser efímero perpetuamente amenazado, es el responsable de que, en alguna ocasión, en lugar de quedarme paralizado haya saltado sobre mi deseo con la ansiedad de consumarlo. No responde a ninguna norma; más bien a un instinto esposado al capitalismo actual. De esa manera, y con un argumento mucho menos elaborado que éste, llegué a la galería de mis amigos Israel Cotes y Topacio Fresh y adquirí un cuadro firmado por uno de mis ídolos: Fabio McNamara, hoy Fabio de Miguel. El hombre que cantó aquello de Voy a ser mamá junto a un joven Pedro Almodóvar, que centrifugó mis neuronas con sus frases en Laberinto de Pasiones o me empujó a la pista de baile al ritmo de Gritando amor, ahora se ha entregado, en cuerpo y alma, a Dios y a la pintura. Se equivocan aquellos que piensan que su actual misticismo, su personalidad de misa y comunión diaria, ha sedado su ingenio. En absoluto. Fabio sigue reservando su ingenio, sus travesuras con el lenguaje, su reinvención de la greguería de Gómez de la Serna en una especie de ‘greguería pop’, para su círculo más íntimo. Creo que pagaría por tener la suerte de compartir un té con pastas con Fabio y amigos y sentarme a escuchar. En esa Cruz de Mayo de ídolos de carne y hueso, Fabio ocupa un lugar privilegiado. Por eso me hacía tanta ilusión su primera exposición en solitario, “Como Dios manda”, y desde el primer momento me nubló la mente la idea de adquirir una obra. Leo que él habla con Dios y Dios le pide que pinte porque ve el mundo del arte aburridísimo. Es de una espiritualidad daliniana. Llegué a la inauguración, en La Fresh Gallery, con el deseo de fotografiarme con Fabio. Contaban que llegaría customizado, bajando las escaleras de la galería mientras sonaba el himno de España…Nada de eso sucedió. Entró del brazo de Mario Vaquerizo, que parecía protegerle de cualquier mal, como un ángel de la guarda, y de la galerista Topacio Fresh. Venía de misa. He visto que fue recibido con aplausos. Allí estaba su amiga Alaska para darle la bienvenida y decenas de admiradores entregados: Alex de la Iglesia, Carlos Díez, Félix Sabroso, Pepa Charro, Jorge Calvo, José Martret, Javier Martínez Noriega (La Plástika), Paco Clavel y hasta el mismísimo Pedro Almodóvar. Cuando entró en la galería confieso que me puse nervioso, como la fan adolescente que se sitúa ante su admiración. Lo noté tan vulnerable que no me atreví a pedirle una fotografía. Luego he sabido que se fotografió con todo el mundo, que habló con todo el mundo, que ejerció de estrella invitada y lo hizo como sólo él sabe hacerlo. Cuando relajé a la adolescente descerebrada que llevo dentro y me autoconvencí de que podría acercarme a él, retratarnos, y no agobiarle con todo lo que desearía contarle, me dijeron que ya se había marchado. Siempre he tenido la sensación de llegar tarde a la Historia. A veces pienso que incluso a la mía propia. Hoy, observando el muro vacío de mi casa donde colgaré una de sus Fake Marilyns, me reafirmo en que Fabio marcó a una generación. Yo, en agradecimiento, le enmarcaré a él.
sábado, 24 de abril de 2010
La vida es sueño
viernes, 23 de abril de 2010
El cielo y el infierno
La otra tarde, mientras caminaba por Palma, una pareja de mormones alteró mi monólogo interior. Tengo un amigo que los ha sumado a su extensa iconografía sexual y, por esa absurda asociación de ideas, acabé escuchándoles. Confieso: no les escuché; ni siquiera recuerdo la primera palabra con la que me abordaron. Sólo sé que uno se llamaba Élder y otro Jeffrey. Eran rubios, de piel nívea y ojos claros, y reaccionaban como si estuvieran recaudando fondos para su grupo de jóvenes exploradores vendiendo galletitas de avena y limonada. Y mientras sonreían, en mi mente resonaban las palabras de mi amigo: “Eso de que vayan en parejitas y te hablen con protocolos, como si fueran teleoperadores, me excita una barbaridad”. Y entonces, la voz de Élder zarandeó mi imaginación perdida. “¿Crees que hay cielo e infierno?”, preguntó. Yo sonreí, como el niño pequeño al que sorprenden cometiendo una travesura. Pensé que era un buen momento para interrumpir la evangelización con la excusa de la prisa pero me vino a la cabeza "Orgazmo", la peli de Trey Parker, en la que un mormón ejercía de actor porno, y me quedé. “Todo es relativo”, contesté, que es lo que responde alguien cuando no tienen ni puñetera idea de qué contestar. “Puede que exista el infierno pero también puede que no sea tan horrible como ustedes lo pintan”, añadí, ante la mirada recelosa de Élder y Jeffrey. “El infierno para un católico ortodoxo es el paraíso para un sadomasoquista, ¿no?”, apunté. Élder ladeó un poco la cabeza, como quien mira una pintura abstracta intentando comprender algo. “¿Sabéis cual es la diferencia entre el cielo y el infierno?”, dije, imparable en mi osadía. “Que en el cielo, el gobierno es suizo, el cocinero francés, los coches alemanes y el amante italiano. Y en el infierno, el gobierno es italiano, el cocinero alemán, el coche francés y el amante suizo”. Lancé una carcajada. Élder y Jeffrey, no. Estrecharon mi mano, con cierto aire de condescendencia, y me dejaron solo junto a la estatua de Jaume I. “No les habrá hecho gracia el chiste”, pensé. Y encaminé mis pasos a casa de mi amigo para explicarle que alguien que no tenga sentido del humor nunca podrá ser un buen amante. Ya sea en el cielo o en el infierno.
Artículo publicado el 1 DE ABRIL DE 2007

