viernes, 4 de noviembre de 2011

Que nadie se entere

Berkana

La semana pasada iba caminando por la calle Hortaleza, en Madrid, y pasé por delante de la librería Berkana. Entré un momento, no estaba Mili Hernández, su propietaria. El local, aunque justo en ese momento tenía dentro a seis personas hojeando libros, estaba un poco desangelado. Había libros en cajas y al fondo, muchas otras cajas ya embaladas. La razón era que Berkana se muda. A partir del 1 de noviembre, se pasaba al número 62 de la misma calle. Justo el local de al lado. Un lugar mucho más pequeño. La única opción antes de tirar la toalla definitivamente.

Si en los tiempos que corren alguien lucha por mantener un pequeño negocio abierto, no solo hay que rendirle admiración sino que además hay que aplaudirle ese empecinamiento. Porque gracias a ese empecinamiento hoy, por ejemplo, existe el matrimonio igualitario, que me gustó esa definición heredada de Argentina.

Aparte de que a mí me dé más pena el cierre de una librería que el de una tienda de ropa, algo muy personal ojo, acepto que Berkana, como las NO tantas librerías especializadas lgtb que hay por el mundo, son empresas privadas, que nacen del compromiso, la entrega y la ilusión de sus propietarios. Y que como tales empresas, están sometidas a unas leyes de mercado a veces favorables, a veces despiadadas. Que nos asole una crisis, que los bancos y los dueños de locales comerciales jueguen desde la avaricia y la especulación, que los políticos apoyen a las grandes empresas y no a las pequeñas, son características del mercado, y de estos tiempos, que afectan a todos los empresarios por igual. Sin embargo, en el caso de esta librería hay un escalofrío que me incomoda.


Recuerdo cuando Luis Antonio de Villena, al frente de estos micros, decía que el colectivo lgtb era mayoritariamente inculto. Yo pensaba que era un exagerado y que esa incultura sería, en cualquier caso, proporcional a la que existe en el resto de la sociedad. Hoy, viendo el caso de esta librería, si creo que nosotros tenemos un compromiso con los empresarios de la cultura lgtb. Parece que al colectivo solo le interesa la fiesta y me niego a aceptar esa característica como un rasgo definitivo. Veo a nuevas generaciones que creen que ser gay, o lesbiana, o bisexual, ya es un rasgo que los hace especiales y no: lo que nos hará especiales no es con quien nos acostemos sino los libros que hayamos leído, las películas que visionemos una y otra vez, las canciones que escuchemos hasta aprendérnoslas de memoria,… Eso nos hará especiales.

Que una librería mítica en la lucha por los derechos lgtb en España, desde principios de los 90, como es Berkana se haya planteando cerrar por la crisis y la dictadura de los mercados es jodido pero no un caso único. Que tenga que cerrar porque, además, gays, lesbianas, bisexuales y transexuales tenemos cero interés por nuestra cultura, es triste pero también peligroso. Porque ninguna batalla social está definitivamente ganada y el día que haya que volver a defender y reivindicar derechos habrá que hacerlo desde la cultura, no desde la camiseta de H&M o el bono especial de la macrofiesta de turno.

Sí, esto suena a rapapolvos y lo es. No siempre les va a caer la charla a los señores de la Conferencia Episcopal o a los macarras de la moral. A veces, y esos son los momentos realmente decisivos en la vida, hay que hacer autocrítica, mirarse a uno mismo y preguntarse qué ha hecho él por el bien de su colectivo. Mili lo hizo abriendo la primera librería especializada en literatura lgtb de España, aportando un granito de arena fundamental para entender lo que fue y lo que es Chueca, luchando, desde primera línea, por la visibilidad y la cultura lgtb. Ahora basta preguntarse, ¿qué hemos hecho los demás?

domingo, 30 de octubre de 2011

Segundo vocal

Soy segundo vocal en la mesa electoral. No soy la letra E ni esto es una rima consonante de un poema de la genial Gloria Fuertes. Es mi futuro relativamente inmediato. Y sin gastarme un euro en esos sinvergüenzas que infectan la TDT en horario nocturno con sus cartas y sus posos del café. No entiendo por qué ellos no están perseguidos por la ley y los trileros sí, cuando se dedican a lo mismo. Tranquilos, no voy a volver a enumerar cosas que odio que da muy mala imagen. Creo que soy una persona de carácter curioso y, sin embargo, nada temerario. Por eso hay determinadas experiencias que veo más probable que llegue a consumar que otras. Tirarme en paracaídas lo veo poco (o nada) posible; estar en una mesa electoral y ver lo que se cuece en la concluyente jornada electoral, puede que hasta me estimule.

