lunes, 31 de enero de 2011

La palabra 'amor'

Nuestra amiga Encarna se ha vuelto a enamorar. Como siempre ocurre en estos casos, sucedió cuando ella menos lo esperaba; cuando dejó de anhelarlo con unas fuerzas desesperadas, cuando notó que la única manera de encontrar era dejando de buscar; cuando una noche no se arregló para los demás y se vistió para sí misma, con la única intención de tomar una copa con las amigas al salir del trabajo. Encarna clasifica la vida en la medida de lo enamorada que esté; como Karina ordenaba las flechas. “Me he dado unos besos del amor esta mañana”, me contó por teléfono. “Fuímos al cine del amor y luego estuvimos compartiendo una cena del amor”, le contó a Emma. “Con el coche del amor nos iremos a pasar el fin de semana a Alaró”, le contó a Marta. “¿Se ha vuelto boba? ¡Todo lo que dice es del amor! Parece una canción de Maná y por ahí sí que no paso”, comentó Marta, visiblemente horrorizada, ante el asentimiento del resto. “Creo que tenemos demasiados prejuicios con la palabra amor”, apunté. “Y no tiene nada que ver con Gran Hermano 9”, añadí. “Creo que existe un miedo ridículo a pronunciar la palabra, a vivirla, a entregarnos a ella sin condiciones ni horarios. Un miedo social a apostar y perder. Miedos tan antiguos como el propio miedo que genera. Y por eso estamos aquí, burlándonos de Encarna mientras ella está gozando de unos besos del amor”, dije. Todos me miraron con la cara que pondría Karl Lagerfeld ante el armario abierto de Mariah Carey. Su silencio se me antojó tan eterno que volví a tomar la palabra. “Vamos, digo yo...pero tampoco me hagáis mucho caso que hoy he dormido fatal”, me excusé, con una sonrisita. “Será eso”, atajó Marta. Y todos volvieron a conversar como si nada. Solo Josep interrumpió la charla hablando de Cásate conmigo, una peli de Jason Biggs que muy bien podría definirse como un ‘filme del amor’. “Es la evolución natural del amor: acabar en comedia. Eso, en el mejor de los casos”, soltó Marta. No me extraña que su madre diga que así no va a encontrar novio nunca.

sábado, 29 de enero de 2011

Teoría del orden de nacimiento

Los noruegos han puesto en un brete a mi familia y eso no está bien. Ya habíamos superado aquellas declaraciones de Eva Sannum diciendo que los españoles no la aceptábamos como reina. Ella lo que no sabía es que los españoles, entendidos como masa patriótica, tenemos unas tragaderas que ni Linda Lovelace. Y particularmente, somos un país lleno de hogares que no son más que pequeñas repúblicas independientes -precioso invento publicitario de otros nórdicos- en las que nos importa más o menos poco el asunto de la sangre azul. Me refería a un estudio de la Universidad de Oslo y el Instituto de Salud Ocupacional, publicado en la revista Science, que ha llegado a la conclusión de que el hijo mayor es el más conservador, perfeccionista e inteligente; el mediano tiene más facilidad para desarrollar emociones negativas pero también resulta más sociable; y el pequeño, el eterno mimado, que adopta posturas más revolucionarias, bohemias, que se anima a correr más riesgos pero que también es el más débil de los tres. Mi madre se dio de bruces con la noticia mientras buscaba fotos del hijo de Pé y Bar. Sólo tuvo que levantar la mirada del periódico para ver delante de ella a sus tres hijos, o lo que es lo mismo, a sus tres joyas. “¿Me quieres decir que entonces soy yo la problemática? ¿Es eso lo que quieres decir?”, dijo la de enmedio, en plan Isabel San Sebastián a punto de abandonar la mesa de 59 segundos. “Yo no digo nada”, balbuceó mi madre. “Son los noruegos”. “¿Yo conservador? ¿Yo, que me quedé afónico de gritar ‘No a la guerra’?”, apunté. “Esos noruegos no tienen ni idea de cómo funcionamos los españoles”, añadí. “Bueno, os dejo que a y media entro en Ikea”, dijo la pequeña. “Claro, como tú siempre has sido la preferida de mamá”, disparó la de enmedio contra la pequeña. “Para nada. El preferido de mamá siempre he sido yo”, comenté, en plan perfeccionista e inteligente. Lo curioso es que ninguno de los tres nos dimos cuenta de que mi madre se había marchado al cine hacía media hora.

viernes, 28 de enero de 2011

Una nariz roja por Alex de la Iglesia

Cuando menos lo esperas, estalla la tormenta. Y entonces, empapados y confusos, buscamos un lugar, cualquier lugar, donde ponernos a cubierto. Lo hacemos rápido, de un modo instintivo, huyendo de la sensación de derrota que siempre atraviesa la ropa mojada.

Ángeles González Sinde, la mujer que escribió La buena estrella, un día decidió entrar en política. Supongo que pasar de la escritura silenciosa al fragor de las declaraciones y descalificaciones no es sencillo. Supongo que hay que buscar un incentivo. Supongo que será la necesidad de creer que algo ‘es posible’, que puedes aportar un pequeño grano de arena para hacer de tu país un lugar mejor. Esa es mi teoría romántica e ingenua de la política. De lo contrario, tendría que suponer que sólo les mueve la ambición y eso, que es un giro de guion interesante, se convierte en una hipoteca que el ciudadano nunca termina de pagar.

No al gratis total. Todo tiene un precio: la casa, la ropa, la electricidad, el detergente, la leche, las corbatas, los dvd’s de Mad Men, los discos de La Casa Azul, el cine y, por supuesto, entrar en política. Ya nadie recuerda que González Sinde escribió La buena estrella. Unos pocos la recuerdan, y con ironía, por Mentiras y gordas aunque yo, viendo la tormenta descargar, pienso más en La vida que te espera. De alguna manera, ella ha hipotecado una parte de su trayectoria profesional, de su credibilidad, al amparo del gobierno Zapatero. Ha sido la cabeza visible de otra ley elaborada a espaldas de la sociedad y favoreciendo a un determinado colectivo. ¿Todo para el pueblo pero sin el pueblo? Y digo otra ley porque la eliminación de la publicidad en TVE no fue una demanda social. Más bien fue un ‘apaño’ para favorecer a una parte del negocio audiovisual y dejar al ente sin un duro para poder cubrir 24 horas de programación diaria en dos cadenas y tres canales temáticos.

Supongo, y ya sé que llevo un artículo con mucho suponer, que la ministra que un día fue guionista habrá pensado que la cartera ministerial no dura toda la vida. De hecho, tiene una pequeña fecha de caducidad escrita junto al pespunte. Y ese día tendrá que volver a dedicarse a escribir historias. Y para que podamos ver esas historias en pantalla grande, o pequeña, tiene que llevarse bien con los empresarios de la cultura, con aquellos que le ofrecerán un guión y, espero, se lo paguen como corresponde. NOTA: Acabo de recibir un mail del Sindicato de Guionistas en el que, a través de su junta directiva, se me recomienda que no participe en el concurso de guionistas cómicos El Hormiguero, organizado por ese programa y la productora CinemaVip, por “considerar que las bases son abusivas y no respetan la Ley de Propiedad Intelectual ni la dignidad de los trabajadores”. Y luego la culpa es de las descargas…

A Ángeles González Sinde, la mujer que escribió La ley Sinde, le estalló la tormenta y le pilló sin paraguas. Empezó como un huracán llamado Alex pero a su paso por la última reunión con la Academia de Cine se ha convertido en tormenta tropical. El director Alex de la Iglesia ha encontrado al enemigo en casa. Un sector de la Academia le echa en cara su excesiva implicación en la polémica, su absurdo interés por hablar con los internautas –a los que el productor Gerardo Herrero compara con traficantes de cocaína-, y su enfrentamiento contra la ley creada por el PSOE, pactada con el PP y consensuada con CiU. Los creadores deberíamos manifestar que estamos con Alex de la Iglesia, que le apoyamos, que no está solo. Que si la ministra prefiere aliarse con los empresarios de la cultura y el entretenimiento, nosotros preferimos estar con los nuestros, en el lado de los creadores. Alex de la Iglesia les ha dado una lección a todos acercándose al núcleo de la cuestión, informándose, dialogando –que es alucinante que para algunos temas de política interior se reclame diálogo y para la ley Sinde no exista diálogo posible-, nutriéndose de puntos de vista, enriqueciéndose y comprendiendo que aquí nadie habla de ‘gratis total’. Que lo que hace falta es empezar de cero y elaborar una ley seria, basada en la realidad, en la era Internet, en la revolución que ha supuesto la red en todos los ámbitos, y dejarse de remates y zurcidos porque además, y si no al tiempo, no van a servir de nada.