jueves, 22 de abril de 2010
Salvar el entorno
“Hay que proteger el entorno”, le dije a Marta, que me observaba con ojos de madre satisfecha con su pequeño. “Estoy dispuesto a crear un plan de protección para salvaguardar lo más importante que tenemos y que durante tiempo no hemos valorado como se debía”, añadí. Y noté como su expresión se tornaba casi en éxtasis, como esas caras que ponen las madres en los programas de televisión cuando ven a su hijo sobre el escenario imitando a Bisbal. Y claro, cuando uno nota que tiene delante un público receptivo y emotivo, pues se crece. “Cada día somos más conscientes de la importancia que tiene proteger el entorno sin que esto suponga tener que dejar de disfrutar de él”, solté, en plan político de mítin que busca el aplauso que marca el guión. “No sabes la ilusión que me hace oírte decir eso”, añadió Marta. “Todos en la panda te tachan de frívolo pero yo sabía que no eras así, que tenías conciencia social, que te preocupaba el rumbo que está tomando el planeta y que asumes tu responsabilidad como parte de esta sociedad para mejorar el legado natural que vamos a dejar a las futuras generaciones”. Asentí con la cabeza sin saber muy bien porqué, como cuando tu primera cita en mucho tiempo te pregunta si has leído a Orhan Pamuk. “Fíjate lo concienciada que estoy en temas ecológicos que desde que Al Gore ha iniciado su Plan Marshall para salvar al planeta del cambio climático, le perdono que durante la época en la que fue vicepresidente de los Estados Unidos no hiciera nada para rebajar los niveles de emisión de gases de efecto invernadero”, explicó. Tomó mis manos y dijo, emocionada hasta el escalofrío: “Qué orgullosa estoy de que te preocupe salvar nuestro entorno natural”. “¿Entorno natural?”, contesté, con menos picardía que Rajoy hablando de los suevos; con ‘ese’, de soliloquio. “No. Yo me refería al entorno Wifi. Estoy harto de estar pagando una cuota cada mes para que todos mis vecinos se conecten a internet a mi costa. Que una cosa es compartir y otra ser tonto del culo. Así que voy a proteger mi entorno Wifi; voy a bloquear el router”, dije. Marta me miró fíjamente, sin mediar palabra, con ojos de Jack Nicholson. “Por cierto, que Al Gore ha ganado un Oscar. Estarás contenta, ¿no?” Aún espero la respuesta.
Artículo publicado el 3 DE MARZO DE 2007.
miércoles, 21 de abril de 2010
Por favor, no customices tu coche