“Ha venido un policía a casa”, me dijo mi madre, que fue quien recibió la notificación certificada. Los responsables deberían buscarse otra manera de informar de este tipo de cosas. ¿Qué necesidad tenía mi santa madre de abrir la puerta de su casa y encontrarse de cara con un policía preguntando por mí? El susto que se habrá llevado la mujer. Espero que por lo menos el municipal estuviera bueno. Las malas noticias siempre las debe dar una persona guapa. Una mala noticia en voz y cara de un feo puede provocar una reacción en el oyente de espantosas consecuencias. Acuérdense de Juan Manuel de Prada cuando anunció en directo que se casaba. Creo que hubo espectadores de Intereconomía que, como aquellos niños japoneses que veían un capítulo de Pokémon, sufrieron ataques epilépticos. Y subrayo lo de ‘mala noticia’ porque creía que formar parte de una mesa electoral era una manera de participar en eso que llaman “gran fiesta de la democracia”. ¿Y quién rechaza una fiesta en la que no es que te inviten, es que te obligan a ir? Como le pasa a Arancha de Benito pero cobrando mucho menos. Ojo, y la invitación te la trae un poli. Nada de un cartero o un mensajero. Un poli.



Era de la opinión de que sentarte frente a una mesa con sus urnas y sus hojitas del censo electoral era un ejercicio de madurez democrática. Eso pensaba hasta que todo el mundo al que se lo he contado actúa como si me hubieran destinado a Fukushima. “Hostia, lo siento”, “vaya putada” o “joder, qué marrón” han sido las reacciones más habituales en lo que llevo de semana. Vamos, que he pasado de sentirme especial a sentirme un pringao elegido por sorteo.

“Segundo vocal, segundo vocal”, pensaba, no sin cierta inquina. “Ya que me molestan, por lo menos me podían haber hecho presidente”. Ser presidente antes de que llegase a serlo Rajoy, aunque solo fuera por unas horas de diferencia, me hubiera dado una seguridad en mí mismo que me hubiese ayudado a soportar los ocho años, mínimo, que me (nos) quedan por delante. ¿Y qué demonios hace un segundo vocal? ¿Los coros? Supongo que estoy en la fase de la ira. Una vez escuché a una monologuista -¿qué otra cosa se puede hacer con una monologuista?- que ante una mala noticia nuestro cerebro pasaba por cinco estados: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. O sea, que me quedan tres. Bueno, cuatro, porque negarme…¿puedo? “No”, contestó mi madre. “Ya se lo he preguntado yo al policía. Me ha dicho que llames a este número pero que lo ve muy difícil”. Parece que con todo el mundo se puede negociar excepto conmigo. Empezamos mal.

Entré en Internet. Hay personas que acuden a iglesias en busca de respuestas. Yo acudo a la red. Encontré un foro en el que un tipo, que aseguraba haber sido interventor en varios comicios, decía que si no me presentaba, no pasaba nada porque para eso estaban los suplentes. Pensé que no me gustaría ser compañero de trabajo de un tipo así. Seguí buscando. Acabé comprendiendo porqué formar parte de una mesa electoral era un marrón: si no me presentaba podía ser condenado a una pena de privación de libertad de 14 a 30 días y a una multa de tres a diez meses. Simplemente por no acudir, un domingo, a la mesa electoral. Proporcionalmente, mi actitud sería castigada con más contundencia que la de Matas o Munar. Curioso y deprimente sistema el nuestro. “Bueno, al menos te dan 62,61 euros de dieta”, añadió mi madre. Y pensé que si a los parados de este país les ofrecieran la oportunidad de estar en una mesa electoral a cambio de 62,61 euros, lo mismo decían que sí.

