jueves, 13 de mayo de 2010

Speedo


Cada día me asombra más la capacidad que tengo de tirar por tierra mis propios argumentos. Eso, que es un rasgo habitual de la adolescencia o incluso de una madurez acorralada, adquiere un desarrollo cerebral en mí que estoy empezando a creer que en vez de tratarse de una excepción, estoy ante la norma. Yo, con la cana brillante, orgulloso de mi bien llevada madurez, haciendo gala de la reflexión como la mejor arma e inigualable armadura, voy y me compro un bañador de esos que marca paquete. No sé porqué lo hice. Quizá enajenación mental, quizá un pequeño ictus, no lo sé. El caso es que ahora tengo un bañador Speedo negro con dos ligeras franjas amarillas a un lado. “Por lo menos no es blanco”, soltó mi amiga Marta mientras examinaba el bañador, como si fuera una pieza de esas que siempre sobra cuando montas un mueble de Ikea. “Eso hubiera sido imperdonable”, añadió. Confieso que era de esos que se jactaba de haber abandonado el formato slip allá por el 78. “Antes muerto que con cualquier prenda que se me ajuste a las ingles”, presumí en alguna memorable ocasión. Y aquí estoy, hecho todo un zombie. “Otro tanto a tu favor es que no es de esos que ha sacado AussieBum”, continuó Marta. Luego me contó que la marca había lanzado una línea de bañadores fabricados con la técnica wonderjock, que no es otra cosa que el estímulo wonderbra adaptado a lo más íntimo del sexo masculino. “¿La próstata?”, pregunté, pero no le hizo gracia. Marta es de esas que solo ríe sus propias ocurrencias. “Ahora, mirándolo bien, pienso que no me lo voy a poner nunca”, le conté. “Si yo era de bermudas. Luego me pasé al ‘meiva’ y lo más atrevido que he llevado es el boxer ajustado al muslo”, añadí. “Yo que tú, lo usaba”, apuntó ella. “No tienes nada que perder. Después de tener que tragarte tus propias palabras contra el ‘marcaje de paquete’, ya no tienes nada que perder. La palabra es el bien más preciado del ser humano y la tuya vale lo que el single de Pepe Domingo Castaño en una Feria del Disco”, dijo Marta. Y mientras pensaba en si darle las gracias por su apoyo o suicidarme, Marta abrió el periódico, esbozó una sonrisa y me preguntó: “Si tú pudieras gastar 45.000 euros en lo que te diese la gana, ¿en qué te los gastarías?”

No hay comentarios:

Publicar un comentario