miércoles, 31 de agosto de 2011
Playlist (31 de agosto)
La lotería
lunes, 29 de agosto de 2011
¿Quiero vivir en la ciudad?
Dice un amigo que los que se trasladan a vivir en plena naturaleza no son verdaderos ecologistas. Que el auténtico ecologista es él, que ni pisa el campo. Y si no va, difícilmente puede estropearlo. Y un poco de razón sí que tiene. Es que él y yo somos urbanitas.
Yo llego a una gran ciudad y veo cristal, arquitectura, asfalto, tumulto y me recorre una vitalidad por todo el cuerpo que parece que me he tomado cuarenta cafés. La metrópolis tiene la oferta, la demanda, la variedad, la densidad, el glamour, la afinidad, las primicias, los estrenos, incluso todas las posibilidades de transporte necesarias para escapar de todo eso.
La ciudad sería un entorno vital perfecto si no fuera por un pequeño detalle: es imposible habitarla. Las metrópolis son espacios maravillosos diseñados para ser visitados y, por lo tanto, disfrutados, pero nunca para ser vividos. Una gran ciudad es invisible. Si es el paisaje de tus vacaciones, te fascinará. Pero si es el entorno de tu vida cotidiana, te desesperará. Vivirás en un medio de transporte prácticamente todo el día para llegar al trabajo y luego para volver a tu casa. Llegarás tan cansado, porque en una ciudad todo cuesta un poco más, que no tendrás ni fuerzas para participar de las muchas ofertas culturales y de ocio que te presenta. Nunca llegarás a tiempo a los sitios, que estarán llenos de gente, siempre llenos, sea un concierto de Prince o una exposición de papiroflexia. Y cuando quieres irte de allí, intentarás pillar un taxi pero no pasará ni uno y si pasa, apagará la luz verde en tu propia cara para no llevarte.
En la ciudad todo hay que prepararlo con tiempo porque una ciudad no te deja ser espontáneo. Y para evitar todo eso, acabas yendo al bar de siempre, como si fuera el único a mil kilómetros a la redonda. Lo que no entiendo es porqué sigo viviendo en una ciudad. Dice mi amigo que porque en el campo hay bichos. Cómo se nota que nunca ha estado en una gran superficie comercial un sábado por la tarde.
Modus Vivendi
El Madrid pos-JMJ apenas tuvo tiempo de recuperarse de la invasión cuando la plaza de Cibeles volvió a ser tomada. Fue por un acto de los católicos tostados, o sea, los ‘kikos’. Un snack nada crujiente. Más bien duro como una piedra. Eso, en religión y en política, se conoce como ultraconservador. En el mundo de los aperitivos, podría ser un producto en stock. Ellos lo llaman Camino Neocatecumenal. Desconfío de todas las asociaciones y movimientos religiosos que juegan con la palabra ‘camino’. Pero esa desconfianza no se debe a que un día me sirvieran kikos rancios mientras disfrutaba de un vermú y almacene el rencor como si fuera energía. Está argumentada por una decena de reportajes –les recomiendo que los lean- que nos muestran las tinieblas que rodean a esta organización religiosa, una absoluta secta si no fuera porque está aprobada por la Santa Sede y eso parece darle bula papal a su funcionamiento.
Ni el ayuntamiento de Madrid, máximo responsable de esa ocupación de suelo público, ni la Comunidad han explicado aún la razón por la que cedieron el centro de la ciudad a una especie de secta religiosa. El acto, que suele ser tradición tras una visita del Papa, debía celebrarse en Cuatro Vientos pero el Ministerio de Defensa negó el permiso porque se salía de la convocatoria oficial de las JMJ. Sin embargo, Gallardón, el poli bueno, corrió al auxilio de esta especie de ejército de salvación y le permitió no solo ocupar Cibeles sino aprovechar toda la infraestructura que se montó para el Vía Crucis. ¿La razón? Para muchos tiene que ver con el benefactor de este ‘camino’, el cardenal de Madrid, Rouco Varela. De hecho los ‘kikos’ (este nombre rinde homenaje a su creador, Kiko Argüello) han sido los que han nutrido de voluntarios las JMJ y han aportado una importante cantidad de dinero, o sea, hay que devolverles el favor. En cualquier caso, les aseguro que verlos desfilar (sí, al acabar el acto volvieron a pasearse, todo muy espontáneo, por las calles céntricas de Madrid, banderas en alto, a voz en grito, cual soldados dispuestos a amedrentar cualquier insurgencia). Podemos restarle importancia pero verlos de frente les aseguro que da miedo.
