martes, 31 de mayo de 2011
Primer propósito de Año Nuevo
lunes, 30 de mayo de 2011
LECTURA INTERESANTE
domingo, 29 de mayo de 2011
El efecto 'Lost'
Vertiginosa semana. El lunes pasado se cumplió un año. Un año desde que todo acabó. Y, como suele suceder con la mayoría de las cosas que acaban, dejó más preguntas que respuestas. El 23 de mayo se cumplió un año del final de Lost (Perdidos). Una madrugada en la que asistimos al desenlace más esperado de la historia de la televisión en décadas. El capítulo se emitía, simultáneamente, en la ABC americana y en dos cadenas españolas (Cuatro y FOX). Nos mantuvimos despiertos para ver cómo acababa todo. Esta semana, un año después, también despertamos con preguntas, la mayoría sin respuesta, como entonces.
El mapa de España es como una canción de Christian Castro: azul. Como la isla de Perdidos, nos movemos. Nos movemos de un lado al otro, como en un bipartidismo de tenis en el que asumimos el papel de bola de set sin llegar a cuestionárnoslo demasiado. No somos una especie muy dada a la reflexión. Desde luego, jamás lo hacemos antes de tomar una decisión. Si acaso, después, cuando asistimos a las desastrosas –o afortunadas- consecuencias de la misma. Por eso ahora, un año después del final de Lost, uno puede meditar si mereció la pena, sin dejarse nublar por la ira o la decepción.
Perdidos fue un viaje de 6 años. Una experiencia agridulce porque empezó con fuerza, con dinamismo, con ilusión, con grandes expectativas (que aumentaban a cada paso), y acabó fatal. Ya la última temporada no fue muy buena. Si a estas alturas ya ha sido capaz de relacionar la serie con la debacle del PSOE en España, enhorabuena; es usted un cruce entre J J Abrams y Pepiño Blanco.
Todo empezó con un accidente aéreo y un grupo de supervivientes abandonados en una misteriosa isla del océano Pacífico. A partir de ahí, todo fueron preguntas. ¿Qué era el humo negro? ¿Por qué había osos polares en la isla? ¿Por qué Richard nunca envejecía? ¿Cuál era la importancia o el significado de los números? La intencionada complejidad del guion –detesto no poder acentuar esta palabra- hizo que los seguidores de la serie comenzásemos a trabajar nuestras propias teorías. Que si en realidad estaban todos muertos y la isla era el purgatorio, que si todo sucedía en la mente de uno de los personajes,…hasta llegar a elaboradas teorías físicas, filosóficas y teológicas dignas de ser publicadas. Un año después, tenemos que reconocer que Lost nos estimuló la mente. Nos hizo pensar.
Presiento que llevamos demasiados años fingiendo que estamos en la universidad cuando realmente no hemos dejado el instituto. No hemos aprendido a pensar pero nuestra clase política tampoco sabe estimular nuestra mente. Reaccionamos por impulsos, casi guiados por un instinto salvaje y animal. La jornada de reflexión es la segunda mayor pérdida de tiempo después del día de Año Nuevo. No tenemos nada que reflexionar. No sabemos reflexionar. Preferimos castigar. Y lo hacemos sin que nos tiemble el pulso. Pero, de la misma manera, hay ciudadanos que, desde un talibanismo ideológico –otra manera de no reflexionar- regalan su voto a la fuerza política con más causas de corrupción abiertas. El mismo delito, diferente reacción. ¿Votaríamos al maniquí de un sastre si llevara las siglas de nuestro partido escritas en la frente? Supongo que estamos ante otra pregunta sin respuesta. Posiblemente, como sucedió con Perdidos, algunos buscamos respuestas lógicas y, al final, solo nos dieron respuestas banales.
El episodio ‘La constante’, de la cuarta temporada, ha sido elegido como uno de los favoritos por los millones de fans de la serie. En él, uno de los personajes, Desmond, sufría viajes en el tiempo hasta averiguar que necesitaba una ‘constante’ que le uniera entre el mundo del pasado y el del presente. “Cuando viajas al futuro, nada te es familiar”, explicaba un personaje. Si querías poner fin a los ataques que te provocaban los saltos temporales, debías encontrar algo, algo que realmente quisieras y que también existiese en el futuro. Desmond encontraba en el amor por su novia Penny su propia constante.