Como te iba contando ayer, decidí cambiar de psicólogo. Fue algo complejo porque ya sabes que cualquier cosa que diga un argentino suena mejor. Tuve que dejar a un lado mi debilidad por ese acento y comenzar a buscar nuevo psicoanalista. Recurrí a la persona que más sabe de eso en mi entorno: Marta. “Lo que más se lleva ahora, aparte del refining, es la terapia gestaltica”, me dijo. “Vente conmigo y te presentaré a la gente”. Al día siguiente estábamos esperando en la calle, con un frío de mil demonios, a su novio Leonardo, que pasaría a buscarnos con el coche para ir los tres juntitos al gabinete gestaltico. Ya sabes que las parejas que se psicoanalizan unidas permanecen unidas. No sé si fue el frío o el bótox lo que paralizó mi cara aquella mañana cuando vi aparecer a Leonardo con el coche. Conozco tus argumentos sobre mis prejuicios pero te aseguro que no entiendo a aquellos que convierten el coche en un museo del horror. Pues el vehículo de Leonardo era el catálogo de ese museo. El volante estaba tapizado con una especie de pelambrera de cebra que parecía que le había arrancado media peluca a Cruella De Vil. Eso sin contar el pomo transparente con estrellas de mar y concha jacobea que apretaba cada vez que quería cambiar las marchas. La tapicería del coche, indescriptible; una mezcla entre Aventura en la Selva y Aída. ¿Y los dados que cuelgan del espejo retrovisor? Te entran unas ganas locas de que saquen tres veces seis y se tengan que volver a casa, como en el parchís. Un sudor frío comenzó a recorrer mi nuca. La angustia se apoderó de mi cuerpo. Notaba una presencia a mis espaldas que impedía tranquilizarme. Con la parsimonia propia de una actriz de cine de terror, me fui girando lentamente hasta que... ¡Allí estaba! ¡Dios mío! ¡El odioso perrito que menea la cabeza al más mínimo movimiento, como si fuera la familia de Will Smith en El príncipe de Bel Air! Aquel día no hubo terapia. Me conformé con una tila y con saber qué diablos era el refining.
martes, 20 de abril de 2010
Cartas de amor, cinco duros

Recuerdo que cuando era un adolescente -los mohínes con sorna en este instante puedo tomármelos fatal- e iba al cine en Madrid, en la puerta de los Roxy, en la céntrica calle de Fuencarral, una mujer enjuta, con sombrero de lana en la cabeza y pintada como una reencarnación de La Moños, vendía chistes, poemas y cartas de amor a cinco duros. “Cartas de amor, cinco duros”, repetía, en una atonía interminable. Todo eso me vino a la cabeza, los extraños resortes de la memoria son así, mientras mi amiga Encarna nos leía una historia sobre una carta de amor y pasión que le envió Napoleón a Josefina. “Se la escribió después de una pelea”, añadió Encarna. “Seguro que fue porque a él se le metió en la cabeza meterse en otra guerra napoleónica y así no había manera de concentrarse en el amor ni en nada”. Según el periódico, la discusión fue por el afán del señor Bonaparte por indagar en la fortuna familiar de Josefina. “Es que el dinero mata el amor”, soltó Emma, dejando que el sol rebotase en su melena rubia de 100 euros al mes. “El amor es energía, ni se crea ni se destruye; solo se transforma”, apuntó Encarna. “Ya, y siempre se transforma en una más joven, no te jode. Que ese cuento ya lo he leído”, respondió Marta. El frenesí epistolar de Napoleón, con tachones, como buena pasión, era de la magnitud erótica de un puerro. ‘Te envío tres besos: uno en tu corazón, uno en tu boca y uno en tus ojos’, eso escribió el apasionado estratega. “¿A eso le llaman pasión?”, se burló Marta. “Un día os voy a enseñar una carta que recibí yo de un recepcionista de un hotel en Líbano, que para colmo solo me vió cuando me entregó la llave, y vais a saber lo que es pasión. Lo malo es que no me acuerdo si era guapo o feo...” Pensé que hacía mucho tiempo que no recibía cartas de amor. A decir verdad, como el coronel, no tengo quien me escriba. Mi buzón está lleno de ofertas inmobiliarias, de publicidad de clínicas dentales, de menús de restaurantes chinos, japoneses, indios, pizzerías y de una tal La Caixa, que esa no hay mes que no me escriba. Echo de menos los piropos adolescentes de puño y letra. Me estaré haciendo mayor. Si al menos alguien me enviase un sms de amor a 15 céntimos de euro...
ARTÍCULO PUBLICADO EL 9 DE JUNIO DE 2007.
lunes, 19 de abril de 2010
Sonrisa de miedo

