
viernes, 29 de octubre de 2010
El término medio

miércoles, 27 de octubre de 2010
El artista de variedades

Las aventuras de Enrique y Ana. Cap. 7
lunes, 25 de octubre de 2010
Playlist (25 de octubre)
El diablo necesario

domingo, 24 de octubre de 2010
El martes se me olvidó ser feliz

El martes se me olvidó ser feliz. Aún no entiendo cómo pudo suceder. ¿En qué estaría yo pensando? El martes pasado, Madrid fue capital mundial de la felicidad y yo sin enterarme. Lo descubrí al día siguiente y me invadió una sensación de derrota, de oportunidad perdida, que aún hoy intento superar a base de magdalenas rellenas de chocolate. El chocolate genera endorfinas y, digo yo, que a falta de felicidad, buenas son las endorfinas. La designación de Madrid como capital de la felicidad tenía que ver con el primer congreso internacional sobre ese asunto que se celebraba en la ciudad. Todo estaba organizado por el Instituto Coca Cola de la Felicidad. Empezábamos mal. A mí la Coca Cola me provoca gases y los gases no me hacen feliz.
El filósofo Javier Sádaba, el psicólogo Javier Urra, el divulgador científico Eduardo Punset, la alpinista Edurne Pasabán o uno de los 16 supervivientes del accidente aéreo ocurrido en los Andes en 1972, Gustavo Cervino, fueron algunos de los participantes que, desde sus propias experiencias y conocimientos, intentaron darnos herramientas para ser felices. Entre los ponentes también estaba el primer ministro de Bután, Jigme Thinley, un político tan revolucionario como la utopía, que propuso crear un índice, como el PIB, que mida la Felicidad Nacional Bruta (FNB). Cree que hay que medir el desarrollo de los países según las sonrisas de sus habitantes. Bután, ese pequeño país situado en el Himalaya, con unos 700.000 habitantes, está considerado uno de los estados más felices del mundo. Nosotros tenemos tasa de paro; ellos tienen tasa de infelicidad. La nuestra es del 20%; la de ellos, un 3%. Según Thinley, los valores para medir dicha felicidad se basan en un desarrollo socioeconómico sostenible, en la preservación y promoción de la cultura, en la conservación del medio ambiente y en el buen gobierno. O sea, que podemos darnos por jodidos. Nunca seremos un país feliz. Cuanto antes lo asumamos, mejor para todos.
El miércoles, mientras me enteraba que había llegado tarde a mi oportunidad de ejercer como individuo feliz en una ciudad feliz, recibí la llamada de un amigo que me informó que los dos días de celebración del congreso eran dos días de felicidad oficial. O sea, que ese miércoles aún disponía de la ocasión de ser feliz. La noticia me pilló escribiendo un sketch sobre la inmunda versión que hizo Ramoncín del Come as your are de Nirvana y su posterior perdón a los fans. O sea, me pilló en plena desdicha para mis oídos. Venía de un día en el que había vuelto a madrugar –eso, para mí, es un síntoma de absoluta tristeza-, de un trayecto en Metro donde constaté que, si el desarrollo de España se midiera por la sonrisa de sus habitantes, estábamos en un oscuro agujero negro, de encontronazos y zarandeos –porque la multitud es muy maleducada- y de una lectura del último libro de Bret Easton Ellis, Suites Imperiales. Así, ¿quién demonios iba a pensar en felicidad? Ya sé que lo importante en la vida no es lo que pasa sino lo que hacemos con lo que pasa. Como dijo Jean Paul Sartre, no hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace. Pero me di cuenta que yo no podía hacer nada para intentar ser feliz porque la felicidad no dependía de mí. Para ser feliz no me basta con la egoísta satisfacción personal: necesito que mi entorno familiar y emocional también esté feliz. Necesito tener esperanza y esa se diluye cada vez que me siento ante un Telediario o abro un periódico. Lo único que puedo hacer es intentar relativizar el disgusto, usar mi experiencia para prever la caída y levantarme después con la menor cantidad de rasguños posibles, ser un mero observador lo suficientemente atento a lo que sucede para no volver a dejar pasar la sensación de felicidad y disfrutarla plenamente la próxima vez que me señale.