Ellos avalan su poder en la convocatoria de 150.000 neocatecumenales y en más de un millón y medio de seguidores en todo el mundo. Al director de cine Alex de la Iglesia le siguen más de 156.000 personas en Twitter y el perfil de Lady Gaga tiene más de doce millones de seguidores en todo el mundo. Puestos a elegir, prefiero que se corte el tráfico en Cibeles para proyectar, en pantalla enorme, Balada triste de trompeta o para un concierto de la Gaga. Todo gratis.
Tras ese blue monday, la ciudad fue recuperando, poco a poco, la cordura. De eso se vale nuestra clase política: de ese analgésico modo de olvidar que tenemos los españoles y que nos permite seguir viviendo. Cometemos el error estadístico de pensar que lo que nos indigna en las redes sociales es lo que le preocupa a la gente. No siempre es así. Porque, ¿ustedes creen que la gente hablaba en los bares o en el metro de la reforma express de la Constitución y la necesidad de un referéndum? Ya les digo yo que no. Habían decidido volver a olvidar. La amnesia como modus vivendi.
Para compensar las lagunas, la ciudad está llena de oportunidades para evadirse. Una de ellas es la fascinante exposición de la japonesa Yayoi Kusama en el Museo Reina Sofía. Un experiencia sensorial que mezcla arte pop y compromiso feminista con esculturas de acumulación y apéndices fálicos. Muy visitada durante la JMJ. No sabemos si les gustó.
El jueves, la cuestión era asistir al estreno de la ópera prima de Vicente Villanueva, Lo contrario al amor, o sentarse en una incómoda butaca del Matadero y ver lo que hecho Tomaz Pandur con La caída de los dioses de Visconti. Lo tuve claro. Sobre todo porque no me invitaron al estreno de la película protagonizada por Hugo Silva y Adriana Ugarte y sí al montaje teatral interpretado por Belén Rueda, Manuel de Blas, Pablo Rivero y Santi Marín, entre otros actores. La falta de opciones facilita la elección.
No voy a aprovechar para hacer crítica –total, esta función nunca llegará a un teatro dirigido por Margalida Moner; lo desolador es que antes, tampoco-, pero diré que ver el declive de una aristocracia alemana en los primeros momentos del Tercer Reich sigue inquietando. Especialmente si nos da por jugar a las siete diferencias. Los Essenbeck que se colocan el brazalete con la esvástica recuerdan que una tierna flor puede ser aplastada si entorpece el avance del Estado. No quiero seguir dándole vueltas. Voy a intentar olvidar. Al menos durante los próximos 60 minutos.
viernes, 26 de agosto de 2011
Los muertos

jueves, 25 de agosto de 2011
Los besos del amor
miércoles, 24 de agosto de 2011
La erótica de la corrupción

martes, 23 de agosto de 2011
Un Ford Fiesta del 95
lunes, 22 de agosto de 2011
Sin batería

Y aunque mi batería, a estas alturas de pre precampaña, ya está en rojo, sospecho que la culpa es mía, por no haberla agotado completamente al principio y luego cargarla durante dos horas seguidas, procurando después no llamar demasiado. Por eso mi paciencia, como la batería de mi móvil, cada día se descarga más rápido. Y es que hay teléfonos en el mercado que si no llamas ni recibes llamadas, la batería te dura cinco días. Curioso descubrimiento para un teléfono móvil. Quizá lo más saludable fuera solicitar el voto por correo, votar lo antes posible y luego, marchar de viaje a algún lugar paradisíaco y silencioso. Indispensable que no tenga cobertura. Ni wi-fi. Ni 3G. Que eso chupa batería que da gusto. Con perdón.
domingo, 21 de agosto de 2011
Las aventuras de Enrique y Ana. Cap. 19
Tweet
Papacàssim
Esta semana, Madrid se ha convertido en un monumental helado de limón y nata. Pudibunda, indigesta, provocadora, sensacionalista, desmedida y, en algunos momentos, envenenada por tanto conservante y estabilizante. Porque, como en Angel Face, la magnífica película de Otto Preminger, los peregrinos que han visitado la capital con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud, o sea, la semana del Orgullo Católico, no eran tan adorables como los pintaban.
