viernes, 10 de septiembre de 2010

Parir en África


Este artículo lo escribí en junio de 2006. A veces el tiempo no pasa tan rápido ni cambia tanto las cosas.


¿Por qué algunos millonarios no pueden vivir su riqueza con normalidad, sin sentimiento de culpa por tener una cuenta corriente superior al presupuesto anual de un país en vías de desarrollo y obligándose a demostrar que su corazón bombea principios y compromisos cuando puede que no sea así? Defiendo que la conciencia social no sea patrimonio de los más desfavorecidos, aunque forme parte de su reclamación vital, de su naturaleza razonable. He admirado como nadie, que a mitómano no me ganan, a aquellos personajes que, desde una posición acomodada y una mesa tan llena como su vestidor, han alzado la voz a favor de los torturados, de los asesinados, de los invisibles, de los pobres, de los perseguidos,... Gente como Susan Sarandon, Tim Robbins, Sean Penn, Oliver Stone o Elizabeth Taylor en su apoyo a las víctimas de SIDA, que siempre han estado ahí sin necesidad de montar performances de nuevo rico. Pero si hay algo que me incomoda es ver a los habitantes de las torres de marfil jugando a ser Evita; contemplar cómo convierten la reacción necesaria a una verdad escalofriante en una pose. Y eso me ha sucedido con el nacimiento del bebé de Angelina Jolie y Brad Pitt en Namibia, porque la pareja decidió parir en África, como símbolo de afecto al continente. Eso sí, hospedados en un hotel de lujo, dando a luz en un hospital privado y asistidos por un médico llegado de Estados Unidos, que somos ‘guays’ pero hasta cierto punto. Y para eso, mejor parir en Los Ángeles y te dejas de pamplinas. Que ese puedo y no quiero, esa actitud de señorona que confunde caridad con justicia social, me supera. Uno no siente que Angelina Jolie y Brad Pitt quieran llamar la atención sobre las aberraciones que suceden en el continente africano. Uno siente que los dos famosos han elegido Namibia como podrían haber optado por la fábrica de embotellado de Coca Cola de Bangladesh, siempre que el contrato publicitario fuera lo suficientemente interesante. No me gustan esos reportajes de Hola en los que la famosa de turno, con un cuidado estilismo, acaricia la cabeza de un niño de Burkina Faso y se hace la foto. Me avergüenzan y, en ocasiones, me duelen, como cuando a la ex consellera mallorquina Fernanda Caro le dio por emular ese formato en un viaje fotográfico oficial. Y no sigo, que no quiero poner a parir a Angelina Jolie. No ahora.

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