Estoy empezando a pensar que la fisiología también tiene un poco de arte. Esta ciencia, que estudia y analiza las interacciones de los elementos básicos de un ser vivo con su entorno, me ha permitido descubrir algo que, a tres días de la celebración de Todos los Santos -si te quieres divertir, llámalo Halloween-, resulta inquietante: hay sonrisas aterradoras. Sabía de la existencia de sonrisas profesionales, gestos ensayados para agradar, que sus propietarios tienen marcados en la expresión facial como si estuvieran esculpidas, tipo Concha Velasco. O sonrisas de Duchenne, que son las genuínas, las espontáneas, esas de las que todos hemos disfrutado alguna vez, sobre todo al enamorarnos. Y hasta he debatido sobre la enigmática sonrisa de la Gioconda, la misma que un grupo de investigadores, hace años, definió como una ‘ilusión óptica’, o sea, que la sonrisa desaparecía cuando la mirabas directamente y que reaparecía cuando la vista se fijaba en otras partes del cuadro. Pero nunca había visto de frente una sonrisa aterradora. Y no me refiero a Hannibal Lecter esbozando un gesto de buena digestión. Eso es cine, y el cine sabe cómo iluminar, maquillar y vestir nuestros miedos. Me refiero a la vida real, a la cotidiana, a esos contemporáneos que por alguna extraña parálisis en la flexión de los músculos cerca de los extremos de la boca, y alrededor de los ojos, no saben sonreír. En ellos, esa expresión común que vendría a reflejar placer o diversión, se convierte en una amenazadora exposición de dientes, en un gesto más próximo al gruñido de un animal. He visto una sonrisa así, espeluznante. Yo la he visto. Yo y todos los que hayan comprado el Elle de noviembre. Incluye un reportaje de Marina Castaño en Iria Flavia. Si puedes fijar la mirada en su sonrisa y no sentir un escalofrío, es que no eres de este mundo. No sé si nacemos destinados a sonreír o aprendemos a hacerlo, pero de lo que estoy seguro es de que hay gente que no sabe. Porque sonreír también es un arte.
Artículo publicado el 28 DE OCTUBRE DE 2007
Kurt y Courtney. Capítulo III. "Mayonesa"
Presentación La Transversal (19-04-2010) versión extendida