Cargados de un exhibicionismo que ellos mismos no toleran cuando lo practican otros colectivos, los peregrinos paseaban por el centro de la ciudad abanderados, dominantes, integristas, como un ejército victorioso desfilando ante los vencidos. Eso sí, sus consignas entrarán directamente en el top five de la majadería. Escuché a un grupo de peregrinos corear: “Soy drogadicto, mi droga es Benedicto”. Al principio me pareció una soberana estupidez; luego comprendí que era la verdad más absoluta que iban a manifestar en los cuatro días de visita papal. Aún así, creo en su reinserción social.
Madrid, pintada de blanco y amarillo, como la bandera vaticana, sacralizó el espacio público para convertirlo en una especie de festival de verano, en un Benicàssim, donde los cabeza de cartel no eran los Arcade Fire, ni Brandom Flowers sino Benedicto XVI; B16, como un bombardero, para los creyentes con Twitter. O sea, la visita del Papa, diseñada como la gira de una rockstar, no fue otra cosa que una ostentación de poder, un ‘aquí estoy yo’, un alarde de pomposidad con el que hacer campaña. Pecado capital: soberbia.
Pero, a diferencia del clima de tolerancia y libertad que se vive en un festival pop-rock, esta semana, en Madrid, las dos Españas volvieron a enfrentarse. Desesperanzador. La Iglesia y los católicos practicantes se ven amenazados por la secularización de la sociedad. Se sienten víctimas y cuando en el victimismo entra el componente religioso, la víctima se convierte en mártir, con lo peligroso que es eso. Pero lo que no entienden, o no les interesa comprender, es que ese laicismo combativo, impulsivo y, desgraciadamente, en ocasiones también intransigente, no es inherente ni gratuito. Es la consecuencia. La consecuencia a ataques de este tipo: “A matar maricones durante sus manifestaciones en contra de la Iglesia católica” (voluntario de las JMJ detenido por intentar atentar contra la marcha laica), “Reducido el sexo a simple entretenimiento, ¿qué sentido tiene mantener la violación en el Código Penal?" (Ricardo Benjuméa, redactor jefe de la revista del arzobispado de Madrid), "La homosexualidad perjudica a las personas y a la sociedad" (Bernardo Álvarez, obispo de Tenerife), “Si la mujer aborta, el varón puede abusar de ella” (Javier Martínez, arzobispo de Granada). Y esto es solo el principio.
El director de cine Ramón Salazar (Piedras, 20 centímetros) contaba esta semana, en el diario de rodaje de su nueva película, 10.000 noches en ninguna parte, su encuentro con un joven cristiano que se sintió atraído por él, acto seguido por su profesión y que invitó al realizador a intercambiar los números de teléfono y poder asistir, alguna tarde, al rodaje. Medio estupefacto vivió el momento en el que el joven le presentaba a su novia Mencía y a otra pareja de peregrinos. “Uy, el cine, el cine, el cine…”, dijeron los tres, a medio camino entre la crítica y la condescendencia. Cuando el joven les informó que Ramón le había invitado al rodaje, los rostros mutaron. La pareja de amigos se despidió con un antipático “pásate a la tele, que tiene más futuro” y Mencía, presenciando un intercambio de sonrisas entre su chico y el realizador, añadió: “A ver si los de tu condición dejáis en paz a nuestros novios”. Y se alejó, con su chico de la mano, no sin antes soltar un socorrido ‘maricón’ que retumbó en la calle Preciados de Madrid.