Los españoles, como Desmond, viajamos en el tiempo el pasado domingo. Algunos pensarán que al año 2000. Creo que no, que este agujero de gusano nos ha llevado más lejos: estamos acercándonos a 1979.Aquel año, Margaret Thatcher llegó al poder con la promesa de invertir el declive económico del Reino Unido y reducir el papel del Estado en la economía. Thatcher se mostró muy crítica con los funcionarios públicos que, a su entender, eran responsables de la situación económica que vivía su país. Ese discurso es prácticamente el mismo que lleva repitiendo, algunos años, Esperanza Aguirre, mayoría absoluta en la Comunidad de Madrid. De hecho, creo que Aguirre cada vez se parece más, incluso físicamente, a la Thatcher. Posiblemente estemos a punto de iniciar un camino que a los británicos les duró doce años. Leo ¡Menudo reparto! de Jonathan Coe. Con ironía británica habla de los conservadores que veían en la sanidad pública el negocio más lucrativo de todos los tiempos, habla de aquellos que decían que eso de ‘el centro’ no existía y que el único consenso posible tenía que apoyarse en la economía de mercado. Para la Thatcher consenso era “el proceso en el que se abandona toda creencia, principio, valor o política” y “algo en lo que nadie cree, pero a lo que nadie le pone ninguna pega”. Creo que para no volverme loco, la novela de Jonathan Coe será mi constante.
Mientras, los ‘indignados’ de Sol cada vez se parecen más a Los Otros de Perdidos. Acampados, sí, pero cada vez alejándose más del grueso de la sociedad. Otra vez solitos. El otro día, cuando la calle Génova era una fiesta de banderas blancas y azules, un ‘gurú’ de Sol animaba a la gente a que se bañase en ‘la fuente de la libertad’. La gente que le rodeaba aplaudía encantada. Y vi que aquello corría el riesgo de volver a decepcionarnos. Como el final de Lost. Lo peor del movimiento ‘perroflautista’ empieza a hacerse visible y parece que ya nadie recuerda porqué estamos aquí.
Un año después pienso si realmente Perdidos revolucionó en algo el panorama mundial de la ficción, si propició el nacimiento de un nuevo tipo de espectador o si cambió la narrativa televisiva. Seguramente logró todo eso y algo más. Sin embargo, nadie piensa en eso ya. Todo el mundo recuerda Lost por su decepcionante final, por haber estafados a millones de seguidores que vieron como los guionistas no cumplían sus promesas y que, al no saber cerrar lo que ellos mismos habían construido, optaron por improvisar el peor, y más trivial, de los finales. Yo también pensé eso, pero al mes de haber visto el capítulo final. Ahora ha pasado un año. He tenido tiempo de reflexionar. Y creo que Lost me ha enseñado algo: disfruta del camino. A veces es mucho mejor que el paisaje que te espera al llegar al final.
viernes, 27 de mayo de 2011
No me gusta no participar
Es curioso que el ser humano sea más dado a reflexionar después de la debacle que antes. A toro pasado, se nos ocurren argumentos, ideas, soluciones, que no somos capaces de emplear desde un punto de vista preventivo. En cualquier caso, la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, la FELGTB, pidió el voto, desde la campaña ‘Elige en positivo’, para aquellas fuerzas políticas que apostasen por la igualdad LGTB.
Desde la Federación se presentaron 102 propuestas, relacionadas con educación, sanidad, juventud,… a las diferentes fuerzas políticas que competían para ser nuestras representantes en los ámbitos municipales y autonómicos.El PP no contestó y desde la FELGTB nos recuerdan que aún siguen manteniendo el recurso contra el matrimonio entre personas del mismo sexo. Sí se reunieron con IU, PSOE y UPyD. El partido de Rosa Díez mostró su compromiso con la ley del matrimonio pero no incluyó en su programa electoral ninguna de las propuestas de la Federación. Sin embargo, IU y PSOE, atendieron esas propuestas y las recogieron en sus programas.
Visto el resultado electoral uno se pregunta: ¿al colectivo LGTB le importa un pimiento el partido político que le apoya y el que no? ¿O realmente están hartos de que los políticos jueguen con sus vidas, con sus familias y con sus sentimientos como si fueran una moneda de cambio? ¿O existe un importante sector del colectivo que vota a la derecha? No tengo respuesta para ninguna de esas preguntas. Bueno, para la última sí. Cuando regresaba a casa el domingo, tras dar un paseo nocturno, me crucé con una pareja de lesbianas, abrazadas, que llevaba en la mano una de las banderitas del PP que ondeaban frente a la sede de la calle Génova. Yo las vi bastante orgullosas, lo que me hizo pensar que estaban encantadas con la victoria del Partido Popular. Que cada uno saque sus conclusiones.