Para el productor Gerardo Herrero, Alex de la Iglesia “ha perdido la cabeza con el Twitter”. Podríamos debatir la forma si realmente no fuera más importante el fondo. En el fondo, Herrero cree que hablar con los internautas es “como si el Ministerio de Sanidad negociara con los traficantes de cocaína cómo se hace una ley y si la coca debe ser de mejor calidad y se habla del tema con la gente que tiene problemas con ella”. Yo, sin embargo, creo que Alex de la Iglesia puso la primera piedra para crear un nuevo canal de distribución de la cultura y el entretenimiento, un lugar más sostenible, como si el consumidor pudiera ponerse en contacto con el agricultor que cultiva tomates y pudiera comprarle el tomate sin tener que pagar a todos los intermediarios que encarecen el tomate en más de un 500%. Y si alguno no entiende la comparación al menos no me negará que un tomate es mucho más saludable que una raya.

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Los X Men buscan pareja

Mi psicólogo argentino ha iniciado una campaña de desprestigio de la agencia matrimonial a la que nos hemos apuntado sus pacientes. Nos deja mensajes intimidatorios en el contestador asegurando que no estamos curados, que tenemos la autoestima a la altura de un tacón de Camper y que nadie en su sano juicio cargaría con unos personajes como nosotros. Vamos, que nos sentimos como los X-Men; unos mutantes ante una sociedad que les teme y desconfía de ellos. Yo he pedido ser Lobezno y Marta ha sufrido un ataque de risa que me ha resultado pelín ofensivo. “A ti te pega más Magneto, que en la peli es Ian McKellen”, dijo ella, que se ha adjudicado Tormenta no porque se parezca a Halle Berry sino porque dice que tiene la mente nublada y sueña con que a su ex lo fulmina un rayo.
Josep dice que se identifica más con el Profesor X. “Durante muchos años, las películas X han serenado mi alma y aunque sólo sea como agradecimiento a una labor cumplida, me pido ese papel”, dijo ante la indescriptible mirada de Encarna que parecía haber descubierto los extraños e íntimos lugares en los que puede llegar a ubicarse ese ente abstracto al que llamamos alma. Encarna ha exigido ser Pícara porque es la más joven. Todos nos hemos mirado pero nadie se ha atrevido a decirle que aunque se compre la ropa en Stradivarius seguirá teniendo 49 años. Fue entonces cuando Emma, la secretaria rubia, irrumpió en nuestro interesantísimo tema de conversación y dijo: “Chicos, yo debo marcharme que tengo pleno del ayuntamiento de mi pueblo. Me he preparado una escena de Una rubia muy dudosa que los va a dejar a todos boquiabiertos”. Es que en su pueblo se enteraron que la televisión local de Sa Pobla (Mallorca) grababa los plenos del ayuntamiento y les ha parecido una idea estupenda. Lo que sucede es que en Sa Pobla, y en el pueblo de Emma, habían visto que los políticos municipales sobreactuaban ante las cámaras como si fueran Robert de Niro en un mal día y había que reducirles el tiempo de antena porque de lo contrario te montaban un Estudio 1 en un pis pas. Por eso hemos decidido que Emma sea Mística, por cambiar de registro.

miércoles, 26 de enero de 2011

El 'buga' de tus sueños

Una semana, amigo Miguel. No sé cómo explicarte el agotamiento al que Leonardo, el novio de Marta, ha sometido a este cuerpo mío, que se ha convertido en río, que diría Bebe, durante la última semana. El hecho de que no compartiese su afición por ‘customizar’ coches ha provocado una convivencia entre los dos, tan innecesaria como reincidente, para convencerme de que el tuning es casi casi tan maravilloso como un disco de Andy y Lucas con DVD de regalo. “Tío, el tuning me da la vida. Es como personalizar tu coche”, me decía emocionado. “Pero si es tuyo imbécil, ¿para qué quieres personalizarlo?”, le contestaba. “Aunque claro, mejor el tuning que andar por la calle delinquiendo”, solía añadir. Compréndelo, ha sido una semana muy intensa y ya hemos pillado cierta confianza en el trato. “Yo tengo un colega que ya se ha gastado 10 kilos en ‘atunar’ su ‘buga’. Es un fiera. Su alerón es el mejor de Mallorca, llantas cromadas, lunas tintadas, tubarro de escape, pedales de aluminio, salpicadero blanco rollo animalista, asientos como los del AMC y un equiparro con tweeter y subwoofer. Hasta lleva un equipo de meteorología dentro, con su barómetro, su termómetro y hasta uno que mide la altura a la que estás”, me dijo para que, finalmente, dejase de vivir en la ignorancia y aceptase la evidencia. “Muy funcional eso de un equipo de meteorología. Le será de gran ayuda cuando quiera conocer el tiempo que le queda antes de morir asfixiado el día que los contínuos graves de ese subwoofer del infierno provoquen un cortocircuito que impida que las lunas tintadas bajen. Además, cualquier actividad que conjugue el verbo ‘atunar’ me suena a tuno y por ahí sí que no paso. Por cierto, no todo lo blanco es minimalista”, respondí. Y Leonardo dejó de molestarme. Creo que vuelvo a ser la mala persona que mi psicólogo argentino estaba logrando aislar.

martes, 25 de enero de 2011

El año del gallo enamorado

2011 es el año del conejo en el horóscopo chino.

En marzo de 2005 escribí sobre el año del gallo.



Me han invitado a una boda. Fíjate que mientras los chinos corrían a casarse antes de que se iniciara su año nuevo, el del gallo, que según la tradición provocará matrimonios difíciles dada la arrogancia innata y la falta de seguridad del animal -este argumento es cosa de tu prima Elisa-, en España todo el mundo parece estar dispuesto a decir Sí. “Es porque los chinos son homófobos y quieren amargarnos el histórico momento en el que dos personas del mismo sexo nos convertiremos en un matrimonio”, dijo Chema, militante del PP que está deseando, en la intimidad, que se apruebe la ley para formalizar de una vez su relación, que eso de vivir amancebado no va con su moral. “Pues yo cada vez que recibo una invitación de boda se me queda la misma cara que cuando me sale la declaración de renta positiva; en ambos casos significa soltar pasta”, apuntó Josep. “Hombre, ¿no te alegras por los amigos que han encontrado el amor?”, pregunté. “Yo no tengo amigos”, contestó. Y todos los que estábamos tomando un café en la barra del bar de enfrente del taller de terapia gestáltica salvamos la tensión mirando, durante diez minutos, lo sucios que llevábamos los zapatos. Por cierto, no te he dicho quién se casa. Mi prima Encarnación, la hija de la tía Carmen, con un constructor, que en esta nuestra comunidad ya sabes que es como casarse con el hijo del Aga Kan. La rama familiar de mi tía Carmen no ha sido lo que se dice fina pero chico, ahora se dan unos aires. Con decirte que junto a la invitación han añadido un listado de instrucciones para el invitado que ríete tú de las normas de la casa de la sidra. De entrada, está terminantemente prohibido lanzar arroz a la salida de la ceremonia; en su lugar, pétalos de rosa. El convidado podrá ser expulsado del banquete si se le ocurre gritar un ¡Viva los novios! o un ¡Que se besen, que se besen! y vivirá el destierro familiar si se levanta a cortar la corbata del novio. De la liga ya ni hablamos. “Total, bajamos a segunda”, dijo el tío Genaro, siempre tan oportuno.

lunes, 24 de enero de 2011

Playlist (25 de enero)





Martin Solveig feat. Dragonette, Crystal Fighters, The Decemberists, Adele, San Leon, Gianna Nannini y Ray LaMontagne and the Pariah Dogs.

