miércoles, 14 de abril de 2010

¿Hemos dejado de ser románticos?




Esa fue la pregunta. Y encima, en la misma semana que celebrábamos
San Valentín. Fue como esas preguntas trascendentes, que llegan encaramadas por un asterisco, como avisándonos de esa nota explicativa a pie de página que tiene que aportar algo a la propia incógnita para así diferenciarla del resto y hacer más compleja su respuesta. Era una pregunta de vida o muerte; porque pensar que uno ha perdido su capacidad de romanticismo es una manera de marchitarse. Y todo por culpa de Joe Wright y su película, Expiación. Mejor película en los Globos de Oro 2008 y en los premios BAFTA; siete nominaciones al Oscar, incluida mejor filme y mejor guión (Christopher Hamptom, un referente para cualquier guionista desde Las amistades peligrosas), y un número uno en taquilla. Un palmarés dorado para esta cinta basada en la novela del mismo título de Ian McEwan (para muchos superior a Sábado) y que narra una historia de amor eterno marcada por una mentira y un error infantil. Una aventura romántica que...a mí me importó un pimiento. Los premios, las recomendaciones de los amigos y conocidos, y las críticas me empujaron al cine. Y a la salida, caminando como un tipo extraño que había comprobado que su capacidad de emoción estaba bajo mínimos, descargada como una batería vieja, solo pude preguntarme: “¿Y si he dejado de ser romántico?” Confieso que la película empieza estupendamente pero a partir del primer acto, aquello se convierte en otra historia que me interesa tanto como la carrera musical de Sonia Monroy. Y los espectadores ensalzaban la obra, se reconocían conmovidos, y yo, nada. No sé si el romántico nace o se hace pero, en mi caso, se deshace. Porque lloré como un bendito viendo West Side Story, y Love Story y todas las ‘storys’ de amor truncado. “Eso no significa que hayas dejado de ser romántico”, me consoló Marta. “Significa que has dejado de ser cursi”. Ahora me siento mucho mejor, pensé. Desde ese día, llamo a la película de Wright, Exfoliación, porque me ayudó a eliminar las células muertas de mi emoción a base de una acción química o física. Es como el Frenadol, que no te gusta, pero ayuda.


Este artículo se publicó el 16 DE FEBRERO DE 2008

martes, 13 de abril de 2010

No soporto a Carrie



“Estas cosas son así”, diagnosticó Marta. “Todo parece normal hasta que un día algo en tu cabeza hace ‘click’ y cambia”. No sé si Marta estaba describiendo un indicio de locura o realmente escuchaba mi dilema. Le había contado que tras años de afición a “Sexo en Nueva York”, tras adquirir las seis temporadas en DVD, tras hacer sesiones en casa de las amigas para disfrutarla y después de recomendarla a todo el mundo –excepto a varones heterosexuales-, ha llegado el día en el que necesito decir esto: no soporto a Carrie Bradshaw. Fue así, de repente, como siempre suceden estas cosas. Había oído que un fan era lo más infiel del mundo pero nunca creí que me sucedería a mí. El caso es que la misma protagonista que había inventado una nueva manera de contar historias de mujeres en la pantalla se me antojaba ahora un personaje inaguantable, remilgado, cursi, insustancial y, lo peor de todo, tremendamente convencional. “¿No crees que a mi edad ya debería tener las cosas más claras y no cambiar de opinión de un modo tan radical en un plazo de cinco años?”, pregunté confuso. “Cariño, bienvenido a la madurez, la única edad de la persona en la que los principios se convierten en incertidumbres”, contestó ella. “No sé si la culpa la tiene la película, que me pareció una ñoñez sin un ápice de ironía, o la propia Sarah Jessica Parker, que se ha creído tanto el personaje que parece estar interpretándolo sin descanso. Como Bela Lugosi pero, en vez de ataúd, con Manolos. Y justo ahora que no la soporto, la HBO y la Warner deciden rodar la secuela del filme y, para más colmo, una precuela adolescente contando cómo se conocieron las cuatro amigas. “Las amigas me veréis como un ex fumador, que es más intolerante con el humo que el tipo que no ha fumado nunca”, expliqué. “Estamos acostumbradas. No es la primera vez que te pasa eso”, me recordó Marta. “¿Recuerdas que te compraste el primer disco de La Oreja de Van Gogh?”. Me puse colorado sólo de oírlo mencionar. “Te costó un segundo disco darte cuenta que escucharlo provocaba ataque de diabetes”. Es difícil asumir que tus amigos te conocen mejor que tú mismo. Creo que voy a regalarme un viaje a Delfos, a ver si se me pega algo.