Llevo toda la semana pensando que la justicia, así con mayúsculas, tiene una letra pequeña que no es que no se lea; se lee, pero no se entiende nada. Ajustándose a Derecho, la ley hace un quiebro, que ríete tú de la técnica de Messi, y de repente lo que era bueno es malísimo y lo que era malo, regularcillo. Y a nosotros se nos queda una cara de gilipollas. Algo parecido me sucede con el caso Garzón. Nadie en su sano juicio, nunca mejor dicho, podría estar en contra de una ley como la de la Memoria Histórica y, de repente, como por arte de Código Penal, aparece un magistrado y dice que investigar las desapariciones durante la Guerra Civil está muy feo, admite varias querellas por prevaricación y deja claro que todos somos iguales ante la ley, seas juez o mendigo. Claro, dicho así, hasta parece razonable pero esa es la trampa: nunca puede ser razonable que una Ley de Amnistía esté por encima de los Derechos Humanos. Si ya me pareció una broma de la Historia tener que aceptar que los crímenes de los que se alzaron contra el orden establecido sufrieran un borrón y cuenta nueva a cambio de vivir en libertad, ya ni les cuento la estupefacción que me provoca asistir al hecho de que dos organizaciones fascistas acaben sentando en el banquillo al juez que se atrevió a plantarle cara a la corrupción, al terrorismo y al narcotráfico. A los fascistas, los mismos que reniegan del sistema y miran con nostalgia al antiguo régimen, les sucede como a los terroristas: no les gusta vivir en democracia pero bien que se aprovechan de las virtudes del sistema para burlarse de nosotros que, con nuestra cara de gilipollas, les vemos hacer algo que su modelo de país nos prohibiría sin pensarlo dos veces. Eso si no nos llevan antes 'de paseíllo’, porque la única diferencia entre los fascistas y los terroristas es que los primeros te matan a la cara y los segundos, con un tiro en la nuca. En el resto, no hay tanta diferencia.
Tengo la impresión de que detrás del auto del juez Varela contra Garzón hay un problema personal, una envidia cochina, un rencor profesional, un 'vaya usted a saber'. A lo peor es que en algunos jueces también hay un punto 'vedette' y, si Garzón se ha convertido en eso que se llama un 'juez estrella' por remangarse y atreverse con tramas como la corrupción, los crímenes de estado, el narcotráfico o el terrorismo, ellos quieren un poco de ese protagonismo y claro, como la cobardía o la mediocridad no te permiten brillar con luz propia, pues lo haces tirando por tierra el trabajo de los demás. Vamos, como la stralette que aparece en DEC contando que una noche se tiró al actor de moda y que realmente no es lo que parece, que detrás de ese rostro amable y seductor se esconde un maltratador, asesino de animales y estreñido.
Ya sé que al pueblo sólo se le escucha, y se le respeta, una vez cada cuatro años, cuando hay que votar. Luego, ya podemos desgañitarnos que ellos nos tratarán con una condescendencia irritante. Pues bueno, si únicamente nos queda el derecho al pataleo, ejerzámoslo. Y no me digan que hay que respetar la decisión de la Justicia y que la Justicia es intocable porque si ya hemos demostrado que la sentencia de la minifalda, que apuntaba que el largo de una falda podía incentivar una violación, o las decisiones del juez Calamita eran intolerables, no comprendo porqué en este caso se nos recomienda que nos abstengamos de opinar.
Pero así es el Estado de Derecho y no lo cambio por nada porque tampoco conozco nada mejor. Con la ley en la mano, lo acepto aunque del mismo modo les digo que a veces no lo entiendo. La culpa es mía: ya debería haberme acostumbrado a que los buenos solo ganan en las películas.
Y no me acusen de revanchista. Mi padre murió sin saber dónde estaba el cadáver de mi abuelo, responsable de la Casa del Pueblo de Palma de Mallorca durante la República. Vinieron una noche a por él y nunca más se supo. Poder enterrarlo junto a su mujer y sus hijos no es remover la historia ni abrir heridas. Es ordenar la historia y cerrar heridas, de una vez por todas.
domingo, 18 de abril de 2010
La revolución de las 50 amigas