En cualquier caso, aunque esto es un análisis de trazo grueso pero a las pruebas me remito, o el colectivo LGTB puede votar al PP y quedarse tan ancho o el colectivo LGTB se abstiene porque ya no cree en nada ni en nadie y piensa que todos son iguales y pasa de la política y de sus políticos.
Las dos son opciones perfectamente libres y contempladas en nuestro sistema electoral. Sin embargo, creo que respeto menos la segunda que la primera.
Porque el gay o la lesbiana que ha votado al PP tendrá sus argumentos, aunque a muchos nos parezcan extraños, pero ha ejercido su derecho al voto y lo ha hecho en conciencia. Sin embargo, la abstención es la opción electoral que menos respeto. No querer participar me parece un ejercicio de insolidaridad. Parece que tenemos que aceptar que el desencanto, la decepción, nos exime de nuestra responsabilidad. El hecho de que estés desencantado no te libera de otras obligaciones como pagar impuestos. Como los políticos son unos sinvergüenzas, ¿puedas declararme insumiso fiscal? Estaría bien, pero todos sabemos que no. Entonces, ¿por qué te sientes orgulloso de no haber cumplido con tu obligación como ciudadano y no haber ido a votar?
Cerca de 12 millones de personas no fueron a votar. Por una cuestión estadística, muchos de ellos serían gays, o lesbianas o bisexuales. Quizá no se han dado cuenta que no votando, en el fondo, están aportando su grano de arena a ese sistema que no les gusta solo que de la manera, con todos mis respetos, más absurda, que es aquella en la que los demás deciden por ti. No ir a votar, al partido que te de la gana, incluso a Ciudadanos en Blanco, no me merece ningún respeto. Es como si vieras al maltratador agrediendo a su víctima y optases por mirar al otro lado porque “total, la justicia es una mierda y al final, entran por una puerta y salen por la otra”. No sé. Reflexionemos sobre ello, a toro pasao. Porque creo que no participar es la manera más cobarde de participar.
PRIMICIA: CON ESTE TEXTO EMPEZARÉ EL WISTERIA LANE (RADIO 5) DE MAÑANA.
Curiosamente, hace varias semanas, escribí un artículo en el que contaba lo decepcionado que estaba con la clase política y que, por primera vez en mi vida, estaba pensando en no ir a votar. Al final, venció el sentido común y mi necesidad de participar. Porque no soporto que decidan por mí. Y menos, cuando tengo la oportunidad de expresarme.
miércoles, 25 de mayo de 2011
Firma/osadía de estados de Facebook y Twitter
TOLO CAÑELLAS: "Solo quiero comer, fumar y que me corten las uñas"
PACO TOMÁS: "Que un club de alterne se llame 'Súpercolores' me parece un ejemplo de globalización"
TOLO CAÑELLAS: "¿Quién es Bin Laden?"
PACO TOMÁS: "No soporto a Justin Bieber. Y me da igual que sea menor. Hay menores que me caen fatal. Y punto".
Estos son solo algunos de los ‘estados’ de Facebook y Twitter que el periodista Tolo Cañellas y yo hemos publicado últimamente en las redes sociales y que este jueves, día 26 de mayo, firmaremos por primera vez, en el Café Olivera de Madrid (c/ Santo Tomé 8)
Cuando llega la Feria del Libro, los autores que han publicado durante todo el año, con mayor o menor éxito, se encuentran con sus lectores gracias a la popular firma de ejemplares. Las casetas se convierten en escaparates donde el mundo editorial coloca a sus estrellas con la intención de despertar el interés del público y de los medios de comunicación. Si no firmas en la Feria del Libro, es como si no hubieras publicado. Es la excusa perfecta para conocer a la gente que te lee, que comparte tus teorías emocionales a través del mágico ritual de la lectura.
Para nosotros, como dijo la escritora Soledad Puértolas, a la que nunca hemos leído, “en cuanto desaparece la inocencia de aficionado en el escritor, desaparece la literatura”.