lunes, 12 de abril de 2010

El complejo zurdo


“Increíble”, expresó Marta con toda la solemnidad que era capaz de manifestar en ese momento. Y colgó el móvil. “¿Te acuerdas de mi primo Fernando, el hijo de mi tía Carmen?”, preguntó. “¿El que tiene el record de carreras universitarias comenzadas y no acabadas?”, añadí. “El mismo. Pues ahora ha decidido empezar Filología Portuguesa, unos cursos más que añadir a los que ya inició de Investigación y Técnicas de Mercado, Turismo, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Psicología, Humanidades, Filología Eslava y Documentación”, dijo Marta. “Para mí que tu primo está algo perdido”, apunté. “Pues va a cumplir 37 años, que digo yo que ya ha tenido tiempo de encontrarse. La culpa de todo la tienen mis tíos y su política de la subvención”, sentenció ella. Marta cree que uno de los principales problemas de este país se llama subvención. “Mi primo ya ha adoptado el rol de artista subvencionado y como sabe que el dinero no sale de su bolsillo, que va a fondo perdido, se ha establecido en la comodidad. Mis tíos están actuando como un Estado que se cree mecenas. Y no estoy en contra de eso. Estoy en contra del procedimiento”, dijo. “Cariño, pareces Boadella”, comenté. Y, tras ignorarme, aseguró que hay algo peor que el vasallaje que podría generar una política de subvenciones. “Alimenta una red de especuladores que levantan su chiringuito a base de dinero público y cuando, por suerte, se les corta el grifo, alzan la voz contra un Estado que no apoya a sus creadores. ¡Estoy harta de que con mis impuestos se paguen desfiles de moda a diseñadores millonarios!”, soltó. “¿Y eso que tiene que ver con tu primo Fernando?”, pregunté. Pero Marta ya estaba ‘cegá’. “Subvencionar al que empieza es importante. Subvencionar el que lleva toda la vida fingiendo que empieza, no”, dijo. “Por ejemplo, ¿tú crees que Almodóvar necesita subvención? Ya te contesto yo: no. Hay que cambiar el procedimiento o esto acabará siendo el desmadre que ya es”. Y cuando se detuvo para tomar aire, aproveché para insinuarle que su razonamiento tenía una gran parte de verdad y un contradictorio tufillo facha. “Esa es la cuestión: nuestro complejo zurdo, que a veces, para que no nos confundan con la derecha, nos hace comulgar con unas ruedas de molino…”

