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martes, 1 de junio de 2010

Está en su naturaleza

Hará como tres años que me preparo psicológicamente para leer un periódico o ver un Telediario. Los índices de irracionalidad, de ira, de intransigencia, son tan altos que es difícil encontrar una noticia en la que no medie el odio, de una u otra manera. 'Israel ataca una misión humanitaria y deja nueve muertos'. 'Hallados cuarenta cadáveres en una fosa clandestina en México'. 'Hamás declara el Día de la Ira y llama a la venganza contra Israel'. '17 neonazis de 'Blood and Honour' fueron candidatos a las generales de las elecciones españolas de 2004'. 'Una nueva ley en Arizona convierte la inmigración ilegal en delito'. 'Dos mujeres que no denunciaron maltrato, asesinadas en Sevilla'. 'La izquierda abertzale rehúye pedir a ETA el cese de la violencia'. 'Grave agresión homófoba contra un joven de 22 años en Roma'. Acabo dándome una pausa. Mi paciencia emocional tiene un límite. Me cuesta comprender los mecanismos del ser humano, las razones por las que unos necesitan provocar agresiones y los motivos por los que otros deciden agredir. A estas alturas, lo dejo por imposible y busco la evasión. En mi contradicción, deseo que comience la tercera temporada de True Blood. Por si alguien no lo sabe, se trata de una serie creada por Alan Ball, el de A dos metros bajo tierra, que cuenta cómo conviven los habitantes de un pueblo de Luisiana en un tiempo en el que los vampiros reclaman sus derechos y luchan por reinsertarse en la sociedad. A ello contribuye que los japoneses hayan creado una sangre artificial que se comercializa y permite a los vampiros abandonar el mundo de las sombras, dejando de ser una amenaza para los humanos. En la primera temporada aparece una trama que me devuelve al lugar del que pretendía escapar. Algunos vampiros rechazan incorporarse a la sociedad, saben que pueden alimentarse con True Blood pero ellos prefieren seguir extrayendo el manjar del torrente sanguíneo de sus víctimas porque, de lo contrario, ¿qué sentido tendría ser vampiro? O sea, hay vampiros que tienen la opción de habitar en un mundo menos agresivo pero prefieren seguir asesinando por una única razón: está en su naturaleza. La simple idea de que los seres humanos también pudiésemos dividirnos en esos dos grupos me inquieta aún más si cabe. Doy a la pause del reproductor de DVD. Espero unos minutos. Al final regreso a la serie. Aunque me lleva un rato autoconvencerme de que todo es ficción, que los vampiros no existen y que la naturaleza del escorpión bien podría ser el título de un futuro Premio Planeta.

martes, 25 de mayo de 2010

Vampiro vs Zombie

Lo que más nos gusta en esta vida es un cachondeo. Y si la juerga viene acompañada de una capa de Kriolán, una buena sombra de ojos y un Sorbitol con colorante rojo, eso ya...no tiene nombre. Y como los americanos son mucho de un espectáculo, Halloween acabará, si no lo ha hecho ya, devorando por los pies al tradicional Día de Todos los Santos. La impactante escena con la que inicia Pedro Almodóvar su película Volver, ese traveling circulando frente a una legión femenina aseando las tumbas familiares como si fueran su segunda residencia, nunca mejor dicho, acabará convertida en material de filmoteca, de archivo histórico para consulta de futuros antropólogos que crecerán en un país en el que los vampiros, los travestis de Transilvania y, por su puesto, los zombies, convertirán en polvo las flores de las lápidas. “Cómo nos puede gustar tanto disfrazarnos”, me comentaba Marta mientras se difuminaba el maquillaje a lo Morticia Adams. “Lo hacemos todo el año, más allá del carnaval. Nos disfrazamos en Navidad, en Halloween y hasta en Semana Santa si me apuras”, añadió. Tampoco me pareció tan extraño. Antaño, los disfraces tenían una connotación religiosa. Los hechiceros de las tribus se ponían pieles de animales encima para obtener sus habilidades. “Qué curiosa coincidencia, mi tía Josefina se acaba de comprar un abrigo de piel de zorro”, apuntó Marta. No dije esta boca es mía, que en todas las casas cuecen habas. “¿Cual es tu disfraz favorito de Halloween?”, preguntó Marta. “El mío es el vampiro”, declaró. “Adoro a ese ser. Y no sólo por su capacidad succionadora, que valoro mucho, sino porque representa la ilusión de la inmortalidad. Y con ese punto romántico que nos obliga a tenerle compansión por no poder amar ni odiar, por carecer de sentimientos,...” “Tranquila Mary Shelley”, interrumpí. “El zombie está en su mejor momento, muy superior al vampiro”. Y apunté lo mucho que me interesaba el nacimiento capitalista del zombie, porque en el fondo nace de un deseo implacable por obtener mano de obra barata, ya que proviene del vudú, de la intención de unos hechiceros por emplear a los muertos como esclavos. “El zombie es el personaje terrorífico favorito de los empresarios, fijo”, añadí. “Además, lo espeluznante de los zombies no es su rapidez en el ataque, ni su fuerza; es su cantidad. Al ser una maldad contagiosa, se multiplican como conejos”. En ese momento llamaron al timbre. Era nuestro amigo Josep disfrazado de Mayor Oreja, sonriendo con 'extraordinaria placidez'. Creo que fue lo más sobrecogedor que he visto en años. Más que el zombie y el vampiro juntos.