Y recordé la noche anterior, cuando en la sede del Instituto Europeo de Diseño, tuve delante al actor Clive Owen. Era una fiesta en la que se presentaba la edición limitada del whisky Chivas 12, en un estuche creado por el diseñador barcelonés Alex Trochut. Entre cócteles, canapés y mujeres muy del estilo Ana García Siñeriz, tuve la suerte de asistir, frente a frente, a la mirada del señor Owen (Closer, Hijos de los hombres). Tampoco es que el hombre fuese accesible, de hecho se situó en su pequeña zona reservada y se pasó buena parte de la velada hablando con amigos y de espaldas al resto de invitados, por si acaso caían en la fea tentación de hacerle fotos con el móvil como si fuera Copito de Nieve. Pero a mí me bastó con tenerle delante, con mirar sus ojos verdes y recibir una minúscula mueca, como un aperitivo de sonrisa, a modo de saludo. Porque, en el fondo, quizá la mejor manera de ser feliz sea conformarse.
sábado, 23 de octubre de 2010
La de la vergüenza
Amigo, llueve mucho. Y ya sabes que la lluvia, a las personas con mi historial sentimental, nos pone nostálgicas tirando a muy tristes. Y ya ni te cuento si el día amanece gris panza de burro, que eso sí que desconsuela. Entonces me encierro en mi habitación y empiezo a darle vueltas a la cabeza. Ya sé que Linda Blair hacía exactamente lo mismo en "El exorcista" pero, para tu tranquilidad, te diré que de momento no me noto la voz más grave y ni hago cuarenta abdominales en quince segundos mientras grito cosas horribles sobre “la cerda de tu hija”. Sin embargo, reconozco que últimamente me preocupa la reacción física de mi organismo cuando veo por la tele a un miembro de la Conferencia Episcopal. Me lo haré mirar. Pero no quiero desviarme, y menos en público, y te voy a contar mis últimas reflexiones de día de lluvia. Creo que Denzel Washington es el Mel Gibson negro, que tengo que comprar un tendedero de interior o ser más rápido a la hora de quitar mi ropa de la cuerda y, lo más importante, pienso que el mundo se divide en dos: los que desean comerse ‘la de la vergüenza’ y no lo hacen y los que se la comen y aquí me las den todas. No te veo pero sé que estás con el teléfono en la mano a punto de alertar a mi familia sobre mi estado psíquico. Tranquilo, lo que pasa es que ya estoy cansado de salir de tapas, pedir una de croquetas y ver cómo la última se queda en el plato durante minutos y minutos aunque ninguno ha soltado el tenedor. Todos desean tragarse la croqueta pero nadie se atreve a ser el zampabollos de la noche. Hasta que alguien dice eso de “bueno, queda la de la vergüenza”, y entonces hay que dividir la croqueta en siete minúsculos pedazos que maldita la gracia que tienen. Luego están los que tranquilamente, aportando datos a la conversación, avanzan el tenedor, pinchan la croqueta y se la comen ante la mirada desolada del resto. Ves, el mundo es de los que se atreven. La próxima vez me como la croqueta. O lo que haga falta.