domingo, 11 de abril de 2010

Los cómplices

La ilusión es el concepto más efímero que existe. Se sacia rápidamente y vuelve a dejar un extraño vacío en la mirada del esperanzado. Les confieso que inicié la semana recibiendo una buena noticia que revolucionó mi ánimo y, como si todo yo fuera un vaporizador que hay que agitar antes de usar, empecé a experimentar con la alegría, con la satisfacción, con el orgullo y con la emoción como si fueran protones en un acelerador de partículas. “Para que la semana sea perfecta” –pensé- “sólo necesito ver a Jaume Matas entrando en la cárcel”. No hace falta que les expliqué de qué color era mi mirada el miércoles pasado. En lo que restó de semana, pensé mucho –tengo la cabeza como un Dragon Khan- en Acusados, la película de Jonathan Kaplan que le valió su primer Oscar a Jodie Foster. La cinta no es gran cosa pero planteaba dos cuestiones: cuáles son los límites de la justicia y hasta dónde llega la responsabilidad de la sociedad, o parte de ella, frente al delito. En la ficción, si mal no recuerdo basada en un hecho real, una abogada lograba que se condenase a los responsables de un delito pero también a los que asistieron, con su pasividad, al abuso y no impidieron que se ejecutase. Con esa idea en la cabeza me pregunté si las personas o entidades que prestasen el dinero a Matas para que eludiera la cárcel podrían ser consideradas “moralmente” cómplices. Hoy, que ya sabemos que el dinero llegó del Banco de Valencia, pienso, firmemente, que sí. Sé que los bancos no preguntan de dónde viene el dinero que ingresan, ni si está manchado de rojo, verde o azul. Normal, en eso se basa su negocio. Los millones pueden llegar del narcotráfico o de los derechos de autor que ellos…discreción absoluta y Visa Platino para el cliente. Pero en el caso del Banco de Valencia, filial de Bancaja, además de intentar en un principio cargarle también el mochuelo a la Caja de Arquitectos, me gustaría saber si concede créditos a todos los imputados de 12 delitos o sólo a éste. De hecho, me interesaría conocer a cuantas familias de clase media les ha denegado, ese mismo banco, un crédito en lo que va de año. Creo que esa entidad bancaria, que ha prestado el dinero de sus clientes para evitarle la cárcel a un amigo del director, es, de alguna manera, cómplice. Y más, después de conocer algunos párrafos del auto del juez Castro. Yo, si tuviera cuenta en ese banco, la cancelaría sin remordimientos. Ojalá sus clientes lo hicieran mañana mismo, como en aquella entrañable secuencia de Mary Poppins que utilizo en este incómodo artículo para desengrasar un poco porque si no... Es difícil mantener la ilusión cuando uno comprueba que el rico y el poderoso sigue privándose de la cárcel y que nada de esa justicia real ha cambiado desde los tiempos de Abraham Lincoln. Que hay delitos de clase A y de clase B, lo intuía; pero que uno se pueda librar de la cárcel avalando la fianza con “garantías reales y personales” obtenidas de un modo poco transparente, les juro que me supera. ¡¡Y encima pretende que le tengamos lástima!! Que nos compadezcamos de él porque se ha quedado en paro. Debe ser el único parado que se gasta 375 euros en una escobilla de váter, modelo Lulú, que encima es mala porque ni siquiera sirve para limpiar la mierda. Hay que ser hortera. Al menos eso le equipara con la clase política marbellí. Quizá ahora, que tendrá que convertirse en un ‘profesional liberal’, como Two Yupa, sea un buen momento para hacerse un Sálvame de Luxe, mano a mano, con Julián Muñoz. Menos mal que la ilusión, como la batería del móvil, es recargable. Sigo pensando en la buena noticia que iluminó el principio de la semana y recobro la energía. Me cuentan que si el fiscal hubiera pedido cárcel sin fianza, el juez la hubiera aceptado. ¡Uff, tengo que quitarme esta idea de la cabeza!


Publicado hoy en Diario de Mallorca

Las aventuras de Enrique y Ana

Esta era la trama, por decir algo, del capítulo 29 del serial radiofónico más transversal de la historia. Ya vamos por el capítulo 92. Habrá que hacer un especial cuando lleguemos al 100, ¿no?


