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lunes, 29 de agosto de 2011

Modus Vivendi

El Madrid pos-JMJ apenas tuvo tiempo de recuperarse de la invasión cuando la plaza de Cibeles volvió a ser tomada. Fue por un acto de los católicos tostados, o sea, los ‘kikos’. Un snack nada crujiente. Más bien duro como una piedra. Eso, en religión y en política, se conoce como ultraconservador. En el mundo de los aperitivos, podría ser un producto en stock. Ellos lo llaman Camino Neocatecumenal. Desconfío de todas las asociaciones y movimientos religiosos que juegan con la palabra ‘camino’. Pero esa desconfianza no se debe a que un día me sirvieran kikos rancios mientras disfrutaba de un vermú y almacene el rencor como si fuera energía. Está argumentada por una decena de reportajes –les recomiendo que los lean- que nos muestran las tinieblas que rodean a esta organización religiosa, una absoluta secta si no fuera porque está aprobada por la Santa Sede y eso parece darle bula papal a su funcionamiento.

Ni el ayuntamiento de Madrid, máximo responsable de esa ocupación de suelo público, ni la Comunidad han explicado aún la razón por la que cedieron el centro de la ciudad a una especie de secta religiosa. El acto, que suele ser tradición tras una visita del Papa, debía celebrarse en Cuatro Vientos pero el Ministerio de Defensa negó el permiso porque se salía de la convocatoria oficial de las JMJ. Sin embargo, Gallardón, el poli bueno, corrió al auxilio de esta especie de ejército de salvación y le permitió no solo ocupar Cibeles sino aprovechar toda la infraestructura que se montó para el Vía Crucis. ¿La razón? Para muchos tiene que ver con el benefactor de este ‘camino’, el cardenal de Madrid, Rouco Varela. De hecho los ‘kikos’ (este nombre rinde homenaje a su creador, Kiko Argüello) han sido los que han nutrido de voluntarios las JMJ y han aportado una importante cantidad de dinero, o sea, hay que devolverles el favor. En cualquier caso, les aseguro que verlos desfilar (sí, al acabar el acto volvieron a pasearse, todo muy espontáneo, por las calles céntricas de Madrid, banderas en alto, a voz en grito, cual soldados dispuestos a amedrentar cualquier insurgencia). Podemos restarle importancia pero verlos de frente les aseguro que da miedo.

Ellos avalan su poder en la convocatoria de 150.000 neocatecumenales y en más de un millón y medio de seguidores en todo el mundo. Al director de cine Alex de la Iglesia le siguen más de 156.000 personas en Twitter y el perfil de Lady Gaga tiene más de doce millones de seguidores en todo el mundo. Puestos a elegir, prefiero que se corte el tráfico en Cibeles para proyectar, en pantalla enorme, Balada triste de trompeta o para un concierto de la Gaga. Todo gratis.


Tras ese blue monday, la ciudad fue recuperando, poco a poco, la cordura. De eso se vale nuestra clase política: de ese analgésico modo de olvidar que tenemos los españoles y que nos permite seguir viviendo. Cometemos el error estadístico de pensar que lo que nos indigna en las redes sociales es lo que le preocupa a la gente. No siempre es así. Porque, ¿ustedes creen que la gente hablaba en los bares o en el metro de la reforma express de la Constitución y la necesidad de un referéndum? Ya les digo yo que no. Habían decidido volver a olvidar. La amnesia como modus vivendi.

Para compensar las lagunas, la ciudad está llena de oportunidades para evadirse. Una de ellas es la fascinante exposición de la japonesa Yayoi Kusama en el Museo Reina Sofía. Un experiencia sensorial que mezcla arte pop y compromiso feminista con esculturas de acumulación y apéndices fálicos. Muy visitada durante la JMJ. No sabemos si les gustó.

El jueves, la cuestión era asistir al estreno de la ópera prima de Vicente Villanueva, Lo contrario al amor, o sentarse en una incómoda butaca del Matadero y ver lo que hecho Tomaz Pandur con La caída de los dioses de Visconti. Lo tuve claro. Sobre todo porque no me invitaron al estreno de la película protagonizada por Hugo Silva y Adriana Ugarte y sí al montaje teatral interpretado por Belén Rueda, Manuel de Blas, Pablo Rivero y Santi Marín, entre otros actores. La falta de opciones facilita la elección.

