miércoles, 21 de julio de 2010

Cosas de madre

Con los años, uno se va dando cuenta que los vínculos sanguíneos podrían ser el principio pero no son, de ninguna manera, el final de todas las cosas. Aquel dogma de 'son de tu sangre' me despierta la misma credibilidad que un 'todo por la patria' pintado a la puerta de un cuartel. Ser madre, padre, hermana, tío, abuela o primo no es otra cosa que una coincidencia biológica que no responde a ninguna lógica. Lo que hace que queramos a nuestra madre, a nuestra hermana o a nuestra abuela tiene que ver con la propia vida, la convivencia, la intimidad, y no con cuestiones de sangre y cordones umbilicales. El día a día es lo que convierte a una señora que da a luz a un niño en su madre. Con el tiempo como aliado, hijos y padres coincidirán en la madurez y aquella relación desigual de la infancia se transformará en un vínculo afectivo entre dos adultos, algo que, sí los avatares no fragmentan, perdurará. Toda esta perogrullada podría entenderse como un prólogo a la historia que voy a contarte hoy. Las madres son desconcertantes. La mía, por ejemplo, vió un Carta Blanca; sólo uno de los trece que hice. Algún que otro D-Calle, sin demasiada emoción, y de la serie para IB3, sospecho que no sintonizó ni un capítulo. Para ella, la obra de teatro que escribí tenía muchos tacos. Cuando estrenaron en televisión Escenas de matrimonio, me dijo: “Es una serie de muy mal gusto. Parece que la gracia está en que todos los matrimonios se tienen que llevar mal”. Y cuando dejé la serie apuntó: “Para una cosa con éxito que haces...” Los artículos del periódico los lee muy esporádicamente y La Transversal, el programa de radio, dice que lo escucha pero ya la he pillado en algunos renuncios que me hacen intuir que debe escuchar los tres primeros minutos y luego, se duerme. Pero un día, en una visita sorpresa, entré en su dormitorio y me encontré con tres dibujos que hice yo, allá por el 86, cuando todos queríamos ser y parecer muy modernos, enmarcados y colgados delante de su cama. Lo primero que ve cuando abre los ojos son esos tres folios llenos de rotulador. Y uno sonríe, comprende y adora esas cosas de madre que, en el fondo, me fascinan. Quizá por eso la quiero con toda mi alma serrana.

3 comentarios:

  1. Que bonito te ha salido, es que madre solo hay una. Besos

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  2. Sr. Paco Tomás, yo llegué a ver unos pocos programas de Carta blanca. Me encantaron.
    ¿Hay forma de volver a verlos a través del ciberespacio? Apenas hay algunos fragmentos en Youtube...

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  3. María:

    Hay alguna cosita colgada en Youtube. Creo que el de Antonio Escohotado está entero y luego hay fragmentos de otro. Si puedo y tengo tiempo iré colgando algo por el blog.

    Un abrazo

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