Los estados que escribimos cada día, con una disciplina asombrosa, en Facebook y Twitter son, para nosotros, un nuevo género literario a mitad de camino entre el microrelato periodístico y la autobiografía. Un género que llevamos alimentando desde hace años y que en esta ocasión, y aprovechando la inauguración de la Feria del Libro, hemos decidido darle la relevancia que creemos que se merece. Por eso, el jueves 26 de mayo, a partir de las 20.00 horas, en el Café Olivera (c/ Santo Tomé, 8), firmaremos nuestros estados de Facebook y Twitter.
Hay personas que consideran que las redes sociales fragmentan, trivializan y banalizan las ideas. Que cada vez es más difícil generar pensamientos compuestos, subordinados o solo yuxtapuestos. Algunos lo llaman microfilosofía. Otros, novelas de 140 caracteres. En definitiva, anorexia mental.
Ese pensamiento, aparte de parecernos elitista y que desprecia con cierto aire de superioridad la cultura popular, nos parece tan erróneo como afirmar que un cortometraje de 5 minutos ‘fragmenta’, ‘trivializa’ y ‘banaliza’ las ideas porque con un metraje de 4 horas podríamos contar esa historia con mucho más pensamiento compuesto y subordinado.
Una idea siempre es breve. Es el trabajo posterior el que puede llegar a alimentarla hasta el sobrepeso. Hay estados de Facebook y Twitter que tienen más verdad, más compromiso, más intención, más lucidez, que muchos artículos de opinión. Y sí, también hay mucho sentido del humor. Y sí, también mucha frivolidad. Pero es que la frivolidad, la banalización, también pueden ser una forma de denuncia, como un estimulador del ingenio, al alcance de todos.
Además, ya hay un científico que ha asegurado que el uso de redes sociales hace que el cerebro produzca oxitocina, una hormona que generamos cuando nos besan o nos abrazan. De esta manera, el profesor Paul J. Zak, de la Universidad de Claremont, ha abierto la posibilidad de que las redes sociales produzcan placer. Aunque eso es algo que yo puedo afirmar taxativamente -y eso que no estaba en el mercado cuando apareció la aplicación del Grindr-, debo aclarar que donde esté un buen beso, que se quite la red social.
INSTRUCCIONES DE LA FIRMA DE ESTADOS
El protocolo es muy sencillo. Si eres amigo de Tolo Cañellas o mío (Paco Tomás) en Facebook, o nos sigues en Twitter, o simplemente te apetece pasarte por allí para ver qué se cuece, eliges aquel estado que más te haya gustado, que más te haya impactado, con el que más te hayas identificado o el que más rabia te de. Lo copias en un folio, lo imprimes y lo acercas hasta el local en el que te lo dedicaremos encantados.
Si no tienes tiempo de imprimir un estado, si no sigues a ninguno de los dos pero no quieres perderte la oportunidad de tener algo que hacer un jueves a las 20.00 horas, tranquil@. En el lugar de la firma tendremos varios estados ya impresos y habilitaremos una impresora, conectada a un ordenador, desde la que imprimir, en ese momento, algún estado que te guste.
Durante el acto, continuaremos publicando ‘estados’ en las redes sociales.
Y si lo que quieres es generar oxitocina pero pasas de las redes sociales, siempre podemos besarte.

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martes, 24 de mayo de 2011
Las aventuras de Enrique y Ana. Cap. 16
lunes, 23 de mayo de 2011
Reflexión del día antes

Recuerdo lo que sentí después de ver Sostiene Pereira, la película basada en la novela de Antonio Tabucchi. Ambientada en la Lisboa de Salazar, un periodista tranquilo y sin conciencia ideológica, llamado Pereira, dirige la sección cultural de un diario. A raíz de unos artículos que publica un joven redactor, Pereira empieza a ser consciente del sistema bajo el que vive: de la intimidación, de la censura, de la necesidad del sistema de acorralar cualquier pensamiento o idea que ponga en peligro su estabilidad, corrupta desde el embrión. Invadido por el miedo de la incertidumbre, Pereira conoce a un doctor que le explica su teoría sobre la confederación de las almas. Cada uno de nosotros tiene muchas almas, una de las cuales toma las riendas de nuestra personalidad, convirtiéndose en una especie de yo hegemónico. Pero, en ocasiones, alguna de las otras almas, de las que parecían dormidas, se despierta, adquiere preponderancia, se torna en dominante, iniciando una verdadera metamorfosis.