Creo que un día después, Ramón recibió un sms del joven cristiano que, fiel a su palabra, esperaba que pudieran quedar alguna tarde y charlar. Ignoro si esa insistencia formaba parte de su labor evangelizadora. Quién sabe. Le preguntaré a Ramón.
sábado, 20 de agosto de 2011
Star System

viernes, 19 de agosto de 2011
Wisteria Lane. Primera Temporada.
jueves, 18 de agosto de 2011
No quiero
miércoles, 17 de agosto de 2011
Debates de relleno

Tweet
martes, 16 de agosto de 2011
Familias en serie
Derecho al pataleo
domingo, 14 de agosto de 2011
La tumba del eufemismo
Hace tiempo que ya nadie llama a las cosas por su nombre. Ni siquiera aquellos que creen que lo hacen. Los que sobrevivieron a la época en la que la palabra menos ofensiva determinaba un concepto peyorativo, ven la nube oscura de la ofensa, del dolor, del miedo amenazar sobre nuestras insignificantes cabezas. Parece que solo los grandes chefs siguen jugando con el eufemismo. Han logrado que nos comamos una sencilla ensalada de canónigos, hoja de roble y escarola, pagándola a precio de mariscada, gracias al eufemismo. Basta con definir el plato como ‘acompañamiento de brotes tiernos’ para lograr nuestra ciega devoción. También los políticos tienen el mérito de cambiar de ideología, de programa, incluso de desmentirse a sí mismos, empleando el lenguaje más ficticio. El eufemismo es como Mayra Gómez Kemp cuando ejercía de jueza en las subastas del Un, dos, tres: no puede mentir pero puede no decir toda la verdad.
El eufemismo se convirtió en un instrumento de manipulación social. Los políticos, los medios de comunicación, todo aquel que se sintiese respaldado en su parcela de poder, hizo uso de él para dulcificar la realidad y favorecer, en muchos casos, sus propios intereses. Hasta que un día alguien decide definir como ‘corrupto’ a aquel que es ‘corrupto’, como ‘derecha’ lo que fingía ser ‘centro’ y como ‘injusticia’ lo que, objetivamente, era una injusticia. Fue entonces cuando el eufemismo empezó a cavar su tumba. Sin embargo, como en la historia de las siete plagas, lo que estaba por venir no era mucho mejor.
El lenguaje vuelve a posicionarse al lado del poderoso que, curiosamente, es el mismo desde hace muchos años. Ahora no hay que suavizar, no hay que agradar, no hay que buscar en el diccionario la palabra que menos ofenda, que menos incomode, que menos dañe. Ahora no. El poder, en estos tiempos, se basa en infundir recelo, en la incertidumbre, en el miedo. Ahora es tiempo de dañar, de amedrentar, de minar toda esperanza. Como si alguien quisiera que la sociedad regresase a aquellas oscuras iglesias del románico donde Dios era alguien a quien temer. La diferencia es que hoy no tememos a lo desconocido; hoy conocemos la razón de nuestro temor.
Hoy los poderosos emplean palabras como ‘negro’, ‘desplomar’, ‘contagio’ o ‘disturbios’ sin ninguna connotación positiva, sin intención de amortiguar el golpe. Con el argumento de una verdad cada vez más plural y, por lo tanto, más relativa y menos absoluta, los dominantes siembran la alarma, la inquietud, la desconfianza, con el fin de aplacar cualquier denuncia, cualquier voz, que reclame un cambio real: el cambio hacia un panorama político, económico y social mejor. Porque para volver a los tiempos de la escasez, la represión y la desigualdad manifiesta, no necesitamos 8.112 alcaldes, 65.896 concejales, 1.206 parlamentarios autonómicos, 1.031 diputados provinciales, 650 diputados y senadores, 139 responsables de Cabildos y Consejos insulares y 13 consejeros del Valle de Arán.
Me sorprende que aún algunos definan la barbarie de los jóvenes en las calles de Londres como intolerable. Desde luego que lo es pero difícilmente podrá un Estado educar en la no-violencia cuando cada día hace uso de la violencia, como argumento, desde todas las acepciones posibles. La manera en la que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado colaboran con un desahucio, es violencia. Permitir que todos los miembros de una familia estén en paro, es violencia. Las cargas policiales para evitar que la sociedad se exprese en la calle, es violencia. Que el sistema de salud no sea sostenible y los privilegios de la clase política sí, es violencia. Que el Metro de Madrid suba un 50% pero se rebaje un 80% el abono transportes para aquellos que vayan a ver al Papa, es violencia. Un sueldo de 600 euros, es violencia. Que un pueblo reaccione con una violencia desproporcionada ante tanta violencia empieza a parecer, dolorosamente, inevitable. Por eso sueño con una clase dirigente capaz de gestionar este tremendo conflicto sin olvidar que los movimientos de los derechos civiles que han triunfado, y de los que hoy nos vanagloriamos todos, son aquellos que lograron apoyo en los discursos políticos.