Voy a apagar la luz

Habitar un universo de luces y sombras puede llegar a ser angustioso. Todo depende de la capacidad, crítica o complaciente, de ver tu entorno iluminado, tenue o negro como el chapapote. En el fondo, toda nuestra historia recorre ese camino. Hay tramos bien alumbrados que, aún así, provocan sombras. Basta con obstaculizar la luz. Y eso podemos hacerlo nosotros mismos, sin ayuda de nadie. Sombras que, en ocasiones, como en Peter Pan, deciden recorrer el sendero por su cuenta y riesgo, en un ejercicio de rebeldía. Quién sabe si de esas sombras emancipadas, si del oscurantismo más absoluto, puede alumbrar una idea revolucionaria que nos ayude a construir un planeta mejor. Un planeta con luz natural.

Este párrafo me ha quedado un poco cumbayá, campamento de verano de padres maristas, pero últimamente tengo serios problemas para identificar la luz entre las sombras. Creo que el mérito absoluto de las compañías energéticas ha sido lograr que habitemos en la penumbra pero no nos demos cuenta. Ellos encienden nuestro entorno, nos lo cobran con una subida del 11 por ciento, y nosotros nos sentimos seguros porque hay luz rodeándonos. Pero esa luz no es real. Es un invento para que no descubramos que seguimos en la oscuridad y, lo que es peor, acompañados por seres de las tinieblas. Ahora parece que me he vuelto loco de remate, que he escrito la precuela de la trilogía Evil Dead de Sam Raimi. No. Simplemente es un rodeo pseudo-filosófico para llegar a un lugar demasiado cotidiano. ¿Serían ustedes capaces de identificar la luz y la sombra en la historia de una persona que se gana la vida enviando al paro a los demás? Me gustaría saber qué siente alguien cuyo nombre y apellido está asociado a la mala noticia, a la tristeza e incluso a la desolación. Cómo se levanta cada mañana, cómo se incentiva para emprender su jornada laboral, cómo justifica lo mucho que le gusta su trabajo. Un grupo de conocidos me han recomendado que se lo pregunte a Marta Bretos. Ustedes no sabrán quién es esta mujer. Mucho mejor. Porque cuando suena ese nombre en tu empresa, la gente empieza a temblar. Como en el pueblo de Sleepy Hollow. Marta Bretos es la mujer que, desde el departamento de Recursos Humanos de RTVE, dirigió el despido de 4.000 empleados del ente. Una especie de George Clooney en Up in the air pero sin tanto glamour y sin millas de viajero en su tarjeta Iberia Plus. Hasta hace apenas dos semanas, Marta Bretos estaba al frente de ese departamento en RTVE. Era el nombre que siempre pronunciaban cuando reclamabas más gente para poder hacer mejor tu trabajo. Y su nombre provocaba que cayese la temperatura a tu alrededor aunque fuera 14 de julio. Sólo mencionar al hombre del saco, cuando tenía 3 años, causaba el mismo efecto. La sombra lo invadía todo. Y en la oscuridad sólo nos atrevemos a permanecer callados. Y entendemos ese silencio como una manera de sobrevivir a lo que se esconde en la penumbra.

Hace poco que Marta Bretos se fue. Había sido contratada por el Grupo Prisa. Luces y sombras. Los negocios no tienen ideología. Imagino cómo deben sentirse los trabajadores de la SER cuando hayan visto a esta mujer ocupar su despacho. Parece ser que la radio será su entrante. La misión: convertir en 5.000 una plantilla de 7.000 trabajadores. Enciendo la luz pero, aún así, no lo veo nada claro.

Tal vez haya llegado el momento de apagar la luz. Simplemente empleando el prefijo ‘a’ en el verbo ‘pagar’ podemos cambiar el significado de la frase. Ya que parece que el curso de los tiempos es inalterable, cambiemos una frase. Por lo menos. La convocatoria que circula por internet nos emplaza al próximo 15 de febrero. Ese día, a partir de las 22 horas, España debería quedarse a oscuras en señal de protesta por la subida abusiva que Endesa, Iberdrola y Fenosa han realizado en sus tarifas eléctricas. Basta con apagar, con desconectar, durante 30 minutos, todo aparato eléctrico, toda luz, toda bombilla. Quedarnos a oscuras. Pero esta vez, de verdad.

Se le puede sacar partido al fundido a negro. Recuerden la canción de Los Panchos: “voy a apagar la luz para pensar en ti”. Aprovechen los 30 minutos de apagón del 15 de febrero para…tocarse pensando en quien ustedes quieran pensar. Ya verán como esa oscuridad no da miedo.



viernes, 21 de enero de 2011

Las aventuras de Enrique y Ana. Cap. 12


Madrid, año 1986



Hojeando la guía del ocio.








¿Por qué nos gusta 'House'?


Estábamos rebañando un Häagen Dazs de tarta de queso cuando mi amiga Marta decidió verbalizar lo que pensaba. “Yo que tú, cambiaba de psicoanalista. De la manera en la que te trata, dudo que acabes superando tus traumas”, dijo, “Chica, lo cuentas como yo si fuera Norman Bates. Tampoco tengo tantos traumas. Voy al psicoanalista como el que va al fisioterapeuta: para aprender a sentirme mejor. Además, ya sabes que me gusta el acento argentino”, apunté. “Lo sé. Yo también voy a ese psicólogo pero contigo se comporta de una manera extraña”, añadió. “Ahora la culpa la tendré yo”.

Me puse a la defensiva, qué iba a hacer.

“No, pero reconoce que contigo es impertinente, arrogante, sarcástico, frío, incrédulo y brutalmente honesto. Y ahora, si me disculpas, me tengo que marchar. Empieza 'House' y no me la puedo perder. Es mi serie favorita”.

