martes, 7 de septiembre de 2010

Copulina y Androsterona


Ayer quedé con mis amigas Marta y Emma para comprar un perfume. “Necesito encontrar algo que lleve copulina”, dijo Marta. “Uf, qué mal suena eso”, contesté. “Rancio. Te sonará a cópula y tu educación judeocristiana te obliga a poner esa cara como si estuvieras oliendo una bomba fétida. Así no llegarás a nada en la vida”, sentenció Marta. “A mí me encantan las cópulas. La de la basílica de San Pedro en Roma es una preciosidad”, añadió Emma, que es rubia, pero rubia, rubia. Permanecimos unos minutos en silencio. Era necesario. “La copulina es una feromona femenina de atracción sexual que se emite durante la ovulación. Y como no estoy dispuesta a ovular más de lo necesario, que no gano para Nurofen, voy a buscar un perfume que lleve ese componente para transformarme en la mujer más deseada del mundo”, explicó Marta, que ya no tiene novio. Ya vés, en tiempos de paz, va Marta y se niega a dialogar. Allí nos tienes, en un gran almacén, lanzando perfume, a la espera de la llamada de la bestia. “La de Donna Karan es nueva. Está de promoción, viene en un pack con desodorante y gel de ducha, sale bien de precio”, nos asesoró la dependienta, sin ninguna feromona a la vista. “¿Lleva copulina?”, preguntó Marta. “Espere un momento que voy a consultarlo”, respondió la chica y no volvió. En medio de una nube de aromas que nos convertía de inmediato en un arma de destrucción masiva, Marta empezó a instruir. “Las feromonas son como sms que lanzamos con nuestro cuerpo y con los que comunicamos si estamos contentos, tenemos miedo o si somos receptivos sexualmente. Tú deberías buscar una con androsterona, que eso estimula a la mujer e incluso a otros hombres. Es tan fuerte que llega a desestabilizar el ciclo menstrual”. “Copulina y Androsterona, suena a tragedia griega. Seguro que acaba mal”, dije. Luego comentó que esa feromona se encuentra en el sudor del labio superior del hombre. “Chica, todo esto no es nada romántico. Casi es un poquito asqueroso”, contesté. “Tú calla y huele”, y metió su cuello en mi nariz. Resistimos, horas y horas, hasta que la seguridad del centro nos echó, como a tres delincuentes ebrios de fragancias y sin huella olorosa. “Mañana vamos al Carrefour, que allí no nos tienen fichados”, insistió Marta. Hay que echarle narices a esto del amor.

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