Posiblemente no superaba la cincuentena el número de personas que, a principios de los 60, eran habituales del estudio que fundó Andy Warhol en la calle 47 de Manhattan. Tampoco serían muchas más las que asistieron, en la Escuela de Caminos de Madrid, al concierto homenaje a Canito, el 9 de febrero de 1980. Ni llenarían un estadio todos aquellos que vieron el nacimiento, en el A Noite, de una fiesta llamada En Plan Travesti, hace siete años. Sin embargo, una alimentó un hervidero artístico, otra fue el germen de la Movida Madrileña, y la tercera se convirtió en la fiesta más moderna y frecuentada de la ciudad. Y, en los tres casos, salvando abismales distancias, no resultó mal negocio. Ante estos ejemplos, uno se aventura a pensar que las revoluciones, sociales y culturales, también pueden nacer del ocio y de la capacidad de crear divirtiéndose. Una inquietud que bastaría para movilizar a unos individuos con el objetivo de entretener a su grupo de amigos. Que luego eso se convierta en un símbolo, en un referente, en parte de la Historia, es cuestión de tiempo. Tengo la sensación de que algo así está sucediendo en Madrid con la fiesta ‘¡Qué Maravilla!’ Ya he hablado aquí de ella pero es que, con cada edición, su efecto crece como el cardado de Ketty Kauffman. Su público, autonombrado como ‘señoras’ –no olvidemos que se trata de ‘una fiesta para señoras’-, se somete a una estimulación creativa salvaje que lo abandona a una especie de karma que, coreando el nombre de la fiesta, deriva en una energía inmensurable y reciclable. Eso, que también podría conseguirse probando un LSD, aquí se logra escuchando a Isaía’s (interpretado por el actor Jorge Calvo, alma mater de la fiesta) y a su amigo Omeoprazol (el mallorquín José Martret) cantar una versión, recomendada por la DGT, de la canción Colgado en tus manos. O asistiendo a la performance melódica que, una vez al mes, la vedette Vivian Caoba (artista fija del ‘¡Qué Maravilla!’) compone cantando en directo un tema de Ana Belén –el domingo pasado se atrevió con Desde mi libertad y acabó desnuda, como una Venus de Botticelli entrada en Rubens-. O cavilando quién será la estrella invitada que asaltará por sorpresa el escenario ante la mirada desorbitada de las ‘señoras’ de todos los sexos que al día siguiente estarán irremediablemente afónicas. Porque es imposible no llevar al límite las cuerdas vocales cuando Alaska arranca a cantar Señora, de Rocío Jurado, desde el público, o cuando Chevi Muraday, Premio Nacional de Danza, baila el Gracias por venir de Lina Morgan. Como en una reinvención de la cultura queerpunk, Jorge Calvo también emplea el ‘do it yourself’ pero no para situarse al margen de la cultura popular sino para sumergirse en ella, reivindicarla desde la devoción y convertirla en un medio de expresión a través de la música y del humor. Este entretenimiento puede desconcertar a sus creadores, que son los primeros en sorprenderse de la reacción del público que, a su vez, es el principal asombrado de lo que sucede frente a él. Creo que la clave reside en la amistad y la complicidad entre unos y otros. Y poco a poco, como en todas las revoluciones, los adeptos se irán sumando. Ahora, lo difícil es aguardar la llegada del próximo ‘¡Qué Maravilla!’
sábado, 17 de abril de 2010
El arco de la humillación

Los romanos, que siempre han sido muy dados a la conmemoración, levantaron decenas de monumentos con el fin de evocar una victoria militar. Dedicado a un general triunfador, el arco se alzaba irrebatible, majestuoso, indiscutible, en un lugar privilegiado de la ciudad. Hoy, esos arcos del triunfo han ¿evolucionado? hacia una nueva construcción policial creada para sobreponerse a una derrota. Todos los aeropuertos, estaciones y puertos cuentan con uno, infranqueable si pretendes cruzarlo con un potito de bebé, una crema hidratante o unas pastillas para combatir el colon irritable. “Cada vez que me veo en esta situación juro que nunca más volveré a viajar”, se quejaba Marta, con su vida colocada en una bandeja, haciendo cola para ser inspeccionada como una sospechosa más. Me fijé en sus ojos y noté ese brillo que los ilumina cuando Marta está dispuesta a saltar sobre su presa. Desde que esta semana diferentes medios de comunicación desvelasen el anexo del reglamento de la UE que pone en evidencia la arbitrareidad, y ¿por qué no decirlo? chulería, con la que las fuerzas de seguridad afrontan su responsabilidad en los controles aeroportuarios, Marta está deseando cruzar bajo el 'arco de la humillación'. Y, por una vez, creo firmemente que mi amiga tiene más razón que un santo. Todos estamos dispuestos a sacrificar una parcela de nuestra libertad a cambio de seguridad. Pero los controles de los aeropuertos se han convertido en pequeños reinos de taifas en los que sus responsables se han tomado la justicia por su mano, han humillado a los pasajeros hasta extremos indignates y, por si eso fuera poco, se han llevado a casa interesantes cargamentos de colonias de marca, gomina, cremas y hasta vinos -los tránsitos son la principal trampa en estos casos- requisados a los pasajeros. Lo más pernicioso de todo esto es que el ocultismo comunitario sólo ha servido para dejar más indefenso al usuario ya que ni siquiera sabía que podía reclamar. ¿Cómo acogerse a una norma si resulta que es secreta? “Señorita, ¿puede quitarse las botas, colocarlas en una bandeja y pasarlas por el scanner?”, le indicó el de seguridad a Marta. “Tranquila, tranquila, cuenta hasta diez...”, le susurré al oído. Pero ya era demasiado tarde. “Nada indica en la norma comunitaria que usted pueda obligarme a desprenderme de mis zapatos. Mi obligación es poner a su disposición abrigos y chaquetas. Hacerme cruzar el arco descalza es un abuso de autoridad por su parte y una vejación. ¿Sabe por dónde me paso yo su chulería? ¡Por el arco del triunfo!”, contestó Marta. Ya es la tercera vez que perdemos un avión por esa causa. Pero mejor perder un avión de pie que viajar arrodillados.
viernes, 16 de abril de 2010
El cerebro gay

