viernes, 10 de diciembre de 2010

Pistolas por condones


Os voy a contar una cosa que me sucedió hace unos años. Quedé con Marta, una amiga. “Por favor, tenemos que vernos. Es urgente. De lo contrario soy capaz de pasarme la Epilady por la cabeza, que sabes que cuando me asalta la ansiedad me pongo muy bruta”, me dijo al teléfono. Estaba nerviosa, así que me eché tres lexatines en el bolsillo y acudí a la cita. “Soy un monstruo”, dijo, con esa mirada que pone Marta, a lo Catherine Deneuve en Repulsión. “Y no es la primera vez que me pasa”. “¿Que te pasa qué? Chica, que das más rodeos que la televisión local de Oklahoma”, le dije, con esa sensibilidad terapéutica que he aprendido con los años de paciente de un psicólogo argentino. “Me ponen los malos”, soltó así, de golpe. “Me ha vuelto a pasar. Compré el periódico y ahí estaba él, en la portada: el criminal de guerra croata más buscado. Se llama Ante Gotovina, tiene 50 años y está buenísimo. En la foto, con su pelito corto y sus vaqueros, tenía esa dureza balcánica que me hizo imaginar noches de sexo salvaje y entregado. Como los chiítas de Mujeres al borde de un ataque de nervios, al vivir perseguido por la ley, creo que se entregará más en la cama porque nunca sabe si será la última vez que estará con una mujer en años. La gente lee esa noticia y se congratula de que el asesino fuera detenido. Otros recuerdan el desastre de la batalla y sufren con la mirada. Y yo, ¡yo veo a un hombre acusado de la matanza de 150 serbios y me pongo más cachonda que una Playmate en un colchón de látex! ¡Estoy enferma! Y te digo que no es la primera vez. Ya me ha pasado con algún etarra, que los veo guapos en esas fotos que les hacen cuando los detienen. Quizá falta asearles un poco y arreglarles el pelo, que llevan unos estilismos espantosos, pero tienen materia prima. Fíjate que una vez soñé que le planteaba al Ministerio de Interior un programa de reinserción que se llamaba ‘Pistolas por condones’ y consistía en que cada vez que un malo tenía ganas de matar, yo iba y le hacía el amor. Soy un monstruo, ¿verdad?” Entonces saqué los tres lexatines de mi bolsillo, pedí un JB y me los tomé sin mediar palabra. A ver, qué iba a hacer.

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