No voy a aprovechar para hacer crítica –total, esta función nunca llegará a un teatro dirigido por Margalida Moner; lo desolador es que antes, tampoco-, pero diré que ver el declive de una aristocracia alemana en los primeros momentos del Tercer Reich sigue inquietando. Especialmente si nos da por jugar a las siete diferencias. Los Essenbeck que se colocan el brazalete con la esvástica recuerdan que una tierna flor puede ser aplastada si entorpece el avance del Estado. No quiero seguir dándole vueltas. Voy a intentar olvidar. Al menos durante los próximos 60 minutos.

domingo, 21 de agosto de 2011

Papacàssim

Esta semana, Madrid se ha convertido en un monumental helado de limón y nata. Pudibunda, indigesta, provocadora, sensacionalista, desmedida y, en algunos momentos, envenenada por tanto conservante y estabilizante. Porque, como en Angel Face, la magnífica película de Otto Preminger, los peregrinos que han visitado la capital con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud, o sea, la semana del Orgullo Católico, no eran tan adorables como los pintaban.

Cargados de un exhibicionismo que ellos mismos no toleran cuando lo practican otros colectivos, los peregrinos paseaban por el centro de la ciudad abanderados, dominantes, integristas, como un ejército victorioso desfilando ante los vencidos. Eso sí, sus consignas entrarán directamente en el top five de la majadería. Escuché a un grupo de peregrinos corear: “Soy drogadicto, mi droga es Benedicto”. Al principio me pareció una soberana estupidez; luego comprendí que era la verdad más absoluta que iban a manifestar en los cuatro días de visita papal. Aún así, creo en su reinserción social.

Madrid, pintada de blanco y amarillo, como la bandera vaticana, sacralizó el espacio público para convertirlo en una especie de festival de verano, en un Benicàssim, donde los cabeza de cartel no eran los Arcade Fire, ni Brandom Flowers sino Benedicto XVI; B16, como un bombardero, para los creyentes con Twitter. O sea, la visita del Papa, diseñada como la gira de una rockstar, no fue otra cosa que una ostentación de poder, un ‘aquí estoy yo’, un alarde de pomposidad con el que hacer campaña. Pecado capital: soberbia.

Pero, a diferencia del clima de tolerancia y libertad que se vive en un festival pop-rock, esta semana, en Madrid, las dos Españas volvieron a enfrentarse. Desesperanzador. La Iglesia y los católicos practicantes se ven amenazados por la secularización de la sociedad. Se sienten víctimas y cuando en el victimismo entra el componente religioso, la víctima se convierte en mártir, con lo peligroso que es eso. Pero lo que no entienden, o no les interesa comprender, es que ese laicismo combativo, impulsivo y, desgraciadamente, en ocasiones también intransigente, no es inherente ni gratuito. Es la consecuencia. La consecuencia a ataques de este tipo: “A matar maricones durante sus manifestaciones en contra de la Iglesia católica” (voluntario de las JMJ detenido por intentar atentar contra la marcha laica), Reducido el sexo a simple entretenimiento, ¿qué sentido tiene mantener la violación en el Código Penal?" (Ricardo Benjuméa, redactor jefe de la revista del arzobispado de Madrid), "La homosexualidad perjudica a las personas y a la sociedad" (Bernardo Álvarez, obispo de Tenerife), “Si la mujer aborta, el varón puede abusar de ella” (Javier Martínez, arzobispo de Granada). Y esto es solo el principio.

El director de cine Ramón Salazar (Piedras, 20 centímetros) contaba esta semana, en el diario de rodaje de su nueva película, 10.000 noches en ninguna parte, su encuentro con un joven cristiano que se sintió atraído por él, acto seguido por su profesión y que invitó al realizador a intercambiar los números de teléfono y poder asistir, alguna tarde, al rodaje. Medio estupefacto vivió el momento en el que el joven le presentaba a su novia Mencía y a otra pareja de peregrinos. “Uy, el cine, el cine, el cine…”, dijeron los tres, a medio camino entre la crítica y la condescendencia. Cuando el joven les informó que Ramón le había invitado al rodaje, los rostros mutaron. La pareja de amigos se despidió con un antipático “pásate a la tele, que tiene más futuro” y Mencía, presenciando un intercambio de sonrisas entre su chico y el realizador, añadió: “A ver si los de tu condición dejáis en paz a nuestros novios”. Y se alejó, con su chico de la mano, no sin antes soltar un socorrido ‘maricón’ que retumbó en la calle Preciados de Madrid.

Creo que un día después, Ramón recibió un sms del joven cristiano que, fiel a su palabra, esperaba que pudieran quedar alguna tarde y charlar. Ignoro si esa insistencia formaba parte de su labor evangelizadora. Quién sabe. Le preguntaré a Ramón.

lunes, 8 de agosto de 2011

Flashfoward

Era una buena persona. Una persona honesta. Una persona que necesitaba que todo a su alrededor cambiase para creer que su vida también podía cambiar. Esa persona, la última noche del 22 de mayo, sufrió un desvanecimiento. Permaneció sin conocimiento durante dos minutos y diecisiete segundos. Durante ese tiempo, vio el futuro. Al despertar, esa persona siguió siendo buena y honesta pero dejó de creer.

