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martes, 5 de julio de 2011

La necesidad de un nuevo Orgullo

Solo un puente debería ser inamovible. Los proyectos, las ideas, las iniciativas, todo eso que nace y crece en la capacidad humana de crear debería estar sometido a un constante, y razonable, movimiento y no dar nada por concluido y, mucho menos, considerarlo inalterable, como si fuera una santa reliquia.

Ahora que el Orgullo LGTB ha llegado a su fin, por este año, tal vez deberíamos hacer un poco de balance. No el de las cajas registradoras de los locales de moda y la billetera de los organizadores de macro fiestas que, aunque en época de crisis puedan apropiarse de un acento que no les pertenece, no es lo que realmente me interesa. Me parecería un debate más atractivo aquel que nos empujase a reflexionar sobre hacia dónde va este Orgullo, si se trata del Orgullo que queremos y si nos sentimos representados por él. Hablo del Orgullo que se celebra en Madrid, por supuesto. Ese que atrae a miles de turistas de todo el mundo y que, supuestamente, representa a todos los gays, lesbianas, bisexuales y transexuales de este país. Yo, de entrada, creo que representa, en un 80 %, a los gays. El resto tendrá que repartirse, como pueda, el 20% restante. Y de ese 80%, tengo la impresión que todos los actos están pensados para un único tipo de gay: el que sale rentable. A tomar por culo la diversidad.

La semana pasada, hablando con un conocido director de cine, comentando si iba a pasarse por alguna de las plazas que se habían montado para festejar el Orgullo o si asistiría al desfile, contestó: “Es que ahora, más que orgullo a veces siento vergüenza. Preferiría que volviese la época de La muerte de Mikel o El diputado”. No hace falta que señale que su comentario estaba lleno de ironía pero no por ello carente de una objetiva razón.

Que el orgullo es un negocio ya no hay quien lo cuestione pero sí podemos cuestionar si ese negocio es un monopolio, si es justo que la organización de un Orgullo así recaiga solo en un grupo de empresarios de la noche (AEGAL) que parecen estar más pendientes de hacer caja que de derechos lgtb. Porque ese negocio no se basa en una patente sobre un cóctel maravilloso sino en los derechos logrados por millones de homosexuales en todo el mundo. Y de esa lucha, nadie tiene el monopolio. Sería tan absurdo como pensar que todas aquellas ciudades del mundo que quisieran celebrar el Orgullo tuvieran que pagar un canon a los propietarios de Stonewall para poder sacar rendimiento económico a su idea.

Yo he disfrutado mucho del Orgullo en Madrid, pero desde hace tres o cuatro años, huyo de él como de la peste (y nunca mejor dicho). Lo celebro como el que más, porque creo que la reivindicación es el germen de todo esto y es básica y fundamental. Pero me alejo de la celebración oficial porque no me interesa. Otra gente no participa porque, lo que es peor, no se siente representada. Y eso sí es un problema, porque alguien está organizando una semana de actos para un colectivo tan amplio, diverso y particular como la propia sociedad en la que habita. Y a este Orgullo, a día de hoy, le sobra negocio y le falta verdad.


No se trata de renunciar a la fiesta, ni siquiera al desmadre. Se trata de que todo gire alrededor de la fiesta y el desmadre. Creo que un Orgullo de este nivel tiene que traer a los mejores dj’s del mundo, tiene que tener a Marta Sánchez en un escenario, a Camilo Sesto en otro y a Martirio en otro. Y eso ya se tiene. Bien, mantengamos los logros positivos. Aplaudo el escenario de Callao o de Plaza de España pero es evidente, tras el estrepitoso fracaso de este año, que Chueca, por ejemplo, debe reinventarse. Y ahí es donde los organizadores se significan, ahí es donde descubrimos si queremos mantener Chueca como epicentro de la lucha de derechos lgtb o como otro lugar más de barras, minis y dj’s. ¿De verdad hace falta tanto dj? ¿Es que no somos capaces de crear otro tipo de diversión? Los interesados en la música electrónica ya saben donde tienen que ir, ya llegan con la lección de la oferta y la demanda bien aprendida pero…¿qué pasa con los gays, lesbianas, bisexuales y transexuales a los que no les interese ese rollo? ¿Qué no tienen derecho a celebrar? Llamadme carca pero estoy convencido que una orquesta de verbena popular, una de esas capaz de cantar desde un pasodoble a una de Abba, sería un reclamo divertido y diferente para esa plaza. O, simplemente, el cine de verano del que tanto he hablado en radio y artículos.