Marta se fue. Y me quedé en casa, con un recipiente de Häagen Dazs vacío, dándole vueltas a la cabeza, como la niña de 'El exorcista'. ¿Por qué nos gusta tanto 'House' si no seríamos capaces de soportar a un doctor que realmente fuera así? Llamé a Encarna, que ha cambiado a Vilches por House, y se lo pregunté. “Porque en la ficción todo vale. Es el único terreno de la vida en donde lo políticamente incorrecto es agradecido. Es como una válvula de escape, como el pitorro de la olla expres, un desahogo”, me contestó. Luego llamé a David. “Escucha: ‘Una enfermedad que ataca al cerebro, al corazón y a los testículos, ¿no será un poema de Byron?’ ¿No te parece genial? Hay que ver 'House' porque tiene frases que puedes emplear en tu vida cotidiana y quedar como un auténtico genio delante de tus amistades”, soltó. Y marqué el número de Marta. “Porque House cura enfermedades, no pacientes. Porque algunos médicos de nuestra Seguridad Social son igual de impertinentes pero sin un equipo de guionistas detrás. Porque hay doctores que no son capaces ni de detectar un embarazo y diagnostican gases. Y porque, gracias a House, tenemos aún más claro que todo el mundo miente”. Y me colgó. Está echando un carácter...

miércoles, 19 de enero de 2011

Todos vuelven


Tengo que aprender a separar mis emociones, como quien separa la ropa blanca de la de color. Hay veces en las que un tipo de emociones ennegrecidas supera en número a las otras y acabo centrifugándolas todas juntas. Sospecho que precisamente logro lo contrario: oscurecer las blancas. En ocasiones, por poner un ejemplo, me da por pensar que el regreso siempre conlleva cierto aroma a fracaso. Que algunas personas ni siquiera emprenden el viaje de ida para no tener que justificar su vuelta. Y recurro al hastío, a las frentes marchitas del tango, al sueño desgastado, que ha ido perdiendo el color de tanto frotar y frotar. “El frotar se va a acabar”, me soltó mi amiga Marta de sopetón. “Este rollo tuyo de poeta maldito me aburre más que Hospital Central. Regresar no siempre supone frustración. Volver puede ser el objetivo. Incluso los hay que llegan por primera vez al lugar al que siempre pertenecieron.” “Lo entiendo”, dije, “pero no puedo evitar pensar en la joven que retorna a casa, con la misma maleta con la que se marchó y unas cuantas lágrimas acumuladas en su... “¡Calla ya coño!”, gritó Marta mientras me propinaba una colleja que estuvo a punto de provocarme una contractura cervical. “Mira Sting, que volvió con The Police o Bunbury, que regresó, puntualmente, con Héroes del Silencio. Todos vuelven. Por algo será”. Y se pasó cerca de diez minutos dándome nombres: Amistades Peligrosas, Los Ronaldos, Olé Olé, Genesis, Take That, Queen (lo de éstos tiene mérito), Hombres G, Spice Girls, Nacha Pop, Los Toreros Muertos, La Guardia, Rage Against The Machine,... “Ya, pero ellos vuelven por dinero y eso, en el fondo, esconde un fracaso”, intenté explicar. “Si también metes en el mismo saco dinero y fracaso es que realmente estás peor de lo que pensaba”, diagnosticó Marta, en un mensaje nada materialista. “Ayer me llamó Leo”, dijo, como para cambiar de tema. “¿Tu ex?”, añadí. “Así es. Que si qué tal me va, que si estoy con alguien, que si a ver si quedamos para tomar un café,... Lo que te decía: todos vuelven. He quedado el martes con él. A veces, volver es tan excitante.” Y luego me acompañó a casa, para enseñarme el programa de la lavadora indicado para ropa blanca.

martes, 18 de enero de 2011

Cultura de marca

Durante un tiempo mis amigos han intentado anular mi capacidad crítica argumentando que entre un jersey negro de 18 euros y otro jersey negro de 180, siempre elegía el segundo con el anoréxico argumento de la marca. Eso no es del todo cierto. La verdad es que, en mi contradicción vital, siempre me inquietó enfrentarme a un universo de genéricos y ‘marcas blancas’ que le resten brillo a esta sociedad mate. Eso por no hablar de la ausencia absoluta de iconos, que para alguien criado en los 80, es como anular su propia existencia. Y más ahora, que la cultura también es de marca. Si uno pasea por la Gran Vía madrileña se dará cuenta que el penoso musical de Los 40 se representa en el Teatro Movistar; que la popular sala de conciertos y discoteca Arena se llama Sala Heineken y que el clásico Teatro Calderón se llama Teatro Hagen-Dazs. Eso no deja de irritar a los puristas y, desde luego, a mis amigos. Marta, que tiene un amigo americano, como Wim Wenders, dice que eso son prejuicios de proletariado y que en Estados Unidos es habitual que las marcas patrocinen espacios culturales, como sucede con el Kodack Theatre, donde cada año asistimos a la glamourosa y tediosa entrega de los Oscar. “¿Prefieres eso o que los teatros pasen a ser centros comerciales?”, me comenta, sabiendo lo que me duele ver que el cine Avenida de Madrid -y la discoteca Pasapoga- ya son un H&M. Tal vez haya que aceptar el resignado futuro de la cultura. ¿Asistiremos algún día a la inauguración del Teatro McDonalds? ¿Permitiría ese teatro que se representase en su escenario una obra como Homebody/Kabul de Tony Kushner? No lo sé. Y no quiero pensarlo. Pero quizá deberíamos aprender a distinguir principios románticos de gestión cultural; separar el entretenimiento de nuestro compromiso social, que luego Dolce y Gabbana se burlan de nosotros y eso sí que es humillante.

No sé.

Puede que mi interés por las marcas también tenga un límite. No me asusta. Solo me pone románticamente triste.


lunes, 17 de enero de 2011

Compartir piso

Todo termina. Nada es para siempre. Es cuestión de fijarse bien en la fecha de caducidad. Y eso también incluye los sentimientos, las emociones y las inquietudes. A mí, por ejemplo, me ha caducado la paciencia. Se ha quedado blanquecina. Como ágria. No es la que era. Lo noto cuando leo que los jóvenes españoles están obligados a compartir piso si quieren independizarse. “Existe hasta un perfil de persona para compartir vivienda”, le explicaba a Marta. “28 años, trabajando en una gran ciudad, pagando 400 euros por habitación y conviviendo con ambos sexos”, añadí. Entonces me doy cuenta que ya no tengo paciencia para compartir piso con nadie. Que no tengo ninguna gana de convivir con alguien que no sea yo. Marta cree que el problema está en el optimismo con el que he leído la frase. “El reportaje habla de jóvenes, ¿por qué crees que tiene que ver contigo?”, dijo, sin ninguna piedad. Y posiblemente tenga razón. La paciencia me caducó porque, como sucede con todo lo que concluye, el tiempo le pasó por encima. Ya no tengo edad para soportar las manías de completos desconocidos a cambio de una economía más o menos desahogada. Quiero dejar los cacharros en el fregadero el tiempo que necesite mi fatiga; no preocuparme del canal de la tele, de la serie favorita de unos y otros, ni de a quién le toca hacer el baño. No me apetece repartir los estantes de la nevera ni los armarios de la cocina. Ni preguntar la conveniencia o no de hacer una fiesta en casa. Mi capacidad de aguante es minúscula y mi tolerancia en la convivencia empieza y acaba en mí mismo. Eso me obliga a gastar una cantidad vergonzosa en un alquiler que, encima, no me desgrava pero que, aún así, es más barato que la hipoteca que tendría que pagar por ese mismo piso. Cuanto más lo pienso, menos incentivos le veo a abandonar el hogar familiar para acabar aceptando los antojos de un grupo de compañeros de trabajo. Ni siquiera si son amigos porque, lo más posible, es que después de convivir, dejen de serlo. Marta cree que me he vuelto un misántropo y que así, dificilmente lograré que alguien sonriente me invite a cenar un viernes. No me entiende. No comprende que desde que me caducó la paciencia, ceno con una sonrisa todas las noches.

domingo, 16 de enero de 2011

¡Pídele perdón!

Tanto los admiradores incondicionales de la princesa de Asturias como sus detractores más vehementes me envían, al mail, el video en el que doña Letizia actúa como mediadora en la riña entre dos primas. La anécdota sucedió durante una visita, el pasado mes de octubre, a la localidad vallisoletana de Medina del Campo. Mientras saludaban a la gente, parte del trabajo de un miembro de la Familia Real, doña Letizia se acercó a dos niñas que estaban llorando. Las niñas eran primas y, al parecer, una había pellizcado a la otra durante la espera y ahí había comenzado una pelea que acabó en lágrimas. Así que doña Letizia, saltándose el protocolo, medió en el conflicto intentando que las niñas hicieran las paces con un contundente “¡pídele perdón!”