Salí del cine emocionado. El plano final de Pereira –magistral Marcello Mastroianni-, avanzando por las calles de Lisboa, con una media sonrisa victoriosa en el rostro, con la chaqueta al hombro, tras lograr publicar un demoledor artículo contra el poder en primera página del periódico, inyectó en mis venas una maravillosa sensación de euforia, como si una de mis almas estuviera a punto de indicarme el camino para descubrir que el mejor secreto está encerrado en nosotros mismos. Era el año 1996. A los cuarenta minutos, por poner una cifra, de abandonar la sala de cine, una especie de inhibidor del entusiasmo me devolvió al olimpo de la utopía, esa magnífica palabra que todo el mundo admira cuando aparece escrita en un poemario pero que, en la sociedad actual, nadie toma en serio. Y de ahí a la tranquilidad resignada hay un paso.
No había vuelto a sentir esa euforia, esa sensación de que un alma nueva estaba a punto de tomar la hegemonía, hasta que la Puerta del Sol de Madrid empezó a acoger a ciudadanos indignados dispuestos a asumir el poder que les pertenece en democracia. Cuando parecía que ya habíamos asumido que nuestro papel consistía en votarles cada cuatro años y el resto del tiempo limitarnos a aceptar sus desmanes, sus fanfarronadas, sus despilfarros, sus mentiras, sus corrupciones, sus chanchullos, sus pactos, su irresponsabilidad, porque nos habían dicho que ‘eso’ era ‘hacer política’ y porque los habíamos elegido libremente como nuestros representantes y eso parece oponerse a la capacidad crítica, llega Democracia Real Ya y nos recuerda que un país, como sus ciudadanos, tiene muchas almas. Y que quizá la erosión ha hecho que un yo hegemónico dé paso a otro yo.
Era poner el pie sobre el pavimento de la Puerta del Sol y una extraña sensación invadía tu organismo. Los ‘antisistema’ que ‘boicoteaban la democracia’, según los medios de comunicación de la parodia, eran universitarios, jubilados, amas de casa, autónomos, madres con niños, ciudadanos dispuestos a admitir la responsabilidad que la democracia dice que tienen. La democracia no consiste en votar y callar. Pocas cosas me parecen más democráticas que exigir dignidad a la clase política. Exigir un cambio de la ley electoral y poder comprobar que aquellos que no están de acuerdo con ese cambio son precisamente los que ven la política no como un servicio a la sociedad sino como un empleo poderoso, como un estatus, como un cortijo que pasar de padres a hijos y donde enriquecerse a costa de nuestro desencanto. Exigir listas abiertas, para que el aparato del partido no obligue a votar al candidato imputado sino a aquella persona en la que el electorado crea en ese momento, es hacer democracia. Hay propuestas que no solo hay que escuchar; hay que intentar realizar. El mensaje de una pancarta es claro: “No somos antisistema, es el sistema el que es antinosotros”.
En Sol, los organizadores de la acampada debaten y recogen la basura. Una lección democrática que nuestros políticos aún no han aprendido.
Y mientras me pregunto qué espera la Junta Electoral Central de un ciudadano cuando habla de jornada de reflexión -¿significa eso que debemos quedarnos en casa, sujetándonos la cabeza, como si fuésemos una representación del retrato de Jovellanos que pintó Goya?-, pienso en las palabras del maestro Iñaki Gabilondo cuando dijo que si los partidos políticos solo han sido capaces de analizar cómo podrían afectar las concentraciones de ciudadanos a las elecciones de hoy, es que no han entendido nada.
