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miércoles, 8 de junio de 2011

La silla caliente y todos mis yo

¿Has pensado alguna vez que si una cosa puede empeorar no te quepa la menor duda de que lo hará? Yo sí. Imagino que por eso llevo gastado un dineral en psicólogos, psicoanalistas, psiquiatras y prozac. Resulta que andaba yo intentando reconciliarme conmigo mismo practicando la terapia de la silla caliente en casa. No te preocupes que no he montado una productora de porno casero. Según Brenda, con este ejercicio puedo llegar a reconciliarme con mi parte más negativa.

Para que lo entiendas: la persona que tiene un conflicto, o sea yo, deposita en dos sillas las partes en disputa. Yo me siento cada vez en una de esas sillas y adopto la personalidad del problema en cuestión. Luego paso al otro asiento y vuelvo a ser yo; o una parte de mi yo. Un mini yo o algo así. ¿Sábes lo que te quiero decir?
Según Brenda, al exteriorizar el conflicto puedo ver con más objetividad lo que sucede en mi interior. Pues chico, mi interior está más colapsado que internet a las doce del mediodía. Tengo hasta lista de espera, no te digo más. He gestionado fatal mi interior y ahora tengo un merdé que ríete tú de la trama Gurtel. Eso sí, puedo asegurarte que tengo las sillas peor tapizadas que las de la familia Alcántara. Eso por no contar que acabé tirándome de los pelos a mi mismo y llamándome el nombre del cerdo. Porque tengo un yo con un pronto muy fuerte y mi otro yo, ni te cuento, y esa no es manera de negociar ni de nada. Pero no quiero preocuparte. Sólo una cosa más. También recibo visitas de Carmen Machi con un globo que me habla de sentirme hinchado y de un desafío al que le tengo que abrirle el chacra, o algo así. Yo le doy la razón como a los locos pero no veas lo pesada que se pone. ¿Es normal lo que me pasa? ¿Crees que debería preocuparme? Yo intenté hablar con mi psiquiatra de urgencia pero estaba viendo "Alaska y Mario".

viernes, 6 de mayo de 2011

Como la quinta temporada de "Sexo en Nueva York"

Amigo, aún no tengo claro si tanta terapia me está sirviendo de algo pero lo que puedo asegurarte es que los poleos que nos tomamos a la salida se están convirtiendo en la excusa perfecta para unos foros de debate que dejarían al de Formentor a la altura del currículum académico de un tronista de Hombres, mujeres y viceversa.

El pasado martes, sin ir más lejos, el grupo se debatía entre dos temas fascinantes: si tuvieras que compartir una isla desierta con Tomás Gómez y Esperanza Aguirre, ¿a cual de los dos sacrificarías primero para alimentarte? “A Tomás Gómez, que tiene los muslos más anchos”, dijo Encarna, que es morena. “Yo a ninguno. Soy vegetariana”, contestó Marta, que es castaña. “¿Quién es Tomás Gómez?”, preguntó Emma, que es rubia.

El segundo tema, en el área masculina, era: si tuvieras delante una tía en bikini y un Mercedes G55 AMG, ¿qué elegirías? “El coche. Con ese coche podría tener todas las tías en bikini que quisiera”, dijo Josep, que es moreno. “¡Ya te digo! Es el coche de Beckham y de Brad Pitt”, dijo Santi, que es castaño. “Y de Jay-Z. Y de P-Diddy”, dijo David, que es castaño claro y escucha una música muy rara. “¿De qué color sería el bikini?”, dije yo, que también soy moreno pero una vez, hace mucho tiempo, me decoloré cinco veces para teñirme de rubio.

En medio de este enfrentamiento dialéctico, Marta levantó la voz. “¡Dios mío, estamos en la Quinta Temporada!”, dijo. Y es que Marta es una incondicional de Sexo en Nueva York y había llegado a un curioso paralelismo entre la serie y nuestras vidas. “En la quinta, Samatha se vuelve una romanticona, Miranda está deprimida post parto, Charlotte sigue buscando el amor sin encontrarlo y Carrie está más perdida que María Teresa Campos en Telecinco. Y para colmo de males, ¡casi no hay sexo! Sólo les queda Nueva York. ¿No os dais cuenta? ¡Nosotros estamos viviendo nuestra quinta temporada!”, dijo. Luego recordamos que la sexta era la última y nos invadió la angustia, con una pizca de ansiedad.

martes, 3 de mayo de 2011

El club de la lucha

Amigos, el club de la terapia ya se ha convertido en el club de la lucha. Las apuestas y las peleas marcan el orden del día.


Día 1: Encarna lee, por decimonovena vez, el boletín de candidatos a pareja estable. “Escuchad esto”, dice. “Hombre soltero, 40 años y de buenas costumbres busca chica que se las quite. ¿Qué os parece?” “Imbécil”, contesta Marta. Y comienza la lucha.


Día 2: Me apuesto con David una cena en el Ramses a que Esperanza Aguirre pierde la mayoría absolutista. No entiende por qué estoy tan seguro. “No lo estoy”, apunto. “Pero si vuelve a ganar tendré que hacer una investigación de campo e intentar conocer a los madrileños, o sea, a los empadronados en Madrid; saber qué comen realmente, si beben agua del Canal de Isabel II o la compran embotellada, a qué dedican el tiempo libre, si guardan restos de algún alijo incautado en Barajas y lo mezclan con el Special K,...no sé, algo que le aporte algo de luz a semejante Expediente X. De hecho, haré lo mismo si el PP gana en Valencia y en Baleares”. David se toma mi respuesta como una burla a la madurez democrática del pueblo madrileño, valenciano y mallorquín y, como su abuela nació en Chamberí, él pasó su infancia en la costa alicantina y tuvo una novia mallorquina, se mosquea. Y empieza la lucha.




Día 3: Santi nos invita a su casa a tomar café. Después de media hora buscando un lugar en el que poder sentarnos donde no hubiera camisetas, calzoncillos, pantalones, calcetines, cajas de pizza, ceniceros llenos de colillas, películas de dvd y servilletas de papel, logramos tomar el café. “¿Os habéis dado cuenta de la cantidad de espacio que necesita Santi para vivir?”, pregunto. “Dí más bien para desordenar”, añade Josep. “Si dividimos la cantidad de hombres entre la superficie que ocupan obtendremos la densidad de la estupidez”, dice Marta. Justo en ese momento entra Santi en la habitación, apartando trastos a su paso, y le pica la susceptibilidad, que también tiene guasa la cosa cuando se vive en un entorno más desordenado que los juguetes de la niña de El Exorcista. Y tiene lugar la pelea.


Día 4: Aparece Emma, la rubia, teñida de morena. Ante la sorpresa de todos, reta a Marta. “¿Y ahora qué?”, dice. Marta la mira serena y responde: “Inteligencia artificial”. Emma se lanza a su pelo y aún hay un equipo médico en un hospital intentando separarlas.