jueves, 21 de octubre de 2010
Una confusión
martes, 19 de octubre de 2010
Rencores infantiles

Los resortes de la memoria son asombrosos. Detalles del pasado más remoto vuelven a la actualidad y te demuestran que están más presentes de lo que tú creías. El caso es que ayer, caminando por el centro de la ciudad, me encontré con Fermín Castro, ¿te acuerdas? Era el líder de nuestra pandilla de la infancia. Jugábamos a "Los hombres de Harrelson", él era el teniente Dan y a mí me costó cuarenta bocadillos de Nocilla de dos sabores conseguir que me eligiera para ser TJ, que, total, siempre me tocaba subir al tejado, lo que me alejaba sospechosamente del área de diversión. También lo intentamos con "Starsky y Hutch". Él y Ramón Jiménez, su principal competencia, se repartían los protagonistas y yo me tenía que conformar con ser el primer muerto en un tiroteo callejero. Fue entonces cuando decidí, arriesgando mi reputación, irme a jugar con las chicas. La cosa no mejoró. Si con "Los Ángeles de Charlie" ellas adquirieron un protagonismo especial, a mí me tocó ser Charlie, que si bien era el jefe, ni siquiera se le veía en la serie. Luego, como a Fermín (Hutch) le gustaba Paula Ybarra (Jill Munroe), unimos los dos grupos. Empezamos a jugar a "Verano Azul". Allí la humillación adquirió un cariz sangriento. Los papeles más cotizados eran Javi y Pancho, en lo que a chicos se refiere, y Bea, en el sector femenino. Yo opositaba a alguno de esos dos papeles masculinos pero siempre me tocaba Quique. Al final hice piña con la chica que simulaba ser Desi y acabamos escindiéndonos, jugando nosotros solos a "Remington Steele". Al encontrarme a Fermín, años después, me fui dando cuenta del rencor que aún le guardaba. ¿Sabías que al final se casó con Paula? Están muy cambiados. Ella podría jugar ahora a "Betty la fea" y Fermín tiene el porte del gordo Cartman de "South Park". Y noté como mi rencor de años se diluía en satisfacción. Sólo el paso del tiempo pone a cada uno en su lugar y ellos ahora ocupan varias plazas. Ya ves, he pasado de ser un personaje secundario a ser una extraña mezcla entre Carrie Bradshaw, Ted Schmidt y Chandler Muriel Bing. ¿Y tú, Fermín? ¿Dónde estás?
lunes, 18 de octubre de 2010
Las aventuras de Enrique y Ana. Cap. 6
La Transversal. Llamada a Agata Lys
viernes, 15 de octubre de 2010
Playlist (15 de octubre)
Las series de mi vida. Toma III
50.- MARCO, DE LOS APENINOS A LOS ANDES
Si hablé de Heidi, no tendría sentido pasar por alto Marco. No conozco a nadie que sólo haya visto una de las dos series de animación. Ambas van como en un pack generacional. Sin embargo, aunque reconozco al personaje y sería capaz de garabatear a su mono Amedio, no recuerdo nada de la trama de la serie. Ya sé, tanto no me flaquea la memoria, que Marco estaba basado en un relato corto de Edmundo de Amicis y que bastaría buscar el texto para refrescar todas las aventuras que le sucedían al crío. Pero no es ahí donde quería llegar. Lo que quería explicar era que aunque no recuerde secuencias de la serie, no logro olvidar el principio y el final. Marco corriendo en el muelle mientras su madre se despedía de él, a lágrima viva, desde el barco que zarpaba hacia América, destrozó el corazón de mi generación. Es tremendo lo mucho que han puteado nuestra infancia los japoneses y la Disney, pero ese es otro tema. Del mismo modo, y con la misma intensidad, recuerdo el día que Marco encontraba a su madre. Incluso recuerdo que la noticia se dio en el Telediario previo a la emisión del último capítulo.
49.- STARSKY Y HUTCH
Si “Los hombres de Harrelson” abrieron la brecha, “Starsky y Hutch” la hicieron áun más grande. La trama era sencilla y quizá por eso se imitó, años más tarde, hasta la saciedad: dos policías de California investigando todo tipo de casos. La serie relanzó el fenómeno fan –muy potenciado a finales de los 70- sobre la figura de David Soul (Kenneth Hutch) y Paul Michael Glaser (David Starsky). En los años en los que triunfaban Los Pecos, las chicas se debatían entre rubios y morenos, ganando por goleada los primeros. Yo, sin embargo, era más de Starsky.
Con Starsky y Hutch tuve, por cierto, uno de mis primeros encontronazos con la puta realidad, cuando decidí ilustrar la cubierta de mi cuaderno escolar con una foto de los dos actores (exactamente la misma que ilustra este post) y, al llegar a clase, mis 'adorables' compañeros se burlaron de mí asegurando que aquello era “cosa de maricones”. A los tíos lo que les molaba era pintar una raya blanca a su Seat 127 rojo, como si fuera el Ford Gran Torino del 75 de los protagonistas. En esa edad, en la que tenemos tan pocas herramientas para defendernos, que hacemos equilibrios sobre la inseguridad, esos comentarios nos hacen que, a escondidas, arranquemos la foto de la cubierta y asistamos a clase, todo un curso, con un cuaderno manchado de cuatro pegotes de pegamento Imedio.
