martes, 15 de marzo de 2011

A spanish film

Voy a contar el argumento de una película. No es una milonga. Está basado en hechos reales, como las tv movies que el Ministerio de Cultura ha decidido dejar de subvencionar.

El guion está protagonizado por un escritor. La historia comienza en Madrid, en los años 80. El personaje es testigo del cambio sociológico que se está produciendo en su país, empleando la cultura y el ocio como una herramienta de dinamización y liberalización social. En ese momento, se escucha un tema de Almodóvar y McNamara titulado “Voy a ser mamá”. La letra cuenta que Pedro y Fabio van a tener un bebé y que lo vestirán de mujer, lo explotarán bien o lo incrustarán en la pared. Los progres de la época aplauden el atrevimiento y la provocación del tema. Eso les afianzaba en su espíritu de cambio. Los fachas, por su parte, añorando tiempos peores, vaticinan el apocalipsis. De hecho, llevan dos mil años haciéndolo. En su telepredicación, acampan a las puertas de un céntrico cine de la ciudad para insultar y ‘condenar’ a todos aquellos espectadores que pagan su entrada para ver Je vous salue, Marie, de Jean-Luc Godard, una película que, a ellos, les escandaliza. De hecho, la proyección y distribución de la cinta llega a decidirse en algunos tribunales de justicia. A todo eso, hoy en día, articulistas y cronistas lo llaman “explosión de libertad”.

Mi protagonista, con el paso del tiempo, ve como el anhelado cambio no es otra cosa que la alternancia en el poder de dos partidos: uno de izquierdas y otro, de derechas. Los de derechas, fieles a sus principios, apenas le prestan atención a la política social. Ellos solo gobiernan para sus votantes, nunca para el grueso de los ciudadanos. Por eso, cuando le toca el turno a la izquierda, consciente como es de que en política económica y laboral su palabra vale menos que un cheque de Ruiz Mateos, apoya toda su estrategia electoral en lo social. Y lo hace con tal entrega que recuerda al adolescente que se enfrenta a su primera relación sexual: tanto ímpetu, que al final se pasa de largo. Bajo su mandato nace la corriente de lo ‘políticamente correcto’. Un arma de doble filo que nuestro protagonista festeja, en un principio, como sucederá con la ‘discriminación positiva’, porque por lo menos mira por sus intereses y por su bienestar como parte de una minoría discriminada durante siglos. Pero, de repente, como cuando un mogwai comía después de medianoche y se convertía en un gremlin, lo políticamente correcto se transforma en un argumento peligroso en manos de torpes. Especialmente porque nuestros políticos, jueces y gestores no han aprendido todavía a distinguir entre realidad y ficción.

A partir de ese momento, y con el tortuoso transcurrir de los años, el personaje de mi película no puede encenderse un pitillo. Una ministra socialista, amparada en una ley antitabaco que yo aplaudo, prohíbe fumar a los actores encima de un escenario, en un plató de televisión o en un set de rodaje. Vamos, que se carga de un plumazo el cine negro. Si Leire Pajín fuera americana, no existiría Mad Men. Ella no sabe de qué habla un actor cuando habla de componer un personaje. Ella solo propone cigarrillos electrónicos para interpretar a los hippies de Hair. Difícilmente puede un actor darle credibilidad a un fumador de marihuana con un cigarrillo electrónico. Menos mal que han llegado los pitillos de hierbaluisa para no restar verdad al trabajo del actor.

Pero cuando mi personaje cree haberlo visto todo, irrumpe en la secuencia la Fiscalía de Barcelona e imputa al director del Festival de Cine de Sitges, Ángel Salas, por un delito de difusión de pornografía infantil al proyectar la película A serbian film dentro de la programación del certamen.

A mi escritor le sorprende ver que todas esas asociaciones que decían defender a los creadores cuando se debatía la Ley Sinde, no estén alzando la voz con la misma energía en esta ocasión. A su entender, decisiones así ponen mucho más en peligro su libertad como creador que 200.000 descargas ilegales. Él cree que si no va a poder escribir la historia más atroz, la más asquerosa, la más hiriente, la más ofensiva, la más brutal, porque la fiscalía le va a denunciar, su libertad como creador está en serio peligro. Con el Código Penal en la mano, podríamos condenar a Nabokov por escribir Lolita, a las televisiones que han emitido Saló o los 120 días de Sodoma, de Pasolini, y si me apuran, al teatro que represente Divinas Palabras de Valle-Inclán, donde un retrasado mental es paseado por ferias y mercados, explotado como un bicho circense, para que Mari Gaila se saque unas pelas.

No sé cómo va a acabar la historia. Quizá alguien tenga que explicarle a nuestros políticos, fiscales y a algún que otro periodista, como es el caso de Concha García Campoy, casada con un productor de cine para más coña, la diferencia entre realidad y ficción. Alguien debería explicarles que lo que hizo Ana Rosa Quintana con la mujer del presunto asesino de la niña Mari Luz es realidad. Lo que hacía Victoria Abril en Tacones lejanos, ficción. Del mismo modo que nos parecería una estupidez inmensa meter en la cárcel a Victoria Abril por confesar un crimen en una película, denunciar a un director de festival por proyectar una película, en horario nocturno y para público adulto, casi supera esa majadería.

¡Lo que aparece en A serbian film es ficción! ¡No es un bebé real, es un muñeco! ¡El actor finge! ¡Finge hacer una cosa espantosa! Como cuando Isabelle Huppert fingía oler pañuelos con semen en La pianista o cuando Charlotte Gainsbourg se cortaba el clítoris en Anticristo, de Lars Von Trier. Si ese argumento le incomoda, señora Campoy, le desagrada, le parece gratuito y abyecto, muy bien: no vaya a verla. Es adulta. Es su opción. Critíquela hasta aburrirse. Pero jamás justifique que se pueda denunciar a un festival o a un creador por ejercer su libertad de contar una historia de una determinada manera.

Ahora es cuando los creadores deberíamos levantar la voz, quejarnos de algo que de verdad pone en peligro nuestra profesión: la censura. O lo que es peor, una política que nos empuje a la autocensura.


Y que yo sepa, de lo único que se le puede acusar a A serbian film es de ser un bodrio. Pero por eso, la Fiscalía no imputa.


3 comentarios:

  1. De acuerdo totalmente, como estuve de acuerdo con este post: http://www.xxminutos.com/2011/03/serbian-film-y-el-periodismo.html que leí hace unos días, ¿sois primos u os ponéis de acuerdo? :) Porque me consta que tú no copias nada ni eres un anarroso quintanno. Pero pensamientos similares llevan a conclusiones similares.

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  2. Gracias por el link Davinia. No conocía el artículo pero ahora mismo lo voy a leer. Por suerte, somos muchos los que pensamos igual.

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