La película de catástrofes
jueves, 15 de abril de 2010
Scissor-Stones


Aún hay que esperar un poco para disfrutar, íntegramente, del nuevo disco de las Scissor Sisters, Night Work. De momento, lo único que podemos escuchar es este Invisible Light y lo que será la cubierta del disco. Ya tenemos una contra perfecta para el Sticky Fingers de los Rolling. El 'paquete' era del indescriptible Joe Dallesandro. Aún no sé si el culo de la portada de los Scissor es de Jake Shears.
El 'coach' del amor

miércoles, 14 de abril de 2010
Fragmentos

¿Hemos dejado de ser románticos?

Esa fue la pregunta. Y encima, en la misma semana que celebrábamos San Valentín. Fue como esas preguntas trascendentes, que llegan encaramadas por un asterisco, como avisándonos de esa nota explicativa a pie de página que tiene que aportar algo a la propia incógnita para así diferenciarla del resto y hacer más compleja su respuesta. Era una pregunta de vida o muerte; porque pensar que uno ha perdido su capacidad de romanticismo es una manera de marchitarse. Y todo por culpa de Joe Wright y su película, Expiación. Mejor película en los Globos de Oro 2008 y en los premios BAFTA; siete nominaciones al Oscar, incluida mejor filme y mejor guión (Christopher Hamptom, un referente para cualquier guionista desde Las amistades peligrosas), y un número uno en taquilla. Un palmarés dorado para esta cinta basada en la novela del mismo título de Ian McEwan (para muchos superior a Sábado) y que narra una historia de amor eterno marcada por una mentira y un error infantil. Una aventura romántica que...a mí me importó un pimiento. Los premios, las recomendaciones de los amigos y conocidos, y las críticas me empujaron al cine. Y a la salida, caminando como un tipo extraño que había comprobado que su capacidad de emoción estaba bajo mínimos, descargada como una batería vieja, solo pude preguntarme: “¿Y si he dejado de ser romántico?” Confieso que la película empieza estupendamente pero a partir del primer acto, aquello se convierte en otra historia que me interesa tanto como la carrera musical de Sonia Monroy. Y los espectadores ensalzaban la obra, se reconocían conmovidos, y yo, nada. No sé si el romántico nace o se hace pero, en mi caso, se deshace. Porque lloré como un bendito viendo West Side Story, y Love Story y todas las ‘storys’ de amor truncado. “Eso no significa que hayas dejado de ser romántico”, me consoló Marta. “Significa que has dejado de ser cursi”. Ahora me siento mucho mejor, pensé. Desde ese día, llamo a la película de Wright, Exfoliación, porque me ayudó a eliminar las células muertas de mi emoción a base de una acción química o física. Es como el Frenadol, que no te gusta, pero ayuda.
Este artículo se publicó el 16 DE FEBRERO DE 2008
martes, 13 de abril de 2010
No soporto a Carrie

lunes, 12 de abril de 2010
El complejo zurdo
domingo, 11 de abril de 2010
Los cómplices