Así podría empezar un remake patrio de la serie norteamericana Flashfoward. Ahora que los directivos de las cadenas de televisión nacionales han decidido humillar a los creadores españoles obligándoles a escribir ‘versiones’ de series yankis que todos hemos visto, y que difícilmente podremos mejorar, esa podría ser mi propuesta artística. Telecinco va a estrenar un nuevo Cheers y como el éxito de nuestras Chicas de oro (¡ojo! ironía) avala la inversión en futuros proyectos, la cadena de Belén Esteban le encarga a Jose Luís Moreno, ventrílocuo, una versión de Modern Family. Como decía esta semana un usuario de Twitter, “Señor, manda una plaga y acaba con esto de una vez”.

Pero yo voy a seguir trabajando en el guion de mi capítulo piloto. Pero antes, aclarar que un flashfoward no es otra cosa que un salto hacia delante en el tiempo. Ciencia ficción. Casi tanto como entender qué es una prima de riesgo, para qué sirve una empresa de calificación crediticia y a cuánto cobra sus informes o quienes están detrás de los mercados.

La persona protagonista de mi historia había hecho algo importante ese día: creer. Y ejerció su derecho al voto, que ya es más de lo que hicieron muchos de los que ahora se lamentan. Votó en conciencia, creyendo que algo iba a cambiar. Pero, tal vez, cuando se desmayó, su mente viajó al futuro de ese 22 de mayo y vio como Camps dimitía y la Generalitat valenciana le ponía una asesora y un chófer para demostrar que la austeridad en el gasto público que anunciaba su líder Rajoy iba en serio. Tal vez vio a Cospedal subirle el sueldo a sus asesores, 4.000 euros más al año. Puede que viera como aquí, en Balears, llegaban al poder, eliminaban cargos públicos pero se repartían lo que cobraban todos esos cargos entre ellos, como si fueran los únicos en este país que están haciendo el trabajo de tres. Con la diferencia de que el resto del país lo hace por igual o menor sueldo.

Esa persona quizá viera como Zapatero volvía a desmentirse a sí mismo y anunciaba un adelanto electoral.

O tal vez cómo la nueva España, la España azul, censuraba una foto del actor
Asier Etxeandía, que formaba parte de una exposición dentro del Festival de Teatro de Mérida, porque, curiosamente, hería la sensibilidad cristiana. Quizá esa persona buena y honesta se preguntó, al despertar de su flashfoward, si su sensibilidad cristiana no estaba bastante más herida cuando un cura abusaba de un menor, cuando la Iglesia católica animaba a la persecución de homosexuales en África o cuando se pasan por el forro de la sotana el voto de pobreza poniendo a su nombre las propiedades que no son de nadie. Sin embargo, esos actos execrables nunca hieren la sensibilidad cristiana de esos señores. Una foto, sí.

No me extraña que en apenas dos meses, el desencanto haya vuelto a nuestras vidas. La ilusión de aquellos que creyeron que con el cambio llegaría la luz, ya fuera votando a una alternativa o asumiendo las consignas del 15M, se vuelve a marchitar. Tal vez, aquel 22 de mayo hubiera acabado diferente si todos hubiésemos sufrido un flashfoward que simplemente trasladara nuestra conciencia setenta días en el tiempo. Seguro que lo único que no les extrañaría sería la muerte de Amy Winehouse. Cosas del destino y el libre albedrío.

Creo que la serie podría ser un éxito. Ya tengo hasta un storyboard empezado. La imagen del Parque del Retiro lleno de confesionarios me parece apocalíptica, como de El exorcista III o algo así. Lamento que no se me haya ocurrido a mí. Es mérito de la mente de los organizadores de la Jornada Mundial de la Juventud, una especie de orgullo católico que, como el lgtb, también tiene sus escenarios, sus actuaciones, sus multitudes, su dress code, sus símbolos,…vamos, un orgullo como Dios manda. Me pregunto si en los fastos del Orgullo Católico se va respetar el descanso y bienestar de los vecinos. De momento, parece que este orgullo no molesta ni entorpece a ninguna asociación de vecinos.

Creo que si yo hubiese tenido un flashfoward que me trasladase al 16 de agosto, seguro que me habría visto en la playa. O en la montaña. Pero desde luego, lejos de Madrid.