sábado, 11 de diciembre de 2010
Playlist (11 de diciembre)
Familia tradicional

No sé qué pedirle a los Reyes. La verdad es que lo que deseo ya se lo he pedido a Papá Noel. Para mí, los regalos son como el transporte: hay que elegir el que antes llegue. Y algo como eso se ha convertido en una característica antipatriota. Internet está lleno de mensajes contra Santa Claus y a favor de los Reyes Magos. El virus del nacionalismo es lo que tiene, que muta a la velocidad del AVE. “Nuestra tradición son Melchor, Gaspar y Baltasar y no ese gordo que no tiene nada que ver con nuestra cultura”, soltó mi amiga Encarna mientras se zampaba un Whopper con queso y extra de pepinillos. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Pensé que las costumbres que pasan de generación en generación no tendrían porqué suponer un conflicto social, excepto en la mente de aquellos que lo único que les interesa de la tradición es ese ingrediente conservador que bloquea todo progreso. Olvidan que la tradición también es susceptible de cambio; que las cosas pueden llegar a ser tradicionales, o dejar de serlo, en el plazo de una generación. Y aunque hay tradiciones aparentemente sólidas, hay que entender que deben ser compatibles con otras, como no puede ser de otra manera en ese famoso planeta multicultural que nos venden cada día. Hay hombres, mujeres y obispos que hablan de la tradición como si fuera una condecoración militar, una medalla que ganaron en vaya a saber usted qué batalla. Salen a las calles y se manifiestan en defensa de la familia tradicional, eligiéndose representantes de esa institución. Mi familia, que es una familia tradicional, no se siente reflejada en las señoronas y señorones que salen a la calle diciendo que ellos protegen un modelo de familia, como si la familia fuera el lince ibérico. Y como mi familia, miles más. Esa gente no representa a la familia tradicional. Esas personas representan a confesiones como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo y demás doctrinas de extrema derecha. A esas familias son a las que representan, no al resto. Que mantengan a salvo sus tradiciones que yo mantendré las mías lejos de ellos. Con lo monas que estarían todas en sus casas, poniendo regalitos bajo el árbol de Navidad y encerradas en la Misa del Gallo por los siglos de los siglos. Amén.
viernes, 10 de diciembre de 2010
Pistolas por condones

Os voy a contar una cosa que me sucedió hace unos años. Quedé con Marta, una amiga. “Por favor, tenemos que vernos. Es urgente. De lo contrario soy capaz de pasarme la Epilady por la cabeza, que sabes que cuando me asalta la ansiedad me pongo muy bruta”, me dijo al teléfono. Estaba nerviosa, así que me eché tres lexatines en el bolsillo y acudí a la cita. “Soy un monstruo”, dijo, con esa mirada que pone Marta, a lo Catherine Deneuve en Repulsión. “Y no es la primera vez que me pasa”. “¿Que te pasa qué? Chica, que das más rodeos que la televisión local de Oklahoma”, le dije, con esa sensibilidad terapéutica que he aprendido con los años de paciente de un psicólogo argentino. “Me ponen los malos”, soltó así, de golpe. “Me ha vuelto a pasar. Compré el periódico y ahí estaba él, en la portada: el criminal de guerra croata más buscado. Se llama Ante Gotovina, tiene 50 años y está buenísimo. En la foto, con su pelito corto y sus vaqueros, tenía esa dureza balcánica que me hizo imaginar noches de sexo salvaje y entregado. Como los chiítas de Mujeres al borde de un ataque de nervios, al vivir perseguido por la ley, creo que se entregará más en la cama porque nunca sabe si será la última vez que estará con una mujer en años. La gente lee esa noticia y se congratula de que el asesino fuera detenido. Otros recuerdan el desastre de la batalla y sufren con la mirada. Y yo, ¡yo veo a un hombre acusado de la matanza de 150 serbios y me pongo más cachonda que una Playmate en un colchón de látex! ¡Estoy enferma! Y te digo que no es la primera vez. Ya me ha pasado con algún etarra, que los veo guapos en esas fotos que les hacen cuando los detienen. Quizá falta asearles un poco y arreglarles el pelo, que llevan unos estilismos espantosos, pero tienen materia prima. Fíjate que una vez soñé que le planteaba al Ministerio de Interior un programa de reinserción que se llamaba ‘Pistolas por condones’ y consistía en que cada vez que un malo tenía ganas de matar, yo iba y le hacía el amor. Soy un monstruo, ¿verdad?” Entonces saqué los tres lexatines de mi bolsillo, pedí un JB y me los tomé sin mediar palabra. A ver, qué iba a hacer.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
El enemigo invisible

