miércoles, 29 de diciembre de 2010

Navidades narcóticas

No quiero parecer un aguafiestas pero de un tiempo a esta parte, la Navidad se ha vuelto narcótica. Navidades Narcóticas. Así lo veo yo. Como el título de una película muy de serie B. Pensé en ello la otra tarde, cuando paseaba por los alrededores de uno de los territorios más conflictivos en estas fechas: la Plaza Mayor. En la Navidad española, las plazas mayores dejan de ser el centro de la vida urbana para convertirse en una zona inhibidora del sentido común y la vergüenza ajena. Eso, que de entrada no vendría nada mal incluso en otras épocas del año, adquiere por estas fechas un nivel desproporcionado con características psicotrópicas. O sea, puedes pasar del jolgorio al grito aterrado con una facilidad asombrosa. Nuestra amiga Marta está convencida de que en la nieve en spray, la que venden en los puestos de la plaza, hay un agente químico que actúa sobre el sistema nervioso central y provoca que un correcto señor de 57 años de Ávila, vestido con la discrección de la clase media y con cara de agotamiento vital, se plante en la cabeza una peluca de espumillón rojo y camine mirando escaparates con una naturalidad hasta digna. Eso sí, del brazo de su señora, que también lleva una peluca de espumillón amarillo. Yo, que jamás he estado en contra de un buen pelucón pero que siempre lo he visto como parte de un ritual que incluyese su pestaña postiza, su buen vestuario y su taconazo, pensaba que ese tipo de actitudes en los contornos de una Plaza Mayor en Navidad, tenían su causa en la presencia, siempre confusa, de una criatura. La infancia es capaz de travestirse sin complejos y, lo que es mejor, de lograr que sus padres también lo hagan. Pero la zona narcótica no tiene en cuenta el libro de familia. He visto a parejas adultas, jóvenes, grupos de amigos, todos con un gorro cabeza de reno encima y sin rastro de infancia a sus pies. Incluso algunos no manifestaban síntomas de embriaguez. Estaban serenos y actuaban con la misma dignidad con la que se moverán por la ciudad tres semanas después. Pero con cuernos en la cabeza. Si eso no es cosa de narcóticos, que venga Dios, recién nacido, y lo vea.

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