Supervivencias aparte, me compré el single de David Soul cantante, titulado Silver Lady. Tremendo. Y la chaqueta que lleva Starsky en la foto, se vuelve a llevar. Me pareció ver una similar el otro día en H&M.
48.- CAÑAS Y BARRO
Con el lejano recuerdo de “El conde de Montecristo”, las series españolas no existían para mí hasta “Cañas y barro”. La adaptación de la novela de Vicente Blasco Ibáñez me atrapó desde el capítulo 1. Es verdad, sólo eran 6, pero ese es otro tema. Aunque hablase de un universo tan cercano, mucho más que el de la California de los 70, me enfrenté a la serie como si estuviera viendo lo más original del mundo. Sagas familiares, envidias y rencores; vamos, una maravilla. Los Paloma, con el tío Paloma (Alfredo Mayo), Tono (Manuel Tejada) y Tonet (Luis Suárez) trabajando duro en el cultivo del arroz en La Albufera valenciana para intentar adaptarse al cruel paso del tiempo. Pero tres aspectos de la serie me impactaron especialmente: los nombres de los personajes, típicamente valencianos, pero que me parecían de una contundencia emocional brutal. Borda, Neleta, Samaruca,…me volvían loco. Otro valor de la serie fue descubrir, aunque uno sabe muy bien con qué fin, a Victoria Vera. Su personaje de la joven Neleta, la mujer del cacique del pueblo a la que deja embarazada Tonet –Luis Suárez era el chulazo de Cañas y barro-, se quedaba en tetas de repente, como quien no quiere la cosa, y aquello servía para que no se hablase de otra cosa en la carnicería de mi barrio. Sin embargo, aunque no le resto importancia a esa secuencia, a mí lo que realmente me quitaba el sueño era en enfrentamiento entre Neleta y su cuñada Samaruca, la gran Terele Pávez. Ella es el tercer valor de la serie. Descubrí a Terele Pávez en esa serie y nunca he dejado de admirar su talento interpretativo. Posiblemente muchos la vean encasillada en papeles de mujer dura y cruel, condicionada por un físico potentísimo y una voz escalofriante, pero jamás podrán decir que no se les hiela la sangre cuando ella aparece en el plano. El capítulo de la pelea entre Neleta y Samaruca sólo puede igualarse a aquel en el que Krystle y Alexis se tiraban de los pelos en Dinastía. Si alguien no la ha visto, Cañas y barro quiero decir, se puede ver ahora en la página de RTVE. Repito, sólo son 6 capítulos.
47.- EL SHOW DE LOS TELEÑECOS
Jim Henson nos demostró dos cosas: que otro humor era posible y que las marionetas no son sólo cosa de niños. Esas marionetas de felpa, algunas fijas de Barrio Sésamo, un programa infantil, convertidas en personajes con los que podía carcajearse un adulto fue todo un hallazgo. De hecho, creo que era lo mejor de los domingos. La rana Gustavo se convertía en maestro de ceremonias de un gran cabaret de esos que tanto nos gustan. Porque un templo de variedades siempre será un templo. Había su humorista, el oso Fozzie, que contaba unos chistes malísimos; Animal, que era como un demonio de tazmania; el perro pianista Rowlf, pero, sobre todo, la primera hembra que despertó en mí la fascinación de una diva: Miss Peggy. Esa cerda enamorada de Gustavo y con un arrebato de orgullo violento creo que fue un símbolo para todas las cerdas, de carne y hueso, que años después interpretarían a las grandes vamps del cine contemporáneo. Otros personajes de los que es imposible olvidarse eran Slater y Waldorf, los dos ancianos que desde un palco criticaban y comentaban todo lo que veían en el show. Esos personajes cumplían una misión que yo recomiendo en cualquier programa: reírse de uno mismo antes de que lo hagan los demás. Te da una seguridad tremenda.