No dándose por vencida, Luisa ha convocado la IX edición del amigo invisible, como si fueran los Goya. “Este año no vale pasarse de 20 euros”, dijo el comité organizador. “¿Este año? ¿Eso significa que alguien se gastó más de 20 euros en alguien? ¿Acaso mi funda para el cepillo de dientes rozó, por alguna fórmula matemática que ignoro, ese límite presupuestario? ¿Quizá lo hizo mi váter tragapesetas?”, pregunté con esa rabia con la que sólo sabemos preguntar González Pons y yo. Han vuelto a cabrearse todos conmigo. Encima, cuando se lo he contado al psicólogo argentino me ha dicho que lo que me pasa es que proyecto en ‘el amigo invisible’ mi miedo a pasar desapercibido. Que tengo la autoestima maleducada y que debería asistir a una conferencia que impartirá el próximo enero titulada ‘El ego, ¿bálsamo o veneno?’ Y para colmo me ha tocado obsequiar a Marta, que odia los regalos perecederos. Invisible...eso es lo que quiero ser.
martes, 7 de diciembre de 2010
Tono Caoba
Hay quien, cuando cree que la vida le sonríe, lo pinta todo color de rosa. A primera vista, me resulta tan naif que me parece hasta entrañable. No quiero pecar de déspota, pero siempre que he pintado la vida color de rosa, el destino, metamorfoseado en paloma, ha cagado encima. El rosa es un color contradictorio; me provoca las mismas dosis de atracción que de rechazo. Es lógico: se trata de un color que nace de mezclar blanco (pureza, virginidad) y rojo (pasión, deseo). Y aunque esa discordancia me estimule, huyo de ella procurando pintar mi vida de otro color. Tarea ardua para un discrómata como yo, pero ese es otro tema. Me incordia no tener la posibilidad de diferenciar los matices, los detalles, que diferencian un color de otro. Especialmente porque si disfrutase de esa característica, ya hubiese encontrado un tono con el que definir mis días rosas. Algo que mezclase la inocencia con el pragmatismo, la imaginación y la realidad. Yo, en esos casos, voy a empezar a decir que tengo un día ‘con tonos Caoba’, muy L’Oreal. No porque sepa qué color es el ‘tono caoba’ sino porque lo relaciono con la vedette mallorquina Vivian Caoba, una mujer que mezcla lentejuelas y lentejas, o sea, que es, a partes iguales, fantasía y sensatez.
Ya les he hablado mucho en este rincón de la fiesta ‘¡Qué Maravilla!’, que organiza cada mes el actor Jorge Calvo, y que es la cita festiva de moda en la capital. Pues bien, Vivian Caoba es la artista residente de esa fiesta. Las colaboraciones van cambiando de una edición a otra pero las únicas estrellas estables son Vivian y Omeoprazol (personaje interpretado por el actor, también mallorquín, José Martret). En el último ‘¡Qué Maravilla!’, que en esta ocasión tenía el subtítulo de ‘una fiesta para señoras separadas y que no están bien’, la Caoba brilló con luz propia. Se fotografió con el libro del escritor y guionista Juan Flahn, ‘De Gabriel a Jueves’, una novela que ya tiene su propio Club de la Lectura en Facebook, donde todos –amigos, conocidos o simplemente lectores- se retratan leyendo el libro. Desde el director de cine Félix Sabroso a Boris Izaguirre, pasando por la actriz Loles León, el diseñador Lorenzo Caprile e, incluso, yo mismo (qué osadía incluirme en esta lista de nombres pero…como el artículo es mío…), tenemos nuestra foto leyendo el libro de Juan. Desde el pasado domingo, también está Vivian.
Ella tiene la misión, en la fiesta, de cantar una canción de Ana Belén. Ha cantado Agapimú, El Hombre del Piano y Desde mi libertad, tema con el que acabó desnuda en el escenario, cual Venus de Botticelli, ante una tremenda ovación del público. En esta ocasión, Vivian interpretó Lía, en una adaptación que, de repente, se convertía en un tema mucho más rockero que el original y donde se despojaba de su falda larga, transformando el vestido de noche con el que salió al escenario en una especie de maiot de súperheroína vintage. Toda esta explicación no tendría mayor importancia si no fuera porque, esta vez, entre el público, a mi lado, estaba la actriz Marina San José, hija de Ana Belén y del cantautor Víctor Manuel. Cuando Vivian empezó a deshacer el ‘nudo de dos lazos’ de la canción, Marina, muerta de risa, buscó el móvil en su bolso y comenzó a grabar la actuación. No fue lo único que registró esa noche su iPhone. Cuando Vivian regresó al escenario para interpretar, junto a Isaía’s (Jorge Calvo), el tema La Puerta de Alcalá, Marina volvió a grabarlo todo. “Mañana pienso enseñárselo a mi madre”, me dijo, entre risas. Por supuesto, Vivian se enteró.
Superados los nervios iniciales, nuestra vedette se hizo una foto con Marina –“te la paso si pones, como pie de foto, ‘Marina San José y su madre putativa’”, me dijo Vivian-, y le suplicó que no se lo mostrara a su madre –“por su bien, por tu bien y por mi bien”-, aunque al final, asumiendo que ese video se iba a reproducir varias veces, apuntó que su interpretación estaba hecha con todo el cariño. Aquello fue puro ‘tono Caoba’.
También aprovechó el micrófono para arremeter contra aquellos que, tras una de sus actuaciones, en la que interpretó una versión reducidísima del Cant de la Sibil·la, se quejaron por lo aburrido de la actuación, sin comprender por qué se permitía una actuación tan larga, tan anacrónica y, encima, en mallorquín medieval. Y ella recordó que ese canto fue proclamado por la Unesco, hace unas semanas, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y definió, a las que se quejaron entonces, como “tontas e incultas”. Otro tono Caoba.
“Ha venido un chico y me ha dicho que tengo una voz especial”, me contó Vivian, al final de la fiesta. “Mujer, especial es”, le dije. Llegar al ‘tono Caoba’ no es nada fácil. Al parecer, el muchacho, un adolescente argentino, le había afirmado que todos los que actuaron esa noche le habían dado el valor suficiente para salir del armario, el miércoles siguiente, delante de su familia. ¿Qué por qué justo el miércoles? Eso no lo sabemos. Hay razones que se escapan al mismísimo ‘tono Caoba’.