Hace falta que, como sucede en todo el mundo, el Orgullo esté organizado por un patronato, no por un grupo de empresarios que, además, no representa ni a la mitad de los locales y asociaciones de Chueca. Desde el ayuntamiento o desde la oposición, debería apoyarse esa iniciativa, lógica por otra parte, de crear una entidad para organizar un evento de este tipo y de la que formen parte empresarios (no solo del ocio y de la noche, también libreros, hoteleros o agencias de viajes), asociaciones (desde la FELGTB y COGAM hasta colectivos más pequeños), personalidades independientes (escritores, artistas), y que todos juntos elaborasen en programa de actos, las actividades y promoviesen la difusión.

Un amigo me contaba lo maravilloso que sería que todos los teatros de la Gran Vía tuvieran una programación especial cuando llega del Orgullo. Una de las principales arterias de Madrid teñida de arco iris durante una semana con conciertos de (dejadme soñar) Liza Minelli, George Michael, Patrick Wolf, obras de teatro de Joe Orton, musicales como Rent o La jaula de las locas. Y otro amigo contestó: “Uff, eso sería carísimo, no mola” y se acababa de gastar cerca de 300 euros en entradas para macrofiestas y todo tipo de drogas para soportarlas. Que no seré yo quien cuestione los gustos de cada cual y su absoluta libertad para disfrutarlos, pero que esa opción sea la óptima únicamente porque es la más rentable para los empresarios, no me parece que sea la mejor manera de celebrar una fiesta que reivindica la diversidad y el respeto.

Creo, sinceramente, que ha llegado el momento de reinventar el Orgullo. De crear un nuevo entretenimiento y no aceptar que se convierta en una macro fiesta choni al aire libre; de abrir la organización a nuevas voces, nuevas ideas, nuevos colectivos (¿cuántos años llevamos viviendo el mismo orgullo?) Espero que ese día llegue y, si es así, volveré a disfrutarlo y a compartirlo. Si no, pues que los empresarios (los mismos empresarios) se sigan forrando hasta que la gallina de los huevos de oro se quede seca. Si nos indignamos cuando vemos como la ambición de los banqueros puede acabar destruyendo el estado de bienestar, ¿por qué no nos indignamos cuando la ambición de un grupo de empresarios puede acabar destruyendo el Orgullo?

Pedro Zerolo, histórico activista del movimiento lgtb en España y actual concejal del ayuntamiento de Madrid, decía el otro día que el orgullo es una fiesta. La clave está en el adverbio. ¿Es solo una fiesta?


domingo, 26 de junio de 2011

Vecinos

No sé si dentro de los abundantes estudios sobre la evolución humana, algún científico ha aportado una pista, una clave, que nos ayude a comprender por qué, en la mayoría de las situaciones, esa evolución no va ligada a un desarrollo positivo de la personalidad del individuo. Nos es totalmente indiferente si un traficante de drogas o un terrorista abandona su misión y se convierte en un buen hombre dispuesto a vivir tranquilo y hacer, en la medida de lo posible, la vida amable a los que le rodean. De hecho, suponiendo que ese personaje de ficción existiera, desconfiaríamos de él y seríamos nosotros, lo buenos de la historia, los que transformaríamos su vida en un infierno hasta lograr apartarlo de nuestro entorno. Por si acaso.