Reflexión del día después
domingo, 22 de mayo de 2011
Propuestas del Sol
viernes, 20 de mayo de 2011
Opciones en el ejercicio del voto
jueves, 19 de mayo de 2011
Playlist (19 de mayo)
#acampadaensol
domingo, 15 de mayo de 2011
Indignaos
“Código de barra” ya está rodado. El cortometraje con el que Carmen Kenedy Producciones –la productora que he montado junto a José Martret, Jorge Laguardia y Maribel Luis- participa en el Calendario Larios 2011 entra en postproducción. Solo hay un aspecto de mi trabajo con el que disfruto más que escribiendo y es asistiendo a la reencarnación del personaje, ese asombroso ritual, algo paranoico también, en el que el diálogo escrito se verbaliza, adopta un rostro, un gesto, una intención, gracias al trabajo del actor. Ha sido un placer total dirigir a 18 magníficos actores como Miriam Benoit (Maitena, Estados Alterados) y Xabier Murúa (El Capitán Trueno y el santo grial) que interpretan a Silvia y Carlos, una pareja en la que él intenta romper la relación pero ella no le deja. O a Santi Marín (es Gunther en la versión teatral que ha montado Tomaz Pandur de La caída de los dioses) y Natalia Hernández (Días estupendos, de Alfredo Sanzol), dando vida a Christian, un modelo, y Marta, una amiga que intenta convencerle de que, a pesar de ser muy guapo y desfilar en Milán, no tiene nivel para entrar en el Instituto Pasteur, como él quiere, para dar un giro a su voluble existencia. Y, por supuesto, a Fernando Tejero, premio al mejor actor en el Festival de Málaga, que se metió en la piel –nunca mejor dicho- de Ricardo, un hombre que asiste a una cita que ha convocado a través de un chat. Durante los ensayos nos enseñó el trailer de “Cinco metros cuadrados” de Max Lemcke, la película con la que triunfó en Málaga, y que parece ser que no se estrenará hasta su pase en el Festival de San Sebastián, en septiembre. La cinta tiene una pinta estupenda, un toque Ken Loach nacional, afrontando el drama de una pareja a punto de casarse que ve cómo la casa en la que han invertido todos sus ahorros se desvanece en una maraña de corruptelas urbanísticas.
Aún desconozco qué mes nos corresponde en el calendario pero sospecho que será uno de los calurosos. Para alguien que nació en el Mediterráneo, eso ya es un buen presagio.
Aunque la pre producción siempre consume mucho tiempo y energía, he logrado arrancar unos minutos a la agenda para acudir a Correos y solicitar el voto. Admito que mi primera intención, y por primera vez en mi vida, fue no votar. Ya lo expliqué en este mismo lugar. La sensación de que no importa quién te gobierne porque siempre vas a formar parte de la epidermis social, de esa capa externa que es la primera en sufrir las inclemencias y que logra, con su herida, proteger a la capa más interna, siempre la más favorecida y, en este caso, además, culpable de la crisis, me indigna. Pero no me indignaba hacia la movilización; me indignaba hacia la decepción. Sin embargo, tras la publicación de la encuesta de intención de voto del CIS, y comprobar que en Balears (y Valencia, ojo) el PP recuperaba su mayoría absoluta, pensé: ¿en qué lugar deja eso a los ciudadanos de Balears? Después del año de bochornosa corrupción con el que nos ha obsequiado el PP y UM, ¿cómo podemos volver a elegirlos? ¿No nos damos cuenta de la vergüenza ajena que vamos a despertar? Eso fue un revulsivo. Yo sí tengo capacidad crítica, sí tengo el poder de castigar al partido que no ha sabido representarme. Pero me niego a que los talibanes occidentales, a que aquellos que comulgan con ruedas de molino porque carecen que capacidad crítica y consideran la decepción un patrimonio de la izquierda, se aprovechen de mi indignación para regresar al poder, donde han hecho las mil tropelías, han robado lo más grande y aún permanecen imputados a la espera de resolución judicial. Ellos confían en el voto de castigo del electorado de izquierdas pero…y su voto de castigo, ¿dónde va? ¿O es que ellos consideran que no tienen nada que castigar?

He escuchado al escritor y economista José Luis Sampedro y se lo recomiendo. Escúchenlo. Léanlo. Cualquier entrevista reciente y especialmente su prólogo en ¡Indignaos! de Stèphane Hessel. Y si después de leerlo siguen pensando que todo da igual, que ese discurso es utopía, que todos son iguales y que el día 22 se quedarán en casa viendo una peli en dvd, por favor, pida hora en el médico. El desencanto le ha hecho mucho más daño del que usted cree.
sábado, 14 de mayo de 2011
¿Qué lee una reina?