La ilusión es el concepto más efímero que existe. Se sacia rápidamente y vuelve a dejar un extraño vacío en la mirada del esperanzado. Les confieso que inicié la semana recibiendo una buena noticia que revolucionó mi ánimo y, como si todo yo fuera un vaporizador que hay que agitar antes de usar, empecé a experimentar con la alegría, con la satisfacción, con el orgullo y con la emoción como si fueran protones en un acelerador de partículas. “Para que la semana sea perfecta” –pensé- “sólo necesito ver a Jaume Matas entrando en la cárcel”. No hace falta que les expliqué de qué color era mi mirada el miércoles pasado. En lo que restó de semana, pensé mucho –tengo la cabeza como un Dragon Khan- en Acusados, la película de Jonathan Kaplan que le valió su primer Oscar a Jodie Foster. La cinta no es gran cosa pero planteaba dos cuestiones: cuáles son los límites de la justicia y hasta dónde llega la responsabilidad de la sociedad, o parte de ella, frente al delito. En la ficción, si mal no recuerdo basada en un hecho real, una abogada lograba que se condenase a los responsables de un delito pero también a los que asistieron, con su pasividad, al abuso y no impidieron que se ejecutase. Con esa idea en la cabeza me pregunté si las personas o entidades que prestasen el dinero a Matas para que eludiera la cárcel podrían ser consideradas “moralmente” cómplices. Hoy, que ya sabemos que el dinero llegó del Banco de Valencia, pienso, firmemente, que sí. Sé que los bancos no preguntan de dónde viene el dinero que ingresan, ni si está manchado de rojo, verde o azul. Normal, en eso se basa su negocio. Los millones pueden llegar del narcotráfico o de los derechos de autor que ellos…discreción absoluta y Visa Platino para el cliente. Pero en el caso del Banco de Valencia, filial de Bancaja, además de intentar en un principio cargarle también el mochuelo a la Caja de Arquitectos, me gustaría saber si concede créditos a todos los imputados de 12 delitos o sólo a éste. De hecho, me interesaría conocer a cuantas familias de clase media les ha denegado, ese mismo banco, un crédito en lo que va de año. Creo que esa entidad bancaria, que ha prestado el dinero de sus clientes para evitarle la cárcel a un amigo del director, es, de alguna manera, cómplice. Y más, después de conocer algunos párrafos del auto del juez Castro. Yo, si tuviera cuenta en ese banco, la cancelaría sin remordimientos. Ojalá sus clientes lo hicieran mañana mismo, como en aquella entrañable secuencia de Mary Poppins que utilizo en este incómodo artículo para desengrasar un poco porque si no... Es difícil mantener la ilusión cuando uno comprueba que el rico y el poderoso sigue privándose de la cárcel y que nada de esa justicia real ha cambiado desde los tiempos de Abraham Lincoln. Que hay delitos de clase A y de clase B, lo intuía; pero que uno se pueda librar de la cárcel avalando la fianza con “garantías reales y personales” obtenidas de un modo poco transparente, les juro que me supera. ¡¡Y encima pretende que le tengamos lástima!! Que nos compadezcamos de él porque se ha quedado en paro. Debe ser el único parado que se gasta 375 euros en una escobilla de váter, modelo Lulú, que encima es mala porque ni siquiera sirve para limpiar la mierda. Hay que ser hortera. Al menos eso le equipara con la clase política marbellí. Quizá ahora, que tendrá que convertirse en un ‘profesional liberal’, como Two Yupa, sea un buen momento para hacerse un Sálvame de Luxe, mano a mano, con Julián Muñoz. Menos mal que la ilusión, como la batería del móvil, es recargable. Sigo pensando en la buena noticia que iluminó el principio de la semana y recobro la energía. Me cuentan que si el fiscal hubiera pedido cárcel sin fianza, el juez la hubiera aceptado. ¡Uff, tengo que quitarme esta idea de la cabeza!
Las aventuras de Enrique y Ana
sábado, 10 de abril de 2010
Cara de promiscuo

viernes, 9 de abril de 2010
Simpatía por las ratas

jueves, 8 de abril de 2010
La etiqueta

martes, 6 de abril de 2010
¡Vete a vivir al campo!