Pero lo realmente fascinante era el nivel de los invitados al Show de los Teleñecos, en Estados Unidos conocidos como Muppets: Charles Aznavour, Twiggy, Julie Andrews, John Cleese, Blondie, Liberace, Liza Minnelli, Elton John,…y no sigo para no llenarlo todo de nombres propios y purpurina. Todos cantaban y demostraban un sentido del humor a prueba de representantes. En España se intentó algo que podríamos definir como ‘parecido’: 'Una nochebuena con Los Lunnis'. El resultado no soportaría la comparación. Y no será porque en España no exista un buen equipo de personas capaces de crear unas marionetas divertidas y unos guiones que funcionen perfectamente sino porque creo que a nuestras ‘estrellas’ les falta sentido del humor.
Por cierto, si alguien sabe dónde se puede encontrar el especial que Los Teleñecos dedicaron a La Guerra de las Galaxias, que me lo diga.
46.- LOS ÁNGELES DE CHARLIE
«Había una vez tres muchachitas que fueron a la academia de policía. Les asignaron misiones muy peligrosas. Pero yo las aparté de todo aquello y ahora trabajan para mí. Yo me llamo Charlie».
Sí, es un poco tópico pero…¿quién no veía Los Ángeles de Charlie? Eran años en los que ver la televisión formaba parte de un ritual que, como todos los rituales, no puede diversificarse entre varios ídolos a los que adorar. Vamos, que sólo había un canal, o dos si contamos el UHF, y cualquier cosa que se emitise en aquella TVE era susceptible de convertirse en icono.
Sabrina Duncan, Jill Munroe y Kelly Garrett eran tres mujeres que dejaron el cuerpo de policía, donde realizaban trabajos menores, para entregarse a la emocionante existencia de las detectives privadas en una agencia dirigida por Charlie, un hombre de voz profunda que, durante las cinco temporadas, nunca dejó ver su rostro en pantalla. Su mano sí. Pero figuración especial de mano, cobra menos.
Yo jugaba, con mis vecinos y vecinas de portal, a Los ángeles de Charlie. Las chicas se repartían los papeles protagonistas dejando siempre, para la más feucha, el de Sabrina. Los dos chicos que jugábamos con ellas nos teníamos que repartir el de Bosley, el ayudante de Charlie, y el del propio Charlie. Ni qué decir tiene que si una tarde te tocaba ser Charlie, ya podías subirte a casa a merendar porque esa tarde te ibas a aburrir un huevo, sentado solo en la escalera del portal.
jueves, 14 de octubre de 2010
Saca la ropa de invierno
lunes, 11 de octubre de 2010
Hoy me siento español

Hoy me siento español. Ya sé que cuando un gentilicio ha sido patrimonio y emblema de una etapa histórica frustrante, castrante y abominable, cuesta tiempo volver a sentirlo parte de uno, pero yo lo he logrado. Al menos las próximas veinticuatro horas voy a ejercer de español. ¿La razón? Según mi madre, por incordiar, que dice que es algo que ya se me daba de maravilla cuando era pequeño. Pero no es por eso. He recuperado un libro que escribieron un grupo de corresponsales extranjeros en España en el que nos analizaban y que han titularon "Vaya país". Ellos, con mucho sentido del humor, no vaya a ser que nos mosqueémos y nos dé por quemar embajadas, han dicho de nosotros -nosotros somos los españoles, ¿te acuerdas?- que hablamos muy alto, vamos que no hablamos, que gritamos; que pedimos perdón para poder interrumpir una conversación y así arrebatarle la palabra al otro y seguir hablando; que escuchamos poco, o nada; que somos egocéntricos y que hay que ser condescendientes con nosotros como lo serían con una tribu Masai. Pero no todo es negativo. También valoran muy positivamente nuestro sol, como si tuviésemos algo que ver en que salga cada mañana. ¡Ay, si Carlos I levantase la cabeza, él que fue monarca de un imperio en el que nunca se ponía el sol! Para mí que el patriotismo no tiene nada que ver con los cuarteles, ni con las banderas y mucho menos con la unidad de España. El patriotismo es un resorte, un mecanismo de defensa que aparece cuando a uno le tocan las costumbres más propias. Cuando llega un noruego, con cara de listo, y te dice que gritas cuando hablas, que la siesta es una pérdida de tiempo o que no comprende cómo puedes meterte una caña y una tapa de callos a las doce del mediodía. De repente, no importa que seas vasco, extremeño, canario o catalán, te recorre una bestia parda por las venas que si en ese momento te encuentras a Rajoy con su hojita en la mano, vas y le firmas. Porque a nosotros, las fronteras y las financiaciones nos dan más o menos igual, pero que nos digan que el vermut no es bueno,...uf, por ahí sí que no pasamos. “Aquí me gustaría ver a mí la tan traída unidad de España”, decía la abuela de Emma cuando se lo conté. Así que hoy, me voy de tapas y cañas. A beber y a cantar. Y luego, a dormirla. Que yo soy muy español.