Entendemos ‘evolución’ como una mejoría del estatus, del sistema de vida, de los ingresos económicos, en definitiva, del poder. Evolucionar es tener más poder. Abandonarlo todo y retirarse a vivir en una granja no está considerado desarrollo. Es un regreso a los orígenes. No importa si el hombre o mujer que habita en esa granja es mucho mejor persona que antes. Lo que importa es que ha renunciado al poder y eso solo lo hace un ‘chorra’.

Los vecinos, por ejemplo, ya no son lo que eran. Sobre todo en las grandes ciudades. Los vecinos, así, en toda su generalización, han empezado a ser conscientes de su poder y eso les ha animado a organizarse. Crean asociaciones y hasta partidos políticos desde los que defender sus intereses. Ya no son aquellas personas amables que te hacían el favor de pedir la bombona de butano desde su ventana, que te cuidaban hasta que tu madre regresaba de hacer un recado o que siempre tenían una barra de pan que les había sobrado y que te solucionaba la cena de esa visita inesperada. Ahora son tipos que, desde el individualismo más liberal, han evolucionado montando una asociación y así poder tener su parte del todopoderoso pastel. Son señores y señoras a los que apenas conoces, que no cruzan contigo ni un buenos días por la escalera (juro que eso me ha pasado esta misma semana) y que solo se materializan ante tu puerta cuando llaman para quejarse porque son las once de la noche y quince personas han cantado cumpleaños feliz.

Cuando en Palma, un grupo de ciudadanos se queja del ruido durante la celebración, una vez al año, del Orgullo LGTB y argumentan su derecho a poder descansar frente a tu necesidad de celebrar tus derechos, estamos ante ese modelo de nuevos vecinos.

En Madrid la cosa es diferente porque, en Madrid, nada es lo que parece. La pequeña Asociación de Vecinos de Chueca ha puesto al alcalde de Madrid, Alberto Ruíz Gallardón, y a los organizadores de MADO –el mejor evento gay del mundo, según la MTV- frente a las cuerdas. Una ordenanza municipal del ruido imposibilita una serie de actividades que, si bien han atraído a miles de personas a las fiestas más multitudinarias de Madrid, hace años que se han convertido en un negocio y no en una reivindicación.

No sería muy coherente por mi parte estar en contra del negocio. Vivimos en un sistema capitalista. Nuestra vida la deciden los mercados, no los gobiernos. Si la iglesia no ha logrado separar negocio de Navidad o Semana Santa, ¿por qué debe hacerlo el colectivo lgtb? Pero a estas alturas quizá estemos hablando de ambición, que es ese grado de evolución tan loable en el sector empresarial.

Desde fuera, tengo la impresión de que el grueso de ciudadanos, los individuos que no estamos asociados a nada (supongo que eso significa que también hemos evolucionado poco), estamos siendo utilizados por unos y por otros. Por los empresarios, que quieren hacerme creer que anular la actuación de un dj en una determinada plaza es homofobia, y por la asociación de vecinos que, desde una actitud de intolerable intransigencia, cuestiona hasta el propio pregón de las fiestas. A eso, la vida moderna le llama desarrollo.

Yo, un ser moderadamente evolucionado, me instalo en el término medio. En aquellos que creen que las cosas pueden cambiar sin necesidad de ser antipático con los demás, sin necesidad de acosar a otros ciudadanos porque no piensan como tú y sin necesidad de no poder pronunciar un afectuoso ‘buenos días’ cuando te cruzas con un vecino por la escalera.

Respecto al ayuntamiento, la cosa cambia. La última noticia que circula por la capital es que, el año que viene, cuando gane el PP las elecciones generales, Gallardón será ministro y la alcaldía de Madrid quedará en manos de…¡Ana Botella! A ver dónde estarán entonces, cuando haya que ir a reivindicar derechos, las asociaciones de empresarios y de vecinos.