domingo, 19 de diciembre de 2010

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“Hay gente que odia el dinero. ¿Alguien sabe lo que más odio en el mundo?”, preguntó Lady Gaga en el concierto que ofreció, hace una semana, en el Palacio de los Deportes de Madrid. “Odio la verdad. Prefiero una dosis gigantesca de mierda antes que la verdad”, añadió. Y la gente no supo si aplaudir o no al comentario de la norteamericana. Lady Gaga habla mucho en sus conciertos. Casi más que veces se cambia de vestuario. Admito que no entendí todo lo que dijo pero esa frase sí. Y me pareció extraordinariamente razonable. Lady Gaga tiene un alto porcentaje de mentira en sí misma, pero una mentira portentosa. Ver su show es un espectáculo al que cualquiera puede asistir sin tan siquiera conocer una canción de la artista, cosa –por otra parte- bien difícil. Su personaje, como en su momento sucedió con Michael Jackson, habla de ser diferente, de sentirse una estrella, del ‘freak’ del instituto que triunfa ante los matones de la clase de gimnasia, que se burlaban de él en el patio. Y recrea un universo fantástico al que enriquece con canciones, coreografías, decorados, disfraces,…Todo muy adolescente generación Glee. Hacía muchos años que no veía a las (y los) fans de un grupo o artista aparecer maquillados y con el estilismo reglamentario en un concierto de pop. Llevaban gafas de sol customizadas, rayos dibujados en el rostro, como en el Aladdin Sane de Bowie, y latas de refresco en el pelo, a modo de rulos. Eso es lo que convierte a una artista en un fenómeno. Y ella lo sabe. Ella sale al escenario y el mensaje subliminal que está lanzando a su auditorio es “vale, Madonna es siglo XX, pero yo soy siglo XXI”.

Me encantó que, en plena explosión de las filtraciones de Wikileaks, Lady Gaga dijera que prefería una gigantesca dosis de mierda antes que la verdad. Ya sé que esa asociación de ideas sólo germinó en mi poliédrica mente pero…yo también fui un niño diferente en la escuela. Después de sufrir las consecuencias de la verdad en tus propias emociones, creo que alguien debería reinventar la verdad, dotarla de unas características positivas, optimistas, nobles. Siempre que empleamos ‘la verdad’ es para herir, para hacernos daño los unos a los otros, para desnudarnos en público, como la Mari Gaila de Valle-Inclán, delante de todo un pueblo dispuesto a lapidarnos. Cuando alguien te dice que te va a ser sincero, que te va a decir la verdad, nunca te dirá algo amable; sólo te hará daño. Me temo que hasta que la verdad no recupere su buena fe, hasta que comprendamos que no hay una verdad absoluta y que todas son relativas, lo mismo no está tan mal una buena dosis de mierda que, al fin y al cabo, con una ducha, lo mismo se quita.

Leo las publicaciones de los documentos de Wikileaks y nada me sorprende en especial. Supuestamente su valor radica en que todo aquello que sospechábamos, que intuíamos, que asumíamos respecto al gran hermano yanki, se confirma. De acuerdo. Es verdad. Imagino que el argumento que justifica que estemos desayunando cada día con los secretos de los Estados Unidos es el interés general, algo tan abstracto como el rostro de Donatella Versace. Pero mi mente poliédrica se pregunta: ¿cuántos de nosotros soportaríamos las consecuencias de que los demás supieran lo que pensamos realmente de ellos? ¿Cuántos familiares, amigos, amantes y compañeros de trabajo estarían dispuestos a leer nuestros secretos? Estoy convencido que el interés general es mucho más mediocre de lo que Julian Assange cree.

En el fondo, las filtraciones de Wikileaks son a las relaciones internacionales lo que la entrevista al abogado Rodríguez Menéndez al mundo del corazón.

Si llego a saber con tiempo que Shakira era la encargada de presentar el anuncio navideño de Freixenet de este año, me hubiera puesto en contacto con los publicistas para aconsejarles que pusieran a Julian Assange de acompañante. Del Waka Waka al Wiki Wiki. Llegados a este punto, podríamos reducir déficit despidiendo a diplomáticos y embajadores porque, total, la verdad ha anulado su papel. O quizá sea al revés y ahora sepamos para qué sirven realmente. Algo me dice que para solucionar este problema tendremos que iniciar otro. Pero lo que yo me pregunto es: ¿por qué la gente escribe sus secretos? ¿Por qué no nos guardamos lo que opinamos de los demás en un lugar más seguro? ¿Por qué preferimos la verdad a una dosis gigantesca de mierda si, en el fondo, es lo mismo?

1 comentario:

  1. Me ha encantado. Pero estoy recién levantado y no encuentro nada inteligente que decir.

    Un beso

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