P.D: Como escuche las expresiones “con la que está cayendo” y “esto es lo que hay” durante la jornada electoral, no respondo de mis actos. Que soy segundo vocal pero con una mala leche de primera. Experto en segundas voces. Como los de Mocedades.

sábado, 29 de octubre de 2011

Una tarde en El Espacio

El pasado mes de septiembre me encontré con una oyente, Ángeles Gómez, en un local de Madrid llamado Lo Siguiente. Ángeles vive en Valencia, si mal no recuerdo, y aprovechaba unos días en la capital para grabar contenidos para un programa de radio que tiene en una emisora universitaria. Ella se puso en contacto conmigo para hacerme una entrevista relacionada con "La Transversal", "Wisteria Lane" e incluso me habló de La's Mónica's Randall's dj's y de Carmen Kenedy. Me sorprendió que supiera tanto de mi más reciente trayectoria profesional (y no tan profesional) y guiado por el instinto y la curiosidad, quedé con ella para someterme a un amplio cuestionario.


Esta semana, Ángeles ha colgado en la red mi participación en su programa, "El Espacio". Si bien es cierto que al principio me invadió un pudor inmenso -¿un programa entero dedicado a mi persona y mi trabajo? ¿de verdad le interesa eso a alguien?- luego sentí un enorme agradecimiento.
Lo escucho y, como me sucede siempre, me caigo mal. Ese eterno 'eeeee' antes de cada argumento, esa especie de interferencia sonora para llenar de ruido el silencio del pensamiento me pone frenético. Vamos, que si no supiera que hice esa entrevista recién llegado de una jornada laboral pensaría que la concedí recién llegado de una tarde de vinos.
Pero superada la autocrítica, les dejo aquí esta muestra de admiración de un grupo de personas que aman la radio, que disfrutan de hacer radio y que se dejan contagiar con esa magia. Un grupo de personas que, en estos tiempos en los que una crítica y un desprestigio resulta más atractivo que un elogio, son un oasis. Esas personas son Ángeles Gómez, Roberto Pascual y Raúl Cornejo. Gracias.

Esto es lo que escribieron en el blog de su programa:

Sólo hay un sitio que contenga más cosas que El Espacio: la mente de Paco Tomás. Desde que comenzó a trabajar en el equipo de la primigenia Transversal de Radio Nacional, y que llegaría a dirigir hasta su desaparición el año pasado, Paco Tomás ha ido creando un firmamento que va mucho más allá de las ondas. Este universo, lleno de humor, cultura, seriales radiofónicos y colaboradores brillantes no se ha dejado de expandir desde que el director de Radio Nacional decidiera echar el cierre a La Transversal. En Wisteria Lane, el espacio de de la radio pública sobre temática LGTB, nuestro protagonista ha logrado traerse consigo los mundos transversales para enriquecer este entrañable barrio radiofónico de todos, pero al mismo tiempo, destila su personalidad y su humor en proyectos paralelos como La´s Mónica´s Randall´s Dj´s o la productora Carmen Kenedy, en los que cuenta, entre otros, con la colaboración del actor José Martret. Desde que actor y periodista se conocieran hace más de siete años en una entrevista que este último realizó para el Diario de Mallorca, comenzaron un camino en común que les ha llevado desde ser un dúo radiofónico imprescindible hasta pinchar por toda España con pelucas de cardado extremo (y de alisado extremo incluso).

El Espacio tuvo la suerte de poder charlar con Paco Tomás en Lo Siguiente, un restaurante situado enfrente del Palacio de Longoria en el que había el mismo ambientazo que en la Wiskería Lane. Un sitio inspirador enfrente de un palacio no menos inspirador (por su nombre y por ser la sede de la entidad que es, por supuesto). Sólo nos faltó en ese momento Xisca / José Martret. Pero no se preocupen, El Espacio ha secuestrado sus voces para que nos acompañen a Roberto Pascual, a Raúl Cornejo y a durante estos minutos.

Y este es el programa. Disfrutadlo:

viernes, 28 de octubre de 2011

El lío de ser conservador

La lógica a veces no sigue una estructura lógica. A veces el caos es uno mismo. Yo, por ejemplo, me he dado cuenta que soy conservador en algunos aspectos de mi vida. Hay tradiciones que me gustan, como salir de vinos con los amigos, cantar cumpleaños feliz en todos los aniversarios y desafinar cuando hay que subir en ese “te deseeeeamos todos” o ver como mi pareja pone el árbol de navidad.

