



Seguramente un psicoanalista que haya leído mucho al desfasado de Freud tendría un montón de argumentos que aportar a esto que voy a escribir pero...me encantan los muñecos y muñecas. No es una obsesión y tampoco un cajón de sastre en el que coleccionar desde Mariquitas Pérez hasta operadísimas Bratz. Más bien se trata de una atracción hacia un tipo determinado de muñeco. Me refiero a que en mi dormitorio tengo a los personajes de
La melancólica muerte del niño ostra, de
Tim Burton. En el salón, me mira con gesto altivo una
Blythe a la que aún tengo que customizar. En otro rincón de la casa posan varios
Kidrobot (
Dunnys y
Kozik) y confieso que ando como loco detrás de alguna que otra
Barbie, edición especial, homenaje a
Elizabeth Taylor,
Barbra Streisand,
Tipi Hedren,
Blondie,
Elvis y Priscila,... No sé qué sucede en mis circuitos cerebrales cuando veo una muñeca que me gusta pero, posiblemente, se asemeje mucho al de una niña de 7 años. Hace tiempo eso me hubiese preocupado. Ahora, disfruto con ello. Debe ser una de las ventajas de hacerse mayor. Por cierto, la casa Mattel ha sacado una colección especial
Mad Men, la serie, que me ha puesto los ojitos temblorosos, como los de
Candy Candy cuando estaba a punto de ponerse a llorar.
Los de Mad Men son tremendos, pero el de Tipi Hedren!!!
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