Y como no quiero acabar este artículo con la hiel en los labios, voy a buscar un eufemismo para evadirnos de una realidad cruda y desagradable. Aunque a estas alturas ya he aprendido que la mejor manera de encontrar es dejar de buscar.
jueves, 11 de agosto de 2011
Sobre Wisteria Lane
No me pasaba desde hace tiempo y esta semana ha sucedido. Me ha molestado profundamente el comentario de un oyente.
No soy de los que pienso que el cliente siempre tiene razón y, por lo tanto, tampoco creo que trabajar en un medio de comunicación público te deba someter al criterio de un oyente por el único argumento de que se sufraga con sus impuestos. ¡Ah, y con los míos, por cierto! Eso es como si una película subvencionada fuera razón suficiente para que un espectador pudiera cuestionar duramente la elección de una actriz, e insultar al director, porque el filme está pagado con sus impuestos y no ha sido de su agrado. Menos mal que ante esas disyuntivas lo que habitualmente prima es el sentido común.
Hubo oyentes que me criticaron por meterme con la iglesia e incluso alguno me gritó maricón a través del contestador del programa. A algunos les contesté, en directo o por correo electrónico, y a otros, les ignoré porque perder el tiempo en contestarles sería darles demasiada importancia. Pero esta vez me ha ofendido lo injusto del comentario, que a mi entender ha traspasado los límites formales de la crítica y se ha convertido en un ataque sangriento y malintencionado, como si Aída Nízar fuese oyente de Wisteria Lane.
Creo que sé aceptar una crítica. Una oyente me comunicó que durante una entrevista había empleado una ‘coletilla’ que acabó siendo molesta. Tenía razón y me disculpé. Pero además hizo esa acertada crítica con respeto, sin soberbia, y me agradó saber que hay oyentes dispuestos a hacer de Wisteria Lane un programa mejor.
Pero en el caso que me veo en la obligación personal de analizar, no ha sido (o al menos no lo he sentido) así. Un oyente cuelga en el muro de la red social del programa el siguiente comentario:
“¡Qué bien, 7 veces ya La Fresh Gallery en Wisteria Lane! ¡Viva el amiguismo en la radio pública! Y el año que viene, más”.
Bueno, una crítica. Con cierto ‘tonito’ de superioridad pero una crítica. Como tal la acepto, reflexiono sobre ella y callo.
Acto seguido leo, bajo la misma firma, una crítica insultante a un invitado al programa (se le llama gilipollas) porque no se comparte su misma opinión y no se aceptan una serie de bromas que el invitado verbalizó sobre el mundo del arte.
Me chirría el tono empleado por el oyente. Puede que para algunos la libertad consista en poder enviar insultos, bajo un seudónimo o varios, a todos esos invitados a programas que no nos gustan o no compartimos su punto de vista. Por poder, podemos, pero no me negarán que resulta poco constructivo. Aún así, supongo que el invitado debería asumir (o no) esa crítica y defenderse si lo cree necesario. Yo, como director del programa, defiendo mi elección de personaje, ya que me gusta cómo trabaja Tolo Cañellas, conozco su trayectoria, su formación, me gusta su capacidad de burlarse hasta de lo más sacrosanto y, aunque no comparta todos sus puntos de vista, me parece interesante llevarle al programa y charlar con él.
Sigo leyendo y, de la misma firma, empiezo a intuir una intención por compararme con los políticos corruptos hablando de ‘enchufismo’.