Los admiradores ven en este gesto una demostración más de los nuevos aires que invaden el Palacio de la Zarzuela, simpatía y cercanía con el público en sus visitas oficiales e, incluso, un indicio de lo buenos padres que son. Los detractores ven en la reacción de la princesa un pronto de institutriz estremecedora, de señorita Rottenmeyer que cuando pregunta “¿quién empezó?” provoca un temblor en las niñas, que auguran un final horrible para el incidente. La verdad es que cuando pulsé el play del video, me entró la risa. Porque el universo infantil es mucho más complejo que el protocolo de la Casa Real y cuando esas crías no se dejan impresionar por las palabras de Letizia, siguen en sus llorosas trece, y lo que debería haber sido una negociación inmediata se alarga durante dos interminables minutos, me da la risa. El plano en el que aparece en escena el príncipe Felipe y ella le cuenta el conflicto de orden internacional en el que está enfrascada, es todo un hallazgo. Él huele el marrón y desaparece de la escena en 0,2 segundos. En cine, eso se llama cameo. En video doméstico, no lo sé. Ella, que sospecho que debe ser igual de competitiva en todos los aspectos de su vida, no se mueve del lugar del conflicto, repitiendo frases tan disuasorias como “¿quién empezó?”, “¡pídele perdón!” o “dale un besito”, aunque en su cara –y en la de sus guardaespaldas- ya se transparenta el hartazgo. Y lo mejor de todo es que la persona que está grabando el documento, ¡es la madre de una de las niñas! Una señora que, en lugar de ejercer de madre, prefiere hacer de reportera y colgarle la pelea a la princesa, para que vaya ensayando lo que es intentar satisfacer a toda una nación. Al final, por si llegados a este punto usted, lector/a, tiene curiosidad, le diré que doña Letizia abandona la acera de negociación sin conseguir que las dos niñas se disculpen. No entiendo porqué han elegido a Manuel Pimentel, exministro de Trabajo, como mediador entre Aena y los controladores aéreos. Yo hubiese elegido a doña Letizia. Puede que viviésemos en un continuo estado de alarma pero... lo que nos íbamos a reír.

Y con la sonrisa en los labios, acudí el jueves a la presentación en Madrid del libro “Rosa sobre Negro. Breve historia de la homosexualidad en la España del siglo XX”, del historiador Albert Ferrarons. El acto estaba presentado por Elvira Lindo y yo mismo. Poquita gente. No sé si culpar a la crisis, a la cantidad de actos que se solapan en una ciudad como Madrid o a la preocupante falta de interés del colectivo lgtb por la cultura –el escritor Luis Antonio de Villena siempre me decía que el mundo gay era enormemente inculto y yo le miraba como si hubiera perdido la cabeza-. De momento, opto por la B; demasiados actos.

El libro de Albert, si este país fuese coherente con sus leyes, debería estar ya en las bibliotecas de todos los colegios e institutos españoles. Porque no solo un país debe conocer su historia sino que los diferentes colectivos que componen esa masa social también deben saber sus orígenes.

Me llamó mucho la atención, leyendo “Rosa sobre Negro”, que existiera un turismo sexual, en los años setenta, que acudía a las zonas costeras españolas buscando jóvenes. Desconocía ese dato, aunque, me vino a la cabeza aquella secuencia que narraba Elizabeth Taylor en “De repente, el último verano”, cuando explicaba la muerte de su primo Sebastian. Quizá a ese turismo sexual se refería Tennessee Williams en su obra y yo tuve la sensación de que, una vez más, hay una parte de nuestra historia que nadie nos ha contado. Una historia que no está en los libros. Una historia oral que, a medida que el miedo y el tiempo van eliminando a sus protagonistas, queda abandonada en un agujero negro de la memoria, en un oscuro alzheimer histórico, al que deberíamos poner remedio ya. Y el libro de Albert, como en su momento el del profesor de la Oxford Brookes University, Alberto Mira, ayuda a iluminar ese camino en el que aún quedan muchas personas a las que este país debería pedir perdón.

sábado, 15 de enero de 2011

37 grados (momento vintage)


Ayer hablé con un amigo que me recordó unos artículos que yo escribía en el Diario de Mallorca hará siete años o más. La sección se llamaba 37 Grados. Únicamente se publicaba en verano y la alusión a las altas temperaturas y a las fiebres que contagian nuestras relaciones personales durante esos meses fueron argumentos que me convencieron para titularlo así. Además, así me servía de modesto homenaje al temazo de Radio Futura que tanto me gustaba.




Los artículos narraban, en clave de humor, mi relación de amistad con una pija mallorquina llamada Catalina, aunque en su ambiente era conocida como Cata. Hija de unos padres simpatizantes del PP balear, vivía en Son Vida (una zona residencial exclusiva) y tenía una visión de la vida que chocaba continuamente con la mía, lo que provocaba gags a cada párrafo.

Aquella sección, que comenzó como un contenido ameno del periódico para los meses de verano, acabó publicándose varios años y tejiendo una red de seguidores que incluso, a mí mismo, llegaron a sorprenderme. Uno nunca llega a ser consciente de que el proceso solitario de creación acabe llegando a tantas personas. Imagino que si fuera consciente, el vértigo y la castrante responsabilidad me impedirían escribir.

El caso es que ayer, varios años después, recibí la llamada de un amigo de Palma que me contó cómo hace unos días, en una conversación entre un grupo de personas, una chica llamada Cata aludió a mis artículos, a lo mucho que le gustaban, a que era el primer contenido del periódico que leía todas las mañanas, y preguntó si se habían publicado como libro, ya que le haría mucha ilusión recuperarlos. Me sorprendió que aún hoy, haya personas que te recuerden por un trabajo que tú ya habías resguardado en algún rincón de la memoria.

Por eso he buscado por la red alguno de esos artículos -yo no los tengo, un disco duro en mal estado acabó con ellos hace varios años- y he decidido colgarlo aquí, en mi blog.

Y si alguien conoce a alguien que tenga una editorial y le apetezca recopilarlos para su publicación, que sepa que me haría muy feliz.

El artículo, éste en concreto, decía así:

Aún colea la visita a Cabrera de la madre de mi Cata con motivo de la tradicional suelta de tortugas. Al parecer, todo iba como la seda. Matas sonreía, Rosalía Gil de Mendoza hizo varias fotografías, Matas sonreía, María del Carmen Estrada se atrevió con el vídeo digital, Matas sonreía y María Luisa Fernández de Góngora se encargó de lo que ella llama ‘piscolabis’ en la cubierta de su yate mientras Matas sonreía. “Todo divino hasta que sucedió algo horrible”, contaba mi Cata por teléfono. “En plena suelta de tortugas, con todo el mundo mirando, va mi madre y dice: ‘Desde luego, hay que reconocer que el caparazón de las tortugas es precioso. En casa tenemos uno enorme de adorno y otro más pequeño en la mesita del salón. Recuerdo que mi marido, que en paz descanse,lo utilizaba de cenicero’ ”. “Vaya, creo que comprendo tu bochorno”, comenté. “Ese tipo de comentarios en un acto ecologista son...” “¡Mentira! ¡Son mentira!”, interrumpió mi Cata. “Y eso es lo que me parece horrible. En casa hemos tenido águilas disecadas, cabezas de jabalí y de ciervo en la finca de Campos, dentaduras de tiburón, colmillos de marfil y hasta creo recordar un lince monísimo, tan bien disecado que sólo le faltaba hablar. De todo menos caparazones de tortuga. De eso no hemos tenido jamás. No entiendo por qué tiene que mentir en algo tan tonto cuando una casa llena de animales demuestra el interés familiar por la naturaleza”, dijo ella. Permanecí en silencio cerca de nueve minutos. El tiempo suficiente para que mi Cata colgase y para que yo no la insultase. Todo un record.