jueves, 12 de mayo de 2011
El mar tiene la culpa

lunes, 9 de mayo de 2011
Un 'palco' en el Open
“El Open de Tenis es la nueva ópera”, me dicen. La afirmación es tan desconcertante que en un principio dudo de lo que he escuchado hasta que se produce la consecuente ratificación. “El boom de la ópera en el siglo XIX no se debe tanto a sus autores, ni a sus partituras, ni siquiera a sus intérpretes; el fenómeno radica en convertir los palcos en prolongaciones elitistas de tu propio hogar. Los palcos se convierten en miradores, en escaparates desde los que exhibir lo mejor de uno mismo y observar, con un poco de suerte, lo peor de los demás. A los y las aristócratas les importaba un pimiento si Violeta Valery muere tuberculosa y sola y no juzgan si Pinkerton era un caradura que se aprovechó de la pobre Madama Butterfly. A ellos lo que les importaba era ver y ser vistos. Pues eso mismo sucede ahora con los partidos de tenis”. En ese momento me doy cuenta de que horas antes he renunciado a una entrada para la semifinal del Master de Tenis de Madrid, zona sur, fila 4, por 80 euros. “El otro día estaba Cristiano Ronaldo y Xavi Alonso, Carmen Machi y Javier Cámara, Amaia Montero y Gonzalo Miró, Luis Tosar y Marta Etura y hasta Maite Zaldívar, que ya me dirás lo que le importa el tenis a esa mujer”, me dijeron. “¿Y quién jugaba?”, pregunté. “Nadal…creo”, fue la respuesta.
Puede que tenga razón. Asistir a un partido de tenis de esa categoría es como acudir a la ópera: un acto social. Aunque, como todo buen acto social con ambición selectiva, valora unas normas de conducta y basta poner un pie en las tribunas que rodean la cancha para percibir que el aire que allí se respira finge ser diferente. Esto no es fútbol, donde cualquier descerebrado que no saber hacer la o con un canuto puede vomitar adrenalina a borbotones mientras se caga en la madre de cualquier jugador. Aquí se guarda un respeto cuando el tenista va a sacar. El mismo silencio que merece la soprano cuando muestra toda su tesitura vocal. Y sólo se aplaude cuando se acaba el aria, sea o no bola de set. Aquí no hay disturbios al finalizar el encuentro. Aquí la gente se saluda y se marcha, tranquilamente, a su casa o a tomar una copa por ahí.
El Open de Tenis convertido en la nueva ópera, en el acto social de moda. Supongo que a eso no se le puede llamar evolución. Vivimos unos tiempos en los que nadie piensa en evolucionar. Aceptamos la evolución como algo meramente biológico y asumimos haber experimentado las transformaciones necesarias para convertirnos en la especie suprema sobre la capa de la tierra. ¿Qué más podemos pedir? Quizá por eso, la sociedad moderna ha reemplazado la evolución por la adaptación. No queremos ser mejores; queremos vivir mejor. O, en el principal de los casos, aparentarlo. Tal vez estemos ante una sencilla demostración de la apariencia.
Me cuenta un amigo que por La Caja Mágica, lugar en el que se celebra el Madrid Open de Tenis, ha desfilado hasta Ana Obregón. Ana cuenta, y a un volumen dolby surround, porque lo importante de asistir a un acto social no es el mero hecho físico de presentarse allí sino la constancia que queda de tu visita en los demás, que se levanta todos los días a las 5 de la mañana para escribir su autobiografía. Escalofriante disciplina.
Todos debemos incorporar a nuestra vida un acto social. Como si formase parte de una terapia colectiva. Es importante conocer de antemano que un acto social no es ponerse cualquier cosa y bajar a comprar el pan. Un buen acto social necesita seguir un proceso, cumplir unos plazos, no se puede improvisar. Y se valora mucho la adaptación al medio, algo, por otra parte, muy propio de las especies en proceso de aburguesamiento. Tras pensar en ello –tampoco mucho, no vayan ahora a pensar que me preocupaba más el Open de Tenis que la muerte de Bin Laden-, llegué a la conclusión de que lo más destacado, aunque no imprescindible, de un acto social es que además te entretenga.
Hablando de Bin Laden –desde ‘Rebeca’ de Hitchcock que un muerto no había dado tanto juego-, creo que me voy a hacer fan del grupo de Facebook que responde al axioma ‘Hay que ser muy malo para que te mate el Premio Nobel de la Paz’. Ya lo soy de la iniciativa, gestada en Twitter, “sin preguntas, no hay cobertura”, con la que se pretende recuperar la dignidad de la profesión periodística animando a que no se cubran las ruedas de prensa de los políticos que no admitan preguntas. Creo que una red social también puede ser un acto social pero de eso mejor hablo otro día.