En ese momento, me veo en la obligación de responder empleando el mismo medio de difusión: la red social. Explico, por respeto a mis oyentes (no se crean ustedes que es muy habitual que un profesional de los medios de comunicación exponga ante sus oyentes los argumentos que le han llevado a entrevistar a tal o cual personaje), las razones que me empujaron a hablar, más de una vez, de La Fresh Gallery en mi programa. Hablo de los tres programas, y una repetición, en los que La Fresh ha sido, de un modo u otro, parte del contenido. Hablo de otros invitados a lo largo de la temporada, de las veces que han visitado Wisteria Lane o hemos hablado de ellos (gente como Óscar López, Pablo Vilaboy, Jimina Sabadú o Boti García Rodrigo han aparecido más veces que Topacio Fresh), de lo mucho que aparecen otros artistas y creadores mainstream en otros programas frente a lo ‘mucho’ que puedan aparecer los invitados de Wisteria, y confirmo que, si de mí depende, volveré a sacar a La Fresh Gallery lo mismo que volvería a charlar con Eduardo Mendicutti si volviese a estar de actualidad. De hecho, anuncio que me gustaría contar con Juan Gatti, medalla de las Bellas Artes, con la ‘percha’ (en el argot periodístico, la ‘percha’ es la noticia que te permite enlazar al personaje con la actualidad) de su próxima exposición en La Fresh Gallery. Creo que lo importante es el contenido, no el continente, por eso no le doy mayor importancia al lugar. Ya veo que para muchos sí lo tiene. Prometo cambiar eso pero si Gatti expusiera en el Reina Sofía o en la galería de Juana de Aízpuru, yo intentaría tenerlo en el programa igualmente.
Tras algunos comentarios, el oyente ataca de esta manera:
“A mí no me trates de usted para empezar porque yo a ti no te he "insultado". Yo digo lo que creo conveniente decir como oyente -muy fiel además- y además lo digo aquí, no voy al defensor -o defensora- del oyente y etc. Ni al jefe de programación (aunque sí iría en la defensa del programa):
Por otra parte, exceptuando a los militantes LGTB que son de cita obligada, con el recuento que has hecho de invitados sólo me has dado la razón en cuanto al amiguismo permanente del que hace gala Wisteria Lane. Como lo hace Camps en la política valenciana y otros tantos en la política del resto del Estado. Te los cito porque tal vez así los comprendas mejor cuando los criticas ya que te recuerdo una vez más que esto no es tu finca es RNE. Así que menos humos.
Que Topacio Fresh sea la única galerista trans y que salga me parece muy bien, aunque preferiría que a partir de ahora saliera más por galerista que por trans una vez que ya sabemos que lo es.
Pero esto es un programa LGTB y de LGTB está lleno el mundo del arte del todo el Estado Español, muy militantes también aunque no sean amigos tuyos, como lo está el de la abogacía, el de las ciencias empresariales, la moda, la arquitectura y etc.
Y por cierto te recuerdo, ya que tanto te interesan los artistas comprometidos de la Fresh Galley que de las siete intervenciones que ha habido de la Fresh Gallery sólo dos han sido con sus artistas sin que faltara en una de ellas Topacio y creo que hasta su marido como invitados del artistas invitado (una bonita reunión de amigos contra la que no tengo nada).
Por cierto ¿Juan Gatti sale en calidad de Premio Nacional, de "artista emergente" o porque expone en la Fresh Gallery? No me ha quedado claro.
Que yo sepa la Fresh Gallery basa su prestigio no en que la directora sea trans -eso creo que deberíamos superarlo a estas alturas sobre todo porque no creo que haya nadie que lo ignore- sino por ser una galería que promociona artistas emergentes y el Excelentísimo Señor Juan Gatti de emergente tiene poco y no sólo por ser Premio Nacional sino por toda su brillante carrera internacional como director artístico y fotógrafo.
Gatti tiene un gran nombre por sí mismo... que tú ahora me lo vendas a través de la Fresh Gallery me parece que ya es rizar demasiado el rizo ¿Qué ocurre que si no expone en la Fresh no sale... o sale para seguir dándole promoción a la Fresh Gallery?
Y te advierto que yo contra el marketing no tengo nada aunque se usen medios públicos para promocionar lo privado. Yo soy tan corrupto como tú.
Y otra cosa: un poquito de respeto a la inteligencia de los que no la tenemos (¡Como tú que tanta tienes y es por lo que tienes tanta gracia -la de los graciosos!-) porque estamos hablando de otra cosa y no de soberbia de barra de club de maricones (¿gays tal vez que suena más bonito? ¿O nos llamamos queers y hacemos el gilipollas del todo?) que es en lo que estamos, así que menos ejemplos de "cualquier cantante popular" ¡A mí los cantantes populares me sudan la polla, no te confundas conmigo! ¿No tienes más donde agarrarte sabiendo que tus oyentes precisamente no somos de "cantantes populares"?