viernes, 14 de enero de 2011

Playlist (Por fin ya es viernes)






Rihanna, Kylie Minogue, La Casa Azul, Los Planetas, The Killers, Florence + The Machine, Royksopp, Ellos, Pastora, Queen of Japan, The Apples in Stereo y Village People

jueves, 13 de enero de 2011

La prueba del asesino


La gente no cambia nunca. Te parecerá una perogrullada pero nunca está de más hacer hincapié en ello. Puede que esa pluralidad de personas que conforma la gente, pillados de uno en uno, nos demuestre que existen acontecimientos en sus vidas que nos desvelan características en ellos desconocidas hasta ahora. Pero cambiar, lo que se dice cambiar, eso dificilmente sucederá. Y esta afirmación tan rotunda no es consecuencia de asistir boquiabierto, un mes más, a las audiencias de Sálvame, que no sería un mal ejemplo, sino a la última sesión de grupo en casa de mi psicólogo argentino. Sabes que siempre he sospechado que el psicólogo me detesta, que me debe ver como el único de sus pacientes con una o ninguna posibilidad de reinsertarse en la sociedad como un ser limpio de conflictos internos y traumas y, por lo tanto, su único tachón en un expediente cargado de éxitos. Sospecho que algo de ese odio circuló por su mente cuando, en plena terapia, dijo: “Les voy a contar una historia. Imagínense a una mujer que, mientras asiste al funeral de su madre, vé a un hombre que no conocía. Piensa que ese es el hombre de su vida, tanto que se enamora de él en aquel preciso momento pero las circunstancias le impiden entablar conversación, saber su nombre y su teléfono, de manera que, finalizado el funeral, no volvió a verlo más. Unos días más tarde, esta misma mujer asesina a su hermana. ¿Alguno de ustedes sabe por qué?” Todos permanecieron en silencio, frunciendo el ceño, como Jodie Foster en Contact, buscando una respuesta. “Está claro”, dije yo. “La mata esperando que el hombre del que se enamoró apareciera de nuevo en el funeral de su hermana". Como un niño de primaría que aguarda una recompensa a su acierto, miré a mis compañeros con cierta sonrisa de satisfacción. Entonces va el psicólogo y dice: “Correcto. Como podéis comprobar, Paco piensa como un psicópata”. Si lo llego a saber me callo. Para mí que me está haciendo luz de gas. De entrada, Marta ya se ha inventado una excusa para no ir conmigo al cine.

martes, 11 de enero de 2011

Las aventuras de Enrique y Ana. Cap. 11



MADRID, 1986

Capítulo crucial porque en él se empieza a perfilar hacia dónde va la serie. Una vez que llegó allí, no supo regresar pero ese es otro tema.


TEORÍA DE EVERET





ANA

Si es que te tenía que haber empujado por la escalera en aquel concierto de Huesca

ENRIQUE

Me empujaste Ana, me empujaste. Acuérdate.

Audreynaria

Marta y yo estamos desolados. Un estudio de una empresa inmobiliaria ha llegado a la conclusión de que necesitamos 47 años de nuestra vida para pagar una vivienda y que la única manera de reducir ese implacable y exorbitante paso del tiempo es adquiriéndola en pareja, invirtiendo, en ese caso, la módica cifra de 24 años. “Las empresas sólo deberían hacer estudios que desprendiesen resultados optimistas. No sé si el país funcionaría mejor pero al menos no tendríamos la esperanza tan desgastada”, le comenté a Marta mientras caminábamos sin rumbo fijo, como indefensos frente al acecho de la locura, que diría el personaje de un buen melodrama. Fue entonces cuando, al pasar junto al escaparate de una importante tienda de decoración, Marta dijo: “Mira, también se puede estar peor”. Y señaló un rincón de la tienda en el que el magnético rostro de Audrey Hepburn estaba por todas partes; en cuadros, en manteles, en vasos, en servilletas, en posavasos, en monederos, en delantales, en agendas y hasta en felpudos. De repente, sin pretenderlo, fuimos testigos del sacrilegio. El mito había muerto. Su imagen, convertida en un reclamo, estaba a punto de arder por combustión espontánea. Desde las tiendas de decoración más exclusivas hasta las más vulgares, todas presentan en sus estanterías y almacenes cientos de gestos de la que fuera icono de la distinción. Imagino que los herederos vivirán en villas de lujo, allá por California, ajenos a todo, pero noté como Audrey olía a quemado. Yo, que aparte de varios libros y películas -La calumnia es mi favorita- sólo tengo un imán para la nevera y una camiseta con la universal pose sacada de Desayuno con Diamantes, no podía dar crédito a la evidencia. La que fue uno de los símbolos de la elegancia, de la sofisticación, la creadora de un estilo y musa de Givenchy, ahora estaba convertida en un felpudo que cualquiera podía pisar. “¿Tú te comprarías un bolso con la cara de Audrey?”, le pregunté a Marta, con un nudo mitómano en la garganta. “Ni muerta. Han logrado que su sola presencia en cualquier complemento me resulte vulgar. Te compras un bolso con una maravillosa foto suya y acabas hecha una ‘audreynaria’”, soltó Marta. Y continuamos nuestro camino; con la esperanza hecha vintage y la mirada triste en los zapatos. Ambos indefensos frente al acecho de la locura.

lunes, 10 de enero de 2011

La tos

Querido amigo, ¿te has preguntado alguna vez por qué tose la gente en el teatro? Estoy por encargar, a alguna prestigiosa universidad, un estudio epidemiológico sobre la incidencia del ballet, el teatro o la música clásica en las complicaciones respiratorias. No es ironía, es preocupación lo que me mueve. Asistir a un espectáculo en el que la comunión silenciosa es necesaria y escuchar todo un recital de toses, en varias escalas y tesituras, contagiándose por diferentes rincones del auditórium, es preocupante. Y no porque moleste a los artistas, que en peores garitas habrán hecho guardia, sino porque he llegado a creer que el público fiel de estos espectáculos está fundamentalmente compuesto por enfermos crónicos de las vías respiratorias que, como decía un amigo común, quizá deberían estar hospitalizados en lugar de jugarse la vida yendo al teatro. La cultura no merece tanto sacrificio. O tal vez la culpa sea de los programadores, que aún no se han dado cuenta que hay meses en los que la salud es incompatible con el arte escénico. Desde octubre a mayo no debía representarse nada que no supere los 100 decibelios. Con semejante volumen, un catarro de pecho o una sequedad en la platea, bastante habitual por esas fechas, pasaría absolutamente desapercibida. Quedan cuatro meses libres, aunque los aires acondicionados podrían reducir el cupo a dos: junio y septiembre; buenos meses para disfrutar de un montaje teatral sin cosquilleos y picazones en la garganta. De todos modos, no estaría de más ofrecer una cucharadita de Inistol a la entrada, por si acaso. Eso mejor que el caramelito de crujiente envoltorio, que además suele abrirse con una parsimonia digna de crueldad sádica. Resulta tan especial la relación tos-escenario que no he encontrado otro lugar en el que se produzca con tanta entrega. Ni siquiera en el cine se tose tanto, aunque aquello es peor; allí se comen palomitas, patatas fritas, pollos al ast, se bebe todo tipo de refrescos y hasta algún desalmado contesta al móvil que debería haber apagado a la entrada. Dice mi amiga Marta que es que nos estamos volviendo misántropos. Y a mí me ha dado la tos.

