miércoles, 12 de mayo de 2010

Escucha ilegal

No voy a hablar de los años que ha cumplido la Gran Vía. Ni siquiera voy a ser tan grosero como para insinuar si está bien o mal operada. Lo que creo es que todas las calles, ya sean arterias, capilares o venas del aparato circulatorio de una ciudad, tienen una historia que contar. Dramática, histriónica, cotidiana, anónima, divertida, admirable,… Caminaba por la acera de mi manzana, sin actitud de paseante, más bien como esa parte de un todo que no sabe apreciar lo que se le antoja como cotidiano, y me encontré con un equipo rodando un spot que inmediatamente reconocí. Hace una semana me comentaron que Televisión Española tenía previsto emitir una campaña de apoyo a nuestro representante de Eurovisión Daniel Diges, el de “algo pequeñito, algo chiquitito”, en la que presentadores de la casa y gente corriente aparecería con una peluca similar al cabello del cantante. O sea, que me encontré con un montón de personajes mitad 11811, mitad Roberta Flack en los 70, de pie derecho en la parada de autobús, fingiendo que la fiebre Diges había subido en toda la ciudad. No importaba que la realidad no fuera exactamente así. Como le sucedía al personaje de Marisa Paredes en La flor de mi secreto, yo también creo que la realidad debería estar prohibida.

Sin abandonar la misma semana, caminando por la Gran Vía, me crucé con Loles León y el actor Jorge Roelas que debían estar rodando algo para televisión. Unos metros más arriba, a la altura del cine Capitol, dos docenas de adolescentes imposibles aguardaban la llegada, prevista para varias horas después, de los protagonistas de la nueva temporada de Física o Química. Ahora lo que se lleva es proyectar el primer capítulo en pantalla grande. Parece ser que la única manera de llevar gente al cine es proyectando televisión. Estoy convencido de que si se emitiera Sálvame de luxe en los cines, en directo, en lugar de hacerlo en Telecinco, la taquilla española viviría un nuevo esplendor. La actriz Cristina Alcázar, con la que trabajé en “D-Calle” y volveré a trabajar en breve, es uno de los nuevos fichajes de la temporada. Deja atrás a la Juana de Cuéntame y se mete en la piel de Marina, una profesora de filosofía mucho más tradicional que la media de ese centro, donde el más tonto ‘poliniza’ tres veces por semana.

Estaba escribiendo este artículo en un Starbucks –explicar qué hacía yo ahí, en lugar de estar escribiendo cómodamente en mi casa, desvelaría algunos secretos que el actor Jorge Calvo no me permite ni tan siquiera insinuar- cuando entraron el presidente de la Sociedad General de Autores, Teddy Bautista, y su amigo Caco Senante. Estos sobresaltos son inevitables cuando se vive cerca de la SGAE. Se pidieron unos cafés y se sentaron dos mesas a mi izquierda. Me invadió un deseo insano de escuchar su conversación. Sólo rescataba palabras sueltas como “despropósito”, “comisión”, “teatro”,…Pero entre el hilo musical del local y el sonido ambiente, era imposible obtener una sola frase clara y concisa. Reconozco que no era el diálogo lo que me motivaba a agudizar el oído; eran esos dos personajes los que me atraían al abismo. Más si tenemos en cuenta que cada día, desde hace varios meses, la sede madrileña de la SGAE amanece rodeada de pancartas en las que se le recuerda a la población que esa entidad de gestión, sin ánimo de lucro, ha comprado dos teatros y dos edificios, con una joyería, una marisquería y 40 apartamentos, aunque nadie sea capaz de explicarnos qué tiene eso que ver con los derechos de autor. Me sorprende también que, según me cuenta un amigo, el director y guionista Peter Jackson (la trilogía de El Señor de los Anillos, aunque me gusta más Criaturas celestiales) les haya reclamado el dinero que ya había recaudado la SGAE por sus películas pero que él nunca recibió. Me sorprende que los medios de comunicación no hayan dado apenas cobertura a los trabajadores despedidos de la sociedad de gestión, dispuestos a ‘largar’ lo más grande de la entidad que ha logrado quitarle el primer puesto a la Agencia Tributaria en la lista de ‘las más odiadas’. Hace tiempo leí que Teddy Bautista decía que en el 80% de las empresas españolas sobraba gente. Él lo llamaba “cambiar los patrones de productividad”. Exactamente eso es lo que ha hecho Internet con la música, el cine, la televisión y hasta la radio, si me apura: cambiar los patrones de productividad. Estaba tan concentrado que ni me percaté que Caco y Teddy (parecen dos dibujos animados) se habían levantado y se habían ido. Me quedé terminando este texto, concentrado en la pantalla sin poder evitar escuchar a las chicas de al lado que aseguraban que una tal Eva era una “calientabraguetas” y que lo que quería era tirarse al novio de una de ellas pero “se va a joder porque antes le corto las manos”. Precioso. Eso me pasa por escuchar conversaciones ajenas.

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