¡Venga ya por Dios! Trabaja más que es lo que tienes que hacer, deja el fácil camino de tirar de tus amigos, careces de información porque te da la gana (trabajando en RNE la tienes toda entera del todo y metida hasta el fondo), porque lo que ocurre en el mundo LGTB del resto de España no te interesa, y lo entendería pero no lo entiendo. Nunca he entendido el dinero fácil ni la risa tonta ¡Cómo nunca entenderé el espectáculo lamentable que dio Tolo Cañellas y tuvimos que aguantar en toda España: de graciosos como él están todas las barras de clubes de maricones llenas! ¡Algo más por favor! ¿O no das para más? ¡Pues entonces no te pongas tan borde ni tan prepotente... ni tan tontainas!
Ante ese chaparrón, donde, entre otras cosas, se asegura que ha existido censura preventiva en el muro, como si del extraño comportamiento de Facebook yo también tuviera la culpa, me siento francamente ofendido no ya como profesional sino también como persona, ya que se me califica de ‘corrupto’, y varias lindezas más, que, sinceramente, creo no merecer.
Para empezar, el oyente asegura que se quejó de muy buenas maneras. Bueno, sus tres primeros comentarios se podrían definir de muchas formas entre las que, desde luego, no estaría el concepto ‘buenas maneras’. A mi entender, se empleó un tono irónico, con cierto aire de superioridad, que no entro a valorar (de hecho, me gusta la ironía) pero uno luego no puede ofenderse cuando se le contesta en el mismo tono. Según el oyente, yo contesté “con un recochineo de tono amenazador muy irónico y desagradable” que él considera no merecer, en plan “yo en mi casa hago lo que quiero”. La conversación está en Facebook. Lo pueden comprobar.
Me ofende que alguien me acuse de ‘corrupto’ y de que solo entrevisto a mis amigos. No voy a entrar en el juego de explicar aquí quienes son mis amigos, con quien me llevo bien, mal o regular o si me he tomado un vino con tal o cual invitado al acabar la grabación. Se puede, y debe, cuestionar la calidad de los contenidos del programa; no la relación personal que yo pueda tener con los invitados.
Cualquiera puede consultar los podcast y saber quién ha pasado por Wisteria Lane y cuántas veces. Evidentemente, algunos son amigos. Faltaría más. Precisamente, en esta profesión se valora mucho 'la agenda'. Eso también significa, tus amigos. Pero no aparecen en el programa por ser amigos míos sino por su trabajo. Porque son cantantes y sacan disco, porque son escritores y publican un libro o porque son pintores y exponen en ese momento. Y, desde luego, la inmensa mayoría son profesionales con los que no mantengo ninguna relación. Ninguna. Pero llegar a esa, razonable, conclusión no parece lógico para el oyente, que prefiere respaldar su argumento dando a entender que la mayoría de los invitados al programa son el resultado de 'trabajar poco' y que lo que debería hacer es trabajar más.
Siento que el ataque (he pensado varias veces, antes de escribir esto, si no se trataría de una provocación que buscaba, precisamente, lo que estoy haciendo) parte de alguien relacionado con el mundo del arte que no está de acuerdo con La Fresh Gallery ni con la presencia que la galería ha tenido en el programa. Lo creo porque, como ya he mencionado antes, hay otros personajes que han aparecido más veces en Wisteria que La Fresh pero no han provocado esa indignación.
Para ese oyente, y todos los demás, existe un correo electrónico wisterialane@rtve.es donde informar de artistas, exposiciones, galerías, susceptibles de aparecer en el programa. Desde luego, la dirección del programa sí será responsable de elegir un contenido u otro en virtud de su calidad.
Luego podría entrar en temas como el centralismo, la ausencia de equipo del programa, la falta de colaboración con otros sectores de la empresa,...pero considero que todo eso sí es mi problema y que no tiene, ni debería, preocuparles como oyentes. Aunque el tema del centralismo sí me parece susceptible de un buen debate.
No sé si he aclarado suficientemente bien este pequeño conflicto que, como mencionaba antes, me ha molestado. Tampoco tanto como para privarme de un rato de piscina que creo que, después del sofocón, me he ganado.
Pero no quiero despedirme sin antes dar las gracias al resto de oyentes de Wisteria Lane que, desde el sentido común y el razonamiento más equilibrado, han comprendido entre líneas las motivaciones de este ataque y me han mostrado su apoyo. Gracias.