domingo, 16 de enero de 2011

¡Pídele perdón!

Tanto los admiradores incondicionales de la princesa de Asturias como sus detractores más vehementes me envían, al mail, el video en el que doña Letizia actúa como mediadora en la riña entre dos primas. La anécdota sucedió durante una visita, el pasado mes de octubre, a la localidad vallisoletana de Medina del Campo. Mientras saludaban a la gente, parte del trabajo de un miembro de la Familia Real, doña Letizia se acercó a dos niñas que estaban llorando. Las niñas eran primas y, al parecer, una había pellizcado a la otra durante la espera y ahí había comenzado una pelea que acabó en lágrimas. Así que doña Letizia, saltándose el protocolo, medió en el conflicto intentando que las niñas hicieran las paces con un contundente “¡pídele perdón!”

Los admiradores ven en este gesto una demostración más de los nuevos aires que invaden el Palacio de la Zarzuela, simpatía y cercanía con el público en sus visitas oficiales e, incluso, un indicio de lo buenos padres que son. Los detractores ven en la reacción de la princesa un pronto de institutriz estremecedora, de señorita Rottenmeyer que cuando pregunta “¿quién empezó?” provoca un temblor en las niñas, que auguran un final horrible para el incidente. La verdad es que cuando pulsé el play del video, me entró la risa. Porque el universo infantil es mucho más complejo que el protocolo de la Casa Real y cuando esas crías no se dejan impresionar por las palabras de Letizia, siguen en sus llorosas trece, y lo que debería haber sido una negociación inmediata se alarga durante dos interminables minutos, me da la risa. El plano en el que aparece en escena el príncipe Felipe y ella le cuenta el conflicto de orden internacional en el que está enfrascada, es todo un hallazgo. Él huele el marrón y desaparece de la escena en 0,2 segundos. En cine, eso se llama cameo. En video doméstico, no lo sé. Ella, que sospecho que debe ser igual de competitiva en todos los aspectos de su vida, no se mueve del lugar del conflicto, repitiendo frases tan disuasorias como “¿quién empezó?”, “¡pídele perdón!” o “dale un besito”, aunque en su cara –y en la de sus guardaespaldas- ya se transparenta el hartazgo. Y lo mejor de todo es que la persona que está grabando el documento, ¡es la madre de una de las niñas! Una señora que, en lugar de ejercer de madre, prefiere hacer de reportera y colgarle la pelea a la princesa, para que vaya ensayando lo que es intentar satisfacer a toda una nación. Al final, por si llegados a este punto usted, lector/a, tiene curiosidad, le diré que doña Letizia abandona la acera de negociación sin conseguir que las dos niñas se disculpen. No entiendo porqué han elegido a Manuel Pimentel, exministro de Trabajo, como mediador entre Aena y los controladores aéreos. Yo hubiese elegido a doña Letizia. Puede que viviésemos en un continuo estado de alarma pero... lo que nos íbamos a reír.

Y con la sonrisa en los labios, acudí el jueves a la presentación en Madrid del libro “Rosa sobre Negro. Breve historia de la homosexualidad en la España del siglo XX”, del historiador Albert Ferrarons. El acto estaba presentado por Elvira Lindo y yo mismo. Poquita gente. No sé si culpar a la crisis, a la cantidad de actos que se solapan en una ciudad como Madrid o a la preocupante falta de interés del colectivo lgtb por la cultura –el escritor Luis Antonio de Villena siempre me decía que el mundo gay era enormemente inculto y yo le miraba como si hubiera perdido la cabeza-. De momento, opto por la B; demasiados actos.

El libro de Albert, si este país fuese coherente con sus leyes, debería estar ya en las bibliotecas de todos los colegios e institutos españoles. Porque no solo un país debe conocer su historia sino que los diferentes colectivos que componen esa masa social también deben saber sus orígenes.

Me llamó mucho la atención, leyendo “Rosa sobre Negro”, que existiera un turismo sexual, en los años setenta, que acudía a las zonas costeras españolas buscando jóvenes. Desconocía ese dato, aunque, me vino a la cabeza aquella secuencia que narraba Elizabeth Taylor en “De repente, el último verano”, cuando explicaba la muerte de su primo Sebastian. Quizá a ese turismo sexual se refería Tennessee Williams en su obra y yo tuve la sensación de que, una vez más, hay una parte de nuestra historia que nadie nos ha contado. Una historia que no está en los libros. Una historia oral que, a medida que el miedo y el tiempo van eliminando a sus protagonistas, queda abandonada en un agujero negro de la memoria, en un oscuro alzheimer histórico, al que deberíamos poner remedio ya. Y el libro de Albert, como en su momento el del profesor de la Oxford Brookes University, Alberto Mira, ayuda a iluminar ese camino en el que aún quedan muchas personas a las que este país debería pedir perdón.

4 comentarios:

  1. Hooola! Seguidor desde YA! Escribes tan bien como hablas!!!

    Yo soy muy de Leti. Y a lo de la presentación no fui porque no sabía yo, que también soy muy de Elvira, de Mili, y del srpacotomás.

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  2. Muchas gracias amigo!! A veces hablo fatal, tú ya sabes...

    Pues anuncié la presentación en el Facebook. Pero, la verdad, fue poquita gente.

    Ahora voy a comentar mucho, que me lo ha dicho Aaron, que sabe mucho de estas cosas...

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  3. La verdad es que el video de Leti no tiene desperdicio, me parecio increíble!!!

    Y sobre la presentación, yo creo que es un poco las dos cosas.

    Por un lado, si que es verdad que es una pena la falta de asistencia a las actividades de Berkana. Pero solo se promocionan via correo electrónico, porque Berkana no está en ninguna red social, indispensable si quieres mover a la gente hoy en día.

    Por otro lado, no es la primera vez que oigo sobre la falta de interés del colectivo en la cultura. Yo mismo solo he leído las novelas de Alberto Mira, pero no sus ensayos. Me interesa la cultura y debería conocer más la propia, pero, sinceramente me da mucha pereza. Supongo que muchos ni siquiera estarán interesados en la cultura en general.

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  4. Yo es que creo que este tipo de libros interesan más a los adolescentes y los adolescentes son menos de leer en papel, creo, tienen menos poder adquisitivo y además están muy acostumbrados a identificar la información con una pantalla donde creen que lo van a encontrar todo al respecto del todo. Son más de una cultura de fragmentos -creo.
    Posiblemente no es tal como lo digo pero creo que algo hay.

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