jueves, 18 de agosto de 2011

No quiero


Creo que fue Catherine Deneuve la que dijo que el matrimonio era una trampa en la que el hombre se volvía aburrido y la mujer, una arpía. Si a eso añadimos que la celebración de la boda te puede salir por un ojo de la cara y medio riñón -entre 15.000 y 30.000 eurazos-, a uno le sobran razones para reivindicar la soltería como una opción saludable, mental y económica, de cara al buen desarrollo de la pareja.

“¿Catherine Deneuve es la que lleva puesta una máscara de hilos de oro?”, preguntó Emma, la rubia ex secretaria de nuestro ex psicoanalista argentino. A Emma no se la puede confundir advirtiéndola que antes de eso la Deneuve fue la protagonista de Repulsión y Belle de Jour porque su único contacto con la realidad es a través de revistas tipo Cuore. Ahí queda eso. Así que asentimos e intentamos reconducir la conversación.

Tomó el testigo nuestra amiga Encarna, que es de ese tipo de personas que consideran que la mejor manera de consolidar un amor es pasando por el altar y con un montón de testigos. A mí la idea de ‘consolidar un amor’, como si fuera un liderazgo en la liga, ya me provoca cierto rechazo. Y en el caso de Encarna, como de otra mucha gente, no es una cuestión de creencia en Dios y menos en la Corporación Empresarial de la Fe que gestionan los señores de la Conferencia Episcopal. A ella lo que le pone es el circo del traje blanco, del novio esperando en el altar, del convite -si es posible con actuación estelar de mariachis o tuna- y del arroz volante no identificado. “Pues olvídate de casarte en Cádiz”, soltó Marta. “Han visto que el lanzamiento de arroz y pétalos de rosa atrae a las palomas que luego van las condenadas y se cagan en el patrimonio histórico, las muy desalmadas”, añadió entre carcajadas. Reconozco que frente a ese panorama, estoy más cerca del ‘no quiero’ que del ‘sí, quiero’.

Soy fan de Milunka Dabovik, aquella serbia que había rechazado, a sus 38 años de entonces, 150 peticiones de mano porque ninguno era su hombre ideal. Ella aguarda a un señor “guapo, alto, trabajador y de buen corazón”. Algo que, estadísticamente hablando, deja en muy mal lugar al producto interior serbio.

1 comentario:

  1. yo no creo que me case nunca, esa idea no me atrae para nada. además de que no confíe en el amor eterno, considero que la boda es un simple contrato y no creo que su celebración haga que los novios se quieran más. aunque nunca se puede decir que de este agua no beberé porque luego te dan dos tazas...
    un abrazo!

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