sábado, 10 de abril de 2010

Cara de promiscuo


Quiero que sepáis que le he dicho a mi amiga Marta que deje de leer todo lo que cae en sus manos porque tanta información nos está haciendo la vida imposible. En una ocasión llegamos a la conclusión de que la ignorancia nos hacía felices. Sin embargo nos dimos cuenta de lo lejos que estaba esa ansiada felicidad cuando descubrimos nuestra incapacidad para desdeñar un periódico sin tan siquiera abrirlo. Pues todo este rollo, a modo de introducción, nos conduce hacia aquella tarde, no hace mucho, en la que Encarna, Marta y yo quedamos para tomar una cerveza. En el bar, un chico majete, de aspecto deportivo, físico saludable y sonrisa embaucadora, se acercó a Encarna y conversó con ella durante unos minutos, mientras Marta y yo ocupábamos un discreto, y voluntario, segundo plano. El muchacho se disculpó para ir al aseo y Encarna, visiblemente emocionada, se acercó a nosotros. “Por favor, ¡es guapísimo!”, dijo con la expresión de una adolescente que acaba de ver a su ídolo en persona. “Y parece inteligente, me ha hablado de libros. No conocía ni uno pero me da buena vibración”, añadió. “Pues yo que tú volvía a la vieja vibración que guardas en la mesilla. Y si no es así deberías hacerlo. Luego te recomiendo marcas y una sex shop muy buena. Si dices que vas de mi parte te harán descuento”, soltó Marta. “No me mires como si estuviera loca. Lo hago por tu bien. Ese tío es promiscuo”, apuntó. Encarna y yo la miramos buscando respuestas y razones. “Tiene la mandíbula cuadrada, la nariz grande y los ojos pequeños; o sea, promiscuo. Lo he leído en la prensa. Se trata de un estudio de las universidades británicas de Durham, Aberdeen y St. Andrews que determinan que la promiscuidad se lee en el rostro y los hombres con facciones muy masculinas son más proclives a buscar relaciones sexuales a corto plazo. Y ese que hablaba contigo es más guarrete que un bocadillo de pelos, con eso te lo digo todo”. Cuando el chico regresó del baño se encontró a Encarna llorando desconsolada, a Marta con un ojo medio morado y aplacada por un grupo de hombres que impedían el contraataque, y a mí buscando, en el reflejo de los cristales de la puerta del bar, si mis facciones eran anchas o más bien de las de ‘para toda la vida’. Ni qué decir tiene que esa noche Encarna volvió a dormir sola.

viernes, 9 de abril de 2010

Simpatía por las ratas

No puedo con ellos. La simple idea de imaginármelos correteando a un metro de distancia me parece nauseabundo. Me refiero a las ratas y ratones, a los millones de roedores que antaño habitaban en el subsuelo y que, dado lo prolífico de su especie (se reproducen entre una y trece veces al año), están empezando a pasearse por nuestro hábitat con una tranquilidad aterradora. Precisamente acabo de terminar un libro protagonizado por uno de esos bichos: Firmin. La novela, escrita por Sam Savage, cuenta la historia de una rata conmovedora y hasta divertida que se alimenta de libros y que, a medida que avanza la historia, va descubriendo cómo su emoción y sus miedos se vuelven humanos. Una lectura en la que he tenido que hacer grandes esfuerzos por no imaginarme al mamífero protagonista en el salón de mi casa, delante de un libro, devorando sus páginas. El universo de la ficción y los roedores son los responsables de una de las primeras decepciones del ser humano. Mickey Mouse, Speedy González, Pixie y Dixie, Stuart Little,...son roedores encantadores que iluminan nuestra infancia. De pequeños, todos hemos adoptado un hamster porque era lo más parecido al ratoncito del cuento mientras nuestra madre gritaba: “Qué asco. ¡Quítame ese bicho de delante!” Y pensabas que tu obligación era estar al lado de esa criatura marginal hasta que un día descubrías que ese ser amable de las películas y los tebeos realmente era una amenaza para la salud. Después te enterabas de lo de los Reyes Magos y ya no había terapia que te salvase. Reconozco el mérito del autor. Convertir en figuras simpáticas y entretenidas a esa categoría de bichos es un desafío. Leer este tipo de novelas o enfrentarme a ese modelo de protagonistas resulta toda una terapia para mi fobia aunque confieso que no he notado evolución alguna en mi tolerancia hacia el mundo rata. Como cuando me senté a ver Ratatouile y llegó la secuencia de la cocina llena de ratas. Pensé que si el filme de Disney se hubiera rodado con personajes reales estaríamos ante una película de terror apocalíptico. Me acordé del restaurante ‘Serendipity 3’ de Manhattan, el mismo que se jactaba de tener en la carta el postre más caro del mundo (25.000 dólares), y que fue clausurado al detectarse la presencia de ratas en el local. Creo que voy a demandar a Disney por engaño y manipulación a la infancia. Por cierto, Firmin es muy recomendable. Contradicciones humanas.