domingo, 9 de enero de 2011

No me comí las uvas de la suerte

Este fin de año no he comido uvas. Hace tiempo que ya tengo asumido que aunque ese fruto te ayude a eliminar toxinas, lo que desde luego no tiene son capacidades venturosas. Vamos, que relacionar la suerte con que te comas o no te comas las doce uvas al ritmo que marca el reloj es tan disparatado como encontrar un ejemplar de Salario, precio y ganancia de Karl Marx en casa de Ángela Merkel. Las uvas, el oro en la copa –que siempre me ha parecido una cerdada más que una invocación a la buena fortuna- o la ropa interior roja son tradiciones tontas que, eso sí, nos hacen la vida más agradable. Porque todo lo que da esperanza, aunque sea una estupidez, es positivo. La suerte de nuestros años venideros tiene más que ver con los ‘mercados’ que con las tradiciones e, incluso, la ideología de nuestros políticos. La desconfianza reside en que sabemos de sobra la ideología de los mercados y eso acojona. Pero, aún así, no me tomé las uvas. Y eso que su pulpa, administrada como una mascarilla durante 20 minutos, es un buen recurso para eliminar las arrugas. De hecho, yo se lo hubiera recomendado a Zapatero si hubiera tenido la oportunidad de echármelo a la cara. Ese hombre ha envejecido en el último año más que en las dos últimas décadas.

Y aunque confieso que lo que más me atraía de las uvas de este año eran sus propiedades laxantes, algo que me permitiría empezar a cagarme en todo y así estar inmunizado a cualquier decisión de los ‘mercados’, no me las tomé porque estaba en Francia, ese país que ya lleva cuatro huelgas generales, y donde la tradición de Nochevieja es besar a un desconocido. Está claro que los creadores del ‘menage a trois’ saben lo que es celebrar un fin de año a lo grande. Pero eso no es todo. Todavía se podía cambiar de década con grandes dosis de surrealismo capitalista. Y mi familia, y yo, lo hicimos. Despedimos el año frente al castillo de la Bella Durmiente en Disneyland París. Puede que a algunos les resulte un ejercicio de frikismo, puede que hasta un hecho desproporcionado y pelín hortera, pero después de sufrir un año en el que un gobierno de izquierdas tomó decisiones de derechas, unos sindicatos decidieron aplazar la huelga general contra la reforma laboral a una fecha en la que la reforma ya estuviera aprobada y los culpables de la crisis mundial recibieran dinero del Estado, como si encima hubiera que estarles agradecidos, no me negarán que empezar el año al lado de un osito amarillo, un pato cascarrabias, una rata chef y un perro antropomorfo era la apuesta más razonable.

Hoy me pregunto si el hombre que iba dentro de Mickey Mouse sonreía mientras hacía todas esas pantomimas. También me pregunto si el señor empresario Robert Iger pagará bien a sus empleados; lo suficientemente bien como para que no les costase nada fingir que eran felices en el reino de la fantasía. Y mientras me pregunto todo eso asisto, estupefacto, a una portada de El País Semanal dedicada a la llamada ‘reina del pueblo’. Y me doy cuenta que me merece casi más respeto Telecinco, que siempre dejó claro que hacían tele para vender publicidad, que los del Grupo Prisa, que fueron de referencia, de prestigio, de calidad, y en el fondo también hacen un producto para vender publicidad. Y si no es rentable, venden, como ha sucedido con CNN+, ahora Gran Hermano 24 horas. Ellos aseguran que el hecho de que Belén Esteban fuera portada del suplemento dominical más leído de España no tiene nada que ver con la compra de Cuatro por parte de Telecinco. Y nosotros, que nos lo creemos todo, tragamos con pulpo como animal de compañía como tragamos con un Premio Ondas, que también entregaba Prisa, a Jorge Javier Vázquez. Y por si todo esto les parece poco circo, llega el anuncio navideño de Antena 3, creado por la agencia de publicidad de Risto Mejide, otro producto de Telecinco, y arremete contra la cadena de Paolo Vasile apuntando (o mejor dicho, cantando) que ellos hacen entretenimiento sin humillar a nadie. Supongo que no se referirán a DEC, donde la ‘gran hermana’ María José Galera insultaba, hace un mes y pico, a su ex amante y también ‘gran hermano’ Jorge Berrocal y le acusaba de masturbarse delante de su hija, que estaba dormida. Y eso era Antena 3 que, como Telecinco o el Grupo Prisa, lo que quiere es tener más audiencia para cobrar más cara la publicidad.

Dicho esto, reflexionen sobre dos cuestiones: ¿aceptarían que el Gobierno aumentase la partida presupuestaria para RTVE a cambio de una televisión y una radio a la que le importase un pimiento vender o no vender publicidad y su objetivo fuera la calidad y no el instinto básico? Y, ¿de verdad les parece friki pasar la Nochevieja con Buzz Lightyear cuando tenemos semejante panorama en casa?


miércoles, 5 de enero de 2011

7 canciones, 24 minutos

"Slow" (Rumer)
"Palma de Mallorca" (Fitness Forever)
"Lo Popular" (Astrud)
"The nightmare of J B Stanislas" (Nick Garrie)
"Abroad" (Evripidis and his tragedies)
"Te debo un baile" (The New Raemon)
"La Foule" (Martha Wainwright)

El primer día del año

Si el último día del año es una fecha perfecta para hacer balance (no confundir con el de Ana Belén, que aquello era otra cosa), el primer día del año -o los siete primeros incluso- resulta estupendo para confeccionar una lista de buenos propósitos de cara al nuevo calendario que acabamos de inaugurar y que, gracias a Dior, no rima con nada. Total, en el primer día del año tampoco hay muchas más cosas que hacer. Entre la resaca, los saltos de esquí, la decimosegunda comida familiar, la Marcha Radetzky con la tía Encarna dando palmas y la repetición, por si con una descarga no has tenido suficiente, del especial de Nochevieja, que no sé para qué lo graban si están tan seguros de que nadie lo ve, ya tenemos bastante. Por eso insisten al día siguiente. Saben que quien más y quien menos se ‘pimpló’ durante la noche una botellita de cava y bailó el Waka Waka hasta el amanecer. Hoy, esa persona estará como la Taylor en De repente, el último verano; no tendrá capacidad de decisión y mucho menos fuerzas para hacer zapping. De eso se aprovechan los programadores y te vuelven a colar la morralla, que encima dura, y dura, y dura,... eso sí que es largo y no lo de Rocco Sifredi. Pero no voy a desviarme, y menos en público, y te envío mi lista de proyectos para 2011 como archivo adjunto. Si quieres unirte, ya sabes. Besos y Feliz Año Nuevo.

ARCHIVO ADJUNTO (tranquilo, no se ha detectado virus).
Buenos propósitos que debo llevar a cabo en este 2011: apuntarme a un gimnasio -nada de máquinas, que me aburren; solo Pilates, como Madonna-, dejar de visitar el Donking Donuts cada vez que me invade la nostalgia, incumplir aquellas leyes que no me gusten o no me apetezcan -si el PP puede, ¿por qué yo no?-, disfrutar del sexo -bueno, con tenerlo me vale-, dejar de alimentar amistades con sms y quedar con ellas para tomar café, intentar no comportarme con los fumadores como ellos se comportaban conmigo, no hacer leña del árbol caído cuando el PSOE pierda las municipales y autonómicas, intentar ver en Angeles Gonzalez Sinde a un ser humano que también puede tomar decisiones acertadas, y no leerme nada que incluya el nombre de Belén Esteban, empezando por mis propios artículos.

martes, 4 de enero de 2011

La Transversal. Llamada a María José Cantudo


Una noche transversal, Paco Tomás llamó a la casa de María José Cantudo...


Siniestro Cuento de Navidad

Les voy a contar un cuento de navidad. No sé si realmente un individuo antipático, huraño y con particularidades propias de una mala persona puede cambiar su actitud en estas fechas. La literatura dice que sí; la experiencia tiende a apuntar que no. Y esta historia no pretende despejar esa duda. Sólo aporta un punto de vista más.