Incluso muestro una cierta y razonable aversión a determinados cambios, por mucho que supongan progreso: por ejemplo, el libro electrónico. Me cuesta. Soy un sentimental, un romántico, pero leer en la pantalla de una tableta electrónica me parece un horror. Yo necesito el volumen, las cubiertas, el marca-páginas, porque para mí la lectura es casi un ritual y no puedo prescindir de los elementos que lo conforman.

Supongo que la principal diferencia entre ese conservadurismo y el político está en que yo no creo que mis valores sean universales. No me gusta el libro electrónico pero jamás prohibiría la venta de libros electrónicos. Me gusta cantar cumpleaños feliz pero jamás impondría el canto del cumpleaños feliz, con desafine incluido, en todas las celebraciones españolas. Sin embargo, el conservadurismo político convierte en prohibición, en pecado, en vicio, aquello que a ellos, a título personal, no les gusta. El conservadurismo niega, en su raíz más etimológica, la pluralidad, la diferencia, el matiz.

Y, de repente, aparece el primer ministro británico, David Cameron, y dice que apoya el matrimonio entre personas del mismo sexo NO a pesar de ser conservador sino porque ES conservador. No se trata de si se tiene que llamar matrimonio o no, ni de si es una unión entre un hombre y una mujer o dos mujeres. Se trata de compromiso. Y Cameron le dice al núcleo duro de su partido: “Los conservadores creemos en los vínculos que nos unen; en que la sociedad es más fuerte cuando nos apoyamos los unos en los otros. Por eso, porque soy conservador, apoyo el matrimonio entre personas del mismo sexo”. Y creo que es un ejercicio de lógica contundente. Lo que parecía progresista puede ser conservador. Y poco después hace exactamente lo mismo Benjamín Lancar, el presidente de las juventudes del partido conservador francés, que no solo defendió que las parejas homosexuales puedan acceder al matrimonio sino que incluso apoyó las adopciones.


Pero lo que se escapa a mi capacidad de entender la situación española es: nuestro centro-derecha, por usar el eufemismo, ¿es conservador o no? Porque si fueran conservadores, como los conservadores del resto de Europa, lo que estarían deseando es que todos entrásemos en el redil. Sin embargo, estos conservadores nuestros lo que no quieren es compartir el redil. De ahí a pedir asientos separados en los autobuses va un paso.

¿Qué nombre tendrá entonces esta corriente política? ¿Neoconservadurismo? O sea, que tan tradicionales no son porque neo es un prefijo que indica novedad y lo nuevo pocas veces es conservador. Qué lío, ¿no? A veces la lógica, no sigue una estructura lógica ni aunque la maten.

lunes, 24 de octubre de 2011

Relato cortante (25 cosas que odio)

Los vecinos del piso de arriba se han mudado. Esa parece ser una buena razón para que el propietario del piso -mejor dicho, del edificio. Mejor dicho, de varios edificios-, decida rehabilitarlo de arriba a abajo, algo que no hizo mientras los inquilinos vivían allí. Supongo que ahora podrá cobrar un alquiler más alto. No me gusta la gente que acumula pisos (1). Me recuerdan a Shylock (2), el judío usurero de El mercader de Venecia. El caso es que todos los días, de lunes a sábado, a las 8 de la mañana, un equipo de albañiles polacos comienza a picar con el martillo y la maza (3). Comprenderán ustedes que lleve varias semanas despertándome con un humor de perros. No de cualquier perro; de un rottweiler (4), raza potencialmente peligrosa.

Mientras caminas hacia el cuarto de baño, aún con el corazón dormido, piensas que lo que te gustaría sería hacer con la cabeza del albañil lo mismo que él está haciendo con el martillo. No pasa nada por sentir eso. Es positivo. Actúa como un vasodilatador de la convivencia. Me lo ha dicho la psicóloga. El problema puede estar en lo que hagas con lo que sientes. Subir un piso, en calzoncillos y camiseta estampada con el rostro de Estrella emulando el Aladdin Sane de David Bowie, llamar a la puerta, arrancarle el martillo de las manos al albañil y acabar la secuencia como la finalizaría Quentin Tarantino, es delito. Pero imaginar –ojo, imaginar- que le revientas la cabeza al albañil que te despierta todas las mañanas con el puto martillo, eso es bueno. Ayuda. Lo que no ayuda nada es abrir la nevera, sacar la botella de leche y ver que apenas queda para media taza. Guardar en la nevera los envases con apenas contenido (5) es algo que me pone frenético. No poder tomarme un café con leche en casa, antes de salir a la calle, (6) me cambia el metabolismo y el carácter. Opto por el café solo. Café y martillo es una combinación casi anfetamínica.

