jueves, 23 de diciembre de 2010

El bautismo artístico

¿Recuerdan que hace un tiempo hablé del artista de variedades que todos llevamos dentro? Pues cualquiera diría que me dio por opinar de fútbol porque ha sido el tema de conversación de los últimos días. La culpa la tiene el momento en el que expliqué que una vedette, un maestro de ceremonias o un transformista necesita un nombre, un reclamo artístico que deslumbre en los carteles. “A mí me lo explicó una antigua vedette catalana. Me contó que hace años, muchos de esos artistas sabían lo importante que era el ritual del bautismo en su profesión. Vamos, que el nombre artístico era tan importante como la propia estrella”, le comenté a Marta, Josep y Emma mientras tomábamos un café. “Tenía que ser un nombre chispeante, cargado de connotaciones, descarado y, sin embargo, familiar. Así que solían recurrir a una fórmula que nunca fallaba: el nombre de su primera mascota y su segundo apellido”. A partir de ese momento, el grupo comenzó a ejercitar su memoria para saber cómo se llamaría el artista de variedades que llevaban dentro. “Mi primera mascota fue un gusano de seda al que apodé Dulce. Y mi segundo apellido es Hernández...Dulce Hernández. Para mí que mi artista interior no pasará de corista”, apuntó Marta algo desilusionada. “Mis padres me regalaron por mi sexto cumpleaños un loro que jamás demostró interés ninguno por repetir palabras. Le bauticé como Junior. Y mi segundo apellido es Mazo”, añadió Josep. “Con ese nombre puede que empieces en el mundo del music hall pero muy pronto te estrenarás en el porno”, diagnostiqué. Y a Josep se le iluminó la cara. “Yo tuve una tortuga que se llamaba Emmita”, contó Emma, la ex secretaria rubia de mi ex psicoanalista. Todos nos miramos, como no podía ser de otra manera. “Y mi segundo apellido es Moreno”, detalló la rubia, ante nuestro asombro. Emmita Moreno. Sin lugar a dudas, ella sería la vedette de nuestro Paralelo. Así hemos pasado los días; como niños con nombres nuevos. Actuando como el público esperaría que hiciésemos tras leer nuestros nombres artísticos. Y para cuando el efecto decaiga, tengo preparada otra ‘corriente de bautismo’ que advertía que también funcionaba con el nombre de tu primera mascota y la calle en que viviste. Sin ir más lejos, mi personaje se llamaría Wilbur de Occidente. Con ese nombre, no hay escenario colombiano que se me resista.

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