viernes, 8 de octubre de 2010
Vacaciones sexuales

He hecho memoria y creo que no han existido unas vacaciones, al menos desde que tenía 17 años, en las que no soñase con el contacto sexual. Ni qué decir tiene que desde la primera vez en que aquel sueño se convirtió en realidad, las vacaciones pasaron a tener la obligatoriedad sexual incluida. Es un momento igual de bueno que otro cualquiera para practicarlo aunque, cuando uno no tiene que pensar en horarios, reuniones y entregas, la cosa funciona mejor. Quizá es que yo, inconscientemente, fuera -y sea- un ‘turista sexual’ de esos que no interesan en Mallorca. Por fin nuestros políticos se han puesto de acuerdo y ha sido en la cama. Porque hasta a esos que van de modernos, el disfrute de tu propio cuerpo y, ¡oh pecadores!, del cuerpo de otro adulto libre, les incomoda. “Yo conozco a un señor de derechas que es un aficionado al intercambio de parejas”, me contó Marta. “Especialmente si se le contempla a él como objeto intercambiable, porque a su señora no la toca nadie”, añadió. “Eso será si su señora quiere”, comentó Josep. “Para este tipo de hombre, su señora quiere; le guste o no”, concluyó Marta. Y es que la falsa moral salpica como un aspersor. Según esos líderes políticos y, al parecer, también espirituales, practicar sexo en tus vacaciones es algo criticable que no da una buena imagen de nuestro sector hotelero ni de nuestro turismo. Todo lo contrario que albergar entre los muros de un 5 estrellas una reunión de nostálgicos de la Falange, que esos hacen el amor, no como nosotros, que somos más de follar, más del vicio. “Hay que recuperar el Bed-in for peace de Lennon y Ono. Vamos a quedar con nuestros líos de esta semana, nos buscarnos un hotelito y a desatascar las cañerías cual fontanero de cine porno”, propuse. “Además, ¿no reivindican tanto el sexo seguro? No hay nada más seguro que una premeditación”, apunté. “Unas vacaciones sin sexo son una mierda de vacaciones”. Así de claro me lo dijo Josep. Por eso, y a la salud sexual de nuestros políticos, nos vamos a pasar el fin de semana subiendo las acciones de Durex.
jueves, 7 de octubre de 2010
Una República Universal LGTB

Leí con cierto asombro que un empresario español sueña con crear una especie de Estado Gay en Torremolinos. Una República Universal LGTB. Confieso que lo primero que me sorprendió es que fuera república, con la de grandes reinas que tenemos en el colectivo. Incluso muchas plebeyas que actúan como reinas. Y acto seguido me invadió una sensación agridulce que a medida que maduraba se iba tornando más amarga. No tengo claro que me gustase vivir en un Estado Gay, en una especie de Franja de Gaza LGTB, un juego a medio camino entre un parque temático y un territorio ocupado. La idea no parte de un colectivo, de una ONG, de una asociación pro derechos civiles; la idea parte de un empresario, que en mi mentalidad proletaria, siempre me hace dudar. Y aún así, sigo leyendo, justificándome en el beneficio de la duda. Leo que la idea parte del presidente de reservagays.com, Javier Checa, que lo del nombre del dominio “reserva gay” ya me suena a indio arapahoe y ahí ya me pierdo. Habla de un lugar para que los homosexuales puedan vivir su sexualidad "con alegría, sin clandestinidad". Eso ya me sonó a Amar en tiempos revueltos. Y luego leo que esa República Universal LGTB también sería la quinta potencia económica mundial, ya que el comercio gay es una piedra fundamental en el mercado del siglo XXI. Dada esa relevancia monetaria, todo el mundo debería tenernos en cuenta. Y ahí se me cruzan los cables. No me gusta que sólo me tengan en cuenta por el dinero que ingreso y por lo nutrida que esté mi cuenta corriente. No me gusta que sigamos apoyando un estereotipo de LGTB basado fundamentalmente en una imagen con G de Gay –porque cuando hablan de glamour, sofisticación y poder adquisitivo nunca sacan a la letra L de lesbiana, ni a la T de transexual, ni a la B de bisexual-; una imagen Gay que está muy bien para los anuncios pero que es tan falsa como la de los heterosexuales que hablan sin sacarse el palillo de la boca. No todos los gays van al gimnasio, no todos los gays se depilan, no todos los gays tienen un gusto exquisito, no todos se emocionan con una canción de la Streisand, no todos trabajan en profesiones glamourosas muy bien remuneradas… Ese tópico me aburre hasta el infinito.