Conecto la tele. Subo el volumen para que la sinfonía de instrumentos de percusión me permita escuchar que la agencia de calificación Moody’s (7) sigue la pauta de Standard & Poor’s (8) y Fitch (9) y rebaja otra vez la calificación de solvencia de España (10). De Aa2 a A1. A no ser que seas un Audi, esas letras no molan. No puedo entender que unas empresas privadas puedan poner en jaque a todo un país. Dicen que hay que recortar (11) más. Vuelvo a imaginar cosas que yo recortaría en todos ellos, incluidos banqueros (12), políticos (13) y consejos de administración (14). Imaginar no es malo. Aunque en tu imaginación lo dejes todo como en un capítulo de Dexter.

El trasiego de albañiles que suben y bajan por la escalera del edificio es continuo. Y su sorprendente capacidad para darle siempre una patada a mi felpudo y que choque contra mi puerta (15) me tiene asombrado. Esos albañiles son los malditos Mayumana (16). En esos casos lo mejor es dejar el trabajo para mañana y salir a la calle.


Paso por delante de una librería y veo en el escaparate el libro de Mariano Rajoy, junto al de Esteban González Pons (17). Me pregunto si todo el PP piensa sacar libro antes del 20-N. Antes que ponerme a caminar sin rumbo fijo decido que guiaré mis pasos hacia la Fnac, así podré hojear el libro de Pons. A veces me preocupa la irresistible atracción que siento por el abismo (18). Esto sí que es caminar por el lado salvaje de la vida y no lo que hacía Lou Reed.

Subo hasta la planta de libros y voy derecho, nunca mejor dicho, a por el libro. Hay una chica a mi lado consultando un ejemplar de Gente tóxica, de Bernardo Stamateas, y me mira confundida. Mira el libro de Pons. Me vuelve a mirar a mí. No sé qué pensará pero la gente no debería fiarse de las apariencias (19). No desde la irrupción de las tribus urbanas en nuestra sociedad. Abro y leo: “Las Fallas significan que aunque todo pasa y nada permanece, lo que tenga que venir forma parte de nosotros mismos tanto como lo que vayamos a perder. (…) El viento encendido se lleva lo que somos y lo que tenemos atesorado pero también despeja el solar para que empecemos a plantar nuestra siguiente falla. En el fondo, liberalismo, liberalismo, liberalismo”. Dejo el libro donde estaba y me planteo si adentrarme en los baños del establecimiento donde, parece ser, uno puede tener sexo furtivo sin compromiso de permanencia. No es que el libro me haya puesto cachondo. Es que el sexo, a veces, me resetea el disco duro.

Otra vez en la calle. Pienso si regresar al concierto de percusión de mi hogar o comer fuera. Entro en un local de buffet libre. Lo primero que me encuentro es ese estúpido dispensador de gel para limpiarse las manos en seco (20). ¿Qué pasó con el agua y el jabón? ¿También les afectaron los recortes? Ese gel me parece cosa de guarros (21) y guarras (22). Creo que lo de la Gripe A se lo inventó un empresario con stock de gel que no sabía qué hacer con él y mira, ahora está forrado. Salgo del restaurante. Camino sin dejar de dudar (23) sobre qué es lo que debo hacer. Me cruzo con un chico peinado como si fuera un tucán (24) que va escuchando música en su móvil sin auriculares. No soporto tener que escuchar reggaeton (25) si yo no quiero escuchar reggaeton. Imagino qué haría con ese móvil. Imaginar no es malo. Liberalismo, liberalismo, liberalismo. Mientras camino hacia ninguna parte me doy cuenta de que si hay algo que odio es no tener el talento suficiente como para escribir un artículo sin tener que ‘rendir homenaje’ al Relato Cortante de John Waters.

viernes, 21 de octubre de 2011

A 20 centímetros del suelo

Nací con ella en mi vida. Ella estaba aquí antes que yo. Oí hablar de ella cuando era muy pequeño. Algo espantoso había sucedido. Habían matado a un hombre. Su coche voló por los aires. Tanto que cayó en la azotea de un edificio cercano. No tenía ni idea de quién era ese hombre pero, en cualquier caso, parecía que aquello que acababa de suceder era malo porque, sin saber cómo, nos iba a traer problemas. Eso decían los mayores.

