lunes, 28 de marzo de 2011

La cena de los jueves

Todos los jueves, un grupo de amigos solemos quedar para cenar en un restaurante próximo a mi casa. Es un local con una cocina estupenda –elaboran unas albóndigas caseras riquísimas- y muy económico. Aunque la reserva siempre es a las 21.30 horas, la llegada de los comensales se distribuye en los primeros diez minutos. Cada uno llega de un lugar y una tarea diferente, pero todos acabamos alrededor del mantel de papel estampado en cuadros blancos y rojos. Cuando llego, el mantel ya está adornado por los surcos pop que deja la botella de Rivera moviéndose por la mesa como el caballo de una partida de ajedrez. Algunos no comprenden cómo puede ser que yo, viviendo a 500 metros del restaurante, sea de los que siempre llega tarde. No sé si hay una explicación pero, en el supuesto de que existiera, sería muy larga de contar así que, esa parte me la salto.

La reunión suele ser mayoritariamente masculina pero sin intención. A veces, las cosas surgen así. Pero cuando hemos tenido invitadas, han disfrutado exactamente igual que nosotros de la comida, el vino y las carcajadas. Y es que reunirse con amigos es el mejor analgésico. La semana puede haber sido un infierno, la lluvia podría estar presente en cada plano, pero llega el jueves noche, acudes a tu cita y te dejas arrastrar por ese invisible hilo de la afinidad. Reír las ocurrencias de uno u otro, participar de hasta cinco conversaciones diferentes y a la vez, o contar si esa semana hay un iPhone más en la mesa o, por el contrario, los puristas del Nokia siguen fieles a la tecnología finlandesa. Y, sobre todo, comprobar que aunque fuman menos que antes, en cuanto uno se pone la chaqueta para salir a la puerta, la acción se contagia y aquello parece un éxodo. De hecho, llevo varias semanas pensando que los no fumadores tenemos que reinventarnos, como todo en esta época. No puede ser que en una mesa de quince, tras la estampida de los fumadores, se queden solo tres personas. No me molesta ser uno de esos tres o que salgan a fumar, faltaría más; lo que me fastidia es que piensen que con ellos sale la diversión y que los que nos quedamos dentro no vamos a tener de qué hablar hasta que regresen. Claro, como son más, pueden continuar fuera la conversación que habían iniciado en la mesa y tú, no fumador, te quedas con tres palmos de narices, asumiendo que si quieres conocer el final de la historia, tendrás que abrigarte y salir a la puerta. Pues bien, mi propuesta es que todos los no fumadores que acudan a reuniones en las que sigan siendo minoría, se guarden un notición, una anécdota, un secreto, para el momento cigarrillo en la puerta. Y soltarlo en la mesa, frente a los otros dos no fumadores, crear un vendaval de admiración, sorpresa, inquietud o risotadas que despierte la curiosidad de los fumadores. Que cuando regresen, tengan la sensación de que se han perdido algo. Lo que no puede ser es que ellos ya tengan un anglicismo para definir lo mucho que se liga fumando en las puertas de los locales y nosotros, a verlas venir. Responde al nombre de smirting y apunta que un cigarro a la puerta de un bar o una discoteca puede ser la excusa perfecta para entablar conversación con un desconocido/a y… a partir de ahí, quién sabe. De hecho, los que suelen practicar el smirting recomiendan los días de lluvia, porque como hay que cobijarse bajo un paraguas o una marquesina, la distancia entre unos y otros se acorta considerablemente. Los no fumadores tenemos que organizarnos. Hay que acuñar un término que deje claro que los que nos quedamos dentro también podemos divertirnos e, incluso, flirtear. Hay que proponérselo. Esta batalla, la vamos a ganar.

Pero cuando regresan, el camarero nos pone en la mesa la botella de los chupitos y ya no tiene cabida el reproche. Y hablamos del nuevo reallity que va a protagonizar Alaska y su marido, Mario Vaquerizo, en la MTV. Lo venden como si fuera una versión española de ‘Los Osbourne’ –no confundir con Los Osborne, que no existe pero sería más en plan ‘Gran Reserva’- pero ya les digo yo que no lo va a ser. Aunque del mismo modo tenemos claro que en España, un país sin auténticas celebrities, los únicos que pueden embarcarse en un proyecto así son ellos. Y como la productora lo sabe –El Terrat, de Andreu Buenafuente-, les ha construido una casa, a modo plató, porque en la de Alaska y Mario, no cabe todo un equipo de cámaras y focos. Es un lugar fascinante, pero pequeñito.

Y cuando nos damos cuenta de que nos hemos quedado solos en el local, decidimos dar por finalizada la cena de los jueves. Los camareros nos lo agradecen con una sonrisa y nosotros abandonamos la sala con la actitud de un grupo de antiguas vedettes que se reúnen allí, una vez al mes, para recordar quién fue la primera en ponerse tetas y cual fue la que llevó la mochila de plumas más grande de todo el music hall patrio. Es nuestro sentido del humor. Una habilidad social, simplemente. Porque los momentos en los que uno se siente bien consigo mismo son más valiosos que el oro negro. Y eso siempre sucede cuando estás rodeado de amigos.

2 comentarios:

  1. ¡Qué envidia le tengo Sr. Paco Tomás!
    ¡Pero qué envidia!

    Lo del smirting yo no lo sabía...¿y no se puede acuñar un término en castellano?, yo que sé..."pitillir" por ejemplo.
    Creo que voy a volver a fumar. Pero también se puede decir un "os acompaño" con una copa de vino en la mano ¿no?.

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