jueves, 24 de marzo de 2011

Una estrella mayor que la vida misma


Si hay algo que en las últimas semanas he lamentado con apesadumbrada actitud es ser daltónico. No reconocer, con exactitud, el color violeta de los ojos de Elizabeth Taylor. Los miraba. Los admiraba. Pero no sabía que eran violetas. Eran bellísimos. Intuía que eran algo más que azules, pero solo era una intuición. La gente decía que eran violetas y relacioné, como un parvulito, el color con la palabra. Eran los ojos de la Taylor y eso, para mí, ya era una categoría.

El 23 de marzo, Elizabeth Taylor cerró los ojos. Para siempre. Imagino que para el mundo del cine era como si se hubiese apagado el sol. Como si los fresnel y los cuarzos se desconectasen de la corriente eléctrica con un sonido aplastante que invadiese, con la sutileza del eco, todo nuestro entorno. Como si habitásemos en un inmenso estudio de la Century Fox abandonado y, ahora, también a oscuras.

Supongo que inconscientemente, algo que también le ha sucedido a personas y amigos que he ido conociendo con el tiempo, estaba enamorado de Elizabeth Taylor. Confieso que le era infiel con Katherine Hepburn y lo más parecido a la gloria fue tenerlas juntas en De repente, el último verano, de Joseph L. Mankiewicz. Un amor que comenzaría algún sábado, cuando TVE emitía ‘Primera Sesión’, y se programase Fuego de juventud, Mujercitas o El padre de la novia.

Sin embargo, al contrario que en las relaciones sentimentales que pueblan el mundo real, los primeros meses no fueron los mejores. Lo mejor siempre estaba por llegar.

Hay representaciones que acaban por fagocitar al objeto que representan. Me van a permitir que sea obvio -en los tiempos que corren, casi es de agradecer-, pero no existirá una Maggie y un Brick como los que encarnaron Elizabeth Taylor y Paul Newman en la versión cinematográfica de La gata sobre el tejado de zinc, de Tenessee Williams. En el fondo, es frustrante pensar así pero, de igual manera, inevitable. ¿Quién podría enfrentarse a un remake de esa película, o a una adaptación teatral de ese texto, sin que le temblasen las rodillas de emoción y el vértigo le cortase la voz? Nadie más debería atreverse. Sería como querer volver a pintar el Guernica, para poder inmortalizar tu versión de la obra de arte. No hay versión que valga. La carga emocional y generacional de esa interpretación ya no puede superarse. Me refiero a toda la censura que burlaron mis ojos adolescentes cuando escuchaba a Maggie, la gata, hablar de un tal Skipper, compañero de universidad de su marido; de cómo mis amigas comprendían al personaje de Elizabeth y cómo algunos amigos, más cerca de Brick que de Maggie, hubiesen dado su colección de discos de la Streisand por ser la gata sobre el tejado de zinc bien caliente. Porque la Taylor fue mucho mejor actriz de lo que su belleza acaparaba.

Nunca le estaremos lo suficientemente agradecidos por su apoyo a Rock Hudson en público y lo que eso significó. Ella se atrevió a mostrar su apoyo a las víctimas del sida cuando nadie lo hacía, cuando aquella supuesta ‘maldición divina’ tenía muy pocas voces dispuestas a convertirla en lo que realmente era: una enfermedad. Y lo siguió haciendo hasta su último día de vida.

Se ha marchado con dos Oscars (por Una mujer marcada y ¿Quién teme a Virginia Woolf?), dos Michaels (su primer marido, Wilding, y su amigo Michael Jackson), un Nick (Hilton), un Mike (Todd), un Eddie (Fisher) y un prestigioso Richard (Burton). Hizo lo que le dio la real gana y eso siempre será motivo de admiración. Desde beberse las botellas de Four Roses hasta casarse con un albañil (como en un sueño decorado por los Village People) que conoció en la Betty Ford.

Los medios anglosajones la han definido como una estrella ‘mayor que la vida misma’. No sé qué pensaría ella de algo así. Yo, de momento, he quedado con un grupo de amigos esta noche para brindar, con ‘cuatro rosas’, en honor de los ojos violetas más espectaculares que iluminaron la historia del cine. Dama Elizabeth Taylor, hay cuatro rosas en su honor.


1 comentario:

  1. Sí. Es fascinante. Yo ya le hice mi pequeño homenaje.
    Tengo esperanzas de que, en una de esas, se me aparezca.
    Saludos.

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