Con el tiempo vi que aquel atentado fue lamentado por unos y valorado positivamente por otros. Con el tiempo comprendí que yo era un niño en una dictadura. Entendí lo que eso significaba cuando el dictador murió.

Pero el lado oscuro de la violencia se refugia, precisamente, en la ausencia absoluta de justificación. La agresión, el imperio del terror, de la coacción, del miedo, del crimen,…desgraciadamente no es patrimonio de una ideología. Ni siquiera forma parte de la ideología. Pero es sencillo amoldarse a la violencia porque, en el fondo, es una demostración de poder. No importa la manera en la que sometemos a los demás; lo importante (y cruel) es someterlos. Y esa es la forma más eficaz y repugnante de hacerlo.

Me sorprende, echando la vista atrás, haber crecido en un país amenazado por la violencia. Supongo que intentábamos no pensar en ello, para no avergonzarnos más, para no entrar en su juego y arrastrarnos hasta el lado oscuro del ‘ojo por ojo’, pero ellos regresaban, cada cierto tiempo, a sembrar el terror para mantener así su parcela de poder.

El horror acabó convertido en su filosofía de vida y el miedo a su horror, en la nuestra. Ellos no le veían sentido a su existencia si no era desde el tiro en la nuca, desde la extorsión, desde el secuestro. Y los que les apoyaban repetían los roles de los fascistas en los pueblos, pavoneándose en tabernas y plazas, amedrentando con el infecto poder que otorga esa violencia.

43 años de terror son muchos años. El escritor Bernardo Atxaga soñaba, en el documental La pelota vasca, en un día en el que el pueblo vasco caminase a 20 centímetros del suelo, levitando discretamente, porque se hubiesen quitado un gran peso de encima. Hoy, todos los españoles caminamos a 20 centímetros del suelo. Hoy no hay fuerza de la gravedad que nos impida tener ilusión.

Hoy tengo la sensación de haberme levantado en un país en paz. Son muchos los que intentan amargarme, negarme mi derecho a creer, recordándome que no debería fiarme de ellos, apuntando que si hemos pagado un precio muy alto, señalando una letra pequeña en el acuerdo de la que pronto sabremos más y nos arrepentiremos. Creo que no hay precio para pagar la sensación de un hombre, o una mujer, que puede salir a la calle con la sensación de que no le van a matar. A veces se nos olvida que en el País Vasco eran muchas las personas amenazadas de muerte. Hoy, esas personas han llorado de emoción. Si ellos lo han vivido así, ¿por qué algunos, no amenazados, se empeñan en cuestionarlo todo? ¿Cómo demonios se puede cuestionar el fin de la violencia?

Es verdad que hay matices, que todo es susceptible de análisis y que, lógicamente, existirá una letra pequeña. Seguramente hay diferentes puntos de vista. Y lo maravilloso es que todos podremos exponerlos y defenderlos en paz. Sin que nadie se crea en posesión de la verdad porque lleva una pistola en la mano.

Tengo un sobrino, ‘político’ como decían antes las madres, que se llama Bruno. Bruno aún no tiene un año pero me emociona pensar que no conocerá la existencia de ETA como yo lo hice, como lo hicieron sus padres: desde el miedo posible. Para Bruno será parte de la historia de su país, un contenido de los libros y miles de titulares de hemeroteca pero, lo más importante, es que no será una amenaza real. Eso no significa renunciar a la memoria. Pocas citas son tan eficaces como aquella que apunta que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Pero tendrá un obstáculo menos en el camino para crecer en libertad y en paz.

No dejéis que los aguafiestas os amarguen este día. Que nadie os robe vuestro derecho a la ilusión.