Érase una vez un empresario del mundo del espectáculo que amasó una gran fortuna como productor de programas de televisión y montajes teatrales. Empezó su trayectoria profesional poniéndole voz a unos muñecos de trapo y, con el tiempo, se reinventó en productor. Tal era su carácter déspota, colérico, de una exigencia tiránica con los demás, que, poco a poco, el gran empresario se fue quedando sin amigos. Sólo mantenía vínculos con aquellas personas con las que mediase una transacción económica –ya fuera familia a la que él colocaba en sus empresas como artistas que contrataba e incluso cuentan que llegó a pagar, no sin cierta tacañería, a cambio de compañía afectiva-. Como al mítico y mil veces adaptado Ebenezer Scrooge, al protagonista de nuestra historia no le importaban los demás; sólo le importaba el dinero y los negocios.

Las largas jornadas de trabajo a las que obligaba a sus empleados, sin cobrar horas extraordinarias y muchas veces sin contrato, fueron denunciadas por las organizaciones correspondientes ante la Inspección de Trabajo. Pero tan siniestros eran los lazos del empresario con determinadas parcelas del poder que apenas llegaban a materializarse en simples multas.

Cuentan que el hombre, en una parodia escalofriante de sí mismo, obligaba a los guionistas de alguna de sus producciones a acudir a su casa, a muchos kilómetros de la ciudad y con dificultades en el transporte público, citándoles a las 21.30 horas de la noche, para definir su trabajo como “una mierda” y darles indicaciones, fuera de toda lógica, mientras cenaba, vestido con una especie de yukata.

Cuentan que cuando intentaba camelarse a una artista para que firmase un contrato con él, la invitaba a su mansión y, como en un segundo pase de la escalofriante parodia de sí mismo, llamaba al personal de servicio con unas palmadas y éstos aparecían con un perchero cargado de abrigos de pieles para que la invitada eligiese uno, de regalo.

La gente se preguntaba que de dónde salía todo el dinero que el empresario acumulaba. Los más viejos del lugar señalaban que almacenó su fortuna produciendo galas en cadenas públicas y privadas. Incluso llegó a cosechar un gran éxito en la RAI italiana donde, para muchos, empezó a gestarse el siniestro vínculo que hoy une a nuestro protagonista con el máximo responsable de una importante cadena de televisión. La misma que le compró el 30% de su productora.

Una noche, en vísperas de Navidad, el empresario recibió la visita de un fantasma que le avisó: “O cambias o toda la maldad que has ido sembrando durante todo este tiempo se convertiría en una larga y pesada cadena que deberás arrastrar por toda la eternidad”. El empresario, siempre desafiante, amenazó al espectro con despedirle pero cuando se quiso dar cuenta, el espíritu había desaparecido.

A la noche siguiente, se le apareció el fantasma de las temporadas pasadas. Le comentó que no estaba bien deber dinero a sus trabajadores –no cobran desde agosto- y, encima, tener un trato autoritario con ellos. Le colocó sobre la mesa las fotografías de actores y actrices como Luis Merlo, Loles León, Fernando Tejero, Marisa Porcel, junto a las de decenas de profesionales anónimos pero igualmente damnificados. El empresario dijo que todo eso era envidia ya que “los éxitos televisivos provocan estas cosas”. Así, ante esas palabras, el fantasma de las temporadas pasadas se desvaneció.

Una noche después, se materializó el espectro de las temporadas futuras. Le comunicó que las tempestades estaban empezando a dar sus frutos y que, de entrada, TVE no iba a renovar la serie “Las chicas de oro”. Ciertamente, las actrices eran tan buenas profesionales como poco entregadas a su papel. Algo fácil de comprender cuando la puntualidad en los cobros brillaba por su ausencia y los representantes amenazaban con que la señora Velasco, por poner un ejemplo de cuatro, no rodaría hasta que no tuviese la nómina ingresada en su cuenta. Las ‘chicas de oro’ respiraron aliviadas cuando se conoció el cese de la serie. El empresario, no. Sobre todo porque, como muy bien relataba el fantasma de las temporadas futuras, a su plató –un complejo de 7.000 metros cuadrados en un polígono industrial- le iban a cortar la luz por impago. Le contó que los empleados tendrían que ir al baño con linterna y que algunos, desesperados, cobrarían sus sueldos en material. Que en la cafetería del recinto, también de su propiedad, no se dispondría de género suficiente para todo el personal ya que los proveedores, a los que también se les debía dinero, se negarían a continuar abasteciendo. Incluso le adelantó que la cadena de televisión que adquirió el 30% de su productora tendría que hacerse cargo de sus deudas y eso perjudicaría su relación. Y así fue.

Dicen que el empresario pasó la Nochebuena deprimido. Pero nadie tuvo compasión de él. Ni siquiera los directivos de otra cadena privada, la misma en la que el productor logró uno de sus primeros éxitos, cuando acudió a ellos en busca de ayuda. Ni siquiera la folclórica, supuestamente amiga, que suspendió, por enfermedad, los veinte conciertos que tenía contratados y que le han hecho perder, al empresario, cerca de un millón de euros.

Nadie está triste por él. Y aunque pueda parecer que este cuento no alberga ningún mensaje positivo, tan propio de estas fechas, no es así. Uno puede ser de derechas, de izquierdas, heterosexual o gay, musulmán o católico, rico o pobre, que lo único que realmente importará, a la hora de la verdad, es que hayas sido buena persona. Si no, nadie se apiadará de ti. Y si no les parece éste un final suficientemente feliz, les recuerdo que esta historia se titula “Siniestro Cuento de Navidad”. Es que hay que prestarle más atención a los detalles.

Más complejo que armar algo de Ikea

Siguiendo tu consejo, me estoy conociendo a mí mismo y aún no sé si me alegro. Intento canjear mi espíritu malo de la Navidad por uno bueno y con tal objetivo me he enfrentado a las que, desde hace años, vienen siendo mis asignaturas pendientes en esto de las habilidades sociales. Primero fuí, con unas amigas, a tomar un café al Solleric, en Palma, entorno perfecto para convertirte en presa de las vendedoras ambulantes chinas. Ellas, con su muestrario completo de los siempre prácticos micrófonos luminosos, un puñado de destellos y las imprescindibles tiaras brillantes, tienen un talento especial para irrumpir en las conversaciones con una sonrisa a prueba del vestidor de Mariah Carey. Te juro que lo intenté pero es que estas chinas son como las contracciones del embarazo, tienes una cada cinco minutos. Así es imposible mantener un diálogo coherente y a la novena vez que me encontré con un pikachu resplandeciente ante mis narices contesté un NO tajante y nada amistoso que no borró la sonrisa de su cara y sí la recondujo automáticamente a la mesa de al lado, donde unas señoras vestidas y peinadas como si acabasen de interpretar una obra de Noel Coward, le dijeron: “No gracias, pero que tengas suerte guapa”. ¡Otra vez el espíritu de la Navidad!, pensé. Un día después probé suerte con las operadoras. Llamé a Telefónica, ahora Movistar, y me contestó una voz: “Bienvenido a la línea de atención personalizada”. ¿Atención personalizada? ¡Pero si estoy hablando con una máquina! Y lo que es peor, después de hacerme hablar durante cinco minutos con ella, como si fuera un esquizofrénico, la voz me dijo: “No disponemos de la consulta solicitada”. ¡Y me colgó! ¿De verdad crees que tengo que seguir intentándolo? Tal vez deberías aceptarme tal y como soy: complicado; más complicado que armar un mueble de Ikea, que esa es otra. Un beso. Paco.