viernes, 28 de mayo de 2010

Hablando de semen

“Si te dicen que el semen español es de baja calidad pero efectivo en embarazos, ¿tú qué piensas?” Eso me soltó Marta la pasada tarde mientras el camarero nos servía dos cafés bombón y nos miraba con esa expresión que pone un señor decente ante una película de Pasolini. “¿Me puede cambiar el bombón por un cortado normal?”, le pedí al camarero. “O mejor uno solo”, cambié de opinión. Marta no pilló la metáfora que se escondía en mi cambio de comanda e insistió con el asunto. “Para ti, ¿qué es un semen de baja calidad?” Los ocupantes de la mesa contigua ya habían interrumpido su conversación para concentrar toda su atención en la nuestra. “Ha dicho un estudio del Instituto Valenciano de Infertilidad que el semen nacional es de calidad baja en volumen, movilidad y concentración pero es de los más efectivos para lograr el embarazo”, explicó Marta. “¿Crees que ese estudio abre la posibilidad de que se entienda el semen para otra cosa que no sea la concepción. Porque digo yo que si un semen es efectivo para el embarazo, es de buena calidad, ¿no? A no ser que estemos hablando de…” “Su café solo”, dijo el camarero en un tono que molestó bastante a los de la mesa de al lado, que estaban más interesados en las palabras de Marta que yo mismo. Empecé a mover el sobre de azúcar con un ritmo frenético. “¿Sabías que el hombre que inventó el sobre de azúcar alargado se suicidó?”, apunté en un claro regate de la conversación. “¿Qué pasa? ¿No quieres hablar de semen?”, me dijo. “Pues no Marta, qué quieres que te diga, no me apetece hablar de semen, perdona que no sea tan desinhibido como tú”, contesté. Cinco minutos después, estábamos hablando de eso mismo. “Sólo nos superan en poca calidad los belgas y los turcos”, apuntó Marta. “O sea, que somos los terceros por la cola. Y nunca mejor dicho” –añadí-. “No seremos muchos, no seremos rápidos, no estaremos muy concentrados, pero en hacer hijos no hay quien nos gane”. Marta me miró como si me hubiera poseído Torrente. Luego se dirigió a los de la mesa de al lado y les pidió disculpas en mi nombre. El caso es que acabé contando la historia del inventor del sobre alargado de azúcar para volverme a ganar su confianza.

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