Supongo que en toda esta idea de la República Gay hay mucho de simbolismo, de juego, de metáfora. Pero aún así, no creo que ese sea el lugar bajo el arco iris del que hablaba la canción. Estoy seguro que ese lugar es el mismo en el que ya habitamos. Y cuando seamos capaces, todos, de transformarlo en un lugar mejor, más justo, más humano, entonces no necesitaremos repúblicas, ni monarquías, ni zarandajas. El día que comprendamos que ya es hora de asumir que este planeta está lleno de gente diferente y que lo que hay que lograr no es homogeneizar a las personas sino entender, de una puñetera vez, que hay que valorar, respetar y fomentar la diferencia, porque la diferencia es riqueza. Y tal y como está la economía, creo que la cultura va a ser el único patrimonio con el que podremos contar el día de mañana. Como individuos y como país.
martes, 5 de octubre de 2010
Las aventuras de Enrique y Ana. Cap. 5
lunes, 4 de octubre de 2010
Hoy es mi santo
Mudanzas

Si no fuera porque me tacharías de perturbado, te recomendaría que cada diez años hicieras una mudanza. Oye, mano de santo; tiene las mismas propiedades que una crema hidratante para el corazón. Al principio todo son connotaciones negativas: que si no sabes por dónde empezar, que si tienes demasiados trastos, que si la cultura pesa como quintales, que si el nuevo piso no tiene ascensor, que si nada es más deprimente que ver tu vida metida en cajas... Pero precisamente ahí está el aspecto saludable de una mudanza: organiza tu vida de nuevo, te permite volver a empezar partiendo de una buena pool position, como si tuviésemos la oportunidad, al igual que las serpientes, de mudar la piel también y renovar así la juventud. Con una mudanza, uno se sacude la cáscara vieja, renace, y... “La que te va a sacudir soy yo si no te callas de una puñetera vez”, me interrumpió Marta, cargada con una caja de libros mientras subía, con el sofoco de la menopausia, hasta el tercero sin ascensor. “No sudaba tanto desde aquella vez que me quedé encerrada en una sauna finlandesa con Russell Crowe”, añadió, casi sin aliento, aprovechando que los demás no teníamos fuerzas para responder. “Tú nunca has estado en una sauna con Russell Crowe”, apunté yo, sacando aire de la nada. “Como me jodas la fantasía terminas la mudanza tú solito”, contestó Marta, tajante. Así que continuamos subiendo cajas, al ritmo de un hormiguero en hora punta, escuchando las historias de Marta y su ‘gladiator’. Ya en mi nuevo hogar, sentados en el suelo y con la vida archivada a nuestro alrededor, pensé que el esfuerzo había merecido la pena. Como decía Kaa en El libro de la selva, “siempre es duro mudar de piel”, pero al final, compensa. Con la mudanza abres cajones, desempolvas recuerdos y decides qué cosas te acompañarán en tu nueva etapa y qué otras se quedarán allí, sabiendo que se perderán cuando la memoria no sea capaz de recordarlas. Sabes que emigras a una nueva piel y eso, gusta.